Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

La comprensión de nuestras emociones

Duchenne provocando expresiones
faciales en uno de sus sujetos
experimentales.
(D.P. vía Wikimedia Commons)
Las emociones nos definen singularmente muchas veces más que nuestro intelecto o nuestras capacidades físicas. Pero esa chispa que vive en nuestro interior sigue siendo uno de los más profundos misterios.

Júbilo, tristeza, furia, nostalgia, calma interior, miedo, timidez, sorpresa... nuestras emociones son entidades misteriosas, subjetivas por cuanto que sólo podemos experimentarlas nosotros interiormente, pero absolutamente reales si nos atenemos a su expresión exterior, y a la identidad, simpatía o solidaridad que podemos experimentar al ver tal expresión.

Los filósofos, que durante la mayor parte de la historia humana dominaron la reflexión acerca de las emociones, nos recuerdan que no existe forma de saber si una persona siente lo mismo que otra, pues no podemos comparar la experiencia subjetiva de dos personas a la muerte de un ser querido o ante el gol del triunfo de su equipo de fútbol.

Pero las demostraciones externas de estas emociones son tan similares que deben tener un significado. El llanto, la expresión de abatimiento, los suspiros, en el primer ejemplo, nos sugieren que lo que las personas están experimentando debe ser similar.

Y lo mismo ocurre con la reacción que provoca en nosotros ver las emociones en otros, como cuando un grupo estalla jubiloso ante el gol de su equipo, creemos saber lo que sienten, el corazón acelerado, el hormigueo en la piel, las ganas de reír y, curiosamente, sí, de abrazar y en ocasiones hasta besar a alguien a nuestro alrededor, quien sea.

Quizá la forma más curiosa de compartir emociones que tiene el ser humano sea el arte, que a través de muy diversos medios consigue plasmar las emociones del creador y evocarlas (o emociones muy similaresi) en sus espectadores.

Nuestras emociones son respuestas a ciertos acontecimientos que nos resultan relevantes, y que disparan cambios en nuestro cuerpo y provocan un comportamiento característico, como el llanto del deudo o el grito del aficionado deportivo.

Pero no fue sino hasta muy recientemente, a partir del siglo XIX, cuando las consideraciones filosóficas acerca de nuestras emociones se empezaron a estudiar por medio de la ciencia. Esto quiere decir que se empezaron a proponer hipótesis explicativas que podían explorarse experimentalmente y por medio de observaciones, para validarlas o rechazarlas.

El psicólogo estadounidense William James, por ejemplo, teorizó que las emociones eran simplemente una clase peculiar de sensaciones causadas por cambios en las condiciones fisiológicas de las funciones autonómicas y motoras. Decía James en 1884: “nos sentimos tristes porque lloramos, furiosos porque golpeamos, temerosos porque temblamos”.

Sin embargo, sin que James lo supiera, esta teoría había sido desmentida experimentalmente varios años antes, por el científico francés Guillaume-Benjamin-Amand Duchenne de Boulogne, quien realizó grandes aportaciones a la naciente neurología ampliando los estudios que Galvani había hecho acerca de la electrofisiología, es decir, la forma en que impulsos eléctricos externos podían provocar la contracción muscular.

Utilizando electrodos aplicados en puntos concretos del rostro de sus sujetos, Duchenne consiguió reproducir expresiones de numerosas emociones humanas. Pero aunque sus sujetos mostraran en su rostro emociones a veces muy intensas y convincentes, ello no hacía que las experimentaran interiormente. Su rostro reía o mostraba miedo, pero no lo sentían. Sin embargo, a través de sus detallados y prolijos experimentos, Duchenne realizó grandes avances en el conocimiento de la musculatura del rostro, de las rutas neurales que la activan y de la fisiología de nuestros movimientos, y para la comprensión de la parálisis.

El trabajo de Duchenne influyó además en una de las grandes obras de Darwin, La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, donde proponía la idea de que las emociones y su expresión eran, al igual que los aspectos meramente anatómicos y fisiológicos, producto de la evolución por medio de la selección natural. Era un gigantesco paso para llevar el tema de nuestras emociones de las alturas de lo sobrenatural a la realidad cotidiana capaz de ser estudiada científicamente.

Pero hoy, a punto de terminar la primera década del siglo XXI, seguimos muy lejos de poder comprender científicamente las emociones. La psiquiatría se aproxima a las emociones como parte de su estudio y tratamiento de los desórdenes mentales (categoría ésta, en sí, profundamente conflictiva). La psicología busca comprender los procesos internos que las caracterizan, así como las conductas mediante las cuales se expresan y sus mecanismos fisiológicos y neurológicos. Por su parte, las neurociencias buscan respuestas correlacionando el estudio psicológico con métodos que valoran la actividad cerebral, los neurotransmisores y las distintas estructuras del cerebro que participan cuando experimentamos una emoción.

Alrededor de todos estos estudios se encuentran quienes en la biología evolutiva estudian cómo llegaron a existir las emociones, quienes en la etología comparan emociones entre distintas especies, y quienes analizan las emociones compartidas en estudios sociológicos o cómo utilizarlas en labores terapéuticas diversas.

Somos nuestras emociones de modo tan intenso que bien podría decirse que toda ciencia relacionada con el ser humano las estudia, desde uno u otro punto de vista. Y pese a que nuestros conocimientos son tan limitados, no faltan charlatanes y embusteros que afirman conocer el funcionamiento de las emociones y poder utilizar sus imaginarios conocimientos, en asombrosos actos de magia, para realizar maravillas como la curación del cáncer.

Es cierto que las emociones juegan un papel en nuestros procesos fisiológicos. El misterioso efecto placebo, en el cual las expectativas y el condicionamiento cultural determinan que alguien se sienta mejor si toma una sustancia inocua que cree que es un medicamento, el valor de la relación emotiva médico-paciente e incluso los datos que indican que un bajo nivel de estrés y una buena disposición emocional ayudan a la curación de ciertas afecciones son todos indicadores de que allí hay un universo de posibilidades por descubrir, un verdadero misterio apasionante que vive en cada unbo de nosotros y nos anima a cada momento.

La sonrisa de Duchenne

En sus estudios de la expresión de las emociones, Duchenne descubrió que la sonrisa “verdadera”, la que evoca una emoción, no sólo implica los músculos de las comisuras de los labios, sino el músculo orbicular de los ojos, que eleva las mejillas y forma las patas de gallo a los lados de los ojos. Y lo más asombroso es que la mayoría de nosotros, innatamente, puede diferenciar la sonrisa falsa de la que evoca una verdadera alegría.