Quizá la culpa sea de las matemáticas. Ya sea por deficiencias en nuestros sistemas educativos o por alguna cuestión inherente al común de los seres humanos, para la mayoría de nosotros resulta difícil manejar el nivel de abstracción matemática a niveles por encima de la trigonometría y la geometría analítica, y este rechazo a una asignatura difícil se ha trasladado hacia toda la actividad científica porque, en mayor o menor medida, la ciencia utiliza como lenguaje precisamente las matemáticas. La conclusión a la que llegan muchas personas es que la ciencia es en sí una práctica difícil y los científicos personajes que hablan en un idioma poco comprensible para la mayoría de nosotros, aunque, por otro lado, lo mismo se podría decir del fútbol de alto nivel, de su práctica y de su lenguaje especializado. Pero, en realidad, las bases de la ciencia son algo que usamos día a día todos nosotros. Aplicamos sus métodos, razonamientos y procedimientos para enfrentar el mundo que nos rodea y superar sus desafíos. Ciertamente no podemos aspirar al premio nobel, pero también podemos jugar al fútbol sin aspirar al balón de oro.
La ciencia no es sino un método de adquirir conocimiento sobre el mundo que nos rodea, y no ha sido en modo alguno el único empleado por el ser humano. Para entender su valor, vale la pena recordar que el método científico sustituyó a las intuiciones, de la escolástica, que consideraba verdad, a modo de dogma, cuanto hubieran dicho o escrito los clásicos griegos y la Biblia, y pretendía llegar al conocimiento solamente mediante un razonamiento intuitivo apoyado en la autoridad de los grandes autores y en las verdades aceptadas. Así, una pregunta como “¿cuántas patas tiene una mosca?” se resolvería, antes del método científico, es decir antes del renacimiento, buscando fuentes de autoridad que mencionaran este dato. Así, daríamos con la famosa afirmación de Aristóteles de que las moscas tienen ocho patas. Si encontráramos algún otro autor que dijera lo contrario, deberíamos razonar dialécticamente y acudir a nuestra intuición o sentido común para resolver la contradicción. Pero, como ningún autor decía lo contrario, la humanidad occidental vivió cientos y cientos de años convencida de que las moscas tenían ocho patas. Si además el hecho podía sustentarse en la Biblia, quedaba convertido en verdad religiosa, y si alguien osaba contarle las patas a una mosca y veía que sólo tenía seis, lo más conveniente para su integridad y la de su hacienda habría sido concluir que esa mosca había perdido dos patas y declarar que dicho animalillo tenía, como dijo Aristóteles, ocho patas.
Evidentemente, en este método no importa tanto la verdad como la opinión compartida o generalizada, es decir, la creencia más aceptada, y la observación del mundo se veía siempre filtrada por lo previamente dicho por las autoridades y libros importantes. Este método fue el que se sustituyó por una serie de procedimientos nacidos para conocer la realidad directamente, y que hoy conocemos como el “método científico”.
Supongamos que tenemos un aparato desconocido del que no tenemos el manual (o, simplemente, no estamos por la labor de leer el manual, que es lo más frecuente). Para enfrentarlo, lo primero que haremos será observarlo y buscar aspectos de él que tengan similitud con otros aparatos de nuestra experiencia. Si tiene un botón con un círculo (O) y una línea vertical (|), lo reconoceremos como un interruptor de alimentación, y podemos concluir con cierta certeza que con él podemos encender o apagar el aparato. Veremos si tiene compartimiento para pilas, y en caso afirmativo comprobaremos que estén en buenas condiciones, o bien si tiene cable de alimentación, y si está enchufado correctamente. Con base en esas observaciones, podemos emitir una conjetura razonable, una hipótesis: que al pulsar el interruptor, el aparato se encenderá. A continuación, podemos poner a prueba nuestra hipótesis o experimentar: pulsamos el botón y vemos qué pasa. Si se enciende, podemos concluir que efectivamente ese botón es el encendido y, sobre todo, podemos predecir que en el futuro pulsarlo alternará al aparato entre los estados de encendido y apagado, si todos los demás elementos se mantienen iguales.
Todo ello es, sin más, ciencia pura. La observación sustentada en la experiencia, la hipótesis, la experimentación y la predicción son elementos comunes en la ciencia, aunque haya algunas disciplinas, como el estudio de la astronomía y la cosmología, que no se prestan a la experimentación, y que deben someter a prueba sus hipótesis echando mano de observaciones abundantes y modelos matemáticos. Pero ni siquiera en el pasado los seres humanos se atuvieron a métodos no científicos. Así, aunque la actividad agrícola o ganadera podían tener elementos no científicos, la experiencia pasada y la observación de los hechos eran fundamentales, ya que de ellos dependía la supervivencia del grupo. La astronomía, la botánica y la genética tienen sus fundamentos en las labores humanas destinadas a la alimentación.
Definir las cuestiones, obtener información sobre ellas mediante la observación directa o indirecta, crear hipótesis, experimentar, analizar e interpretar los resultados para confirmar o desechar las hipótesis y reiniciar el ciclo a la luz de los nuevos conocimientos no es sino lo que hacen los científicos en todos los laboratorios del mundo. Es lo que hacemos al aplicar nuestro conocimiento en la cocina, en la conducción de autos o en el aprendizaje de nuevas habilidades y capacidades para nuestra vida. Es precisamente por ello, porque es un método adecuado, que nos permite obtener conocimientos certeros, que el método científico funciona efectivamente para ir conociendo nuestro mundo, eso que hacemos todos.
La replicación en cienciaLas conclusiones a las que llegan los científicos, sobre todo cuando son en extremo revolucionarias, son puestas a prueba por otros científicos. Es por ello que los artículos o papers científicos son tan tremendamente detallados en cuanto a los pasos dados, se trata de que su experiencia pueda ser replicada por cualquiera que lo desee. Porque, pese al cuidado que se pueda tener, cualquiera, científico o no, puede hacer una observación equivocada, un experimento no válido o interpretar incorrectamente los datos. Pero al ser una labor colectiva, la ciencia, como ninguna otra disciplina, está sujeta a su constante autocorrección y afinación por parte de las demás personas que se ocupan de su estudio, algo que sin duda a veces convendría que ocurriera en otras facetas de nuestra vida. |