Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Galileo, el rebelde renuente

Galileo Galilei, retrato
de Ottavio Leoni
En 2009, el Vaticano develará una estatua de Galileo Galilei en sus jardines, en capítulo más de un desencuentro originado en 1613 cuyos efectos siguen marcando a la ciencia y a la iglesia.

El choque que protagonizaron Galileo Galilei y la Inquisición a principios del siglo XVII es uno de los momentos más famosos de la historia del pensamiento científico, pero no siempre bien conocido, sino rodeado de leyendas y verdades a medias.

Nacido en Pisa, Italia, en 1564, Galileo Galilei se inclinó por las matemáticas llegando a ocupar la cátedra en su ciudad natal con apenas 25 años de edad. Tres años después, en 1592, fue a la Universidad de Padua, donde fue durante 18 años profesor de geometría, mecánica y astronomía, además de realizar importantes trabajos de investigación en física, matemáticas y astronomía que le llevaron a proponer algunos fundamentos esenciales del método científico, como la confianza en experimentos que pudieran ser analizados matemáticamente, la fidelidad a los experimentos aunque contradijeran creencias existentes, y la negativa a aceptar ciegamente la autoridad, implicando que se puede, y debe, cuestionar la autoridad si los datos la contradicen.

En 1608, basado en descripciones generales del telescopio inventado muy poco antes en Holanda, Galileo empezó a construir los propios para observar el cosmos. Así, el 7 de junio de 1610, descubrió tres pequeñas estrellas cerca de Júpiter, y durante las siguientes noches pudo observar que se movían, que al parecer pasaban por detrás de Júpiter, y reaparecían. No tardó en concluir que eran lunas en órbita alrededor de Júpiter, y el 13 de enero descubrió la cuarta. El anuncio de este descubrimiento, el de un cuerpo celeste alrededor del cual orbitaban otros, contradecía el modelo geocéntrico, según el cual todos los cuerpos del universo giraban alrededor de nuestro planeta. Sus datos fueron recibidos con suspicacia por astrónomos y filósofos, más cuando, en septiembre de ese año, describió las fases de Venus, similares a las de la Luna, lo que apoyaba al modelo heliocéntrico de Copérnico, señalando que el Sol era el centro del universo. Otras observaciones problemáticas de Galileo fueron las de las manchas solares y de las montañas y cráteres de la Luna. La filosofía vigente consideraba que los cielos eran la expresión de la perfección invariable de la creación, y para Aristóteles los cuerpos astronómicos eran esferas absolutamente perfectas, sin manchas ni irregularidades.

La descripción de sus observaciones astronómicas en sus obras El mensajero estelar de 1610 y Cartas sobre las manchas solares en 1613, abiertamente copernicana, iniciaron la controversia. En una prédica, el Padre Niccolo Lorini, fraile dominico y profesor de historia eclesiástica en Florencia, declaró que la idea copernicana violaba las escrituras. Galileo respondió en su Carta a Castelli, diciendo que las escrituras en no siempre debían interpretarse en sentido literal. El objetivo de Galileo era reconciliar a las escrituras con sus descubrimientos, pero Lorini mandó en 1615 a la Inquisición un ejemplar de la Carta a Castelli modificado a conveniencia para hacer más radical a Galileo, acompañado de sus observaciones compartidas por “todos los padres del Convento de San Marcos”. La Inquisición nombró a 11 teólogos para que calificaran el tema. Las proposición que debían evaluar eran “1. El sol es el centro del mundo y totalmente inamovible de su lugar” y “2. La tierra no es el centro del mundo, ni es inamovible, sino que se mueve en su totalidad, también con movimiento diurno”. Ambas proposiciones fueron rechazadas unánimemente por los calificadores, y consideradas contradictorias con las Sagradas Escrituras “en muchos pasajes”. El resultado fue comunicado a Galileo y se le ordenó abandonar los puntos de vista copernicanos.

Las consecuencias del decreto fueron diversas, entre ellas que la obra de Copérnico fuera incluida en el Index de libros prohibidos. Y la duda central que lo rodeaba era si la orden a Galileo fue solamente de no “sostener y defender” las ideas copernicanas aunque pudieran debatirse en términos hipotéticos, o si se le había exigido que “no enseñara” tales teorías, lo cual implicaba la prohibición de mencionarlas siquiera, incluso como malos ejemplos. Pero este problema se presentaría mucho después. Galileo, pese a todo, era miembro de la Academia de los Linces, la antecesora de la actual Academia Pontificia de las Ciencias, respetado profesor y un error teológico no implicaba un desastre. El Papa le garantizó a Galileo su seguridad, sus obras no fueron prohibidas y su posición académica y social se conservó.

Galileo obtuvo permiso formal de la Inquisición para realizar un libro que presentara una visión equilibrada de las teorías de Copérnico y de la iglesia, que fue su Diálogo referente a los dos principales sistemas del mundo, publicado en 1632 con gran éxito de ventas, adicionalmente. El libro era claramente parcial a la teoría de Copérnico, por lo que a los seis meses se suspendió su publicación y se ordenó al astrónomo comparecer ante el temible tribunal como sospechoso de herejía por haber violentado el mandato del que había sido objeto en 1616. Diez cardenales lo sometieron a un juicio paródico donde el tema no era la verdad o falsedad de las proposiciones de Copérnico, ese tema se había agotado en 1616, sino la desobediencia del astrónomo al publicar su nueva obra. Los evaluadores del Diálogo habían dictaminado que era parcial al copernicanismo, y antes del juicio mismo la iglesia ya había debatido qué hacer con el astrónomo. Aunque Galileo estaba dispuesto a cambiar de “opinión” y reconocer su “error”, los cardenales decidieron exigirle la abjuración del copernicanismo en un plenario del Santo Oficio, lo que ocurrió el 22 de junio de 1633. La sentencia fue que se prohibiera la circulación del Diálogo y que el astrónomo de casi 70 años fuera encarcelado sin plazo fijo a criterio de la inquisición. Entregado al embajador de Florencia, a fines de 1633 se le permitió lo que hoy se llamaría prisión domiciliaria en su granja de Arcetri, donde, ciego por sus observaciones del sol sin protección alguna para sus retinas, moriría en 1641.

Y en 1992...

Habían pasado 376 años desde la decisión de los calificadores sobre la inaceptabilidad del heliocentrismo cuando, ante la Academia Pontificia de las Ciencias, el Papa reinante Juan Pablo II declaró oficialmente que Galileo tenía razón. Pero para ello no se basó en la evidencia científica apabullante reunida durante casi cuatro siglos, sino en las conclusiones de un comité nombrado por el Papa en 1979, mismo que decidió que la Inquisición había actuado “de buena fe” pero se había equivocado. Paradójicamente, el renacimiento llegaba al Vaticano.

Atesorar la diversidad genética

En Noruega, en una cueva cavada en una ladera helada, más de 100 países han colaborado para colocar una muestra de todos los cultivos del mundo, como un extraño seguro para un futuro incierto.

La bóveda de semillas de Svalbard.
(Foto CC de Bjoertvedt, vía Wikimedia Commons)
La noticia fechada el 19 de junio de 2006 parecía, sin duda alguna, de ciencia ficción: los primeros ministros de Noruega, Suecia, Dinamarca, Finlandia e Islandia se reunieron en las islas Svalbard noruegas, a unos mil kilómetros del Polo Norte, para poner la primera piedra en la construcción de una “bóveda del día del juicio final” en el Ártico noruego, una caverna perforada en el helado permafrost de la isla para salvaguardar semillas de todos los cultivos del mundo en caso de un desastre global, con objeto de poder repoblar la tierra con las plantas que nos dan de comer.

El proyecto original, lanzado en enero de ese 2006 establecía que la bóveda noruega soportaría catástrofes naturales como guerras nucleares, epidemias vegetales, cambios climáticos (naturales o no) y otros desastres que pudieran amenazar las fuentes de alimento del planeta. El Fideicomiso Global de Diversidad de los Cultivos empezó entonces a organizar la recolección de las semillas, de modo que en la cueva artificial se tuviera una copia de todo el material genético que está en colecciones en todo el mundo. Entre tales colecciones, destaca la que reúne en España el Centro de Recursos Fitogenéticos del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria, cuyo banco, situado en la Finca "La Canaleja" en Alcalá de Henares, cuenta con “duplicados de seguridad” de todas las colecciones de la red de bancos españoles de semillas, además de llevar a cabo una investigación continua para la recolección de ejemplares de toda la geografía española que enriquezcan su colección de varios miles de especies vegetales, mismas que ahora estarán también salvaguardadas en la bóveda ártica.

Nadie se preguntaba, eso sí, si un desastre que acabara con toda la vida vegetal dejaría sin embargo supervivientes humanos para beneficiarse de las semillas conservadas en la bóveda, pero la utilidad de este proyecto fuera de este aspecto mediático, al preservar una diversidad genética que está modificándose a gran velocidad conforme muchos cultivos se estandarizan a nivel mundial, sacrificando variedades locales de plantes, era tan clara que valía la pena aún cuando la idea de que serviría para después de una guerra nuclear fuera un tanto disparatada. Conservar las variedades genéticas de unos 1.400 bancos de semillas de todo el mundo en condiciones ideales y como parte de un esfuerzo multinacional resulta enormemente atractivo, como respaldo biológico para el día en que se requiera volver a cultivos que por motivos coyunturales (comerciales, de moda alimenticia, por alteración genética tradicional mediante de selección o mediante ingeniería genética, etc.) hubieran sido eliminados del mercado y desaparecieran de los campos de cultivo del planeta. Y como muchos de esos bancos de semillas están en países social y políticamente inestables, la bóveda de Svalbard servirá para conjurar el riesgo de que se pierdan en caso de un conflicto bélico, desastre o abandono.

Sin embargo, la bóveda ártica, pese a su indudable potencia mediática, es sólo una de las herramientas empleadas para preservar la diversidad genética agrícola, de la cual se ha perdido sin embargo ya una gran cantidad, como el maíz silvestre que dio origen a las miles de variedades domésticas que conocemos actualmente sobre todo en América, pero del que no tenemos ejemplares. Hace 9 mil años el hombre comenzó a influir en la evolución de esta planta y los especialistas no saben sin embargo cuál fue el antecesor común de todas las plantas de maíz. Para evitar que esto siga ocurriendo, existen reservas naturales de tierra, apoyos gubernamentales para que los agricultores tradicionales no abandonen del todo los antiguos cultivos, las colecciones de plantas sembradas en los campos, en bancos genéticos de tierra, el mantenimiento de plántulas de cultivos sin semilla (como el plátano) en cajas de Petri o tubos de ensaye y en bancos de semillas como el del Centro de Recursos Fitogenéticos español.

En el futuro, si los avances tecnológicos lo permiten, será mucho más fácil la conservación de la diversidad genética, ya sea mediante tejidos muertos o, incluso, simplemente de muestras de ADN. Por desgracia, aunque los enemigos de la tecnología hablen ya de un elevado nivel de control genético por parte de gobiernos y empresas, lo cierto es que aún no tenemos forma de enfrentar eficazmente la degradación del ADN al paso del tiempo (factor que hace imposible un logro como el imaginado en la película Parque Jurásico) y aún no sabemos cómo producir un ser vivo a partir de un juego de cromosomas.

Mientras lo conseguimos, dependemos de una fortaleza en el Ártico. Cercada con altos muros de hormigón, resguardada por personal de seguridad, con puertas de acero estancas y el apoyo de los osos polares que merodean en sus alrededores, fue creada como el edificio más seguro de su tipo en el mundo: una excavación en forma de tridente a 100 metros de profundidad, donde cada diente es una cámara estanca con paredes de hormigón reforzado. Las cámaras están refrigeradas, y la ubicación garantiza que, a una temperatura de alrededor de menos 14 grados centígrados, las semillas sigan congeladas aún si fallara el sistema de refrigeración. Su construcción tuvo un coste de más de 6 millones de euros por los sistemas de protección diseñados para soportar elevaciones del nivel del mar incluso si se derritieran las placas de Groenlandia y la Antártida, terremotos (como el que superó pocos días antes de su inauguración, el peor de la historia noruega con 6,2 grados Richter), ataques nucleares y el ascenso de la temperatura exterior.

La bóveda ha sido diseñada, previsoramente, para albergar el doble de las especies que los expertos creen actualmente que pueden existir, y actualmente tiene ya alrededor de un cuarto de millón de especies, a la espera de los “depósitos” de diversos países que colocarán en ella lo que Cary Fowler, dirigente del fideicomiso, llama sin más “un seguro de vida para el planeta”.

Los donantes

Una mezcla heterogénea de organizaciones oficiales de todo el mundo, gobiernos de países desarrollados y con carencias, fundaciones, empresas y organizaciones multilaterales, notablemente la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO) han participado para reunir una dotación de 260 millones de dólares cuyos intereses, administrados por el Fideicomiso Global de Diversidad de los Cultivos, garantizarán la conservación de la diversidad agrícola y la disponibilidad de las semillas para quienes necesiten utilizarlas.

Cuando Hollywood se equivoca

El cine suele hacer corto circuito con los conceptos de la ciencia cuando intenta abordarla en sus producciones, causando a veces risa y, a veces, incluso indignación.

Los héroes del futuro lejano disparan un rayo de la muerte que alcanza a una nave espacial enemiga de diseño atemorizante. En una larga secuencia, la nave enemiga estalla con un estruendo ferocísimo que impresiona al espectador en sonido Dolby THX digital... y muy pocos espectadores reparan en que el sonido no se transmite en el vacío del espacio, y que por tanto una explosión como ésa, o incluso la mayor explosión del universo, la de una estrella supernova, transcurren en un silencio absoluto y el sonido que los expertos en efectos se han esmerado por producir rompe la ilusión que crea el cine. Otro caso famoso es el del final de la película pro-guerra de Vietnam Green berets de John Wayne, que camina con un niño mientras el sol se pone en el océano. Como la bahía de Camranh donde ocurre la escena está en la costa oriental de Vietnam ante el Pacífico, allí no se ha puesto el sol ni esa vez ni nunca, pues por allí sale todas las mañanas. Las puestas de sol sobre el mar sólo ocurren en playas que miran en términos generales hacia el poniente, precisamente.

Todos sabemos que el rigor histórico, el respeto a la novela original y la representación de las costumbres de otros países no son el fuerte de la “Meca del Cine”, sino que, por el contrario, aunque se esfuercen en respetar el vestido y la arquitectura de una producción de época, todo se va al garete cuando se trata de cuestiones de guión y muere con los tópicos y el desprecio a los hechos si interfieren con la emoción del espectador. Los productores desean impresionar, estremecer y lograr que más personas paguen una entrada, y pocas veces pretenden difundir o educar. Sin embargo, precisamente su éxito comercial provoca que tenga una enorme credibilidad en todos los temas, incluidos los referentes a la ciencia. Y esto se traduce en propuestas que se convierten en desinformación científica, y sin mala fe.

El terreno de la ciencia ficción, y en particular de los viajes y batallas espaciales ha sido, por supuesto, donde más resbalones ha sufrido el cine, con muy pocas excepciones. 2001: una odisea del espacio es singular no sólo por las imponentes escenas del espacio, donde el silencio es absoluto y sobrecogedor,sino porque a lo largo de toda la película se mantiene la premisa de que no hay atracción gravitacional visible en el espacio, de modo que los personajes flotan o usan métodos como el giro de la estación espacial para simularla. Pero no es necesario que el cine respete escrupulosamente todo el conocimiento real, a veces basta una coartada fantástica para evadirlo. Así, en todas las novelas, películas y series de televisión donde es imposible o poco útil la falta de atracción gravitatoria visible, se inventa un “campo de gravedad” o “simulador de gravedad” de una tecnología futura avanzadísima que replicaría los efectos de nuestro planeta. Igualmente, si bien hasta donde sabemos los viajes intergalácticos son materialmente imposibles debido a que es imposible superar la velocidad de la luz, la ciencia ficción ha echado mano de “impulsores translumínicos”, “viajes por el hiperespacio” y otras posibles explicaciones o pretextos para permitir que la fantasía nos ofrezca viajes a puntos lejanísimos de nuestro universo. Pero, como los saltos y giros de los expertos en artes marciales, la flexibilidad tiene un límite, y cuando se supera el espectador puede sentirse engañado o, simplemente, que el exceso de drama le provoque un ataque de hilaridad.

La saga de Star Wars, como lo sabe todo fan de la serie, está plagada de patadas científicas, y la más espectacular son los giros que las naves de combate hacen, inclinándose para imitar la posición de los aviones caza cuando realizan giros similares. Sin embargo, los aviones caza se apoyan precisamente en el aire para hacer tales giros, del mismo modo en que se inclinan para girar un surfero cabalgando una ola o un patinador sobre el asfalto. Tienen un material de sustentación del que carecen por completo las naves en “ala X” imaginadas por George Lucas. Atenidos a lo que sabe la física, girar en redondo en el espacio es complicado y bastante menos espectacular, pues implica detener la nave frenándola, después hacerla girar y reemprender el camino volviendo a acelerar, sin poder aprovechar la inercia con la que juegan los aviones caza y los expertos en esquí para sus evoluciones.

Ya en tierra, tenemos El día de mañana, película en la que el calentamiento global provoca una era glacial en pocas semanas, algo totalmente imposible, en especial cuando se congela en instantes el agua sobre Nueva York. Por su parte, Volcano parte de la premisa de que el movimiento de la falla de San Andrés en California puede provocar la aparición súbita de un volcán, algo igualmente imposible, pues aunque la falla es origen de terremotos y frecuentemente aparece como amenazante causa de desastres en el cine, su ubicación geográfica hace imposible que provoque la aparición de un volcán. Por su parte, un desbarre voluntario distingue a Parque Jurásico, que contó con algunos de los mejores asesores de la paleontología como el Dr. Jack Horner, pues Steven Spielberg quedó enamorado de las descripciones de velocidad y ferocidad que los expertos le atribuyen al velociraptor e imaginó al depredador que vemos en la película. El asesor le explicó al director que el problema era que el velociraptor sólo levantaba unos 50 cm del suelo, más o menos como un pavo, pero esto lo convertía en un ser muy poco impresionante en pantalla, de modo que se optó por conservar los enormes velociraptors que, en pandilla, aterrorizan a los protagonistas de la exitosa película.

Por supuesto, las patadas a la ciencia que el cine da, por ignorancia, por motivos dramáticos o por exigencias del guión que no saben resolver de otro modo, podrían ser una oportunidad excelente para que los científicos explicaran los hechos reales respecto de películas de gran audiencia, si hubiera interés de universidades y centros de cultura.

El entretenimiento como pretexto

No todas las incursiones de la industria del entretenimiento en la ciencia son negativas. Las series de CSI, pese a sus muchas patadas científicas, han despertado en todo el mundo el interés por la criminología. Según Jim Hurley, de la Academia Estadounidense de las Ciencias Forenses, más de una docena de universidades abrieron carreras forenses a sus planes de estudios a raíz de la serie. Quizá se deba, también, a que allí el científico aparece como un héroe, y no como un demente con bata blanca empeñado en conquistar el mundo, que es una patada recurrente de Hollywood.

Viva la diferencia... que no es poca

La biología evolutiva y el estudio de la conducta están explorando por primera vez con seriedad el significado de las obvias diferencias evolutivas entre hombres y mujeres... con ventaja para ellas.

Uno de los hechos más notables de la existencia de dos sexos en nuestra especie y en muchas otras es que, por decirlo en términos coloquiales, los machos son menos valiosos que las hembras en términos de supervivencia de la especie. La hembra humana produce normalmente un sólo óvulo cada mes, mientras que el macho produce, en una sola descarga, espermatozoides suficientes para fecundar al diez por ciento de todas las mujeres del mundo (unos trescientos millones). Más aún, cuando una mujer se embaraza, deja de ovular y dedica todas las energías del cuerpo a la formación del feto en su interior, y después del parto entra en un período de lactancia que normalmente también implica infertilidad. Mientras tanto, el macho que la ha fecundado puede seguir fecundando a otras hembras de inmediato, pudiendo dedicar toda su energía y alimentación a “esparcir su semilla”. Esto se traduce en un hecho claro: una tribu en la que una catástrofe dejara vivos sólo a una mujer y a veinte hombres, habría llegado al final de su existencia como grupo humano, mientras que si los sobrevivientes son veinte mujeres y un hombre, la tribu se puede reconstituir en menos de dos décadas, es un grupo humano viable.

A eso se refiere la biología evolutiva cuando considera a los machos en general “baratos” y a las hembras “valiosas”. Un ejemplo claro de este hecho se puede ver en grupos de primates que viven en grandes bandas, como los babuinos, que en su hábitat de la sabana están expuestos a los ataques de grandes depredadores como los leopardos. Cuando hay peligro, los integrantes de la banda se disponen en una serie de círculos concéntricos: los machos mayores y más experimentados, en el círculo exterior, después los machos jóvenes, luego las hembras mayores y, en el centro de esta fortaleza viviente, las hembras con crías o en edad de criar. Los babuinos y mandriles han adquirido este comportamiento a lo largo de su evolución porque es la mejor estrategia para la supervivencia del colectivo, y los que utilizaron otras estrategias simplemente desaparecieron a manos de sus depredadores.

Evidentemente, los ejemplos de la naturaleza no se pueden extrapolar directamente a los seres humanos por la enorme carga que la cultura impone sobre los comportamientos desarrollados evolutivamente. Para poder descubrir los elementos genéticos subyacentes a la cultura, los científicos emplean dos procedimientos. El primero es la comparación de comportamientos en culturas radicalmente distintas y de personas con discapacidades que les impiden imitar a otras personas, y el segundo es la observación de las características anatómicas y fisiológicas que dependen esencialmente de la genética y determinan el comportamiento o nos permiten valorarlo. Así, por ejemplo, los animales en general sólo tienen actividad durante los ciclos de fertilidad de las hembras, actuando asexuadamente el resto del tiempo, pero el ser humano (y los delfines) suelen mantener actividad sexual fuera de los momentos de fertilidad de sus hembras, únicamente por placer.

Uno de los personajes más destacados del mundo del estudio del hombre es el zoólogo británico Desmond Morris, que llevara la concepción del ser humano como mono a la conciencia popular en 1968 con su libro El mono desnudo, al que seguirían distintos libros sobre etología, la ciencia del comportamiento con bases genéticas, entre ellos un delicioso estudio del fútbol como una estructura tribal, traducido como El deporte rey. En 2004, Desmond Morris presentaba un libro absolutamente apasionante, La mujer desnuda: un estudio del cuerpo femenino, dedicado a explicar los posibles motivos evolutivos de las enormes diferencias que tenemos hombres y mujeres, y concluyendo que el cuerpo femenino es: “el organismo más extraordinario del planeta”. Morris realiza un análisis literalmente de la cabeza a los pies, pasando por todas las peculiaridades del organismo femenino, y dedicando también algo de tiempo a la forma en que culturalmente hemos destacado esas diferencias: peinados, maquillaje, piercings, tatuajes, prótesis, vestido, formas y colores.

Algunas de las diferencias más evidentes, de modo notable, parecen ser producto única y exclusivamente de lo que Darwin llamó “selección sexual”, es decir, aspectos que las posibles parejas prefieren por alguna causa que en sus orígenes pudo estar relacionada con muestras de buena salud y buena dotación genética, pero que al paso del tiempo se han independizado de esa función y sólo se conservan porque atraen a las parejas. Esto no sólo se refiere, por ejemplo, a los prominentes senos femeninos o al pene masculino (el mayor proporcionalmente de todos los grandes simios), sino a elementos como el cabello: un cabello fino, lustroso y largo podía ser en sus orígenes anuncio de salud y capacidad reproductiva, pero en el ser humano se ha convertido en un reclamo esencialmente sexual, y por tanto reprimido por quienes buscan controlar la sexualidad, por ejemplo en las religiones. Las más estrictas formas de la religión exigen que el cabello se corte a rape o se oculte mediante velos, no sólo en el Islam más puritano, también hasta hace poco en la iglesia católica, que prohibía a las mujeres entrar a las iglesias sin cubrirse el cabello. Cubrirlo o raparlo sigue siendo costumbre en algunas sociedades por luto o como castigo humillante.

En un mundo que demanda, cada vez con más fuerza, y que va haciendo realidad, a veces con lentitud dolorosa, la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, trascendiendo con la inteligencia los estrechos límites de un viejo patriarcado siempre disfuncional, no es posible olvidar las diferencias, diferencias que son, para muchos, asombrosas y admirables, y que no deberían ser motivo de asignaciones jerárquicas de superioridad o inferioridad. Y sin embargo, si nos atenemos a los bien fundamentados argumentos de un experto como Desmond Morris, el cuerpo de la mujer, valioso en términos de supervivencia, está mucho más “evolucionado y maravillosamente perfeccionado” que las envolturas que los baratos y prescindibles machos arrastramos por la vida. Los machos quedamos segundos, lo cual no es noticia.

La evolución y Manolo Blahnik


La especialización del macho humano como cazador significaba que para él los pies más grandes eran una clara ventaja. No hubo tanta presión evolutiva sobre el pie femenino y por tanto ha quedado más pequeño y más ligero. Buscando exagerar esta cualidad femenina, las mujeres han llevado, durante siglos, los pies metidos en zapatos incómodamente apretados.” Desmond Morris

La evolución: dudas y certezas

El verdadero debate en el estudio de la vida, y las principales líneas de investigación, se refieren a los mecanismos mediante los cuales ocurre la evolución de los seres vivos.

La idea de que los grupos de seres vivos cambiaban al paso del tiempo apareció tempranamente en la constelación de las ideas humanas, y no es, como pretenden quienes afirman la literalidad de uno u otro texto religioso, un fenómeno del siglo XIX. Ya el filósofo presocrático Anaximandro, maestro de Pitágoras, observó algunos fósiles y propuso, en el siglo VI antes de la era común, que los animales se originaron en el mar y sólo después conquistaron la tierra. Empédocles también postuló un origen no sobrenatural de los seres vivos e incluso formuló una idea primitiva de selección natural. Aristóteles, por su parte, fue el primero en clasificar los organismos en una “escala natural” de acuerdo con su complejidad de estructuras y funciones.

Esta última concepción fue retomada en el medievo gracias a la conservación de los clásicos grecolatinos por parte de la cultura islámica, hablando de organismos “inferiores” y “superiores”, los primeros identificados más con el infierno y los segundos cerca del paraíso, como los hombres, los ángeles y, en la cima, la deidad, una cadena perfecta en la que las similitudes entre los seres vivos conformaban el criterio de ascenso considerando que la naturaleza no da saltos, sino que hace transiciones suaves. Por su parte, el pensamiento islámico de la época tenía claros exponentes de las ideas evolucionistas, como Ibn Miskawah y Al-Jahiz.

La idea de que el universo se había desarrollado y cambiado a lo largo del tiempo y no era una creación perfecta instantánea volvió al pensamiento occidental entre el siglo XVII y XVIII. La idea era, en sí misma, peligrosamente herética. El pensamiento religioso predominante se planteaba un universo perfecto, con un orden ideal e inamovible, considerando que un dios perfecto sólo puede crear un universo perfecto. Esa creencia en el orden cósmico se refleja claramente en la visión del astrónomo Johannes Kepler, que intentó relacionar matemáticamente los cinco sólidos platónicos (tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro) con las órbitas de los cinco planetas conocidos a principios del siglo XVI (excluyendo a la Tierra), un esfuerzo elegante que, sin embargo, tuvo que abandonar.

Si el universo no era estático, sino que cambiaba, y las fuerzas que lo regían no eran sobrenaturales, sino físicas, como lo iban demostrando Descartes, Galileo, Newton y los demás impulsores de la revolución científica, los seres vivos también podían cambiar, y así se lo plantearon personajes como Pierre Louis Maupertius, que postuló que las modificaciones naturales ocurridas durante la reproducción se podían acumular a lo largo de muchas generaciones, produciendo nuevas razas e, incluso, nuevas especies. En el siglo XVIII, Buffon planteó que las especies emparentadas podían ser variedades desarrolladas a partir de un ancestro común, un ser cuya descendencia se va separando y especializando. Y el abuelo de Charles Darwin, Erasmus, llegó a plantear en 1796 que todos los animales de sangre caliente han surgido de un solo “filamento” vivo.

Estos antecedentes, entre otros, unidos al creciente conocimiento y estudio del registro fósil y de la geología dejan claro que las ideas de Charles Darwin fueron la consecuencia natural de un trabajo colectivo variado y acumulado, como en su momento lo fue el pensamiento de Copérnico. Lo que consiguió Darwin fue sintetizar, ordenar, estructurar y, por medio de sus cuidadosas observaciones y reflexiones, demostrar que efectivamente las formas de vida han evolucionado a través del tiempo, con una contundencia tal que demolió por anticipado las críticas y argumentos en contra. Desde Darwin, podemos decir sin dudar que sabemos que la vida ha evolucionado y sabemos que lo hace acumulando las variaciones naturales que ocurren en la reproducción en función de las presiones que ejerce el medio ambiente, la selección natural. Y no sólo lo sabemos por los descubrimientos de Darwin, sino porque toda la evidencia reunida en 150 años por a biología, la genética, la geología, la paleontología, la bioquímica y otras disciplinas lo confirma más allá de toda duda razonable.

Sin embargo, esto no significa que todo lo planteado por Darwin se mantenga como parte de la ciencia de la evolución biológica. Por el contrario, los conocimientos adquiridos han abierto nuevas avenidas de conocimiento. De hecho, aunque no es del conocimiento general, la visión actual sobre la evolución no es realmente “darwinista”, sino “neodarwinista”, ya que se aparta de algunos postulados de Darwin que no han sido corroborados por la experiencia, como sería la “pangénesis”, el mecanismo de la herencia que fue una “hipótesis provisional” del naturalista inglés, que ha sido sustituida por los conceptos de genética desarrollados hasta el siglo XX.

El que se tenga una teoría cada vez más completa acerca de la evolución de los seres vivos no significa, ni mucho menos, que lo sepamos todo acerca de este fenómeno. Por ejemplo, sigue sin resolverse qué importancia relativa tienen la selección de los individuos y la selección de las especies, la selección de cada gen y la competencia a distintos niveles en la que están los seres vivos individual y colectivamente, y queda mucho por averiguar sobre el origen, evolución y transmisión hereditaria de los comportamientos innatos de las especies. Es decir, que teniendo una visión clara de lo que ocurre y cómo se da, aún estamos explorando los mecanismos precisos en que ello ocurre, tanto a nivel general en cada ser vivo como en la forma en que actúan específicamente los caracteres heredados en el ADN.

Como en todas las demás disciplinas científicas y humanas, los puntos de vista contrapuestos se expresan muchas veces con vehemencia y energía. El problema concreto de la evolución es que los desacuerdos son utilizados por quienes rechazan el concepto de evolución debido a una posición religiosa integrista y presentados como si significaran que los propios científicos no se han puesto de acuerdo sobre si la evolución es o no un hecho demostrado, cuando lo es y constantemente se confirma.

Es “sólo” una teoría

Ciertamente, la explicación neodarwinista es “una teoría”, pero no en el sentido que se le da a esta palabra en el habla cotidiana. En la conversación normal, una “teoría” es una especulación, algo que no hemos comprobado en la práctica. Para los científicos, en cambio, una "teoría” es “una serie de leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos”, que es la segunda acepción del Diccionario de la Real Academia. La evolución es una teoría, sí, pero una teoría científica, como lo son la gravitación o la relatividad.