La Dra. Frances Oldham Kelsey (Foto D.P. US FDA, vía Wikimedia Commons) |
La canadiense de 46 años no era una simple burócrata. Nacida en Vancouver en 1914, había estudiado farmacología en la Universidad de McGill en Montreal y después entró como estudiante de posgrado al nuevo Departamento de Farmacología de la Universidad de Chicago, donde el investigador E.M.K. Geiling la aceptó pensando que era un hombre que escribía mal su nombre “Francis”.
Frances fue asistente de Geiling cuando éste fue encargado de averiguar las causas de 100 muertes relacionadas con el llamado Elíxir Sulfanilamida. El medicamento pertenecía al grupo de las sulfas o sulfonamidas, descubiertas apenas en 1935 y que eran los primeros antibióticos comercialmente disponibles (la penicilina, ya descubierta por el escocés Alexander Fleming, no llegaría al mercado sino hasta 1945). Geiling descubrió que la causa de las muertes era el glicol dietileno utilizado para disolver la sulfanilamida. Nadie sabía hasta entonces que el glicol dietileno era tóxico.
El resultado fue la primera legislación estricta sobre la autorización de medicamentos, alimentos y cosméticos en los Estados Unidos.
Frances obtuvo su doctorado en farmacología a los 24 años, con un interés especial en los factores responsables de las malformaciones genéticas y se quedó en la universidad como profesora y realizando sus estudios de medicina.
Después fue editora de la Asociación Médica Estadounidense (AMA), evaluando los testimonios que los médicos escribían sobre determinados medicamentos, donde identificó a algunos médicos que hacían de redactores a sueldo de los laboratorios y siempre daban testimonios favorables. Pasó a trabajar a la Universidad de South Dakota de 1954 a 1960, y de allí pasó a la FDA y a su encuentro con la talidomida.
El medicamento había sido desarrollado en 1954 por los laboratorios alemanes Grünenthal GmbH y su uso se había autorizado en Canadá y en más de 20 países de Europa y África. La empresa estadounidense Richardson Merrell deseaba producirlo y comercializarlo en Estados Unidos como tratamiento de las incomodidades del embarazo.
Pero Frances Oldham notó que algunos de los médicos que daban testimoniales favorables eran los redactores a sueldo de algunos laboratorios que había conocido en su trabajo en la AMA. Un análisis más a fondo fue encendiendo las alarmas sucesivas: los estudios de toxicidad crónica del nuevo medicamento no habían durado lo suficiente, no había datos suficientes sobre cómo el cuerpo del paciente lo absorbía y cómo se deshacía de él, los estudios en animales y los estudios clínicos no eran lo bastante detallados y la documentación era insuficiente y contradictoria.
Sólo como un ejemplo, en los estudios con ratas no se había encontrado que hubiera una dosis tan alta que fuera letal, y la sustancia no provocaba sueño en estos animales. Esto podía interpretarse como una alentadora inocuidad del producto, pero también podía significar que el metabolismo de las ratas no podía absorber la talidomida, mientras que el humano claramente lo hacía.
Frances le dijo a la compañía que se necesitaban más datos y marcó la solicitud como incompleta.
La empresa respondió presionándola e intentando intimidarla, llamándola a su casa, pidiéndole que dijera cómo reescribir las instrucciones a los pacientes, ofreciendo darle datos informalmente por teléfono o de modo privado, pero sin documentación de apoyo.
La doctora Oldham se afirmó en su posición y rechazó una segunda solicitud del laboratorio también por estar incompleta.
En febrero de 1961 Kelsey obtuvo los primeros informes de que la talidomida provocaba la inflamación de los nervios del sistema periférico, provocando problemas funcionales y dolor. Y si afectaba los nervios de los adultos, ¿qué riesgo tenía para los fetos en formación?, se preguntó la revisora. Ella había visto, como investigadora, medicamentos capaces de traspasar la barrera placentaria, ¿tenía datos el laboratorio de que la talidomida no pudiera hacerlo? Saberlo exigiría tiempo y dinero que la empresa no quería invertir.
En total, Frances Oldham rechazó la solicitud seis veces entre 1960 y 1961 pese a las presiones de la poderosa compañía. En noviembre de 1961 estalló el escándalo: numerosos defectos congénitos, principalmente graves malformaciones producto del desarrollo incompleto de las extremidades, aparecían vinculados a la talidomida en Europa. El medicamento fue retirado del mercado alemán a fines de 1961 y a principios de 1962 Richardson-Merrel retiró su solicitud de comercialización.
De los más de 10.000 niños afectados en todo el mundo, sólo 72 fueron estadounidenses, debidos a la distribución “experimental” del medicamento por parte de la empresa.
En 1962, Frances Kelsey Oldham recibió de manos de John F. Kennedy la Medalla del Presidente al Servicio Civil Distinguido por su buen juicio y su valor al resistir las presiones corporativas.
Frances siguió trabajando en la FDA hasta 2005, cuando se retiró a los 90 años de edad, diseñando nuevos y mejores mecanismos de autorización de medicamentos, exigiendo que demuestren su seguridad y efectividad, la obtención del consentimiento informado de los pacientes en los estudios clínicos de potenciales medicamentos y que las reacciones adversas se reporten bajo pena de graves sanciones. Sus mecanismos han sido adoptados por prácticamente todo el mundo, mejorando continuamente la seguridad de los medicamentos que consumimos.
Al escribir estas líneas, Frances Oldhan Kelsey sigue vive en su casa de Maryland, con 99 años de edad, un ejemplo del profesionalismo de la ciencia y su compromiso con el bienestar de los seres humanos.
La talidomida hoyDespués de haber sido prohibida en los 60, la talidomida hoy se está explorando como un medicamento útil en el tratamiento de ciertos tipos de cáncer y como coadyuvante en la quimioterapia. También ha demostrado promesa en el tratamiento ciertos efectos que algunas víctimas del VIH sida sufre después de comenzar la terapia antirretroviral. Después de todo, como muchos otros medicamentos de hoy en día, simplemente tiene una importante contraindicación: el embarazo. |