Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Reparar rostros

McIndoe y su "Club de los conejillos de Indias" en un bar.
Somos, inevitablemente, nuestro rostro, por ello sus deformidades provocan reacciones intensas que ya preocupaban a los egipcios 1.600 años antes de la Era Común, cuando para evitar que las narices rotas quedaran deformes, las taponaban con torundas de lino empapado en grasa. 800 años después nacía la cirugía reconstructiva, cuando el indostano Sushruta desarrolló un procedimiento para recortar de la frente de los pacientes que habían perdido la nariz un colgajo que giraba y usaba para formar una nueva.

Reconstruir narices se volvió urgente en Europa a partir del siglo XVI, con la diseminación de la sífilis, que entre otras consecuencias puede provocar la pérdida de la nariz. Las narices podían hacerse de diversos metales (como la del astrónomo Tycho Brahe, que perdió la propia en un duelo), o con el sistema del cirujano italiano Gaspare Tagliacozzi. Implicaba crear un colgajo de piel del antebrazo del paciente en la forma aproximada de la nariz y coserlo a la piel del rostro, dejándolo conectado en un extremo para que se alimentara e inmovilizando el brazo un par de semanas con la mano sostenida sobre la cabeza hasta que el injerto se fijaba. Entonces lo cortaba del brazo y le daba forma. En sus propias palabras: “Restauramos, reconstruimos y reintegramos aquellas partes que la naturaleza ha dado, pero que la fortuna ha arrebatado. No tanto que pueda deleitar al ojo, pero que sí pueda levantar el ánimo y ayudar a la mente del afligido”.

Que es lo que hace la cirugía reconstructiva hasta hoy, aunque cada día con más capacidad de deleitar a la vista y recuperar la función.

Como la cirugía sin anestesia era tremendamente brutal, no fue sino hasta que hubo anestésicos eficaces que se pudieron plantear intervenciones más complejas. La oportunidad, por desgracia, la dio la Primera Guerra Mundial, un conflicto bélico de brutalidad sin precedentes. La guerra de trincheras dejó como secuela a miles de soldados desfigurados, con heridas de lo más diversas en rostros, cuello y brazos. Del lado británico, la cirugía reconstructiva de estas bajas de guerra estuvo a cargo de un médico originario de Nueva Zelanda egresado de la facultad de Medicina de Cambridge.

Harold Gillies
Harold Gillies, nacido en 1882, se enroló en el Cuerpo Médico del ejército británico al declararse la guerra. Después de ver las heridas de los soldados en el frente y los primeros injertos de piel, pudo ver en acción, de permiso en París, al cirujano Hippolyte Morestin, considerado uno de los fundadores de la cirugía cosmética y llamado el “Padre de las bocas” por su trabajo en cirugía maxilofacial. A su regreso, Gillies convenció al ejército de abrir una rama especializada en lesiones faciales y comenzó a luchar por reparar los daños causados por bombas, esquirlas y disparos en la cara. Trató en total a más de 2.000 víctimas, realizando injertos sin precedentes de hueso, músculos, cartílagos y piel. Su objetivo, como el de otros cirujano se la naciente especialidad en distintos países implicados en el conflicto, era restaurar lo más posible el aspecto de los jóvenes combatientes para que pudieran volver a su sociedad, algo que muchos consiguieron, pero no, por desgracia, todos.

El teniente William Spreckley, herido en 1917, dado de alta por Gillies en 1920.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, sólo había tres cirujanos plásticos en la Gran Bretaña, Gillies con sus alumnos neozelandese Rainsford Mowlem y su primo Archibald McIndoe. Gillies formó con ellos tres equipos multidisciplinarios. El de McIndoe se dedicó a lesiones por quemaduras, empezando con los pilotos británicos quemados durante la Batalla de Inglaterra de 1940, cuando los tanques de combustible de sus aviones estallaban por los proyectiles alemanes.

Como pionero de muchas técnicas para reparar los destrozos del fuego, McIndoe estableció el llamado “Club de los conejillos de indias”, formado por sus pacientes de quemaduras, que además de ser sujetos experimentales de las innovaciones del cirujano se daban sostén moral entre ellos, formando el que fue probablemente el primer grupo de apoyo de la historia, pues los procesos de reconstrucción de entonces podían durar incluso varios años, con sucesivas cirugías.

Aunque la cirugía plástica sigue cargando con el estigma de ser ante todo un procedimiento electivo para satisfacer la vanidad de personas que desean un mejor aspecto, con algunos resultados aterradores y desafortunados, es en la reconstrucción del aspecto y la función de distintas partes del cuerpo donde realmente muestra su capacidad. Desde la corrección del paladar hendido, un defecto congénito que afecta a entre 1 y 2 niños de cada mil que nacen en el mundo desarrollado, y que hoy en día suelen ser operados tempranamente, evitando problemas tanto funcionales como sociales por su aspecto, hasta el tratamiento de lesiones, quemaduras y otros problemas, las funciones de esta especialidad tienen un valor incalculable para sus beneficiarios.

Por lo mismo, los cirujanos plásticos esperan mucho de las opciones que se abren hoy a toda la medicina. El cultivo de tejidos, que ha permitido tener piel cultivada para tratar casos de quemaduras graves, podría dar un salto con el uso de células madre para “cultivar” en el laboratorio orejas, labios, narices, rostros enteros que se trasplantarían posteriormente. Los materiales biocompatibles como el titanio, empleado en prótesis diversas, también son sus herramientas en la reconstrucción de cráneos y mandíbulas.

En esta rama de la medicina, hay que señalar, la prevención es también el elemento fundamental. Los vidrios laminados para los autos, por ejemplo, fueron una iniciativa de los colegios de cirujanos plásticos de Estados Unidos y redujeron notablemente las lesiones faciales por cortaduras en accidentes. Las reglamentaciones sobre materiales ignífugos, cada vez más estrictas, los cinturones de seguridad, los airbags y los autos sin conductor que podrían estar presentes pronto en las carreteras son todos prevención no sólo de la salud, sino de la integridad del rostro con el que salimos al mundo.

De la reconstrucción a la reasignación de sexo

Entre 1946 y 1949, Harold Gillies utilizó los conocimientos que había adquirido reconstruyendo los penes de soldados heridos para realizar la primera cirugía de reasignación que se conoce. Su paciente, nacida Laura Maud Dillon, se había sometido a una mastectomía y al primer tratamiento hormonal con testosterona. Entre 1946 y 1949, mientras la paciente, que había cambiado su hombre a Laurence Michael Dillon, estudiaba medicina en el Trinity College, Gillies le practicó 13 intervenciones quirúrgicas para darle un pene, lo que hoy se conoce como faloplastia. Dillon escribió uno de los primeros libros dedicados a la transexualidad. En 1951, Gillies realizó una segunda reasignación, de hombre a mujer.
(Publicado el 10 de diciembre de 2016.)