Jacob Bronowski en el campo de exterminio de Auschwitz, en su serie El ascenso del hombre. (Imagen © BBC) |
Jacob Bronowski nació en 1908 en Lodz, hoy territorio de Polonia, vivió la Primera Guerra Mundial con sus padres en Alemania y se mudó definitivamente a Inglaterra en 1920.
Estudió el bachillerato en la Central Foundation School de Londres, y ya allí tuvo claro que no entendía ni aceptaba la separación entre “arte” y “ciencia”. En sus propias palabras “Crecí volviéndome indiferente a la distinción entre la literatura y la ciencia, que en mi adolescencia eran simplemente dos idiomas de la experiencia que aprendí juntos”.
Fue a estudiar matemáticas con una beca a Cambridge, al Jesus College, alma mater de personalidades como el poeta Samuel Taylor Coleridge o el Premio Nobel de Química Peter Mitchell. A lo largo de sus estudios logró ser alumno de primera clase por sus buenas notas en 1928. Ese mismo año fundó la revista literaria Experiment con un compañero de carrera. En 1930, se le reconoció como alumno destacado de primera clase en 1930, y permaneció en el colegio hasta recibir su doctorado en geometría en 1933. De allí pasó a un puesto de catedrático e investigador del University College Hull de la Universidad de Londres.
En sus propias palabras, Bronowski vivía en un momento de lo más estimulante. De una parte, le apasionaban los avances en la física cuántica, la división del átomo y el descubrimiento del neutrón. Pero también le entusiasmaba que “la literatura y la pintura se rehicieran debido al choque del surrealismo, y el cine (y después la radio) creció hasta convertirse en un arte”.
Habiendo pasado tiempo en Mallorca con amigos de los mundos de las matemáticas y la poesía, Bronowski fue uno de los muchos intelectuales que tomaron partido, en su caso desde la poesía, durante la guerra civil española, participando en el libro Poemas para España con el poema “La muerte de García Lorca”. De hecho, el primer libro de Bronowski, La defensa del poeta, es una serie de ensayos sobre algunos de los grandes poetas británicos.
Después de trabajar en el esfuerzo de guerra británico y escribir un nuevo libro sobre el poeta William Blake, Bronowski fue uno de los científicos ingleses que fue a Nagasaki en noviembre de 1945 para evaluar los daños de la bomba atómica. Como a muchos científicos de su época, la experiencia llevó a Bronowski a replantearse la ética de la ciencia y la necesidad de que ésta se disociara de las decisiones política. Pero, sobre todo, la necesidad de que la ciencia se acerque a la gente común.
Comenzaría entonces otra faceta de su producción literaria: El sentido común de la ciencia de 1951, donde defendía que el arte y la ciencia no son incompatibles y, de hecho, la humanidad no habría progresado si lo fueran. Le siguió El rostro de la violencia de 1954 y Ciencia y valores humanos de 1956 lo fueron convirtiendo en un comunicador de la ciencia, un divulgador y popularizador, con un dominio del idioma que le permitía explicar de modo extremadamente sencillo lo más complejo. Empezó entonces también a participar en radio y en televisión como un intelectual a nivel de calle.
En 1964 se mudó a California como Director de Biología del Instituto Salk, fundado y encabezado por el descubridor de la vacuna contra la polio, Jonas Salk. Esto le permitió a Bronowski trabajar en la herencia genética humana, lo que daría lugar al libro La identidad del hombre, después de otros volúmenes sobre poesía y ciencia. Este trabajo era consecuencia del uso que hizo de sus conocimientos estadísticos para analizar el cráneo del niño de Taung en 1950 y diferenciar sus dientes de los de otros primates, para ubicar a los australopitecos en la línea del origen del hombre.
El ascenso del hombre
En 1973, el naturalista, documentalista y por entonces interventor de la BBC, David Attenborough, decidió hacer una contraparte científica de la serie de 1969 Civilización, una visión personal de Kenneth Clark sobre arte y filosofía occidentales, y le propuso a Bronowski escribirla y presentarla. El resultado fue El ascenso del hombre, una visión personal de J. Bronowski, que recorrió por igual la evolución del hombre, la ciencia, el conocimiento y la ética del saber. El nombre elegido por Bronowski era un giro al título del segundo libro de Charles Darwin, El origen del hombre, en inglés The Descent of Man.
La producción de El ascenso del hombre fue enormemente ambiciosa. Los 13 capítulos se filmaron a lo largo de tres años en más de 20 países, con la idea de que Bronowski hablara de distintos acontecimientos históricos en el lugar mismo donde habían ocurrido. Así, viajó del lugar en Islandia donde se reunía el más antiguo parlamento democrático de Europa, el Althing, hasta el campo de exterminio de Auschwitz, desde el centro ceremonial maya de Copán a la Venecia de Galileo hasta el observatorio construido para Carl Friedrich Gauss en Gottingen. Y en cada lugar ofrecía profundos monólogos, totalmente improvisados, según sus productores.
La personalidad de Bronowski, su pasión, fueron esenciales para el éxito de la serie. Marcaron también el punto culminante de su carrera y de su vida: el 22 de agosto de 1974 murió en Nueva York víctima de un ataque cardiaco.
Su legado continuaría con un joven astrofísico que trabajaba en la NASA.
Entre el lanzamiento de las sondas marcianas Viking en 1975 y las sondas interplanetarias Voyager, Carl Sagan se dio el tiempo para plantearse una serie personal inspirada en el trabajo de Bronowski. Contrató a Adrian Malone, productor de El ascenso del hombre para empezar a diseñar y escribir la serie, y presentarla a posibles productores. Adrian Malone sería el productor ejecutivo de Cosmos, un viaje personal, la serie de ciencia más exitosa de la historia de la televisión del siglo XX. Sus 13 capítulos se transmitieron a fines de 1980.
Seguramente, Bronowski habría sonreído.
La ciencia de Bronowski“La ciencia es una forma muy humana de conocimiento. Estamos siempre en el borde de lo conocido; siempre tanteamos hacia adelante en busca de lo que se espera. Todos los juicios en la ciencia estan en el borde del error, y es personal. La ciencia es un tributo a lo que sí podemos conocer pese a que somos falibles.” (Palabras de Bronowski en el campo de exterminio de Auschwitz) |