Caroline Herschel con su cometa. (Imagen D.P. vía Wikimedia Commons) |
Las mujeres empezaban a tener la posibilidad de ganarse la vida no sólo como criadas o prostitutas. El arte, la literatura, la costura, la enfermería y la industria textil eran espacios donde podían gozar de cierta independencia. Y las convulsiones de la ilustración que marcaría la segunda mitad del siglo traerían cambios irreversibles.
Caroline Lucrecia Herschel, nacida al mediar el siglo, el 16 de marzo de 1750 en Hanover, no tenía perspectivas demasiado halagüeñas. Como parte de la clase trabajadora, hija de un jardinero y músico y su tradicionalista mujer, había sufrido una infancia de enfermedades. La viruela le había dejado cicatrices en las mejillas y una leve deformación en un ojo, y también había padecido de tifus a los 10 años, por lo que su estatura nunca superó 1,30 metros. Sus posibilidades de casarse eran, pues, escasas. Su suerte tomó primero la forma de su padre, empeñado en darle a sus hijos una educación amplia. Eran cuatro varones y seis mujeres, y la educación de estas últimas enfrentó la oposición de su madre, tradicionalista y adusta, y que en el caso de Caroline, consideró más práctico convertirla en su criada, mientras Isaac, el padre, la educaba casi a escondidas.
El destino que parecía esperarle cambió cuando su hermano William decidió llevarla consigo a Bath, Inglaterra, donde tenía una buena posición como organista y director de orquesta. La llevó, sí, como sirvienta, pero además le enseñó inglés, matemáticas y música. Caroline pronto se reveló como una soprano de gran calidad que realizó un buen número de presentaciones ante el público, con su hermano como director de orquesta.
William Herschel era mucho más que músico, siguiendo los variados intereses de su padre que había experimentado una gran fascinación por el cielo. Cada vez fue interesándose más en la astronomía y Caroline empezó el camino de la ciencia con él, como su asistente, puliendo los espejos con los que su hermano construiría su primer telescopio. William descubrió el planeta Urano en 1871 y pronto fue nombrado caballero del reino y astrónomo real por el rey Jorge III.
Dedicado totalmente a la astronomía, William empezó una serie de observaciones de todo el cielo a través de su telescopio, que registraba cuidadosamente Caroline para después llevar a cabo los cálculos matemáticos que convertían las observaciones en datos precisos. Esas observaciones dieron como fruto el descubrimiento de más de 2.500 nebulosas (que hoy sabemos que son otras galaxias) y grupos de estrellas.
Caroline también empezó a hacer sus propias observaciones astronómicas con un telescopio que le regaló su hermano y el 26 de febrero de 1783 hizo su primer descubrimiento astronómico: un grupo de estrellas que hoy se conoce como NGC 2360. A ese acontecimiento seguiría el descubrimiento de 14 nuevas nebulosas.
El cometa de la primera dama
Sólo tres años después, ya como astrónoma por derecho propio identificó un objeto que se movía lentamente por el cielo. Era el 1º de agosto de 1786 y Caroline informó a otros astrónomos para que observaran el objeto que ella había hallado, un cometa... el primero descubierto por una mujer, denominado C/1786 P1 o, más poéticamente, “el cometa de la primera dama”. Poco después también descubriría otra nebulosa, NGC 205, galaxia compañera de nuestra más cercana vecina cósmica, la galaxia de Andrómeda.
Sus logros no pasaron desapercibidos y al año siguiente, 1787, el rey Jorge III empleó formalmente a Caroline como asistente de su hermano, un hecho que la convirtió en la primera mujer que recibió un pago por prestar servicios de carácter científico. Su asignación anual, sin embargo, era de 50 libras, la cuarta parte de las 200 que recibía su hermano.
Dependiente de William pese a todo, Caroline encontró su libertad científica finalmente cuando su hermano se casó en 1788 y su esposa se hizo cargo de las obligaciones de la casa, permitiéndole a la astrónoma dedicar más tiempo a sus observaciones y cálculos. En los siguientes años, Caroline Herschel descubriría otros siete cometas, el último en 1797. No sería sino hasta 1980 cuando otra mujer lograría romper su récord de descubrimientos: Carolyn Shoemaker, que ha descubierto la impresionante cantidad de 32 cometas, además de unos 800 asteroides, más que ningún otro ser humano, hombre o mujer.
Entre 1786 y 1797 se ocupó de hacer un nuevo catálogo de estrellas revisando, corrigiendo y adicionando con sus observaciones y las de su hermano, el que había desarrollado John Flamsteed, revisando las posiciones de las estrellas conocidas y agregando la de otros 650 astros. El catálogo sería publicado por la Royal Society en 1798.
Además de su trabajo personal, Caroline Herschel jugó un papel fundamental en la educación de su sobrino John, el hijo de William Herschel. Impulsó su curiosidad, influyó para que estudiara en Cambridge y trabajó con él al final de su vida como asociada en investigación.
Al morir su hermano en 1822. Caroline volvió a Hanover a vivir con su hermano menor y continuar su trabajo en el catálogo de todos los hallazgos que habían realizado ella y William, la abrumadora cantidad de 2500 nebulosas, que finalmente envió en 1828 a la Royal Astronomical Society. Esta sociedad científica, que había tenido una relación estrecha con Caroline durante años, tomó entonces la decisión sin precedentes de concederle su medalla de oro y hacerla miembro honorario de la organización. En 1838 también fue elegida miembro de la Real Academia Irlandesa y en 1846 el entonces rey de Prusia, Federico Guillermo IV, le otorgó la Medalla de Oro de la Ciencia.
Caroline Herschel murió el 9 de enero de 1848, poco antes de cumplir 98 años. Su epitafio, escrito por ella misma, dice “Los ojos de ella quien es glorificada aquí abajo se dirigieron a los cielos pletóricos de estrellas”. Y al dirigirlos a las alturas se convirtió en la científica más importante desde Hipatia de Alejandría, abriendo el camino a muchas otras astrónomas, astrofísicas y cosmólogas.
La fama y el baileEn los últimos años de su vida, Caroline Herschel fue una celebridad cuya compañía buscaban científicos y personajes de la élite europea, y disfrutaba la fama. Su sobrino, John, recordaba que a los 83 años recorría alegremente con él la ciudad y, por las noches, cantaba rimas antiguas y bailaba, una mujer feliz. |