Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

El abuelo de la evolución

¿Qué famoso apellido es el vínculo entre el sistema de conducción de los autos, la teoría de la evolución y las máquinas copiadoras?

Erasmus Darwin en 1770 en retrato de Joseph
Wright  of Derby (Dominio Público, vía
Wikimedia Commons)
Los relatos contemporáneos lo describen como un hombre jovial y bromista, más bien rotundo, con facilidad para hacer amigos, dado a los placeres mundanos y, sobre todo, como hombre de una curiosidad insaciable respecto de todo el mundo que lo rodeaba. No es tan conocido como merece, entre otras cosas, por lo avanzado de sus ideas sociales, y pese a que su nieto Charles Darwin, cuya fama lo superó con mucho, intentó rescatar su figura escribiendo su biografía.

Erasmus Darwin nació en los Midlands del Este, en Inglaterra, en 1731, en las agitadas aguas de la revolución científica y la ilustración que cambiaron radicalmente nuestra visión del universo y las relaciones sociales, con conceptos tales como el método científico, los derechos fundamentales o la democracia. Estudió medicina en la Escuela Médica de la Universidad de Edimburgo en Escocia y estableció su consulta médica en la ciudad de Lichfield, donde pasaría el resto de su vida.

Incluso su práctica médica reflejaría las ideas avanzadas y heterodoxas de Darwin, que se ganaba la vida tratando a los ricos y poderosos, al tiempo que ofrecía consultas gratuitas a los más pobres, y que rechazó ser médico personal del rey Jorge III para poder seguir su trabajo científico, técnico e, incluso, artístico.

Erasmus Darwin militó en la ilustración y la revolución científica junto con un grupo de pioneros intelectuales que en 1765 formaron la Sociedad Lunar, llamada así porque a falta de iluminación artificial, sus miembros se reunían en luna llena para tener luz con la cual volver de sus reuniones, cenas informales en las que la discusión de todos los temas era libre. La Sociedad Lunar comenzó cuando Darwin conoció al emprendedor Matthew Boulton a través de su amigo común James Watt, conocido como por haber perfeccionado la máquina de vapor y disparado la revolución industrial en Gran Bretaña, además de investigar en la naciente química. Darwin y Boulton empezaron a compartir sus intereses, incluyendo a otros amigos en sus diálogos, hasta que instituyeron un grupo informal que se reunía a cenar una vez al mes, del que fueron parte, entre otros, el médico William Small, el relojero y experto en hidráulica y geología John Whitehurst, el inventor Richard Lovell Edgeworth y el químico y polígrafo Joseph Priestley, descubridor del oxígeno. A ellos se uniría, primero en persona y luego por carta, Benjamin Franklin, con el que Erasmus Darwin estableció una estrecha amistad.

En el terreno de las invenciones, Darwin se interesó por los mecanismos de la voz humana, creando una máquina parlante con un fuelle y labios de cuero que, según testimonios, era capaz de engañar a quienes la escuchaban por primera vez y convencerlos de que estaban oyendo una voz humana decir “mamá” y “papá”. Creó una máquina para levantar las barcas en los canales y una copiadora de la que no quedan ni el diseño ni un ejemplar, pero sí testimonios de que era capaz de producir copias perfectas. Curiosamente, intentó que su amigo James Watt la comercializara, pero éste, en cambio, creó su propia copiadora química. Igualmente inventó un molino de viento horizontal, un pequeño pájaro artificial que pretendía que volara movido por un mecanismo neumático y del que se puede ver un modelo actualmente en su casa de Lichfield, convertida en museo. De modo muy relevante, diseñó un sistema para conducir carruajes permitiéndoles girar en las curvas y las esquinas con un sistema de varillas a fin de que ambas ruedas describieran círculos de diámetro diferente. Este sistema sería reinventado más de 100 años después y se utilizaría no sólo para carruajes sino para los automóviles.

Como apasionado de la botánica, creó una asociación dedicada a la traducción de la obra de Linneo, promoviendo la clasificación taxonómica de la flora y fauna de su zona, además de hacer algunos descubrimientos de gran relevancia: identificó los azúcares y almidones como productos de la “digestión” vegetal y postuló la existencia de los estomas de las plantas, al suponer que respiraban mediante pequeños poros al ver que las plantas morían si sus hojas se cubrían con aceite.

Aficionado a excavar en busca de fósiles y apoyado en su conocimiento de los animales domésticos, en 1794 publicó el resultado de 25 años de observaciones y cavilaciones en el libro Zoonomía o las leyes de la vida orgánica, donde además de intentar una clasificación completa de las enfermedades y sus tratamientos, proponía una de las primeras teorías formales de la evolución de las especies. Aunque parte de su visión era todavía que las modificaciones que un ser experimentara en vida podrían transmitirse a su descendencia, una idea que Jean-Baptiste Lamarck desarrollaría años después. Pero ya se le sugería también la selección natural. Al hablar de la competencia por la reproducción, escribió: “El resultado final de este concurso entre machos parece ser que el animal más fuerte y más activo es el que propagará la especie, que así se verá mejorada”.

Pero de modo notable se atrevió a suponer que toda la vida había evolucionado a partir de un solo ancestro común, un “filamento viviente” al que llamó “la gran primera causa”, capaz de adquirir nuevas partes y mejorar, transmitiendo esas mejoras a su posteridad.

Erasmus Darwin murió en 1802. Pese a su intensa actividad intelectual, había tenido tiempo de casarse dos veces y tener una amante intermedia, tres mujeres con las que tuvo catorce hijos, aunque se habla de al menos un hijo más con otra amante. Siendo además un poeta altamente reconocido y admirado, dejó un largo poema que se publicó un año después de su muerte, El templo de la naturaleza, en el cual retoma su visión evolucionista en verso: “La vida orgánica, bajo las olas sin playas / nació y creció en las nacaradas cavernas del océano; / primero formas diminutas que no podrían verse con lente esférica, / se mueven en el barro o rompen la masa acuática; / Éstas, conforme florecen nuevas generaciones /adquieren nuevos poderes y asumen miembros más grandes; / donde brotan incontables grupos de vegetación, / y reinos que respiran con aleta, y pies, y alas.”

El revolucionario social

Erasmus Darwin fue uno de los pensadores socialmente avanzados de su tiempo. Republicano en un país tradicionalmente monárquico, no muy religioso, crítico de las supersticiones, libertario y con clara inclinación por lo que hoy llamaríamos “amor libre”, era además defensor de la abolición de la esclavitud y, como feminista, en 1797 publicó su Plan para la conducción de la educación femenina con la poco popular idea de que las mujeres tenían derecho a una formación científica, humanística y artística.

Corazones de recambio

Cientos de personas viven hoy, al menos temporalmente, con un electrocardiograma plano, con un corazón hecho de ingenio y los más modernos materiales.

Corazón Jarvik 7 (Foto D.P. del National Health
Institute, vía Wikimedia Commons)
El corazón bombea sangre por todos los vasos sanguíneos del cuerpo mediante contracciones rítmicas repetidas. La definición parece bastante sencilla. Si así fuera, de hecho, crear un aparato que sustituyera al corazón sería una tarea no demasiado difícil. La realidad, sin embargo, es mucho más complicada y ha dificultado la creación de un corazón artificial desde que el primero fue patentado en 1963.

La complejidad del funcionamiento del corazón es resultado de una larga historia evolutiva. El antecesor del corazón que hoy podemos ver en los mamíferos es un simple músculo tubular que impulsa un líquido con nutrientes y oxígeno por el cuerpo de algunos invertebrados, como ciertos tipos de gusanos. Ese músculo, efectivamente, se contrae a intervalos regulares en un movimiento peristáltico, es decir una contracción que se propaga como una ola a lo largo del músculo, de la misma manera en que se contrae nuestro esófago o nuestros intestinos para hacer avanzar los alimentos.

Ese músculo apareció hace alrededor de 500 millones de años. Con el tiempo, apareció un genuino sistema circulatorio cerrado, donde la sangre se encuentra siempre dentro de un bucle de vasos sanguíneos que pasa por el corazón. Y en el órgano muscular aparecieron cámaras diferenciadas que facilitaban el proceso de mover la sangre por el cuerpo.

El corazón de cuatro cámaras (dos aurículas y dos ventrículos) como el humano es un órgano tremendamente complejo. Su lado derecho recibe la sangre venosa en la parte superior, la aurícula y la envía a los pulmones por la cámara inferior, el ventrículo. La sangre pasa por los pulmones, se oxigena y vuelve a entrar al corazón por la aurícula izquierda, de donde pasa al ventrículo izquierdo que la envía al resto del cuerpo. Entre cada aurícula y ventrículo hay válvulas que impiden que la sangre vuelva en el proceso de contracción del corazón, que primero se contrae por su parte superior y después por la inferior en una compleja danza muscular controlada por nodos de células nerviosas.

Esta maquinaria late unos 40 millones de veces al año durante toda nuestra vida, respondiendo al ejercicio físico, a las emociones, a las percepciones y a las condiciones internas y externas de nuestro cuerpo y variando de modo correspondiente el ritmo cardiaco, de unos 72 latidos en promedio en reposo hasta más de 200 en casos de angustia o esfuerzo físico extremo.

Todo esto debería hacerlo un corazón artificial, o al menos parte de ello con suficiente eficacia. Porque pese a su gran resistencia y diseño asombroso, el corazón falla y, hasta antes de mediados del siglo XX, su fallo era una condena a muerte. La lucha de los médicos ha sido por aumentar la calidad y cantidad de vida de la gente a la que su corazón le ha fallado.

Cuando el corazón falla

Un corazón artificial puede ser de dos tipos. El permanente sustituye definitivamente al corazón orgánico mientras que el temporal lo hace durante un tiempo breve, unas horas durante una cirugía cardíaca, algunos días o, cuando mucho, algunos meses, en lo que se tiene a disposición para trasplante un corazón compatible con el paciente.

En 1952 se utilizó el primer dispositivo cardiopulmonar para sustituir la función del corazón y los pulmones durante una intervención quirúrgica y que podría llamarse un corazón mecánico. Consta de una membrana permeable al gas a través de la cual se elimina el bióxido de carbono de la sangre y se le infunde oxígeno, cumpliendo las funciones de los pulmones, y una bomba centrífuga que hace el papel del corazón. Las máquinas cardiopulmonares son grandes y pesadas, las más modernas de alrededor de 350 kilos.

La primera patente de un corazón artificial de tamaño similar al natural pertenece a un personaje que fue famoso en los Estados Unidos por motivos que nada tenían que ver con la medicina. En las décadas de 1950-60, Paul Winchell era una estrella del vodevil y la naciente televisión en laespecialidad de la ventriloquía, actuando con varios muñecos altaneros. Además de interesarse por estudiar medicina mientras triunfaba en el espectáculo, desarrolló actividad como inventor acumulando una treintena de patentes diversas. La idea de un corazón artificial se le sugirió cuando el Dr. Henry Heimlich, el médico que desarrolló la “maniobra Heimlich” que ha salvado literalmente millones de vidas, lo invitó a ver una cirugía cardiaca. Ambos hombres se dedicaron entonces juntos a desarrollar el aparato que patentaron en 1963.

En la década de los 70, en la Universidad de Utah, el Dr. Robert Jarvik trabajó con otro corazón artificial no patentado, del Dr. Willem Kolff, tratando de perfeccionarlo. Winchell le obsequió su patente a la universidad y parte de su diseño fue incorporada al proyecto de Jarvik.

En 1981, el Dr. William DeVries implantó el primer corazón artificial en un paciente llamado Barney Clark. El corazón fue el Jarvik 7, que utilizaba el aire como método de accionamiento. Esto implicaba que el corazón dentro del pecho de Clark estuviera conectado al exterior por dos gruesos tubos unidos a un motor que suministraba el aire para que el corazón bombeara. Clark sobrevivió 112 días con el corazón artificial.

Los desafíos de los corazones artificiales han sido principalmente los materiales, que deben impedir la formación de coágulos, un funcionamiento que no aplaste las células sanguíneas y, sobre todo, la forma de lograr el bombeo.

Actualmente, un sucesor del corazón Jarvik 7 se utiliza con frecuencia como “puente” a la espera de un corazón adecuado para el trasplante. Las bombas neumáticas se han reducido hasta poderse llevar con sus baterías en una mochila con un peso de 6 kilogramos en lugar de los 200 kilos de la versión original.

Pero un corazón que sustituya de modo permanente, eficiente y fiable al corazón humano no parece hoy más cercano que cuando Winchell y Heimlich patentaron su invento. Quizá hagan falta algunos millones de años de evolución para que consigamos un aparato tan fiable como el que traemos de serie, y que a la enorme mayoría de nosotros no nos da problemas al menos durante los primeros 60 años de nuestra vida.

Los corazones parciales

Una aproximación eficaz a las prótesis cardiacas ha sido el uso de aparatos que sustituyen parcialmente alguna función o porción del corazón, como los dispositivos de asistencia ventricular. Utilizados principalmente también como puentes mientras se obtiene un corazón viable para trasplante, algunos corazones parciales han llegado a funcionar de modo fiable durante más de dos años. Es el caso de otro desarrollo de Robert Jarvik, el dispositivo de asistencia ventricular Jarvik 2000.

Historia natural de los dragones

No todas las leyendas tienen una base real gracias a que la imaginación humana es fértil y diversa. Pero en el inicio del mito de los dragones sí hay hechos, y animales, de verdad.

El mítico caballero Yvain de la leyenda del Rey Arturo
combatiendo a un dragón (posiblemente siglo XV,
vía Wikimedia Commons).
Existen al menos dos grandes variedades de dragones. El de China, llamado allí “konglong” y que se difundió hacia todas las culturas del extremo oriente, era descrito como un gran reptil similar a una enorme serpiente, con ojos de conejo, cuernos de venado y garras de tigre. Con diversos colores que juegan un importante papel en su mitología, de grandes garras y cuerpo muy alargado. El konglong es símbolo del poder imperial chino, de la amabilidad y de la sabiduría más que del combate y la violencia, como suponen los occidentales al verlo como motivo decorativo oriental. Su historia se remonta al menos al quinto milenio antes de nuestra era, de donde procede una estatua de la cultura yangshao.

El dragón europeo aparece en las primeras historias registradas y es importante su papel en leyendas como la de Jasón y el vellocino de oro, donde sus dientes pueden plantarse para que germinaran como guerreros listos para la batalla. Puede tener cuatro patas, dos o ninguna, pero lo caracteriza algo de lo cual carece casi completamente su primo asiático: dos poderosas alas con las cuales puede volar. Además, algunos dragones europeos cuentan con la capacidad de exhalar fuego, hazaña nada despreciable.

El dragón apareció en europa como serpiente marina temida por los marineros y al paso del tiempo evolucionó en el folklore hasta convertirse en el reptil gigantesco, volador y poderoso que protagoniza numerosos mitos y, sobre todo, una variada literatura dragonil en la que no puede faltar mención a “El Hobbit” de J.R.R. Tolkien.

Muchos han querido ver un dragón en la figura del mítico dios-filósofo llamado Kukulcán por los mayas y Quetzalcóatl por los aztecas, palabra formada de “quetzal” o ave hermosa y “cóatl”, serpiente, es decir, serpiente emplumada. (Aunque en realidad “quetzalcóatl” es una forma metafórica de decir “gemelo precioso”, que es más preciso en el contexto de la historia del rey Tolteca que dio origen al mito, pero ciertamente menos pintoresco.)

Porque, como muchos seres mitológicos, no sólo los podemos estudiar en la leyenda y en la historia, en las costumbres y decoración de distintos pueblos. Los dragones pueden ser espacio de divertimento para los biólogos.

¿Cómo serían las alas del dragón? Si nos atenemos a las numerosas representaciones y nos inclinamos por las más plausibles, las alas del dragón se parecen mucho a las de los murciélagos, es decir, muestran una estructura rígida plegable parecida a dedos con una membrana entre ellos, como patas palmeadas que se hubieran adaptado para el vuelo.

El problema es difícil, pero no insoluble. La evolución trabaja con las estructuras existentes y las modifica para darles formas a veces radicalmente distintas conforme se van adaptando a un entorno cambiante. El problema es que para generar esas alas, en la espalda, los ancestros del dragón deberían haber tenido seis patas, un par de las cuales hubiera evolucionado hacia las alas. Y los vertebrados terrestres, proceden todos de peces con aletas pectorales y pélvicas pareadas.

El otro problema del dragón europeo es la capacidad de escupir fuego. Algunos biólogos han especulado sobre mecanismos como un saco que almacenara metano proveniente de la digestión del dragón y que se incendiara mediante la fricción de dos dientes especializados o generando una chispa eléctrica como lo hacen muchos seres vivos. Vamos, que es evolutivamente incluso menos implausible que las alas del dragón.

Podemos encontrar el origen de los dragones en una frase de José Luis Sanz, quien afirma que quienes practican su profesión, la paleontología, son “cazadores de dragones”, nombre que dio a un libro de divulgación sobre el descubrimiento e investigación de los dinosaurios. En él cuenta cómo un texto de entre los años 265 y 317 de nuestra era informa del hallazgo de huesos de dragón en la provincia de Sichuan. De hecho, es común en China hallar huesos de dragón, incluso hoy, tanto que las creencias precientíficas conocidas como “medicina tradicional china” incluyen entre sus remedios al hueso de dragón o “long gu” y, como todos los preparados mágicos, se usa igual como tranquilizante que para problemas de corazón e hígado, insomnio, sudoración externa y diarrea crónica.

Otros remedios, por cierto, como el hueso de tigre o “hu gu”, la bilis de oso y el cuerno de rinoceronte son tan buen negocio para los furtivos que estos tres animales están en peligro de extinción. Pero el “long gu” procede de animales ya extintos. Y no son los dragones.

La cercanía dinosaurios-dragones parece bastante obvia. Y más cuando pensamos en que China es hoy una de las zonas del planeta más fructíferas en cuanto a la paleontología. ¿Acaso los long gu son simplemente huesos de dinosaurios?

En parte sí. Sería difícil encontrar un cráneo de Tsintaosaurus spinrhinus, dinosaurio de 5 metros de alto con un cuerno al centro de la frente evocador del “unicornio” sin pensar en un ser misteriosísimo, oculto y poderoso. Pero también vale la pena recordar la variedad de la vida en el pasado para suponer que muchos huesos de dinosaurios eran, simplemente, mamíferos del pasado, desconocidos para quienes los hallaban asombrados.

Así, por ejemplo, en la casa consistorial de Klagenfurt, en Austria, se atesoraba lo que se decía que era la cabeza de un dragón que, según la leyenda, había sido derrotado por dos valientes jóvenes antes de la fundación de la ciudad en 1250. Hoy sabemos que ese enorme cráneo corresponde a un rinoceronte lanudo que vivió durante el Pleistoceno. Otros cráneos, de mamíferos marinos, sobre todo, fueron considerados restos de dragones.

Y mientras el dragón sigue siendo una maravilla de la imaginación y un excelente pretexto y protagonista de apasionantes historias fantásticas, en la vida real, aunque sin exhalar fuego, muchos dragones reales, los dinosaurios, terribles y violentos depredadores o pacíficos herbívoros, enormes y aterradores o pequeños y escurridizos, fueron las especies dominantes de la Tierra durante 135 millones de años. Las historias de ambos tipos de seres siguen siendo apasionantes.


Los dragones reales

En la isla de Komodo vive uno de los mayores reptiles terrestres, un varano que puede llegar a medir 3 metros y pesar más de 70 kilos. Descubiertos en 1910, el nombre de “dragones” lo recibieron en 1926 del explorador W. Douglas Burden, en un libro que escribió sobre su viaje al “mundo perdido” de Indonesia, libro que, por cierto, inspiró la película King Kong. Hoy, el dragón de Komodo, peligrosísimo por las infecciones que causa su mordida y que usa para cazar, está, paradójicamente, en riesgo de extinción.

Izquierda y derecha en el universo

Ser zurdo o diestro no es trivial, basta tratar de usar unas tijeras con la mano izquierda para que los diestros lo sepamos. Nosotros, y el universo, compartimos la curiosa tendencia a uno u otro lado.

Salvo escasas excepciones, somos diestros o zurdos. Es parte de nuestra forma de ser desde la niñez, cuando descubrimos que nos resultaba más cómodo usar una mano o la otra. La desgraciada costumbre de intentar obligar a niños zurdos a usar la mano derecha cuando todo su sistema nervioso indicaba que eran zurdos, nos ha enseñado incluso cuánto sufrimiento implica el no seguir esa tendencia de nuestro cuerpo.

Curiosamente, ese rechazo a lo zurdo y la presión para cambiar su tendencia natural, provenía de la superstición de que el lado izquierdo (“sinistra” en latín) era malévolo y de mal agüero, el lado del diablo, igual que la mano correspondiente o, como se considera en el Islam, la mano sucia que se usa para ir al baño.

¿Por qué somos diestros o zurdos? Los científicos aún no tienen la respuesta. Existen hipótesis como que la preferencia de mano tiende a ser reflejo de la preferencia de lenguaje, es decir, que los diestros tienden a tener las habilidades del lenguaje concentradas en el hemisferio izquierdo y los zurdos en el derecho, pero las muchas excepciones a esta regla general no la sustentan demasiado sólidamente. Y el origen genético (pese a cierta tendencia de que ser derecho o zurdo sea heredada) tampoco es tan sólido si consideramos que hay casos de gemelos idénticos en los que uno es diestro y el otro zurdo. Después de todo, podría simplemente ser un accidente, según algunos biólogos: la especialización de las manos hizo que se concentraran ciertas habilidades en uno u otro hemisferio, y pasamos a ser diestros simplemente por azar.

Ciertamente, lo que podemos inferir de algunos de nuestros antepasados o parientes del género Homo como el neandertal, el ergaster y el heidelbergensis es que eran mayoritariamente diestros, como nuestra especie. Los brazos derechos más fuertes y musculados (lo que se revela por la inserción de los músculos en los huesos que estudiamos) y la fabricación de algunas herramientas así parecen indicarlo.

Pero esto no es verdad en todos los primates. Revisando estudios realizados en nuestros parientes taxonómicos durante 90 años muestra que todos los primates tienen una preferencia. Los lémures y otros prosimios tienden a ser zurdos, los macacos y otros monos del viejo mundo se dividen más o menos a la mitad: 50% zurdos y 50% diestros. Los gorilas y chimpancés son preferentemente diestros con un 35% de zurdos y entre los humanos los zurdos son algo más del 10%. Esto podría indicar que ser diestro es un fenómeno más reciente en la evolución de nuestra familia.

Pero vale la pena decir que ser diestro o zurdo no es en realidad una preferencia absoluta. Todos tenemos tareas que hacemos mejor con la mano izquierda. En el béisbol, por ejemplo, la mano que los diestros usan para atrapar es la izquierda, e intentar hacerlo con la derecha les resulta tan incómodo como a un zurdo tratar de escribir con la derecha. Más que la dominancia de una mano (o, entre los futbolistas, un pie) sobre el otro, lo que hay podría conceptuarse como una división del trabajo que se expresa a la inversa entre diestros y zurdos.

Del mismo modo en que el ser humano tiene esta diferencia, el universo también la exhibe.

Quiralidad en la naturaleza

Fue Louis Pasteur quien, en 1848, descubrió que ciertas sustancias podían presentarse en dos tipos de moléculas de fórmula idéntica salvo porque unas eran la imagen en espejo de las otras, sin poder superponerse una sobre la otra, como pasa con nuestras manos. Se llamó a esta propiedad “quiralidad” (de la raíz griega “chiros”, que significa “mano”) y aunque originalmente se descubrió por sus propiedades ópticas (los cristales “diestros” de una sustancia giran la luz polarizada en la misma cantidad pero sentido inverso que los cristales “zurdos”), pronto se descubrió que las diferencias eran bastante más complejas y representaban variedades en otros aspectos. A las que miran a la derecha se les llama “dextrógiras” mientras que a las que miran a la izquerda se les llama “levógiras”.

Por ejemplo, las moléculas de 19 de los 20 aminoácidos tienen quiralidad (la excepción es la glicina, que es una molécula simétrica y por tanto su imagen en espejo es igual), pero las proteínas que nuestro ADN produce sólo tienen aminoácidos levógiros. Esto significa que la molécula mayor, la proteína, está formada de elementos de construcción que tienen una quiralidad uniforme, por lo que se les conoce como “homoquirales”. El ADN, la macromolécula de la vida en la tierra, también es homoquiral, pues si estuviera formado por unidades de quiralidad diferente no podría formar correctamente la estructura de la doble hélice.

Si los aminoácidos son levógiros, las azúcares suelen ser dextrógiras. Así, por ejemplo, la glucosa natural es dextrógira, por lo que la conocemos como dextrosa o D-glucosa. Se puede producir artificialmente una glucosa levógira, la L-glucosa, que pese a ser igualmente dulce no puede ser metabolizada y usada como fuente de energía (su coste y otros problemas han impedido que se use como sustituto de la dextrosa para dietas y diabéticos).

El sabor y los aromas que percibimos, sin embargo, se relacionan también con la quiralidad. La hipótesis más extendida sobre cómo detectan los aromas y el sabor nuestros receptores nerviosos indican que son activados por la forma de ciertas moléculas, que se acoplan con ellos (o con sustancias en su superficie) como una llave con una cerradura. Así, por ejemplo, el 4-metilhexanal, en su versión levógira, no tiene olor detectable, pero en su versión dextrógira provoca una sensación olfativa intensa, floral y con elementos verdes y frescos. Más contrastantemente, el ácido 2-metilbutanoico levógiro es afrutado y dulce, pero su reflejo dextrógiro nos huele a queso y sudor.

Hoy, la ciencia encuentra quiralidad en sitios donde no se esperaba, desde neutrinos diestros y zurdos hasta una variación en el giro de las galaxias a derecha e izquierda – desde nuestro punto de vista – que nos muestran un universo menos simétrico de lo que quizás creímos. Un universo que es de izquierda o de derecha... y no en sentido político.

Un mundo para diestros

Uno de los problemas que apenas están solucionando las sociedades más tecnológicas es el de los muchísimos implementos (desde tijeras y abrelatas hasta equipo deportivo y muchos instrumentos musicales) que están diseñados para personas diestras sin pensar en la alternativa. Hoy, afortunadamente, los virtuosos no tienen que tocar una guitarra al revés, como lo hizo Jimmy Hendrix, sino que cuentan con multitud de productos hechos para ellos.