Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

El tejido del tiempo

No podemos definir el tiempo, apenas podemos medirlo y tratar de responder a algunas de las interrogantes que plantea: ¿tuvo comienzo?, ¿transcurre de modo uniforme?, ¿se puede viajar al pasado?

Muy temprano en su historia como especie, el hombre enfrentó el acertijo del tiempo. La sucesión del día y la noche y de las estaciones, los ciclos recurrentes, contrastaban con sucesos que no se repetían, sino que tenían una duración determinada, como la leña que se quemaba y, en particular, la vida humana. Para algunos paleoantropólogos, la aparición de los ritos funerarios es una de las señas claras de humanidad en nuestra especie y en las otras especies humanas que ha habido, como los neandertales.

La primera persona que sabemos que enunció la irreversibilidad del tiempo y su efecto en el universo, que es el cambio, fue el filósofo griego Heráclito de Éfeso, que señaló que "Todo fluye, nada está detenido" y observó que un hombre no puede entrar dos veces en el mismo río, porque entre la primera y la segunda vez, tanto el hombre como el río habrán cambiado. El tiempo, así, se convierte en la medida del cambio. Para Isaac Newton, el tiempo era, junto con el espacio, un contenedor o recipiente de los sucesos, tan real como los sucesos que contiene, y su flujo era siempre constante. Esta visión se contraponía con lo sugerido por el matemático Karl Leibniz, para quien el tiempo, como el espacio y los números, eran sólo aparatos conceptuales que usamos para describir las interrelaciones de los acontecimientos, pero sin existencia real.

El debate entre ambas posiciones se mantuvo hasta la llegada de Albert Einstein al panorama de la física con su Teoría General de la Relatividad. Esta teoría, que explica mejor el universo que la de Newton, ampliándola a los terrenos de lo muy grande y lo muy pequeño, derribó efectivamente la frontera entre el espacio y el tiempo para enseñarnos a hablar de un "continuo espaciotemporal", situando al tiempo como la cuarta dimensión del universo.

Hoy, el simple sentido común nos dice que la conclusión de Einstein es perfectamente lógica. Por ejemplo, supongamos que alguien nos cita para una reunión. Nos tiene que dar, por supuesto, direcciones en tres dimensiones espaciales, es decir, en qué punto del mapa está el lugar de la reunión, por ejemplo, la esquina de la calle A con la calle Z. Eso nos da, por supuesto, dos dimensiones. Pero necesitamos una tercera, para saber si habremos de verlo en los bajos del edificio o en el piso 18. Así, nuestros domicilios son un conjunto de coordenadas en tres dimensiones que indican dónde vivimos. Pero para esa reunión necesitamos la cuarta coordenada, la cuarta dimensión: la hora de la reunión. Así, el acontecimiento se define en cuatro dimensiones, las tres del espacio (calle A esquina con calle Z, piso N) y una del tiempo (a las 4:30 en punto).

Pero Einstein hizo algo más importante: eliminó el concepto del "tiempo absoluto" de Newton sin caer en el tiempo conceptual de Leibniz. En la teoría de la relatividad, se puede describir el movimiento sin acudir al tiempo. Las ecuaciones fundamentales de la teoría einsteiniana no hacen referencia alguna al tiempo, de modo que no se puede hablar del tiempo de modo general (como Newton) ni abstracto (como Leibniz), sino que debe establecerse en cada caso en particular estableciendo los procesos físicos que se usarán para medir el tiempo. Una vez que se indica el proceso, la teoría puede explicar todo el movimiento.

Esto significaba algo especialmente importante, que el tiempo no es un elemento absoluto ni fluye de modo constante, sino que es relativo a la velocidad de desplazamiento de un objeto o persona. La forma más clara de expresar esta conclusión, convalidada por numerosos experimentos, es la de los hermanos gemelos. Supongamos que uno de dos hermanos gemelos se queda en la Tierra durante sesenta años, mientras que su mellizo viaja a grandes velocidades (cercanas a la de la luz) durante ese mismo tiempo. Lo que ocurrirá será que, al volver, el hermano viajero será mucho más joven que el que se quedó en la Tierra, ya que al moverse a gran velocidad, el tiempo transcurrirá más lentamente para él. Si se mueve a la velocidad de la luz, el tiempo se detendría completamente para él, pero es imposible alcanzar la velocidad de la luz por asuntos que también se derivan de la teoría de Einstein.

Sin embargo, otros problemas del tiempo se mantienen. Hasta hoy, toda la evidencia que tenemos indica que lo que los físicos llaman "la flecha del tiempo" sólo se mueve en una dirección, es decir, que es imposible ese sueño de los escritores de ciencia ficción de viajar al pasado. El único viaje en el tiempo que podemos hacer es, como decía el escritor Damon Knight, hacia delante, a un segundo por segundo. Y, sin embargo, algunas interpretaciones de la física cuántica indican que esto podría no ser del todo cierto.

El otro problema que ha resuelto la física es el del inicio del tiempo. Para los cosmólogos, el tiempo surgió junto con el espacio y la materia en la gran explosión o Big Bang que dio origen al universo, hace aproximadamente 15 mil millones de años. Dado que sólo en ese momento existió el tiempo, no tiene siquiera sentido preguntar ¿qué había antes del Big Bang?, porque no existió un "antes" de ese acontecimiento. Es el principio de todo. Esto dejaría, claro, pendiente el problema del final del tiempo. La eternidad concebida como un tiempo sin fin (tenga o no un principio) puede no ser una visión precisa de la realidad: el tiempo que comenzó podría terminar, así sea dentro de miles de millones de años, posibilidad que algunos encuentran muy poco agradable.

La paradoja del abuelo


La idea de viajar al pasado, recurrente en la ciencia ficción, enfrenta un problema que se conoce como "la paradoja del abuelo": si usted viaja en el tiempo y asesina a su abuelo antes de que éste pudiera procrear a su padre, su padre no existirña en el futuro y, por tanto, usted tampoco existiría. Y si usted no existe, no podría volver al pasado para matar a su abuelo.

La paradoja parece irresoluble a menos que se considere la posibilidad no de un universo, sino, siguiendo algunos desarrollos de la física cuántica, la de los multiversos, un número infinito de universos posibles. Todos los universos posibles, según esta idea, coexisten al mismo tiempo. Así, al viajar usted al pasado y matar a su abuelo, estaría realmente viajando a otro pasado posible idéntico a éste en el que mataría a su abuelo. En ese universo, su padre y usted nunca existirían, pero eso no importaría porque usted sería un extraño en ese universo. Pero en ese supuesto, al volver a su universo vería que no habría matado a su abuelo, reconciliándose así los dos polos de la paradoja.

El mundo digital

Todo parece ser digital, y todo lo digital parece ser bueno y deseable, pero ¿qué es lo digital, cuáles son sus ventajas y desventajas?

La democratización o, quizás, mercantilización de la palabra "digital", y los años transcurridos desde que se puso en marcha, ha dejado olvidado el significado de la palabra "digital" y las importantes diferencias que tiene respecto de la forma anterior de representar el mundo y la información, la "analógica". Parece oportuno, entonces, hacer un repaso de lo que realmente significa esa omnipresente palabra.

Muchas cosas ocurren de manera continua en el tiempo. Por ejemplo, en la música tenemos sonido vibrando continuamente. Si deseamos registrar el sonido, podemos utilizar un sistema como el de Tomás Alva Edison: un sustrato en el cual las ondas sonoras mueven un estilete que va grabando físicamente un surco continuo. Al hacerse pasar otro estilete con un dispositivo de amplificación sobre el sustrato, se reproducirá el sonido de manera analógica, es decir, donde cada valor representado es análogo al original. Es el principio que se utilizó en los discos de música hasta principios de los años 80, cuando apareció el disco compacto digital. Recientemente, y en manos de pichadiscos, DJ o diyéis, el disco de vinilo ha reaparecido como recordatorio de los orígenes del registro analógico de la música.

El problema es que los ordenadores no pueden trabajar con señales continuas o analógicas. Los ordenadores sólo entienden un idioma formado a partir de números, y los números no son continuos, sino son lo que los matemáticos llaman "discretos". Los números son dígitos, y por tanto digitalizar algo es simplemente convertirlo en una serie de números que puedan manejar los ordenadores y todos los dispositivos, máquinas, aparatos y adminículos basados en los principios de la informática.

Los números y los símbolos tales como las letras son de por sí discretos o discontinuos. No hay una gradación continua de valores entre la letra "a" y la letra "b", por ejemplo, de modo que los símbolos que forman las palabras que usted lee mantienen intacto su valor desde que yo los escribo en un ordenador hasta que llegan a usted. Pero si tratamos de representar para un ordenador un sonido que suba continuamente de una nota grave a una aguda, como lo puede hacer un cantante o un violón, tenemos que digitalizarlo o convertirlo en números, y para ello debemos darle un valor a la nota más grave y otro a la más aguda. Por ejemplo, podemos asignarle 1 a la nota más grave y 50 a la nota más aguda. Lo que ocurrirá es que nos veremos obligados a incluir toda la gradación tonal en sólo 50 sonidos. En la vida real, la señal analógica es continua, pero en el mundo digital habrá un 1 y luego un 2, sin nada en medio. Al escuchar esta sucesión de 50 tonos, lo más probable es que el oído humano detecte 49 saltos desagradables de un tono a otro más alto, sin la continuidad del original.

Para mejorar nuestra percepción de ese sonido, podemos dividirlo no en 50 fragmentos, sino en 100, o en 1000, o en 100.000. Al ir usando más números para representar esa continuidad, llegará el momento en que nuestro oído perciba los fragmentos como si fueran continuos. Esto se debe solamente a las limitaciones de los sentidos, pero sigue siendo una sucesión de fragmentos discontinuos. Es decir, al aumentar la tasa de muestreo o la resolución digital de lo que estamos reproduciendo, podemos dar la ilusión de que es continuo, nada más. Y, lo que es más importante, hay una determinada cantidad de información que se habrá perdido en el proceso de digitalización o conversión en números.

La tasa de muestreo o la resolución del proceso de digitalización resulta así esencial para la calidad del producto final. Una fotografía de una cámara digital ya vieja, de 640 x 480 píxeles, por poner un caso, pierde muchísima información, porque todo lo que hemos fotografiado está representado únicamente por 307200 puntos, y cada uno de esos puntos sólo puede tener una cantidad limitada de información en cuanto a color y luminosidad. Esa cámara tiene así 1/3 de megapíxel de resolución. Muy poco si la comparamos con una moderna cámara profesional capaz de registrar la misma escena con 11 millones de puntos (11 megapíxeles), cada uno con varios miles de valores posibles en cuanto a color y luminosidad.

Sin embargo, por grande que sea la calidad, la información que se pierde al digitalizar un continuo es irrecuperable. Esto carece de importancia en algunos casos, como en documentos que podemos escanear o digitalizar a baja resolución porque sólo nos importa su contenido literal, y da igual que no se haya reproducido una mota de polvo o una arruga del papel. Pero la pérdida de información es una preocupación al digitalizar un documento histórico que puede contener información no sólo por lo que está escrito en él, sino por la disposición de las fibras del papel (que pueden dar pistas sobre su fecha y lugar de producción), minucias caligráficas, imperfecciones en el trazo que pueden hablar del tipo de pluma o tinta empleadas.

La pérdida de esa información se compensa con una de las características más asombrosas de los documentos digitales, una que hoy damos por hecho pero que fue un sueño inalcanzable durante gran parte de la historia humana: la posibilidad de tener copias perfectas de los archivos digitales. Ya teniendo un archivo digital, de sonido, de imagen, de cine, de lo que sea, lo podemos copiar sin que pierda ya nada más de información.


La telefonía digital


Anteriormente, nuestras palabras se convertían en variaciones de voltaje que viajaban por un cable de un teléfono al otro. Esa telefonía analógica se ha visto reemplazada por una telefonía digital asombrosa, en la que todos los sonidos que emitimos se convierten en números que se unen en "paquetes". Dada la velocidad a la que se comunican los ordenadores, un solo cable (y más si es de fibra óptica) o una onda de radio (en la telefonía móvil) puede transmitir decenas y hasta miles de conversaciones al mismo tiempo. Los "paquetes" de cada conversación tienen una "etiqueta" numérica que permite que un ordenador al otro extremo reconstruya la "grabación digital" de las palabras de cada una de las conversaciones, sin confundirlas, y las transmita a la persona con la que hablamos, todo a tal velocidad que nos resulta imperceptible. Y al no estar sometidos tales "paquetes digitales" a interferencias eléctricas, la calidad del sonido es muy superior a la de la telefonía analógica, pese a que cada cosa que decimos y escuchamos ha sido convertida en números, destazada, enviada y recompuesta de nuevo, a veces al otro lado del mundo.

Las reglas del cortejo

Encontrar pareja y reproducirse es uno de los imperativos de la vida. El proceso tiene expresiones que a veces rayan en el absurdo, y no sólo entre los otros animales.

"El cortejo", pintura de Edmund
Leighton
(D.P., vía Wikimedia Commons)
La danza de cortejo de las aves llega a su mayor complejidad entre las aves del paraíso, varias decenas de especies de aves de Oceanía cuyos machos tienen los plumajes más elaborados y coloridos del planeta, a más de ser en muchos casos danzarines capaces de complejísimas evoluciones, recolectores de objetos brillantes, tejedores de chozas y expertos en otros tipos de exhibición cuyo objetivo es conseguir pareja entre las hembras, de colores poco llamativos y sin plumajes excesivos.

Estas acciones y el aspecto de los machos en muchas especies lo explica la biología evolutiva como una forma de señalar a las hembras que tienen ante ellas a posibles parejas que sanas, capaces, hábiles y, por tanto, adecuados para donar sus genes a la siguiente generación y, en su caso, para cuidarla. Las conductas y aspecto han ido evolucionando como parte de la competencia de los machos, hasta llegar incluso a poner en riesgo otras capacidades. El ejemplo clásico es el pavorreal, cuyas plumas casi le impiden volar, pero como los machos que las tienen muy cortas no consiguen procrear, al paso de miles de generaciones, las plumas del pavorreal se mantienen en el precario equilibrio necesario para todavía volar pero al mismo tiempo impresionar debidamente a las hembras.

El cortejo puede ser mortal. Una leona madre y solitaria que se una a un nuevo macho verá cómo su pareja recién obtenida mata a los cachorros del anterior padre, asegurando así que la hembra entre en celo más rápidamente y los que vivan sean sus descendientes, los que llevan sus genes. El cortejo de los zánganos en el macabro "vuelo mortal" de la abeja reina termina con todos muertos, incluso el triunfador, el más fuerte que logra alcanzar a la hembra y aparearse con ella. Entre los insectos y arañas no es infrecuente que el que el macho termine como almuerzo de su pareja incluso durante la cópula o que se haya reducido en tamaño hasta ser casi un parásito de la hembra, un simple depósito de esperma.

Todas las herramientas de los sentidos pueden entrar en acción durante el cortejo, desde la vista y el sonido (el canto de las aves, además de marcar territorios es, en algunas especies, elemento clave para obtener cónyuge), hasta el olor, el sabor y el tacto. Por ejemplo, al parecer los seres humanos somos más sensibles a los olores sexuales (las llamadas feromonas) de lo que creíamos. El hecho de que nuestro olfato esté atrofiado para algunos menesteres no significa, en modo alguno, que lo esté del todo, y así lo demuestran experimentos donde grupos de mujeres y hombres han identificado los olores más y menos atractivos en camisetas usadas por miembros del sexo opuesto. El estudio ya famoso de Claus Wedekind en Berna, en 1996, demostró por ejemplo que hombres y mujeres hallaban más atractivo el olor de los miembros del sexo complementario cuyos sistemas inmunes eran radicalmente distintos a los propios. Desde entonces, las camisetas sudadas se han usado en numerosos estudios que nos van revelando nuestra sensibilidad a los aromas. (Habría que señalar que estos aromas humanos (que se degradan fácilmente debido al uso de la ropa, volviéndose desagradables en muy poco tiempo) nada tienen que ver con los perfumes que ahora ofrece el mercado con "feromonas", palabra que se usa como reclamo publicitario sin contenido significativo real.)

Luchas a topes entre los carneros o enfrentamientos enseñándose los dientes entre los lobos, exhibición del plumaje entre las aves, el potente croar entre las ranas, las complejas danzas en algunas especies de peces o los largos días de juegos, persecuciones y arrumacos de los osos antes de que la hembra decida si acepta o rechaza al candidato… todas las formas del cortejo que ha generado la evolución finalmente sólo tienen un objetivo: demostrarle a la hembra que el macho tiene los mejores genes. Y en ese contexto generalizado entre las especies, algunas personas se preguntan por qué el ser humano es distinto, por qué entre los seres humanos las hembras se decoran y perfuman para ser atractivas mientras que el macho de la especie es poco agraciado.

Según estudiosos de la etología, la ciencia natural del comportamiento animal, como Anatoly Protopopov, el producto cultural de la belleza femenina artificial no puede equipararse a los despliegues de los machos en otras especies, y recuerda que entre los demás animales, especialmente mamíferos superiores, no siempre el macho se distingue o consigue el triunfo en el cortejo por su atractivo físico, sino que demuestra la "calidad" de sus genes exhibiendo otras características reveladoras, como la fuerza, la habilidad para procurarse alimento, el valor y la inteligencia. Según estos estudios, la mujer se hace atractiva para informar que está dispuesta para el cortejo, que los hombres a su alrededor pueden competir con la esperanza de ganar, si les interesa ella, pero son ellos los que tienen que demostrar que son más fuertes, más simpáticos, más inteligentes, más hábiles, y entonces, la mujer elige, aunque lo haga con enorme sutileza. Salvo en las sociedades en las que los hombres pretenden derrotar este mecanismo forzando la sumisión total de las mujeres (y aún en tales sociedades ellas pueden ejercer fuertes represalias), este mecanismo es evidente en cuanto sabemos buscarlo. Difícilmente se puede decir que una cantante famosa tenga más parejas por el hecho de ser rica y famosa, pero parece bastante evidente que tal sí es el caso de los ricos, poderosos y famosos en general, aunque no sean muy agraciados.

Resulta así que, si bien en la ecuación del cortejo humano intervienen muchos elementos culturales y sociales, no está de más tener presente que estamos por nuestras bases biológicas, y que, en gran medida, seguimos las mismas reglas del cortejo que los demás animales del planeta.

La química del amor

La doctora Helen Fisher, de la Universidad de Rutgers, es una de las principales estudiosas del amor desde el punto de vista científico, una tarea que apenas ahora se empieza a abordar. Para el amor, identifica tres fases en las que intervienen distintas sustancias. La primera es el deseo sexual, movido por las hormonas sexuales, la testosterona y el estrógeno. La segunda es la atracción o enamoramiento arrebatado, donde entra en juego un grupo de neutotransmisores específicos: la dopamina, la adrenalina y la serotonina. La tercera etapa es la de la apego, que permite la formación de una pareja a largo plazo, donde actúan de modo especial dos hormonas del sistema nervioso: la oxitocina y la vasopresina.

La energía gratis y el universo de queso

Una empresa irlandesa ha anunciado que ha creado una máquina que produce más energía de la que consume. No es la primera en afirmarlo… ni será la última… ni es probable que sea verdad.

Ante los problemas del petróleo en el mundo, tanto por la situación de los principales países productores como por el hecho de que se agotará en un futuro más o menos previsible y más o menos cercano, no es raro que resurja el sueño de obtener energía gratis. Y no no se trata de emplear fuentes de energía de fácil acceso y difícil monopolio (el sol, el viento, las mareas), sino de algo mucho más esotérico: obtener energía, literalmente, de la nada.

Periódicamente aparece alguien afirmando haber logrado esta hazaña que cambiaría la historia. Imaginemos pozos y bombas de riego en África, donde las sequías provocan atroces tragedias. Contar con ordenadores, televisores, videocámaras, respiradores, bombillas de alumbrado, teléfonos móviles, ambulancias, cohetes para poner satélites en órbita y cuanto aparato hoy consume electricidad o cualquier otro tipo de combustible, pero accionados por una fuente de energía que los físicos llaman máquina de movimiento perpetuo. Y se lograría la paz en el Medio Oriente.

Ahora toca el turno a Sean McCarthy, dueño de la empresa irlandesa Steorn Research, quien ha conseguido más publicidad de la que podría pagar su empresa con un anuncio en la prestigiosa revista The Economist "invitando" a los científicos a poner a prueba un motor que, asegura, produce energía de la nada. La afirmación, sin embargo, perdió bastante emoción una semana después, cuando los reporteros del prestigioso diario The Times de Londres se presentaron a entrevistar a McCarthy acompañados de su experto en física John White, y el empresario decidió sin más explicaciones no enseñarles la máquina, sino apenas una puerta que decía "Prohibido el paso", asegurando que tras ella estaba la maravilla.

Antes de McCarthy, el camino de la máquina de movimiento perpetuo ha sido recorrido por muchos desde que, en el siglo XII, el autor indostano Bhaskara propuso un curioso ingenio formado por una rueda rodeada de recipientes llenos en parte con mercurio y que conseguiría teóricamente que siempre fuera más pesada de un lado que del otro, provocando que girara eternamente. No funcionó… y no funcionaron los miles y miles de máquinas similares propuestos desde entonces. En algunos casos, los pretensos inventores son bienintencionados que creen haber descubierto algo con una suposición ingeniosa que se rehúsa a operar en la realidad. En otros, son personas convencidas de que las leyes de la física son imposiciones opresoras inventadas por los científicos como parte de una conspiración para ocultar "la verdad" y así servir a los intereses de las grandes petroleras (o cosa similar), y buscan demostrar su creencia, exagerando sus aparentes avances y minimizando sus constantes fracasos. Están, al final, los timadores simples que utilizan máquinas fraudulentas para pescar "inversores" que aporten los fondos necesarios para “perfeccionar” el descubrimiento… el descubrimiento no existe ni se perfecciona, pero el ofertante de este sueño de humo consigue vivir como marajá.

Cada nueva máquina de movimiento perpetuo fallida, que parecía que podía funcionar pero que no lo conseguía en la realidad, sirvió al menos para que los físicos se preguntaran por qué no funcionaban. Esto llevó a algunas observaciones interesantes. Por ejemplo, se constató que en un sistema estable, el calor fluye siempre de los cuerpos más calientes a los más fríos, algo que se conoce como la Segunda Ley de la Termodinámica. Debido a ella, un aparato que provoque el frío mediante una bomba de calor (como la nevera de nuestra casa) sólo puede hacerlo utilizando más energía de la que extrae de la zona fría. Esto se ejemplifica con un experimento: si dejamos la nevera con la puerta abierta en una habitación herméticamente cerrada, ¿la temperatura de la habitación tenderá a subir o a bajar? La respuesta es que subirá sin cesar, porque el motor de la nevera genera más calor que frío, y la energía eléctrica que acciona la nevera acaba convertida en calor dentro de la habitación, superando con mucho al frío local del interior del aparato. Ese comportamiento del universo se describe mediante leyes que no tienen nada que ver con las leyes mutables, variables y dependientes del capricho humano que pueden salir de un congreso de legisladores o de los delirios de un dictador, sino que son sistematizaciones de lo observado.

El estudio del universo también nos ha enseñado que no existe ninguna máquina que sea 100% eficiente. En un automóvil, no toda la energía del combustible se convierte en movimiento del vehículo, sino que una parte se disipa como calor por las explosiones, por la fricción de las partes del motor y la transmisión, por la fricción de las ruedas contra el suelo y por la fricción del vehículo contra la atmósfera. Esa energía disipada no es recuperable. Una máquina 100% eficiente no generaría calor, ni estaría sujeta a la fricción que encontramos incluso en el espacio exterior, sino que convertiría en trabajo utilizable la totalidad de la energía que se le alimente, eléctrica, química o de cualquier forma, y por tanto una máquina que fuera más de 100% eficiente no sólo no disiparía energía, sino que estaría produciéndola de la nada. Y hasta donde sabemos, la energía en el universo es constante, no se puede crear ni destruir, sólo transformar.

Pero la duda no es trivial: ¿no es posible que los conocimientos que tenemos de la física sean incorrectos?, ¿es totalmente imposible una máquina de movimiento perpetuo? Lo más que se puede decir es que parece tan poco probable como levantarnos nosotros mismos tirando de los cordones de nuestros zapatos, pero podría ser… e igualmente podría ser que el universo esté hecho fundamentalmente de queso de cabra. Pero mientras no se vea y estudie una de esas máquinas funcionando, no sería recomendable empezar a construir las estatuas que en todo el mundo deberían erigirse a quien nos liberara de los límites que impone el universo… ni comprar una franquicia de queso de cabra universal.

Leonardo ya lo sabía


“Sacar algo de nada” es, precisamente, la forma en que Isaac Newton se refirió a quienes buscaban el “santo grial” llamado “máquina de movimiento perpetuo”, y eso pese a que el propio Newton se planteó seriamente la posibilidad de convertir unos metales en otros siguiendo las tradiciones alquímicas. Leonardo Da Vinci realizó varios dibujos de posibles máquinas de movimiento perpetuo, se dio cuenta de que no funcionarían y al final se burló de quienes deseaban crear el movimiento perpetuo poniéndolos a la par de “los más estúpidos nigromantes y magos”.