Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Planeta desconocido

Explorar un planeta desconocido es una de las principales tareas de la ciencia que han creado los seres humanos. Nuestra vida puede depender de ello.

Constantemente pensamos en mundos nuevos. Cyrano de Bergerac se imaginó imperios en el Sol y en la Luna. Ray Bradbury nos relató estremecedoras historias de una civilización agonizante en Marte. La ciencia ficción ha llenado nuestras inquietudes con planetas desconocidos de todo tipo, gigantes y enanos, ardientes y helados, lejanos y cercanos, con habitantes extraños y asombrosos. Multitud de relatos, novelas y obras cinematográficas han estimulado nuestra imaginación mientras que la ciencia empieza a encontrar planetas en otros lugares del universo. Todo esto a veces parece ocultar el hecho de que no tenemos ningún planeta conocido. Es decir, que no conocemos realmente nuestro propio planeta, apenas hemos arañado su superficie... literalmente.

El agujero más profundo que ha perforado el ser humano es el de la península de Kola, al norte de Rusia, abierto entre 1970 y 1994 con propósitos científicos, de 12,2 kilómetros de profundidad. Con un radio medio de 6.731 kilómetros de profundidad, esto significa que faltarían 6.719 kilómetros para llegar al centro de nuestro planeta. Todo lo que hay debajo de esos 12 kilómetros lo sabemos indirectamente: los primeros 35 kilómetros forman la corteza terrestre, y por debajo están el manto superior, el manto, la astenósfera, el núcleo exterior y, ocupando más de 1200 kilómetros de radio, el núcleo interno, sumamente denso y con una elevadísima temperatura. Se piensa que el calor del centro de nuestro planeta se debe a la desintegración radiactiva de elementos tales como el potasio-40, el uranio-238 y el torio-232. La geología, la vulcanología, el estudio de la deriva continental o tectónica de placas y otras disciplinas nos han permitido tener una idea bastante clara, una buena aproximación, de cómo es el interior de nuestro planeta.

Pero igualmente es cierto que profundizar, de nuevo literalmente, en nuestro planeta, nos deparará muchas sorpresas, porque el conocimiento indirecto nunca es tan completo y detallado como el directo, del que aún carecemos no sólo respecto de la parte sólida de nuestro planeta, sino también de su cubierta líquida.

El planeta Tierra, decía el explorador e inventor del buceo autónomo Jacques-Yves Cousteau, debía llamarse “Agua”, considerando que, al menos superficialmente, es la característica más notable que exhibe. Poco más del 70% de su superficie está cubierto de agua, y casi toda ella es el agua salada de los océanos. La profundidad media de los océanos es de 3.794, más de cinco veces la altura media de los continentes sobre el nivel del mar.

De esa vastedad líquida sabemos, en realidad, muy poco. Se trata de un ambiente sumamente hostil para el ser humano no sólo por la falta de aire, sino porque es en su mayoría un sitio oscuro, a donde no llega la luz del sol. El buceo comenzó alrededor del 4500 antes de nuestra era, principalmente en China y Grecia para obtener alimentos preciados e incluso para algunas acciones de guerra. Pero durante miles de años el hombre se desplazó principalmente sobre la superficie de las aguas de la Tierra, suponiendo que las profundidades marinas albergaban diversos seres fantásticos, amenazas atroces y tesoros fabulosos. La edad de la exploración, entre el primer viaje de Colón y el siglo XIX, permitió finalmente al hombre hacer un mapa de la superficie de nuestro mundo.

Las profundidades son otra cosa. Desde la escafandra diseñada por Leonardo Da Vinci hasta los submarinos y los sistemas de buceo, apenas hemos explorado una mínima parte de los océanos, enfrentando sus profundidades con máquinas capaces de resistir las atroces presiones que se experimentan a grandes profundidades. Así, en los últimos años el ser humano ha hecho importantes descubrimientos en las profundidades, seres singulares más extraños que los imaginados por la ciencia ficción, ya sea por su extraño aspecto, sus capacidades de generar luz mediante distintas formas de bioluminiscencia o, muy especialmente, las bacterias que viven alrededor de los chorros hidrotermales del océano profundo y que obtienen su energía de la reducción de los sulfuros de su medio ambiente y no del sol. Estas bacterias nos han permitido plantear nuevas posibilidades para la vida en otros planetas.

Queda, también, la capa gaseosa de la Tierra, el aire sin el cual no vivimos. Pero tampoco la conocemos a fondo. Nuestros globos aerostáticos y cohetes nos han enseñado mucho acerca de sus capas, cuya composición conocemos con gran precisión, pero su dinámica, valga decir, su comportamiento, sigue siendo una enorme colección de misterios. Más de 200 años después de que Benjamín Franklin demostrara que los relámpagos son descargas de electricidad estática, sabemos mucho sobre cómo son los relámpagos, pero aún no sabemos con exactitud cómo se da el fenómeno de separación de las cargas que producirán el relámpago, y hay varias hipótesis al respecto aún por someter a prueba. No sabemos, tampoco, cuál es el elemento clave para que se desencadene la descarga. Apenas en los últimos años se ha podido observar, gracias al vídeo de alta velocidad, que cada relámpago está formado de un grupo de descargas, 3, 4 o más.

Igualmente, ha sido sólo en los últimos años cuando se ha podido confirmar la existencia de los llamados “eventos luminosos efímeros”, descargas eléctricas de varios tipos que ocurren en las zonas superiores de la atmósfera. Los “sprites”, chorros y ELVES son algunos de estos fenómenos que apenas se están estudiando y que podrían estar implicados en accidentes de aviones e incluso en los transbordadores espaciales.

Los sistemas dinámicos de tormentas, vientos, huracanes y otros fenómenos atmosféricos siguen siendo colecciones de grandes misterios, cuyo comportamiento sigue siendo impredecible, trayendo consigo igual lluvias que sequía, destrucción o buenos tiempos para los pescadores.

El nuestro sigue siendo el planeta más apasionante, y es el que más debemos conocer para poder aprovechar sus recursos sin destruirlos, crecer con él y prevenir desastres, así como encontrar nuevas fuentes de energía y materia primas para la aventura humana en éste que sigue siendo un planeta desconocido.

Nuevas especies


Día tras día, los biólogos descubren nuevas especies animales, vegetales y unicelulares, algunas veces con gran cobertura mediática, pero las más de las veces pasando casi desapercibidos. Tenemos identificadas alrededor de 1,8 millones de especies animales, lo cual no quiere decir que ya las hayamos estudiado todas a fondo, pero los cálculos indican que puede haber entre 30 y 50 millones de especies animales en nuestro planeta, literalmente ante nuestros ojos, esperando ser descubiertas.