Del mismo modo, existe la idea de que el libro que consolídó la idea de un sistema solar heliocéntrico, De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de los orbes celestes) ocasionó un tsunami académico cuando se publicó en 1543, el año de la muerte de su autor, Nicolás Copérnico. Pero no fue así, el libro (presentado en su prólogo como una "mera hipótesis" y astutamente dedicado al Papa Paulo III) pasó prácticamente inadvertido durante casi sesenta años antes de participar en el terremoto del conocimiento que disparó la revolución que consagró a la ciencia como método para conocer, entender, explicar e incluso manipular el universo que nos rodea.
Quizá el silencio que rodeó a su libro habría sido del agrado del propio Copérnico, amante de pasar inadvertido, introvertido y reacio a debates como el que hasta hoy provocan sus ideas, pues al momento de escribir estas líneas, el artículo sobre Copérnico en la versión en inglés enciclopedia de Internet Wikipedia está bloqueado para impedir que grupos astrológicos, creacionistas, literalistas bíblicos y otros lo usen como campo de batalla para una guerra de promoción de sus propias ideas, prejuicios y creencias alrededor de uno de los grandes genios: el fundador de la astronomía moderna
Nicolás Copérnico nació en 1473 en Torun, Polonia, y aunque en general se le considera un astrónomo polaco, no faltan quienes lo quieren considerar alemán dados los conflictos fronterizos de la época. Estudió latín, matemáticas, astronomía, filosofía y óptica en la Academia de Cracovia y después, en Padua y Bolonia, en Italia, derecho canónico y medicina, lo que le permitió, a la vuelta a su tierra natal, el acceso a diversos puestos eclesiásticos, administrativos y políticos, además de su pasatiempo de traducir poesía griega al latín. Como canónigo en Frauemburg (Frombork) realizó una serie de observaciones astronómicas a ojo desnudo (el telescopio no estaría a disposición de los astrónomos sino hasta medio siglo después de la muerte de Copérnico) y en 1514 escribió y distribuyó entre sus amigos, en forma manuscrita, un pequeño libro, Commentariolus (Pequeño comentario) en el cual establecía algunas de sus ideas esenciales, principalmente que el centro de la Tierra no era el centro del universo, que el centro del universo estaba cerca del sol, que la distancia de la Tierra al sol era imperceptible comparada con la distancia a las estrellas, que el ciclo anual aparente de los movimientos del sol está causado por el movimiento de la Tierra a su alrededor y que el movimiento retrógrado que parecen tener los planetas es resultado del movimiento de la Tierra desde donde uno los observa.
No era Copérnico, ni con mucho, el primero en considerar la idea, que parecer ir contra la observación simple de los hechos, de que la Tierra giraba alrededor del sol. Algunos de los libros védicos hindús ya se plantean que el universo es heliocéntrico (tiene su centro en el sol). En la antigua Grecia, Heráclides de Ponto, Aristarco de Samos y el propio Eratóstenes, el hombre que midió la circunferencia de la Tierra en el siglo III antes de nuestra era, consideraban correcta la visión heliocéntrica. Lo mismo ocurrió en la Babilonia de los Seléucidas, en la que el astrónomo Seleucio de Seleucia retomó, e incluso se dice que probó, los planteamientos de Aristarco. Y en la Europa Medieval ya había ideas heliocéntricas antes de Copérnico.
Así, las ideas desarrolladas por Copérnico a partir de su "pequeño comentario" y que derivaron en el libro Sobre las revoluciones de los orbes celestes eran especiales no por su originalidad, sino por algo mucho más importante: porque más que ideas eran una cosmovisión formada por una sólida base matemática, la base que haría que Galileo, con una personalidad distinta, quizá más combativa, afirmara que la propuesta heliocéntrica no era "sólo una hipótesis", sino la única explicación posible a la realidad tal como la vemos.
Copérnico quizá nunca habría publicado su libro a no ser por la insistencia de Georg Joachim Rheticus, matemático alemán y tardío discípulo de Copérnico que lo impulsó a publicar, incluso resumiendo él en un libro las principales ideas de su maestro para mostrarle la buena acogida que tenían sus novedosas ideas. El libro fue enviado para su impresión a Nüremberg, y se publicó el año de la muerte de Copérnico. La leyenda dice que el genio polaco alcanzó a ver un ejemplar antes de morir.
El libro, pues, no fue retirado por la iglesia al triste Índice de Libros Prohibidos sino hasta 1616, en medio del escándalo de Galileo. Una serie de pasajes que hablaban del sistema heliocéntrico como una certeza fueron cambiados por una serie de autores aprobados por la iglesia, después de lo cual se permitió su vuelta a la circulación en 1620, aunque nunca se reimprimió y su lectura estuvo sujeta a restricciones hasta 1758.
Renovar el calendarioPara 1513, el calendario juliano ya tenía un importante desfase respecto de la realidad de las estaciones, de modo que el Quinto Concilio Laterano se propuso mejorar el calendario y el Papa reinante buscó la ayuda de varios expertos, entre ellos Copérnico, que ya era reconocido como un brillante astrónomo. A diferencia de otros, que se pusieron de inmediato en camino a Roma para hablar ante el concilio, Copérnico respondió por carta con una propuesta para la reforma del calendario indicando que no tenía más qué aportar a las discusiones porque consideraba que el movimiento de los cuerpos celestes aún no se entendía con bastante precisión. Cuando en 1582 Gregorio XIII promulgó finalmente las reformas al calendario, éstas se hicieron con ayuda de las tablas astronómicas realizadas por Erasmus Reinhold con base en los parámetros matemáticos descubiertos por Copérnico. |