Lo que hacía Leonardo Da Vinci formaría las bases de la ciencia moderna, aunque aún no recibía ese nombre, se conocía como filosofía natural. Algunas de sus áreas de interés se relacionaban con su oficio de pintor, aprendido en el taller de Verrochio, tal es el caso de la perspectiva, la anatomía y buena parte de su interés por plantas y animales, pues en la pintura de su época tales elementos cumplían una labor simbólica. Así, por ejemplo, un cuadro como la Madona Benois muestra a Jesús niño sosteniendo una flor, una crucífera, que es el símbolo de la pasión, lo cual da al cuadro una dimensión distinta, no es sólo una escena de infancia, está oscurecida por la conciencia que el bebé tiene del que supuestamente sería su destino. Pero más allá de los espacios de sus pinturas, por lo demás escasas, a Leonardo le preocupaba todo: los remolinos del agua, por qué el cielo es azul (asunto nada sencillo y que tardaría mucho en resolverse), las propiedades del aire, el vuelo de las aves, la distancia a las estrellas (que él supuso enorme, admitiendo que había estrellas muchísimo mayores que nuestro planeta), la taxonomía y la filogenia humana (llegando a proponer que en la descripción del hombre deben incluirse los animales de la especie, tales como el mono, el babuino y muchos otros similares, lo que ciertamente rondaba la herejía tanto como sus disecciones; la erosión provocada por los ríos, la teoría del color y muchos aspectos más de la realidad.
Esta pasión llevó a un problema que perseguiría a Leonardo: la gran cantidad de proyectos inacabados que soñó y proyectó en las más de tres mil páginas sobrevivientes de sus cuadernos. Esto le permitió, sin embargo, la singular posibilidad de tener una cosmovisión coherente del mundo, una idea general que evadía las contradicciones en tanto lo permitía el conocimiento de su tiempo, no pasemos por alto que Colón llegó a América cuando Leonardo contaba ya con 40 años de edad. Para tener esta cosmovisión, el factótum toscano partía de la observación continua, insistente y desprejuiciada de cuanto había a su alrededor. Llevaba siempre al cinto uno de sus cuadernos, donde escribía y dibujaba en todo lugar, igual abocetando su idea para un paracaídas de tela que anotando la lista de la compra. Su proyecto de aparato volador (del que aún no se ha podido comprobar si lo probó o no) era producto de su observación continua de las aves y de la forma en que se deslizaban por el aire, añadida a su convicción de que se podían entender las leyes que regían el aire si estudiábamos el agua, en lo que hoy llamaríamos “mecánica de fluidos”. De esa misma concepción nace su helicóptero, esa espiral que si giraba lo bastante rápido Leonardo esperaba que desplazara el aire como el tornillo de Arquímedes desplazaba al agua (las hélices son, finalmente, secciones de una espiral).
Y detrás de la observación, Leonardo colocaba la necesidad de la experiencia directa, de la experimentación, que debía realizarse cuidadosamente. Incluso Leonardo previó algunos de los problemas del método experimental, cuyos resultados pueden verse afectados por los prejuicios del experimentador, y estableció: Un experimento debe repetirse muchas veces para que no pueda ocurrir accidente alguno que obstruya o falsifique la prueba, ya que el experimento puede estar falseado tanto si el investigador trató de engañar como si no.
Las visiones de Leonardo no eran sino resultado del conocimiento que derivaba de sus observaciones y experiencias. Junto al diseño de su paracaídas, un joven Leonardo escribió en 1483: Si se provee a un hombre con una tela pegada de lino de 12 brazos de lado por 12 pies de alto, éste podrá saltar de grandes alturas sin sufrir heridas al caer. Hubo de llegar el 2000 para que se pusiera a prueba la idea, cuando el británico Adrian Nichols se lanzó desde un globo con un paracaídas de 85 kilogramos de peso construido según las especificaciones de Leonardo. Aunque por seguridad lo abandonó poco antes del aterrizaje y bajó en un ala moderna, el paracaídas de Leonardo aterrizó suavemente con todos sus aparatos de medición intactos. Tres años después, el campeón de ala delta Angelo D’Arrigo construyó un planeador según el diseño de Leonardo de 1510, y logró hacerlo volar y controlarlo exitosamente con los procedimientos indicados por su creador.
La experiencia le daba la razón dos veces más al hombre del Renacimiento.
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