Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

La pandemia de gripe de 1918, lecciones y temores

La gripe suele ser una molestia anual que pagamos como impuesto inevitable. Pero de cuando en cuando se puede convertir en uno de los peores genocidas que hemos conocido.

Hospital improvisado en Camp Funston, Kansas.
(Foto D.P. vía Wikimedia Commons)
En 1997, en Hong Kong, 18 personas sufrieron una infección de gripe y seis de ellas murieron.

Este acontecimiento disparó las alarmas epidemiológicas en todo el mundo. Lo especial de este caso no era la infección de gripe, ni que causara algunas muertes, sino que se trataba de un virus de la gripe que nunca antes, hasta donde sabemos, había infectado a seres humanos.

La denominación científica del virus es H5N1. Su nombre popular, gripe aviar, surgió porque el virus se había identificado en 1996 en gansos de la provincia de Guangdong, en China. Detectado en granjas avícolas y en mercados de animales vivos en Hong Kong, el virus de pronto dio el poco frecuente salto de las aves a los seres humanos causando la muerte del 33% de los afectados.

En 2003, el virus volvió a hacer su aparición en China y en la República de Corea, y en 2004 se detectó en Vietnam, Tailandia y Japón, provocando varias muertes. Un año después llegaba a Indonesia. Y en enero de 2014 se registró la primera muerte por gripe aviar en Norteamérica, en la provincia de Alberta, Canadá.

En el caso de la gripe aviar, así como en el caso de la gripe porcina o gripe A que provocó una gran preocupación en 2009 (preocupación que resultó excesiva, pero en el momento no había modo de saberlo y era mejor errar del lado de la precaución) el temor a la posibilidad de una pandemia se hallaba en uno de los capítulos más atroces de la enfermedad humana, la pandemia de gripe de 1918 que dejó a su paso el aterrador saldo de más de 50 millones de víctimas y probablemente hasta 100 millones, ocho millones de ellas en España. En sólo un año, se cobró tantas víctimas, o poco menos, como las que se estima que provocó la peste negra de 1348-51 en Europa.

La pandemia de 1918

Todos los inviernos, la gripe estacional provoca molestias, malestares y algunas muertes, principalmente entre niños con pocas defensa, gente mayor y personas que ya tienen problemas respiratorios o de inmunodepresión. Pero el invierno de 1918
era diferente, más virulenta, más contagiosa y, sobre todo, más mortal, especialmente para personas entre 15 y 35 años de edad.

Era una época en que la población europea había sido ya diezmada por los terribles combates de la Primera Guerra Mundial, iniciada en 1914 y que llegaría a su fin en noviembre de 1918. En total, más de 9 millones de seres humanos habían sucumbido en los combates de ésa que entonces se llamó la Gran Guerra. Y, de pronto, una enfermedad venía a complicar las cosas brutalmente.

Ya en 1889-90 otra pandemia de la llamada “gripe rusa”, causada por un virus H2N2 había recorrido el mundo desde oriente hasta Estados Unidos dejando un millón de muertos, la más terrible epidemia del siglo XIX. Este antecedente provocó preocupación cuando en la primavera de 1918 apareció un virus en los Estados Unidos que pronto saltó a Europa, infectando a grandes cantidades de jóvenes combatientes en el frente de batalla, la mayoría de los cuales se recuperaron sin problemas. Muchos, sin embargo, desarrollaron una agresiva neumonía frecuentemente mortal.

En sólo dos meses, la gripe, desusadamente contagiosa, pasó de la población militar a la civil y salió de Europa llegando a Asia, Áfica, Sudamérica y Norteamérica. Después de sufrir lo que al parecer fue una nueva mutación, en agosto se presentaron nuevos brotes en Europa, África y Estados Unidos, no sólo altamente contagiosos, sino desusadamente mortales.

Donde la gripe estacional sólo causaba la muerte del 0,01% de las personas infectadas, esta nueva cepa mataba al 2,5% de los afectados, aunque en países como India llegó a un índice de mortalidad del 5%. Y lo hacía de modo cruel, a través de una neumonía que literalmente asfixiaba a sus víctimas.

Finalmente, en la primavera de 1919 el mundo fue golpeado por un tercer brote pandémico, al término del cual, uno de cada cinco seres humanos de todo el mundo se habían contagiado. Y, por supuesto, la medicina en ese momento no tenía armas para enfrentar el problema, apenas podía tratar los síntomas y buscar que los pacientes sobrevivieran. No había vacunas, que aparecerían hacia 1940, ni medicamentos antivirales. La única terapia que tenía cierta efectividad era la transfusión de sangre a pacientes enfermos procedente de pacientes que se habían infectado y habían sobrevivido, y que funcionaba como una especie de vacuna.

Cada oleada de gripe duró unas 12 semanas: atacaba con fuerza y luego desaparecía, como lo hace la gripe estacional.

Curiosamente, una de las razones por las cuales se conoce a esta pandemia como la “gripe española” es que los informes sobre ella estaban cuidadosamente censurados en los países participantes en la Primera Guerra Mundial. Pero en la España neutral, donde incluso Alfonso XIII sufrió el contagio y llegó a enfermar gravemente, los diarios informaban libremente sobre la enfermedad, dando la impresión de que en España era mucho más grave que en el resto de Europa. Habiendo llegado de Francia, sin embargo, en España se le conoció como “gripe francesa”.

Desde entonces, los profesionales de la salud han estado preocupados por la posibilidad de que se repita una pandemia con esas características mortales. El temor se ha visto reavivado por otros brotes alarmantes: la pandemia de gripe asiática de 1957 causó 2 millones de muertes, y la de gripe de Hong Kong de 1968-1970 se cobró un millón más. Todo esto explica también las medidas, afortunadamente innecesarias, que se tomaron ante la gripe A que apareció en 2009 y sigue activa: una mutación del virus podría volver a poner en peligro a millones de personas.

El hecho de que el virus de la gripe tenga tendencia a mutar fácilmente, lo que le permite anular las defensas que el cuerpo humano pueda haber criado con anteriores infecciones, es su mayor peligro. Por ello, quizá sería razonable, cuando los organismos mundiales encargados de la salud dan la voz de alerta, pensar que están haciendo su mejor esfuerzo para evitar otra tragedia.

Clasificación de los virus de la gripe

El tipo más común de virus de la gripe en humanos es el A, que se clasifica según dos proteínas importantes en su envoltura exterior: la hemaglutinina y la neuraminidasa. Hay 16 subtipos de la primera y 9 de la segunda, y los anticuerpos para uno de ellos no afectan a los otros. Así, hay virus H1-H16 y N1-N9. El virus H1N1, de origen porcino y comúnmente llamado “gripe A” tiene los tipos 1 de ambas proteínas, y distintas variedades del mismo fueron responsables de las gripes de 1918 y de 2009. El ser humano sólo puede ser infectado por virus H1, 2, 3, 5, 7 y 9 y N1 y 2.