Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

El regreso de la superstición a Cuba

Campo de batalla de las propagandas en favor y en contra, el sistema médico cubano sigue siendo de un elevado nivel, hoy convertido en fuente de divisas y, desgraciadamente, en promotor de la superstición pseudomédica.

Como todo lo referente a Cuba, la situación de la medicina social de la isla es objeto de un debate más político que médico. Los más entusiastas de la revolución cubana insisten en un sistema de salud sin igual, gratuito, integral y de muy alta calidad. De otro lado, los enemigos de la revolución no sólo niegan el alcance social de la medicina cubana, sino que disputan su calidad y niegan cualquier valor a sus logros de los últimos 50 años.

Más allá de propagandas, existen contradicciones que deben evaluarse científica y médicamente. Cuba estableció desde 1959 un sólido sistema de salud para todos los habitantes, y centrado en una formación de máxima calidad para todos los profesionales de la atención a la salud. Dicho sistema fue, sin duda alguna, el más avanzado de América Latina en los años 60, 70 y 80.

En esta época, los ciudadanos cubanos tuvieron acceso a una atención que, en cualquier otro lugar del mundo, habría sido costosísima o inalcanzable. Y el gobierno cubano difundía sus logros educando, como hace hasta hoy, gratuitamente a médicos de numerosos países. De modo especial, los jóvenes de países ideológicamente identificados con Cuba, como los de Chile durante el gobierno de Salvador Allende, los de Nicaragua en los años posteriores a la caída del dictador Somoza o los venezolanos de hoy en día. Hoy, en Cuba, estudian medicina miles de alumnos de más 70 países tan diversos como Panamá, Cabo Verde, Timor Oriental o las Islas Salomón.

Gran parte de la excelente medicina social cubana se financiaba gracias a la Unión Soviética, y la caída de ésta implicó una crisis económica de la que la isla aún no se ha recuperado. Entre otras cosas, esto implicó un grave desabasto de medicamentos y materiales médico-quirúrgicos que ha afectado la calidad y el acceso a la atención del ciudadano cubano promedio.

La necesidad de divisas internacionalmente intercambiables (el peso cubano no lo es) llevó a que desde 1989 la medicina cubana se ofreciera al mercado internacional para que el gobierno cubano tuviera forma de adquirir insumos indispensables en el mercado internacional. Cuba ofrecía (y ofrece) atención médica del máximo nivel del mundo a un costo de entre 10% y 20% de lo que habría costado en un país capitalista. Esta atención a extranjeros ha llegado a ocupar el 60% de los recursos de diversas instalaciones sanitarias cubanas.

Simultáneamente, en Cuba se desarrollado una visión de la pseudomedicina como opción, prácticas charlatanescas y esotéricas resultado, en parte, de una reapropiación políticamente correcta de las tradiciones indígenas y afrocaribeñas que llevó a que, en 1993, Raúl Castro, como ministro de defensa y segundo secretario del Partido Comunista Cubano, oficializara la llamada “medicina natural y tradicional” (MNT) por medio de la directiva No. 18 al interior del ejército, que en 1995 fue sustituida por la directiva No. 26 para convertir a la MNT en práctica oficial y aceptada en Cuba. La MNT cubana adopta por igual el recetario herbolario tradicional que prácticas más extravagantes como la acupuntura, los quiromasajes, la fangoterapia y la homeopatía, y llegando incluso a propuestas absolutamente delirantes como la “piramidoterapia”.

La “piramidoterapia” es la creencia de que una pirámide con las proporciones de la Gran Pirámide de Keops en Giza atrae y acumula cierta “energía piramidal”. Esta supuesta “energía” no se ha definido en términos de sus características físicas, ni mucho menos se ha demostrado que exista, pero ello no ha sido óbice para que se postule que debajo de la figura geométrica mágica hay otra “antienergía” llamada “antipirámide”, y que ambas pueden ser almacenadas en agua que pasa a tener ciertas propiedades curativas aunque sea indistinguible del agua común.
El gran promotor de la “piramidoterapia” y la “magnetoterapia” en Cuba ha sido un personaje cercano a Raúl Castro, el Dr. Ulises Sosa Salinas, poseedor de numerosos cargos burocráticos y asociado a numerosos grupos y personajes del mundillo esotérico fuera de Cuba.

Cuando el propio gobierno, en la revista Web de los trabajadores cubanos, afirma que en 2004, en la provincia de Las Tunas, el 60% de los médicos (1.100) se dedicaban a la MNT y que con esta modalidad se “trató” a más de 632 mil pacientes, 40% del total en el año, se entiende que los cubanos están recibiendo, muy probablemente de buena fe, medicina de bajísimo nivel sólo por motivos económicos. Llama la atención, precisamente, que desde el propio Raúl Castro hasta las más diversas publicaciones insistan que no es “una alternativa ante la escasez de medicamentos industriales”, sino una serie de prácticas “científicas de probada eficacia en el mundo”, aunque no puedan sustentarlo con datos.

Como se señaló en el 1er taller "Pensamiento Racional y Pseudociencia", de la Universidad de La Habana, la Revista Cubana de Medicina General Integral ha publicado que las fresas de dentista se “autoafilan” bajo una pirámide, o que se puede “ahorrar energía” colocando el agua bajo una pirámide en vez de esterilizarla. Los participantes en el mencionado taller señalaron que ha resultado imposible publicar artículos críticos a la pseudomedicina en las revistas cubanas.

Aprovechando las creencias mágicas que también crecen en occidente, Cuba ha integrado la llamada “medicina alternativa” a su oferta turísticas, como es el caso de la “magnetoterapia” o tratamiento con imanes, que nunca ha demostrado tener ningún efecto en el cuerpo humano, pero que el sitio de turismo médico Cubamédica+com promueve como analgésico, antiinflamatorio, somnífero, tratamiento para la arteriosclerosis, para bajar de peso, como antibiótico y una serie de milagros adicionales.

No deja de ser dramático que un sistema de salud que fue admirable, movido por ideales de lo más nobles para servir a la población se vaya degradando en la forma de un sistema capaz de legitimar, sin bases científicas, afirmaciones que son no sólo irracionales, indemostrables y anticientíficas, sino profundamente peligrosas para sus víctimas.

Los peligros de la pseudomedicina


"Según referencias de algunos participantes, ciertos procederes ‘curativos’ no aprobados por el sistema de salud pública han sido seleccionados por algunos pacientes en detrimento de terapias convencionales de probada eficacia (como, por ejemplo, la hemodiálisis ó una operación de vesícula), con las correspondientes consecuencias negativas para la salud, e incluso para la vida”. Memorias del 1er taller "Pensamiento Racional y Pseudociencia", La Habana 2007.

Feliz Día del Sol Invicto

La fiesta central del cristianismo, la navidad, resulta ser una derivación de todas las fiesta que, antes de la era común, celebraban el solsticio de invierno como un acontecimiento astronómico esencial en la vida de los pueblos humanos.

Disco de plata dedicado al Sol Invicto. Arte romano
del siglo III. (Foto CC de
Marie-Lan Nguyen vía Wikimedia Commons)
Por un momento trate de no ser esa persona del siglo XXI, orgullosa de su consola de juegos, su móvil de última generación, su TDT y su ordenador. Imagínese como un humano de hace unos miles de años, que observa un extraño fenómeno cíclico: de pronto, los días son cada vez más largos, el sol está más tiempo por encima del horizonte y la noche dura menos, hasta que un día empieza a revertirse esta tendencia: el día decrece en duración y la noche va aumentando su duración, hasta que, un día, el ciclo vuelve a revertirse.

Parece claro que era natural que usted y sus compañeros de fatigas se alarmaran temiendo que el día siguiera acortándose hasta dejarnos sumidos en una noche eterna, y por tanto que encontraran motivo de celebración cuando el ciclo se invierte. Sobre todo porque le resulta evidente que mientras el día se va alargando hay más calor, la tierra tiene mejores frutos, hay caza abundante y el mundo reverdece, mientras que cuando el día se contrae viene el frío, incluso la nieve y el hielo, no hay frutas ni muchos alimentos verdes, la caza escasea.

Al no saber mucho de astronomía, el fenómeno del día después de la noche más larga bien podría interpretarse como un triunfo del sol contra la oscuridad, después de una larga lucha, prometiéndole a la tribu un año más de supervivencia, lo cual nunca es mala noticia.

Y ahora imagínese que alguien de la tribu, luego de mucho ver el cielo y mucho cavilar, anuncia que puede predecir, profetizar, adivinar, cuándo ocurrirán estos hechos: el día más largo (el solsticio de verano) y el más corto (el solsticio de invierno). Quizá ni siquiera haya contado los días, sólo ha observado que en la noche más larga, las tres estrellas del “cinturón de Orión” se alinean con la estrella más brillante del firmamento, Sirio, mostrando dónde saldrá el sol en el próximo amanecer.

Evidentemente, se podría creer que tal acucioso observador dispone de poderes mágicos, adivinatorios y extraterrenos. Pero también sería un hecho que su conocimiento le permitía al grupo planificar mejor sus actividades, prever exactamente cuándo comenzarían las lluvias, cuándo llegarían las manadas migratorias, cuándo era oportuno ir a recolectar a tal o cual zona del bosque.

Las distintas civilizaciones hicieron interpretaciones, muy similares, del solsticio de invierno. Agréguese a esto que la menor actividad agrícola y de caza de la tribu dejaba el tiempo necesario para el jolgorio, y que si las alacenas y graneros continuaban llenos se podía celebrar con una comilona porque pronto vendrían nuevos alimentos, y tiene todos los ingredientes necesarios para una fiesta.

Los japoneses del siglo VII celebraban el resurgimiento de la diosa solar Amaterasu. Los sámi, nativos de Finlandia, Suecia y Noruega, sacrificaban animales hembra y cubrían los postes de sus puertas con mantequilla para que Beiwe, la diosa del sol, se almentara y pudiera comenzar nuevamente su viaje. Para los zoroastrianos, en este “día del sol” el dios Ahura Mazda logra vencer al malvado Ahriman, empeñado en engañar a los humanos. Los incas de perú celebrabal el Festival del Sol o Inti Raymi, cuando “ataban” al sol para que no huyera. Los mayas realizaban cinco días de inactividad, días sin nombre, los Uayeb, cuando se unían el mundo real y el mundo espiritual, hasta que empezaba otro año.

En la Roma del siglo tercero de nuestra era, la celebración era del Dies Natalis Solis Invicti, “el día del nacimiento del sol invicto”, el renacimiento del sol.

Dado que la fecha de nacimiento de Jesucristo, Yeshua de Nazaret o el Mesías no está registrada, como tampoco lo está claramente su existencia individual, la iglesia católica tardó en definir la fecha de la festividad en cuestión. Entretanto, los cristianos de Roma empezaron a celebrar el nacimiento de Cristo precisamente el día del nacimiento del sol invicto, aunque había grupos, por ejemplo en Egipto, que lo celebraban el 6 de enero. Otros preferían el 28 de marzo, mientras que teólogos como Orígenes de Alejandría y Arnobius se oponían a toda celebración del nacimiento, afirmando que era absurdo pensar que los dioses nacen.

Las autoridades de la iglesia condenaron al principio esta celebración por considerarla pagana, pero pronto vieron que asimilar esta y otras fiestas, de distintos grupos que pretendían evangelizar, resultaba útil. Así, los días anteriores a Navidad, por decreto el 25 de diciembre, se convirtieron en fiestas que asimilaron la Saturnalia romana, del 17 al 23 de diciembre, con sus panes de dulce e intercambios de regalos.

Santa Claus (deformación lingüística de Saint Nicholas o Saint Nikolaus, San Nicolás) o Papá Noél proviene del Padre Navidad, que aparece hacia el siglo XVI como figura de las celebraciones de invierno del mundo anglosajón, de rojos carrillos por haber tomado quizá un vino de más, viejo como la fiesta misma y alegre como deben estar los celebrantes. La figura del Santa Claus moderno fue creada por el viñetista Thomas Nast en Estados Unidos en 1863, que convirió al delgaducho Padre Navidad en el redondo y feliz personaje que hoy está más o menos estandarizado en todo el mundo.

El árbol de Navidad, por su parte, parece tener raíces en la adoración druídica a los árboles y las celebraciones del invierno con árboles de hoja perenne, pero se identifica como parte de las fiestas, decorado y engalanado, apenas en el siglo XVII, en Alemania. Después, el marido de la Reina Victoria, el Príncipe Alberto, emprendería la tarea de popularizarlo en todo su imperio.

Más que el árbol de Navidad, claramente de origen protestante, el Belén, “pesebre” o “nacimiento” es el elemento identificador de la decoración en los países católicos. Fue primero promovido por San Francisco de Asís alrededor del 1220, a la vuelta de su viaje a Egipto y Acre, pero el primer Belén del tipo moderno, el que todos conocemos, se originó en uno que instalaron los Jesuitas en Praga, en 1562. La tradición del Belén llegó a España en el siglo XVIII desde Nápoles, traída al parecer por orden de Carlos III, decidido a que se popularizara en sus dominios.

Rosca de Reyes


Con raíces en los panes con higos, dátiles y miel que se repartían en la Saturnalia romana, ya en el siglo III se le introducía un haba o similar, y el que la hallaba era nombrado “rey de la fiesta”. Llegó a España probablemente con los soldados repatriados de Flandes y su relación con los reyes magos parece ser, únicamente, la similitud de su forma con una corona y de los frutos cristalizados con sus correspondientes joyas.

Diez libros para navidad

La ciencia de Leonardo, Fritjof Capra, Anagrama (Barcelona) 2008. Una nueva visita a los espacios del genio de Leonardo Da Vinci, visto en su faceta de pionero del método científico, de, en palabras del autor “padre no reconocido de la ciencia moderna”. Una primera parte dedicada a Leonardo, el hombre, que en muchos sentidos sigue atrayéndonos como misterio, se ve seguida de una segunda parte en la que Fritjof recorre el surgimiento de la ciencia en el Renacimiento y el papel jugado por el espíritu inquisitivo, curioso e irreverente de Leonardo, que con la mirada del artista va, nos dice el libro, más allá de Newton, Galileo y Descartes.

El cisne negro Nassim Nicholas Taleb, Paidós, (Barcelona) 2008. El autor, experto en matemáticas financieras y en la teoría de lo improbable, afirma que los sucesos altamente improbables (los “cisnes negros” como los que al ser hallados en Australia hicieron mentira la afirmación de “todos los cisnes son blancos”) juegan un papel mucho más importante en nuestra vida cotidiana, en asuntos tan diversos como las ciencias y las finanzas, del que hemos reconocido hasta ahora. El estudio de lo improbable, nos dice, pone a quien estudia lo “imposible” en posición privilegiada para enfrentar y manejar lo “posible”.

El científico rebelde, Freeman J. Dyson, Editorial Debate (Barcelona) 2008. Colección de ensayos publicada originalmente en 2006. El físico y matemático a más de activista por el desarme nuclear, contra el nacionalismo y por la cooperación internacional, resume en este volumen su visión de la ciencia como acto de rebelión “contra las restricciones impuestas por la cultura localmente prevaleciente”, pero sin dejar de contemplar a la ciencia como una actividad humana, con todas las virtudes y defectos de quienes la practican. El libro, antes que ofrecer respuestas cómodas, plantea al lector desafíos sobre el mundo que nos rodea.

Yo soy un extraño bucle, Douglas R. Hofstadter, Tusquets Editores (Barcelona) 2008. Hofstadter llegó al mundo de la filosofía de la ciencia como un ciclón con su libro Gödel, Escher, Bach, en el que exploraba el mundo de la autorreferencia en las matemáticas, el arte y la música. En este libro, no menos ambicioso, se ocupa de investigar si nuestra identidad, nuestra conciencia individual, surge de la simple materia hasta convertirse en un extraño bucle en el cerebro donde los símbolos y la realidad conviven e interactúan. Y al final presenta argumentos indudablemente originales sobre lo que es el “yo” de cada uno de nosotros.

El robot enamorado: una historia de la inteligencia artificial, Félix Ares, Ariel (Barcelona) 2008. Félix Ares, experto en informática y profesor universitario, nos lleva a un recorrido histórico que comienza con los autómatas de la realidad y la fantasía que surgen en la antigua Grecia y llega hasta las propuestas más audaces de nuestros días para llegar a la inteligencia artificial. En el proceso, el autor nos muestra cómo la idea de los ordenadores, computadoras y robots se ha integrado a la cultura popular, en la literatura, el cómic, el cine y la televisión, para dejar testimonio de lo que se está haciendo hoy en este terreno para muchos inquietante.

365 días para ser más culto, David S. Kidder, Noah S. Oppenheim, Ediciones Martínez Roca (Madrid) 2008. Una idea que puede cambiar al lector profundamente: 365 artículos sobre distintas ramas del conocimiento, cada uno escrito por un especialista en arte, ciencia, filosofía, etc. La idea es que usted lea uno al día durante un año. Cada uno se puede leer en cinco o diez minutos, y al final del ejercicio, si todo sale bien, será dueño de una cultura general envidiable. Como cualquier otro proyecto a largo plazo, sin embargo, probablemente requiere un compromiso personal que la mayoría de nosotros no puede asumir. Vale la pena intentarlo.

Un día en la vida del cuerpo humano, Jennifer Ackerman, Ariel (Barcelona) 2008. La autora, especialista en divulgación de la ciencia, nos lleva por un camino que va del despertar matutino a la “hora del lobo”. Mientras los medios de comunicación nos invitan a estar alertas a nuestro cuerpo, la realidad es que no ponen a nuestro alcance un conocimiento de cómo somos realmente, como funciona esa maquinaria que es cada uno de nosotros. Desde el hambre hasta el deseo sexual, desde los ritmos de nuestro reloj interno hasta los más recientes descubrimientos de la fisiología, es una oportunidad de introspección real.

Los 10 experimentos más hermosos de la ciencia, George Johnson, Ariel (Barcelona) 2008. La ciencia, ya sea vista desde fuera o como su practicante, no sólo tiene la enorme ventaja de ser comprobable, verdadera o ciertaen la medida en que tal vocablo tiene sentido. También es una experiencia profundamente estética, donde hay elegancia, belleza y fuentes para el asombro. Celebrado por su estilo, el autor, uno de los divulgadores científicos del New York Times, hace un homenaje a diez científicos y a sus experimentos, recordándonos que el pensamiento científico se cimenta, ante todo, sobre la experiencia y la práctica.

El corazón de la materia, Ignacio García Valiño, Random House Mondadori (Barcelona) 2008. Esta novela de reciente aparición, escrita por el psicólogo y divulgador científico Ignacio García Valiño, miembro del Círculo Escéptico, destaca por el rigor con el que aborda los muchos aspectos científicos de su trama. Desde su protagonista, un físico especializado en quarks, hasta la aventura tipo thriller en la que se embarca con elementos arqueológicos son objeto de cuidadosos retratos donde la intriga vive en el mundo del conocimiento y del pensamiento crítico como herramienta dramática, sin concesiones.

Ideas e inventos de un milenio: 900-1900, Javier Ordóñez, Lunwerg (Barcelona) 2008. La calidad de este volumen, ampliamente ilustrado, le da cierto carácter ideal para la temporada de fiestas. Javier Ordóñez, su autor, ha publicado previamente una Historia de la ciencia y un resumen de las teorías del universo en tres volúmenes, entre otras obras, y es catedrático de historia de la ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid. Los inventos del milenio elegido para este recorrido son multitud y marcan un cambio en el camino de la humanidad más acusado, más definitivo, que ningún otro milenio en la historia. Aquí encontramos, ilustrados con material de sus respectivas épocas, esas ideas revolucionarias y esos inventos que dan testimonio de cómo la imaginación humana, actuando de la mano de la razón, produce resultados que han dado forma nueva a nuestro mundo, a nuestra visión del universo, a nuestro conocimiento de nosotros mismos, alterando no sólo lo aparentemente más trascendente, sino también actuando sobre nuestra cotidianidad, sobre el humilde día a día de la mujer y el hombre que hoy viven de un modo imaginable en el año 900. Desde esos productos de la pasión por saber que brillaron en la Edad Media y colaboraron a sentar las bases de la revolución científica del siglo XVI hasta los que anunciaron la revolución científica del siglo XX. La ciencia como propiedad de todos en un volumen de notable belleza.

Franklin: el americano ilustrado

Para la Europa del siglo XVIII la imagen de los Estados Unidos como nación ilustrada, democrática y libertaria se encarnaba en Benjamín Franklin, verdadero hombre del renacimiento entre los fundadores del nuevo país.

Menor de los hijos varones de la pareja formada por el fabricante de velas de sebo y jabón Josiah Franklin y Abiah Folger (octavo vástago de la pareja y decimoquinto de su padre, que había enviudado de su primera esposa), Benjamín Franklin estaba destinado por su padre a convertirse en ministro de la iglesia. Nacido el 17 de enero de 1706 en Boston, su educación formal terminó sin embargo a los 10 años, pues su familia no contaba con los medios de pagarle estudios.

Probablemente fue lo mejor para Franklin, para su país y para el mundo.

Franklin forjó su propia educación leyendo vorazmente. Después de un breve lapso como aprendiz renuente del oficio de su padre, su afición por la lectura pesó para que se le enviara a los 12 años a trabajar con su hermano mayor James, que ya estaba establecido como impresor, y con el que terminaría en un enfrentamiento debido al carácter autocrático del mayor y el espíritu independiente del menor. Franklin marchó a Filadelfia a los 18 años sin blanca ni planes claros.

Filadelfia, con la tolerancia religiosa y diversidad étnica del estado de Pennsylvania, casó bien con el espíritu del joven Franklin. Luego de trabajar en varias imprentas, el gobernador de Pennsylvania le ofreció apoyo para establecer su propia empresa, y lo envió a Londres a comprar una imprenta, pero sin proporcionarle dinero. En Londres, Franklin probó las virtudes y excesos de la vieja Europa, empleándose de nuevo con impresores, hasta que consigió volver a los 20 años.

Cuando consiguió establecer su propia imprenta editó el exitoso semanario The Pennsylvania Gazette y su famoso almanaque Poor Richard’s Almanack, libro anual que vio como una forma de educar a la ciudadanía. En 1736 se inició en política, donde creó un cuerpo de bomberos voluntarios, un orfanato y una lotería para financiar cañones que defendieran la ciudad, y propuso crear un colegio que hoy es la Universidad de Pennsylvania y el Hospital de Pennsylvania, el primero del nuevo país.

Fue a los 42 años, cuando su genio creador científico echó a volar, cuando pudo permitirse una jubilación temprana. Su diseño de la “estufa Franklin” mejoró la calefacción en la ciudad y redujo los riesgos de incendio de Filadelfia y marcó el inicio de su actividad en la ciencia.

Después de ver una serie de demostraciones sobre electricidad, especialmente la “botella de Leyden” y su espectacular capacidad de almacenar la electricidad estática, empezó sus experimentos con la electricidad. Fue el primero en sugerir que los rayos eran electricidad natural, para demostrar lo cual realizó experiencias con barras metálicas que conducían la electricidad de los rayos y que más adelante se convertirían en uno de los más perdurables inventos del todavía súbdito inglés: el pararrayos. En 1752, su famoso experimento con la cometa demostrando que el relámpago era, efectivamente, electricidad. El riesgo de ese experimento hace poco recomendable repetirlo. No era la primera vez en que Franklin cortejaba el desastre con sus experimentos: en una ocasión, intentando matar su pavo de Navidad con corriente eléctrica, estuvo a punto de electrocutarse al administrarse accidentalmente la carga.

Estos esfuerzos le valieron títulos honoríficos de Harvard, Yale y otros colegios universitarios, además de la medalla de oro de la Real Sociedad de Londres. Y mientras se ocupaba de la meteorología, proponiendo modelos para los sistemas tormentosos; de la medicina, inventando el catéter, y teorizando sobre la circulación de la sangre; de la agronomía buscando mejores técnicas para evitar el desperdicio de tierras arables e introduciendo la agricultura en el plan de estudios de la universidad de Pennsylvania, además de fundar la primera compañía de seguros contra incendios.

Franklin fue comisionado a ir a Inglaterra para negociar la situación de la colonia de Pennsylvania con los herederos de su fundador, William Penn. Aunque sus negociaciones fracasaron, la estancia de tres años le permitió, con más de 50 años, aprender a tocar el arpa, la guitarra y el violín, e inventar la armónica de cristal. Igualmente, observó que las tormentas no siempre viajan en la dirección de los vientos dominantes e hizo experimentos sobre el enfiamiento por evaporación.

A su regreso entró en franca colisión con los herederos de William Penn por su defensa de un grupo de indígenas americanos mientras los dueños de la colonia favorecían el genocidio como “solución” al problema de los indios. Franklin marchó de nuevo a Inglaterra para pedir a la corona británica su dominio directo sobre Pennsylvania sin la intervención de la familia Penn. El monarca se negó, pero Franklin se quedó como representante de las colonias y su oposición a los elevados impuestos fijados por la corona, y llegó a ser juzgado por incitar el naciente independismo. Volvió a América en 1775, como un independentista convencido.

A los 69 fue nombrado delegado ante el Segundo Congreso Continental, donde los líderes de las 13 colonias analizaron su futura relación con Gran Bretaña. Franklin propuso la unión de las colonias en una sola confederación nacional, que más tarde sería el modelo de la constitución estadounidense. El Congreso lo puso al frente de la organización de la defensa de las colonias y de un comité secreto encargado de las relaciones de los rebeldes con los países extranjeros. En 1776 fue uno de los encargados de redactar la Declaración de Independencia de Estados Unidos, y poco después partió de nuevo a Europa buscando aliados. En París, aquejado por sus problemas de la vista, inventó los anteojos bifocales.

Al volver en 1785 fue electo presidente del estado. Participó en el Congreso Constituyente que y sugirió que los estados europeos formaran una federación con un gobierno central, prefigurando la actual Unión Europea. Todavía tuvo tiempo de apoyar la Revolución Francesa y de convertirse en un activo opositor a la esclavitud antes de morir rodeado de sus nietos el 17 de abril de 1790 considerándose siempre, nada más, un hombre común, un ciudadano más de Filadelfia.

El odómetro y el mar


Uno de los más perdurables inventos de Franklin fue el odómetro. Como encargado de correos que fue creó el odómetro para diseñar las rutas de correo de los pueblos locales de Pennsylvania. Igual que los de hoy, su aparato calculaba la distancia recorrida contando las vueltas dadas por el eje de su carruaje. Su actividad postal lo llevó también a hacer las cartas de la Corriente del Golfo, a la que dio nombre.