Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Leonardo el científico

El “ejemplo de hombre del Renacimiento” que suele mencionarse es Leonardo Da Vinci, pintor, escultor, arquitecto, ingeniero, anatomista, naturalista, filósofo, creador del paracaídas, el helicóptero, el traje de buzo, el ala delta y muchos otros inventos, intuiciones e ideas. El primer problema, claro, es que Leonardo es el único hombre que dominó tal diversidad en el renacimiento. Sus coetáneos tenían dos, acaso tres oficios como Miguel Ángel (pintor, escultor y arquitecto) pero ninguno se acercaba a la pasión por el conocimiento de todo que dominó la vida de Leonardo. El segundo problema es que sus famosos inventos, así como sus dibujos de anatomía, de animales y vegetales, no proceden solamente de un genio natural que deriva sus ideas de la nada, sino que nacen de los elementos fundamentales de la ciencia, la observación, el postulado de hipótesis y la experimentación para confirmar o rechazar la hipótesis. Esto, la base del método científico, no existía ni siquiera como concepto entre 1452 y 1519, los años de vida de Leonardo di ser Piero da Vinci, antes de Galileo, antes de Copérnico y antes de que Sir Francis Bacon formulara las bases del nuevo método explícitamente y cerrara el ataúd de la escolástica.

Lo que hacía Leonardo Da Vinci formaría las bases de la ciencia moderna, aunque aún no recibía ese nombre, se conocía como filosofía natural. Algunas de sus áreas de interés se relacionaban con su oficio de pintor, aprendido en el taller de Verrochio, tal es el caso de la perspectiva, la anatomía y buena parte de su interés por plantas y animales, pues en la pintura de su época tales elementos cumplían una labor simbólica. Así, por ejemplo, un cuadro como la Madona Benois muestra a Jesús niño sosteniendo una flor, una crucífera, que es el símbolo de la pasión, lo cual da al cuadro una dimensión distinta, no es sólo una escena de infancia, está oscurecida por la conciencia que el bebé tiene del que supuestamente sería su destino. Pero más allá de los espacios de sus pinturas, por lo demás escasas, a Leonardo le preocupaba todo: los remolinos del agua, por qué el cielo es azul (asunto nada sencillo y que tardaría mucho en resolverse), las propiedades del aire, el vuelo de las aves, la distancia a las estrellas (que él supuso enorme, admitiendo que había estrellas muchísimo mayores que nuestro planeta), la taxonomía y la filogenia humana (llegando a proponer que en la descripción del hombre deben incluirse los animales de la especie, tales como el mono, el babuino y muchos otros similares, lo que ciertamente rondaba la herejía tanto como sus disecciones; la erosión provocada por los ríos, la teoría del color y muchos aspectos más de la realidad.

Esta pasión llevó a un problema que perseguiría a Leonardo: la gran cantidad de proyectos inacabados que soñó y proyectó en las más de tres mil páginas sobrevivientes de sus cuadernos. Esto le permitió, sin embargo, la singular posibilidad de tener una cosmovisión coherente del mundo, una idea general que evadía las contradicciones en tanto lo permitía el conocimiento de su tiempo, no pasemos por alto que Colón llegó a América cuando Leonardo contaba ya con 40 años de edad. Para tener esta cosmovisión, el factótum toscano partía de la observación continua, insistente y desprejuiciada de cuanto había a su alrededor. Llevaba siempre al cinto uno de sus cuadernos, donde escribía y dibujaba en todo lugar, igual abocetando su idea para un paracaídas de tela que anotando la lista de la compra. Su proyecto de aparato volador (del que aún no se ha podido comprobar si lo probó o no) era producto de su observación continua de las aves y de la forma en que se deslizaban por el aire, añadida a su convicción de que se podían entender las leyes que regían el aire si estudiábamos el agua, en lo que hoy llamaríamos “mecánica de fluidos”. De esa misma concepción nace su helicóptero, esa espiral que si giraba lo bastante rápido Leonardo esperaba que desplazara el aire como el tornillo de Arquímedes desplazaba al agua (las hélices son, finalmente, secciones de una espiral).

Y detrás de la observación, Leonardo colocaba la necesidad de la experiencia directa, de la experimentación, que debía realizarse cuidadosamente. Incluso Leonardo previó algunos de los problemas del método experimental, cuyos resultados pueden verse afectados por los prejuicios del experimentador, y estableció: Un experimento debe repetirse muchas veces para que no pueda ocurrir accidente alguno que obstruya o falsifique la prueba, ya que el experimento puede estar falseado tanto si el investigador trató de engañar como si no.

Las visiones de Leonardo no eran sino resultado del conocimiento que derivaba de sus observaciones y experiencias. Junto al diseño de su paracaídas, un joven Leonardo escribió en 1483: Si se provee a un hombre con una tela pegada de lino de 12 brazos de lado por 12 pies de alto, éste podrá saltar de grandes alturas sin sufrir heridas al caer. Hubo de llegar el 2000 para que se pusiera a prueba la idea, cuando el británico Adrian Nichols se lanzó desde un globo con un paracaídas de 85 kilogramos de peso construido según las especificaciones de Leonardo. Aunque por seguridad lo abandonó poco antes del aterrizaje y bajó en un ala moderna, el paracaídas de Leonardo aterrizó suavemente con todos sus aparatos de medición intactos. Tres años después, el campeón de ala delta Angelo D’Arrigo construyó un planeador según el diseño de Leonardo de 1510, y logró hacerlo volar y controlarlo exitosamente con los procedimientos indicados por su creador.

La experiencia le daba la razón dos veces más al hombre del Renacimiento.


Leonardo y las supersticiones, en sus propias palabras


Circulan libros llenos de afirmaciones referentes a la acción de los encantamientos y de los espíritus que hablan sin lengua y sin aquellos instrumentos orgánicos indispensables para la palabra; y no sólo afirman que los tales espíritus hablan, sino que les atribuyen la capacidad de transportar grandísimos pesos, de provocar lluvias y tempestades, y de convertir a los hombres en gatos, lobos y otras bestias, ¡por más que en calidad de bestias deberían, en primer lugar, contarse los que semejantes cosas afirman!
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No me ocuparé de la fisiognomía ni de la quiromancia porque no hay verdad en ellas, simples quimeras sin fundamentos científicos.
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¡Oh, investigadores del movimiento perpetuo, cuántos vanos proyectos fraguásteis en su búsqueda! Idos en compañía de los inventores de la fabricación del oro.
(De los Cuadernos de notas, recopilación de la obra escrita de Leonardo.)