Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Los inesperados datos de Hans Rosling


Hans Rosling en 2010.
(Foto CC de Tobias Andersson Åkerblom, vía Wikimedia Commons)
Mucho lo que sabemos es falso.

O, para ser precisos, mucho de lo que creemos saber sobre la situación del mundo es totalmente falso.

Haga usted esta prueba que propone el médico y estadístico sueco Hans Rosling para determinar qué tanto conoce usted del mundo en el que vive. Son cuatro preguntas, elija una respuesta para cada una.

  1. En el último siglo, las muertes cada año debidas a desastres naturales: a) se han duplicado, b) se han mantenido más o menos iguales, c) se han reducido a la mitad.
  2. Si el promedio de los hombres del mundo que hoy tienen 30 años han estudiado 8 años de escuela, ¿cuántos años ha estudiado el promedio de las mujeres que hoy tienen 30 años? a) 7 años, b) 5 años, c) 3 años
  3. En los últimos 20 años, el porcentaje de seres humanos que viven en pobreza extrema: a) casi se ha duplicado, b) ha permanecido más o menos igual, c) se ha reducido a la mitad.
  4. ¿Qué porcentaje de niños de un año de edad en todo el mundo se han vacunado contra el sarampión? a) 20%, b) 50%, c) 80%

Si nos atenemos a la impresión que nos dejan los medios de comunicación, el mundo es un lugar de caos, destrucción, guerras, enfermedades y una situación casi al borde del abismo donde nuestra esperanza de supervivencia y la de nuestros descendientes es sumamente precaria.

Pero los medios de comunicación, hay que recordarlo, sólo nos informan de lo que es noticia. O de lo que los periodistas consideran que es noticia. Eso, lo que es noticia, es sólo una fracción minúscula de los acontecimientos que ocurren en el mundo. Es lo destacable, lo desusado, lo que nos afecta. La antigua conseja del periodismo lo deja claro: ningún diario escribe reportajes detallados sobre los aviones que no se estrellan.

Y los aviones son un excelente ejemplo de cómo los datos, los datos reales, sólidos, comprobables, los hechos científicamente contrastados, entran en desacuerdo con nuestra percepción. Subir a un avión con frecuencia nos provoca ansiedad, pensamos en los terribles accidentes de aviación recientemente cubiertos en detalle por la prensa, y probablemente sabemos, porque nos lo han dicho, que el avión es el medio de transporte más seguro que existe, y lo es cada vez más... Los datos están allí, pero algo dentro de nosotros no se lo puede creer.

Hans Rosling, nacido en 1948, estudió medicina y estadística y desde 1976 pasó varios años como médico en Mozambique y por toda África estudiando brotes de una enfermedad paralizante que llamó konzo y que logró descubrir que tenía su origen en el consumo de mandioca poco procesada, que además de provocar deficiencias alimentarias provocaba un consumo excesivo de cianuro. Posteriormente trabajó como asesor de salud en organizaciones internacionales como la OMS y UNICEF, además de ser uno de los fundadores de Médicos sin Fronteras.

Pero su pasión, en parte profesional y en parte debida a su preocupación por la pobreza y lo que llamamos “el Tercer Mundo”, y lo que lo ha dado a conocer en todo el mundo, es la estadística, el manejo de los datos reales, obtenidos científicamente, y el hecho de que la mayoría de las personas, de los propios medios de comunicación, tienen una visión del mundo que no se corresponde con la realidad, que es, cuando menos, anticuada. Y en muchas ocasiones profundamente injusta.

Es más o menos conocido que hay una serie de datos que hablan en favor de un avance notable en algunos rubros del bienestar colectivo... Sabemos que la mortalidad infantil se ha abatido gracias a los avances en vacunas y alimentación, y que la expectativa de vida al nacer prácticamente se ha duplicado desde principios del siglo XX. Pero la idea que tenemos es que estos fenómenos son peculiares de los que consideramos “países desarrollados”, cuando en realidad el fenómeno también ha ocurrido en África y Asia. Incluso países pobres como Mozambique, por poner un ejemplo, la mortalidad infantil ha caído de 440 niños por cada mil nacimientos en 1900 a 87 en 2013... una cifra enorme pero que es igual a la mortalidad infantil que había en el Reino Unido en 1933 o en Estados Unidos en 1936. O Perú apenas en 1989. El avance es real.

Por supuesto, si no conocemos los datos, datos que se hayan recopilado de modo fiable y con métodos científicamente sólidos, la imagen que tenemos del mundo está distorsionada y ello dificulta poder cambiar las cosas para bien. Para que estos datos sean conocidos, Hans Rosling ha desarrollado el proyecto llamado Gapminder, una forma de presentación de datos en ordenadores que permite ver la evolución de muy diversos indicadores a partir de datos sólidos.

Por cierto, las respuestas a las preguntas con las que comenzamos son c, a, c, c. Las más optimistas, las que menos se ajustan a la visión que solemos tener. Rosling suele prevenir al público de que esto no significa que los problemas se hayan resuelto, pero sí nos dice que los problemas más acuciosos están resolviéndose y pueden resolverse: vacunación, alfabetización, escuela para hombres y mujeres, incluso el hambre y la pobreza extrema no son fatalidades ni problemas que esperen una solución súbita que lo cambie todo, sino asuntos que podemos enfrentar con el conocimiento, la tecnología, la ciencia y el conocimiento de la realidad.

¿Y la sobrepoblación, preocupación siempre animada por los medios? Los datos y las proyecciones de los mimos indican que la población tiende a dejar de crecer. Las parejas en todo el mundo tienen ahora poco más de dos hijos en promedio, las grandes familias van quedando en el pasado y a mediados de este siglo la población podría estabilizarse en 11 mil millones de habitantes, número que se mantendría igual hacia el futuro. El problema seguirá siendo que esos 11 mil millones de vidas sean dignas, satisfactorias y plenas.

Pero, según el investigador sueco, es más importante invertir tiempo y recursos en eso que en preocuparnos por miedos sin fundamento. No por optimismo, sino por que llama “posibilismo”, porque sabemos que sí es posible resolver los problemas de nuestro mundo.

La era menos violenta

El psicólogo cognitivo Steven Pinker se ha interesado por determinar, con datos etnográficos, paleontológicos e históricos, si la violencia entre los seres humanos ha aumentado o disminuido a lo largo de la historia. Sus descubrimientos son asombrosos. Cuando en el año 1300 había una media de 40 homicidios por cada 100.000 personas, para 1700 la cifra había caído a al rededor de diez y, en la actualidad, sólo mueren una o dos personas asesinadas de cada 100.000. Otros indicadores, como la violencia contra niños o el porcentaje de personas muertas en combate han caído drásticamente. Aunque parezca contrario a todo lo que suponemos, y pese al camino que falta por andar, vivimos en la era menos violenta de la historia humana. Demostrablemente.

Una newtoniana en los estados papales

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Laura María Catharina Bassi en un grabado de
Domenico Maria Fratta del siglo XVIII.
A principios del siglo XVIII la revolución científica había llegado a su culminación. Ya nada volvería a ser igual en el conocimiento, en la relación misma del ser humano con el universo. La revolución había comenzado en 1543, con la publicación de las ideas de Nicolás Copérnico y se cerraba en 1687 con el libro donde Newton desentrañaba las leyes del movimiento y de la gravitación. En menos de siglo y medio en el cual se había replanteado, cuestionado y reevaluado todo cuanto el ser humano había creído saber en toda su historia.

Pero faltaba que las nuevas ideas fueran aceptadas por quienes manejaban el poder a todos los niveles, incluidos los científicos. Eran necesarios nuevos revolucionarios que contaran la historia y que construyeran sobre las bases fijadas por los creadores de lo que hoy llamamos ciencia.

Una de las consolidadoras de la revolución científica y heraldo de la revolución social y política que la seguiría, la Ilustración, Laura María Caterina Bassi, nació el 31 de octubre de 1711 en Bolonia, por entonces parte de los Estados Papales. Hija de un abogado, llegaba a la todavía nueva élite de los profesionistas liberales con dinero pero sin título nobiliario. Su padre decidió educarla en casa; a los cinco años empezó a estudiar latín, francés y matemáticas, y a los trece, el médico familiar y profesor de la Universidad de Bolonia, Gaetano Tacconi empezó a enseñarle filosofía, metafísica, lógica y eso que por entonces se llamaba “filosofía natural”... ciencia.

La joven tenía dotes intelectuales notables y un interés profundo por el universo a su alrededor, especialmente por la física, y en los años siguientes sería conocida por su capacidad intelectual tanto en su ciudad como internacionalmente. Su entorno (que incluía a Próspero Lambertini, después Benedicto XIV) le animó a buscar un puesto académico y con apenas 20 años fue admitida en la Academia de Ciencias de Bolonia. Tres semanas después, el 17 de abril de 1732, defendió 49 tesis en la Universidad de Bolonia, con tal éxito que le mereció ser doctorada el 12 de mayo.

Buena parte de las tesis que defendía se referían a la física, la biología y la anatomía, y entre ellas defendía la posición de Newton respecto de la ciencia, a contracorriente de la preferencia de los académicos de la época por el pensamiento de Descartes.

El filósofo francés René Descartes afirmaba que la forma correcta de descubrir la verdad es por medio de la razón y sólo la razón, mientras que Newton afirmaba que la razón podía plantear hipótesis, pero se necesitaba la experimentación y la observación para confirmarlas o rechazarlas. La visión de Newton afirmaba que la naturaleza obedece a leyes que se pueden cuantificar y predecir, no a fuerzas sobrenaturales. Laura Bassi, atraída por la experimentación y fascinada por sus resultados, oponía a ellos la posición del físico inglés con tanta claridad que llegó a ser conocida como “la mujer que entendía a Newton”, y durante 28 años enseñó, entre otros temas, la física newtoniana que sustentaba las ideas del genio británico.

Su brillante exposición llevó a que la universidad la nombrara profesora a fines de 1732 y, al año siguiente, el 17 de abril, le otorgó una cátedra. En poco tiempo, Laura Bassi se había convertido en la segunda mujer que recibía un título universitario en Italia, además de ser la primera profesora universitaria de la historia y la primera científica profesional, dedicada a explorar problemas de mecánica, hidrometría, elasticidad, propiedades de los gases y la recién descubierta electricidad. Alessandro Volta, uno de los pioneros de la electricidad, solía enviarle sus artículos para obtener su opinión. Tenía también correspondencia con personajes como Voltaire, a quien ayudó para que fuera admitido en la Academia de las Ciencias de Bolonia.

En 1738 se casó con el médico y físico Giuseppe Veratti, que compartía su pasión por la ciencia. En los siguientes años, además de dar clases en la universidad y, frecuentemente, en su casa, donde la pareja hacía sus experimentos, se dieron tiempo para tener y educar a una docena de hijos. En 1745 fue admitida en el selecto grupo de científicos, la Academia Benedictina, convocada precisamente por el papa Benedicto XIV, su antiguo amigo. Allí, desde 1746 y hasta su muerte, Bassi dio una conferencia anual detallando sus experimentos y hallazgos.

Laura Bassi enfrentó la oposición de algunos que no consideraban correcto que una mujer discutiera de asuntos de la naturaleza y el universo, además de que se veía impropio que impartiera clases a grupos de alumnos masculinos, y el arzobispo de Bolonia dio la orden de que sólo impartiera clases públicas ocasionalmente y con permiso del Senado de Bolonia. Bassi decidió que su carrera científica no dependía ni de la universidad ni del arzobispo, y no tenía la perspectiva de ser una mera curiosidad, sino de realizar sus propias aportaciones al conocimiento, al método y a la filosofía de la ciencia. En 1749, inauguró un laboratorio privado que pronto se hizo famoso en toda Europa, y donde confirmó que era, además, la mejor profesora de física de su época.

La culminación de su carrera se dio en 1776, cuando el Senado de Bolonia le confirió la cátedra de física experimental en el Instituto de las Ciencias de Bolonia, llevando a su marido como asistente.

Una de las razones por las cuales Bassi es poco conocida actualmente es que sus aportaciones se anunciaban en conferencias y conversaciones, en particular las que impartió anualmente desde 1746 en la Academia Benedictina, y sólo publicó cuatro obras científicas, una sobre la compresión del aire, otra sobre las burbujas en líquidos en flujo libre, la tercera sobre burbujas de aire que escapan de los líquidos y otra sobre problemas mecánicos e hidrométricos.

Laura Bassi falleció el 20 de febrero de 1778. La Ilustración llevaba a cabo su propia revolución y el puente entre las viejas ideas y el nuevo método, la ciencia, había sido transitado, en parte gracias a la labor experimental, docente e innovadora de Laura Bassi, “la mujer que entendía a Newton”.

Laura Bassi, hoy

Aunque poco conocida por el público en general, la contribución de Laura Bassi es reconocida por diversos medios. Llevan su nombre un liceo y una calle de su ciudad natal, Bolonia, y otro liceo en Sant’Antimo, además de ocho centros de especialización en Austria y un cráter de Venus. Adicionalmente, la Universidad Técnica de Munich ofrece anualmente el premio Laura Bassi, que consta de una mensualidad para apoyar a científicas destacadas. En 2016, serán 1.200 euros mensuales para candidatas al doctorado y 2.000 euros mensuales para estudiantes de postdoctorado, más un apoyo adicional para guardería, en caso de que las científicas tengan hijos.