Gusanos de maguey (Aegiale hesperiaris) en un restaurante mexicano, considerados una exquisitez. (Foto DP de Andy Sadler, vía Wikimedia Commons) |
Aunque era ficción, el filme subrayaba aspectos que distinguen a los insectos entre los demás seres vivos. Al tener una vida corta y ser capaces de reproducirse a enorme velocidad, son enormemente adaptables. Cualquier mutación o variación natural benéfica se puede difundir rápidamente y volverse patrimonio de toda la especie.
Los insectos son abundantes. Se conoce quizás un millón de especies de insectos (de un total de 1.300.000 especies vivas). Y los entomólogos, especialistas en el estudio de esta clase de animales, creen que ésta es sólo una pequeña muestra, como lo revela que, cada año se describen miles especies nuevas de insectos.
Pese a ese flujo constante de descubrimientos, se calcula que puede haber hasta 10 millones de especies de insectos más. Suficientes para mantener ocupados a los entomólogos durante varios miles de años en el futuro. Y esa diversidad se convierte, según estimaciones de la Universidad de Arizona, en unos 140 millones de insectos por cada ser
Los cálculos son admitidamente imprecisos por lo difícil que es incluso detectar algunos insectos. No los mayores, especialmente como los escarabajos rinoceronte y titán, o los wetas neozelandeses similares a saltamontes gigantescos, enormes insectos que pueden llegar a pesar hasta 100 gramos. Pero al otro extremo se encuentran insectos tan pequeños como las avispas parásitas de la familia Mymaridae, una de cuyas especies tiene un macho que mide apenas 139 micrómetros, algo más de una décima de un milímetro. Y sólo de esta familia se calcula que existen más de 1.400 especies.
La historia de estos seres se inicia hace unos 535 millones de años, cuando se produjo la diversificación de los seres que vivían en los océanos para dar lugar a variedades como los vertebrados, los moluscos o los artrópodos. Estos últimos se caracterizan por tener un exoesqueleto y extremidades articuladas. A diferencia de los vertebrados, que tienen la estructura rígida de sus cuerpos en el interior, en la forma de huesos, los artrópodos desarrollaron otra solución al problema que implicaba sostener los órganos internos. Su esqueleto está en el exterior, con lo que además cumple una importante función como protección contra las agresiones del exterior.
Los biólogos creen, con base en los datos de los que disponen, que los insectos debieron evolucionar de un ser parecido a una lombriz de tierra que desarrolló un par de patas en cada segmento, como los ciempiés (que tampoco son insectos). Eventualmente, sus muchos segmentos se unieron formando los tres que les son característicos, sus patas migraron al tórax y, hace más de 400 millones de años, por fin aparecieron los insectos, la clase más abundante y diversificada de los artrópodos. Sus características distintivas son la segmentación de su cuerpo en cabeza, tórax y abdomen, así como los tres pares de patas articuladas que tienen únicamente en el tórax, ojos compuestos y un par de antenas. Son parientes así tanto de los crustáceos que suelen ser apreciados como alimentos (las gambas, centollos, bugres y langostas) como de otras variedades que pese a su parecido no son insectos, como las arañas y los miriápodos.
A partir de ese momento, los insectos fueron diversificándose y evolucionando para ocupar prácticamente todos los nichos ecológicos del planeta. Sólo como ejemplos, los hemípteros, como las cigarras, los pulgones y las chinche, aparecieron hace entre 300 y 350 millones de años, mientras que los dípteros (cuyo más conocido representante es la mosca doméstica) hicieron su entrada 50 millones de años después. Las mariposas y las cucarachas surgieron hace entre 150 y 200 millones de años y los mantofasmatodeos son los benjamines, habiendo aparecido hace apenas unos 50 millones de años. Curiosamente, son también el orden de insectos más recientemente descubierto, en 2002.
Así como su esqueleto sustenta a todo el organismo del insecto, podemos decir, sin exagerar demasiado, que la vida en el planeta, considerada como un gran organismo, está sostenida por la estructura que forman los insectos, y que son mucho más que la plaga o la molestia con la que más fácilmente se les identifica. Por ejemplo, la polinización de muchas plantas depende de la visita de insectos como las abejas que se alimentan de su néctar o polen.
Los insectos son además la gran máquina de reciclaje del planeta, gracias a su variabilidad en cuanto a alimentación: si estuvo vivo, algún insecto lo comerá. Así, los insectos juegan un papel esencial en la descomposición de la materia orgánica tanto animal como vegetal, garantizando su reincorporación al ciclo alimentario.
Pero así como comen lo que sea, los insectos son también un socorrido alimento en el mundo vivo. Reptiles, anfibios, aves, peces, mamíferos, otros insectos y otros artrópodos como los ácaros y las arañas, e incluso algunas plantas comen insectos. Para algunos es su dieta básica y para otros es parte de una alimentación más variada.
En el caso del hombre, en las especies precursoras de la nuestra y en nuestros parientes más cercanos (como los chimpancés y bonobos) los insectos han sido una fuente de proteínas que sólo rechazamos hoy por motivos culturales, pese a que es costumbre en países de América Latina, África, Asia y Oceanía.
Aunque no los comamos directamente, distintos productos de los insectos son parte de nuestra dieta, empezando por la miel. Quizá en un futuro los insectos vuelvan al plato de las sociedades occidentales como algo más que una curiosidad, pero aún si no lo hacen, nunca está de más recordar que, individuo por individuo, kilo por kilo, los humanos somos habitantes de un mundo dominado por los insectos.
¿Las cucarachas o las avispas?Uno de los mitos perdurables sobre los insectos es que sólo las cucarachas sobrevivirían a una guerra nuclear total. Sin embargo, los datos no han sustentado esa idea. Cierto, las cucarachas pueden sobrevivir a 10 veces más radiación que un ser humano, pero no son las campeonas en el mundo de los insectos. Esa distinción corresponde a las avispas del género Habrobracon, que pueden soportar hasta 200 veces más radiación que los seres humanos. |