Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Los asombrosos rayos inexistentes

Una de las bases del método científico es que sus experimentos son reproducibles, que cualquiera puede llegar a los mismos resultados a partir del mismo método. Cuando esto no ocurre, suenan las alarmas.


Robert Williams Wood, el
desenmascarador de los "rayos N"
(fotografía del Dominio Público)
El descubrimiento de los rayos X realizado por Wilhelm Conrad Roentgen en 1895 sacudió al mundo más allá de los espacios donde los científicos trabajaban en los inicios de la gran revolución de la física de fines del siglo XIX y principios del XX.

Esto se debió no sólo al descubrimiento en sí, sino a la difusión de una fotografía tomada unos días después con rayos X por Roentgen, donde la mano de su esposa mostraba con claridad sus huesos y la alianza matrimonial. Por primera vez que se podía ver así el interior del cuerpo humano y el público se unió en su fascinación a los científicos.

Uno de los entusiastas del trabajo subsecuente con los rayos X fue el notable científico francés René Prosper Blondlot, que ya había alcanzado notoriedad al medir la velocidad de las ondas de radio de distintas frecuencias, demostrando que era igual a la velocidad de la luz y confirmando así experimentalmente la visión de James Clerk Maxwell de que luz, magnetismo y electricidad eran manifestaciones de la misma fuerza: la electromagnética.

Habiendo además recibido tres premios de la Academia de Ciencias de Francia, Blondlot empezó a trabajar con rayos X. Mientras intentaba someterlos a polarización, en 1903 reportó haber descubierto otros rayos totalmente diferentes, a los que llamó "N" en honor de su ciudad natal, Nancy, en cuya universidad además trabajaba.

En poco tiempo, muchos otros científicos estaban estudiando los rayos N siguiendo las afirmaciones de Blondlot.

Los rayos X se habían detectado mediante mediciones y sus efectos eran espectaculares, como lo demostraba la fotografía de Anna Bertha Roentgen, eso que hoy llamamos una "radiografía". Pero los rayos N no se detectaban así. Era necesario ver un objeto en condiciones de oscuridad casi total y entonces, al surgir los rayos N, se veía mejor. Por ejemplo, una pequeña chispa producida por dos electrodos, cuya intensidad aparentemente aumentaba en presencia de los rayos N.

Irving Langmuir, ganador del Premio Nobel de Química, mencionaba otro procedimiento para producir rayos N: se calentaba un alambre en un tubo de hierro que tuviera una abertura y se ponía sobre ésta un trozo de aluminio de unos 3 milímetros de espesor, y los rayos N saldrían atravesando el aluminio. Al caer sobre un objeto tenuemente iluminado, éste podía verse mejor... según Blondlot y sus seguidores.

Dicho de otro modo, la presencia o ausencia de los rayos N se detectaba sólo subjetivamente, de acuerdo a la percepción del experimentador.

Y, sobre esta base, en poco tiempo se desató una verdadera locura de los rayos N, con cada vez más afirmaciones cada vez más extravagantes. Blondlot afirmaba que los rayos N atravesaban una hoja de platino de 4 mm de espesor, pero no la sal de roca, que podían almacenarse en algunos materiales, que una lima de acero templado sostenida cerca de los ojos permitía que se vieran mejor las superficies y contornos "iluminados" por los rayos N. Y afirmó haber descubierto los rayos N1, que en lugar de aumentar la luminosidad, la disminuían. Sus experiencias implicaban prismas y lentes hechos de materiales no ópticos, que usaba para refractar y difractar los rayos N.

Un biofísico, Augustin Charpentier, produjo una abundante serie de estudios sobre los rayos N, llegando a publicar siete artículos científicos en un solo mes. Entre sus descubrimientos, que los conejos y las ranas emitían rayos N, y que éstos aumentaban la sensibilidad de la vista, olor, sabor y audición en los humanos. Se afirmó que tenían propiedades terapéuticas, e incluso que los rayos N emitidos por la materia viviente eran distintos de alguna manera y se bautizaron como "rayos fisiológicos".

Pero no todo era entusiasmo.

Apenas un mes después de la publicación original aparecieron informes de científicos que no podían replicar o reproducir los experimentos de Blondlot, algo que fue más frecuente mientras más extravagante se volvía la ola de afirmaciones respecto de estos rayos que, pese a todo, seguían siendo detectados únicamente mediante la vista como variaciones de la luminosidad.

Uno de los científicos que no pudo replicar los resultados de Blondlot fue Robert W. Wood, autor de grandes aportaciones en el terreno de la óptica y la radiación ultravioleta e infrarroja, quien decidió ir a Francia a visitar a Blondlot.

Según el relato de Langmuir, Blondlot le mostró a Wood las fotografías de la variación en luminosidad de un objeto supuestamente por causa de los rayos N. pero Wood pudo determinar que las condiciones en que se habían tomado las fotografías eran poco fiables. Luego le mostró cómo un prisma de aluminio refractaba los rayos N permitiendo ver los componentes de dichos rayos. En un momento de la demostración, en la habitación oscura, Wood quitó el prisma de aluminio del aparato, pese a lo cual Blondlot afirmaba seguir viendo el espectro de rayos N.

Wood quedó convencido de que los rayos N eran un fenómeno ilusorio, un error de percepción que no tenía una contraparte medible real. Wood publicó sus resultados en la revista Nature en 1904 y su artículo fue un balde de agua fría para quienes trabajaban en los rayos N. Hubo intentos adicionales de medirlos con criterios objetivos, detectores y sensores, pero en un año habían desaparecido del panorama científico. Incluso Blondlot dejó de trabajar con ellos aunque, hasta su muerte en 1930, siguió creyendo que eran reales.

Para Irving Langmuir, el caso de los rayos N es ejemplo de lo que llamó, en una conferencia de 1953, "ciencia patológica", aquélla en que "no hay implicada falta de honradez, pero en la cual la gente se ve engañada para aceptar resultados falsos por una falta de comprensión acerca de lo que los seres humanos pueden hacerse a sí mismos para desorientarse por efectos subjetivos, deseos ilusorios o interacciones límite".

Un relato útil para que tanto científicos como público en general seamos cautos ante afirmaciones extraordinarias, aunque provengan de científicos respetados que, como todo ser humano, pueden equivocarse.

Más ciencia patológica

En 1989, los físicos Stanley Pons y Martin Fleischmann afirmaron haber conseguido un proceso de fusión en frío para obtener energía. Nadie pudo reproducir sus resultados, y ambos optaron por abandonar la comunidad científica para seguir trabajando en espacios pseudocientíficos donde nunca pudieron tampoco reproducir sus resultados. Lo mismo ocurrió con la supuesta demostración de Jacques Benveniste de que el agua tenía memoria de los materiales que había tenido disueltos. Pese a todo, hay gente que sigue creyendo en la fusión fría, la memoria del agua... y los rayos N.