Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

De geología y evolución

Una de las más contundentes evidencias que confirman que la evolución de las especies ha ocurrido comenzó con una observación tan sencilla como audaz.

La dorsal mesoatlántica. (Foto D.P de National Oceanic
and Atmospheric Administration via Wikimedia Commons)
Existe una población de tortugas verdes, unas enormes tortugas marinas que se encuentran en aguas tropicales de casi todo el mundo, que habita en la costa de Brasil y que tiene la peculiar costumbre de que, para reproducirse, nada una impresionante distancia de 2.000 kilómetros hasta la Isla de Ascensión, a la mitad del océano Atlántico entre Brasil y África, en la cordillera que lo recorre de norte a sur, la llamada Dorsal Mesoatlántica.

La pregunta razonable que cualquier biólogo se hace ante un fenómeno así es ¿por qué ocurre? Estas tortugas se reproducen en playas cercanas a las de su nacimiento, aunque viven la mayor parte del tiempo en el mar, cerca de costas que pueden estar relativamente alejadas de su costa natal, generalmente en islas donde entre otras cosas hay menos depredadores de sus nidos. Pero la distancia que viajan las tortugas de la isla de Ascensión es muchísimo mayor que la habitual entre otras de su especie.

La respuesta a esta pregunta se encuentra en una observación que hizo a principios del siglo XX el geofísico alemán Alfred Lothar Wegener: la plataforma continental de Suramérica parecía que podía encajar con extraordinaria precisión en África. Y la Antártida, Australia, la India y Madagascar parecían piezas de un puzzle alrededor del extremo sur de África. Cierto, no fue Wegener el primero en notar este curioso hecho, que ya se había registrado en el siglo XVI conforme se iban haciendo los primeros mapas detallados del mundo que se iba descubriendo, literalmente, día a día. Pero fue él quien por primera vez se planteó una posibilidad que iba en contra de la hipótesis sobre nuestro planeta que llevaba 50 años dominando la geología.

Según esta hipótesis, llamada “geosinclinal”, las masas de los continentes eran características fijas de la superficie terrestre, apenas alteradas por algunos movimientos que provocaban los plegamientos de la corteza que forman las cordilleras. Esta visión de la corteza terrestre era coherente, además, con la edad que se calculaba por entonces que tenía la Tierra, y que era de entre 18 y 400 millones de años. Este cálculo cambiaría conforme se iban descubriendo más datos sobre asuntos como la composición interna del planeta, o la historia del sistema solar y del universo.

Wegener pensó que esto no era así, sino que quizás los continentes se movían, acercándose y alejándose entre sí, una idea audaz que con el tiempo se convertiría en la teoría de la tectónica de placas, según la cual la corteza terrestre está formada por distintas placas en movimiento, que “flotan”, por decirlo de alguna manera, sobre el manto terrestre. Algunas placas se alejan entre sí, otras están chocando y una se mete por debajo de la otra (subducción) mientras que algunas se mueven en direcciones contrarias provocando fricción. Es la tectónica de placas.

Para sustentar su hipótesis, Wegener echó mano de la relativamente nueva ciencia de la paleontología. Se dedicó no sólo a comparar las capas geológicas a ambos lados del Atlántico y otros aspectos que sustentaban su teoría, sino que estudió los fósiles presentes en las dos costas.

Cuando se analizan los fósiles presentes en continentes que estuvieron unidos en el pasado, es posible ver que en un momento dado, estamos ante las mismas especies. Si no había puentes terrestres que hubieran unido a los continentes (como se creía antes de Wegener), lo que se demostraba con la evidencia geológica, la única explicación que quedaba era que los continentes habían estado unidos en un momento del pasado y se habían separado lentamente.

La evidencia fósil fue uniendo las piezas del puzzle del planeta. Los helechos Glossopteris se encontraban en puntos de las costas de Sudamérica y África que alguna vez estuvieron unidos, pero también en puntos de la India, la Antártida y Australia, dibujando la forma en que estuvieron juntos estos continentes. El reptil fósil Cinognathus también unía a Sudamérica y África, mientras que el Lystrosaurus aparecía en África, la India y la Antártida.

La evidencia fósil de Wegener sustentaba su idea de la corteza terrestre en movimiento. Pero, al mismo tiempo, la tectónica de placas explicaba fenómenos que con el tiempo se han situado como algunas de las más sólidas pruebas sobre la evolución.

En el modelo contemporáneo, la corteza terrestre está dividida en siete grandes placas, ocho de menor tamaño y una gran cantidad de otros pequeños fragmentos. A lo largo de la historia del planeta, estas placas se han desplazado, formando en ocasiones grandes continentes que luego se han separado en un movimiento incesante. La última vez que esto ocurrió fue hace unos 225 millones de años, cuando los continentes estaban unidos en la masa llamada “Pangea”. Esto coincidió con una de las más completas extinciones de especies en la Tierra, la Pérmica-Triásica, en la que desapareció entre el 90 y el 95% de todas las especies marinas.

A partir de entonces, podemos seguir la historia de la vida, su evolución y adaptación, a lo largo de las líneas de los continentes en movimiento. Los elefantes, que aparecieron en África, vieron que parte de su población era apartada con el desplazamiento de la India, y ambos grupos empezaron a evolucionar y adaptarse independientemente, dando lugar al elefante africano y el elefante asiático que conocemos hoy.

El otro ejemplo clásico es la fauna australiana. El continente australiano se separó de los demás hace 55 millones de años y su aislamiento fue responsable de que en él los mamíferos evolucionaran independientemente de todos los demás, sin desarrollar la placenta como forma de alimentación y protección de las crías en formación, sino el marsupio o bolsa donde terminan su desarrollo.

La evolución fue una prueba de la tectónica de placas, y ésta a su vez es una demostración de cómo se ha desarrollado la evolución de varias maneras. Un buen ejemplo de cómo las distintas disciplinas del conocimiento se entrelazan para ofrecernos una explicación cada vez más completa del mundo que nos rodea y de su evolución.

La tectónica de placas y nuestra especie

Hace unos 7 millones de años que el linaje humano (los homininos) se separó de los demás primates, y la tectónica de placas podría explicar parcialmente por qué. El surgimiento de la “Pared de África”, una cadena de montañas y mesetas que van desde Etiopía hasta Sudáfrica, habría obstaculizado, según una hipótesis, la llegada de la humedad oceánica a los antiguos valles, convirtiendo exuberantes selvas tropicales en las sabanas y llanuras que favorecieron que nuestros ancestros desarrollaran la capacidad de caminar en dos patas, el primer escalón que lleva a lo que somos hoy.