Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Zahi Hawass: el defensor del legado egipcio

Conocido como el hombre que más lucha por conseguir que vuelvan a Egipto numerosos artefactos antiguos que están en poder de otros países, Zahi Hawass es uno de los más conocidos arqueólogos del mundo.

Su figura es una presencia casi necesaria en todos los documentales sobre el antiguo Egipto, desde los más serios patrocinados por instituciones tan serias como la sociedad y revista de National Geographic hasta algunos que dan pábulo a ideas extravagantes sobre el origen de las pirámides, e incluso ha estado a cargo de varias producciones acompañado de otros distinguidos egiptólogos, lo que le llevó en 2006 a ganar un Emmy, el equivalente al Oscar de la televisión estadounidense por un programa especial sobre Egipto.

El fornido, tremendamente enérgico y habitualmente sonriente egipcio con sus sombreros un poco a lo Indiana Jones estuvo a punto de ser, sin embargo, un sonriente diplomático. Nacido en el pequeño pueblo de Abeyda el 28 de mayo de 1947, su primer objetivo fue estudiar diplomacia, pero suspendió el examen oral, y optó por su segunda alternativa, la arqueología, disciplina en la que se licenció en la Universidad de Alejandría para luego hacerse egiptólogo en la Universidad de El Cairo y doctorándose en la misma disciplina en la Universidad de Pennsylvania en 1987 con una beca Fullbright. Su destino era, entonces, el de todo egiptólogo profesional: dar clases, realizar algunas investigaciones y excavaciones, publicar resultados en revistas especializadas y vivir en el relativo anonimato cómodo de la academia.

El destino y su personalidad, sin embargo, iban por otro camino. Al doctor Zahi Hawass lo mueven pasiones arebatadoras, y las defiende con una clara capacidad escénica, como un eficiente comunicador o el profesor que todos quisiéramos tener, y sin morderse la lengua para tomar decisiones. Y así fue convirtiéndose no sólo en un investigador de primera línea, sino en un personaje mediático decidido a mostrarle al mundo como fuera las maravillas de los 3.200 años del imperio del antiguo Egipto, una enormidad comparado con los 600 años de la antigua Grecia o los 500 años del imperio romano. Y si para promover el conocimiento del legado egipcio tenía que autopromoverse, no tenía problema en hacerlo.

Entretanto, fue construyendo un currículum admirable por todo concepto. En 1997 comenzó los trabajos de excavación en los alrededores de la pirámide de Keops que sacaron a la luz la ciudad de los constructores de las pirámides, y nos permitieron saber que no se trataba de esclavos, sino de trabajadores contratados por todo Egipto, que trajeron sus peculiares costumbres al lugar donde durante 20 años se levantó el impresionante monumento al faraón Keops. En 1999, Hawass anunció el descubrimiento, en las cercanías de la ciudad de El Bawiti, en el Oasis de Baharuya, de 105 momias, algunas de ellas recubiertas de oro, en un gigantesco cementerio de unos dos mil años de antigüedad que se calcula que alberga al menos 10.000 momias en total. La zona fue rebautizada como “El valle de las momias de oro”. El descubrimiento no fue hecho por Hawass, sino por un guardia del Templo de Alejandro Magno, quien lo halló por accidente, pero él fue quien, al conocer el descubrimiento en 1996, ordenó que no se hiciera público pues no había fondos ni especialistas suficientes para excavar, preservar y proteger las momias, especialmente por temor a que los ladrones de tumbas se quisieran hacer de la resina de las momias y las riquezas que las acompañaban. Esperó pacientemente hasta que tuvo los medios para dirigir un grupo de arqueólogos, restauradores, conservadores, dibujantes, electricistas y otros profesionales que pudieran ocuparse debidamente del descubrimiento.

Este interés por preservar los sitios arqueológicos a la espera del mejor momento, de los fondos, de los expertos o de la tecnología necesarios sería años después una de las marcas de la casa Hawass en el mundo de las antigüedades egipcias, y uno de los aspectos que lo pondría en el centro de la controversia con algunos personajes de occidente. Pero la controversia, como se descubriría oportunamente, era un potente combustible para mover a Zahi Hawass a la acción y a la sonrisa.

Cuando en 2002 fue nombrado secretario general del Supremo Consejo de Antigüedades de Egipto, Zahi Hawass puso toda su energía al servicio de su amor por el Egipto actual, al que lógicamente considera el heredero legítimo de toda la cultura del legendario imperio a orillas del Nilo. Dos acciones suyas marcaron de inmediato un nuevo rumbo en el manejo de los asuntos arqueológicos de Egipto. La primera fue la exigencia de que se devolvieran a Egipto numerosos artefactos como, entre otros, la Piedra Rosetta, el busto de Nefertiti, la pintura del zodiaco que estaba en el techo del templo Dendera, el busto de Ankhhaf (el arquitecto de la pirámide de Kefrén) y la estatua de Hemiunu, ni más ni menos que el arquitecto responsable de la pirámide de Keops. Poco a poco, algunos países han devuelto algunos artefactos, no tan relevantes como éstos, merced a una presión diplomática impulsada por la fuerza de Hawass en su país.

Metido en la controversia, Hawass también ha impuesto una moratoria en las excavaciones de sitios tan relevantes como el Valle de los Reyes, puesto que considera que ya existen demasiados monumentos desprotegidos y, por tanto, a merced de los daños que les puedan causar los elementos y los turistas, que por otra parte son elemento clave de la economía egipcia. Por ello, Hawass considera que hace más por su preservación posponiendo temporalmente las excavaciones mientras la economía egipcia mejora y se prepara a más personal egipcio especializado en la conservación y cuidado de su legado. Otros elemento de controversia alrededor de Hawass son su insistencia en la restauración de la Gran Esfinge de Gizeh y su rechazo de la tesis afrocentrista que asevera que los egipcios eran negros.

Finalmente, Zahi Hawass se opone con fuerza a las ocurrencias descabelladas que pretenden adjudicarle la construcción de las pirámides y de la esfinge a elementos no egipcios, desde supuestos habitantes del mítico continente de la Atlántida hasta extraterrestres, o que aseguran que las pirámides tienen funciones y poderes que, por otra parte, nunca han podido demostrar. Hawass llama a estas personas “piramidiotas” y ha impedido que “expertos” autoproclamados puedan hacer investigaciones o rituales en los monumentos antiguos, por lo cual éstos lo han acosado con rumores y afirmaciones falsas. Una controversia más para el egiptólogo más conocido del mundo.

Civilizaciones perdidas


“Ni una sola pieza de cultura material, ni un solo objeto, se ha encontrado en Gizéh que pueda interpretarse como originario de una civilización perdida”, Zahi Hawass.

Vida inteligente en la Tierra... y en otros planetas

Desde que la ciencia confirmó que nuestro planeta es sólo uno entre muchos cuerpos estelares, hemos estado fascinados por la idea de encontrar vida, especialmente vida inteligente, fuera de los confines de la Tierra.

La idea de que cada estrella tiene a su alrededor otros planetas como la Tierra empezó su andadura muy probablemente en 1584 de la mano del sacerdote, filósofo, cosmólogo y ocultista Giurdano Bruno, y la oposición a la idea se hizo patente poco después, cuando Bruno fue juzgado (entendida esta palabra a la peculiar manera del Santo Oficio) y quemado en la hoguera como hereje, entre otros cargos, por afirmar la existencia de una pluralidad de mundos y su eternidad, condena por la que pidió perdón el Papa Juan Pablo II en nombre de la Iglesia Católica.

Ciertamente, en el pasado las religiones habían abordado el tema de otros mundos y otros seres vivos, incluso inteligentes, en ellos, pero desde el punto de vista exclusivamente sobrenatural. El Talmud judío habla de un número exacto de mundos habitados, mientras que el Corán habla de Alá como señor de “los mundos”, en plural. Pero “otro mundo” podría construirse conceptualmente como algo puramente espiritual, y de lo que hablaba Bruno era de otra cosa, de infinitos y eternos mundos como el nuestro, la Tierra, algo contrario al texto bíblico que sólo habla de un mundo que está además en el centro del cosmos. A partir de las ideas de la pluralidad de los mundos que expuso Bruno, derivadas a su vez de la revolución copernicana que puso al sol en el centro del universo, y que se fueron difundiendo junto con el telescopio y las teorías de Newton, tanto científicos como poetas, novelistas y filósofos llegaron a no tener reparos en creer incluso que todos, absolutamente todos los cuerpos celestes albergaban vida inteligente. En los inicios del siglo XVII, el filósofo, teólogo, astrólogo y poeta Tomasso Campanella habló de los posibles habitantes del Sol, y el dramaturgo Cyrano de Bergerac, el personaje real que fuera inspiración para la obra de Jean Rostand, escribió las historias cómicas de los estados e imperios de la Luna y del Sol, mientras que la naciente ciencia ficción de Jules Verne nos hablaba de habitantes de la Luna y H.G. Wells inmortalizaba la idea de que había vida inteligente (y peligrosa) en Marte.

El tema de las inteligencias extraterrestres alcanzó su máximo desarrollo con la ciencia ficción ya en su forma actual, a partir de la década de 1930. Desde las poéticas Crónicas marcianas de Ray Bradbury hasta los aterradores Hombres de Gor de Frederik Pohl, la literatura pronto se llenó de los más diversos alienígenas, algunos francamente absurdos, pero otros construidos de acuerdo con las más precisas reglas de la física y la biología según los conocimientos del momento. Malvados e ingenuos, infantiles o de antigua sabiduría, reptilianos o insectoides, los extraterrestres inteligentes poblaron miles de libros y los sueños de millones de personas en todo el mundo. El cine no tardó en tomar el testigo, generalmente con poca suerte, ofreciendo sobre todo extraterrestres malvados que se comportaban como todos los villanos humanos, para el caso.

Desafortunadamente para los entusiastas, los avances en el conocimiento científico sugirieron pronto que no había selenitas o habitantes de la Luna, que era imposible que nada viviera en las temperaturas aterradoras del sol, que en Mercurio cualquier ser vivo herviría y en Saturno o Júpiter, a más de no haber superficie, pues es un gigante gaseoso, no hay calor suficiente para mantener la vida y las fuerzas gravitacionales en su interior son aterradoras.

Sí, existe la posibilidad de que haya vida en Marte, lo cual parece cada vez más probable, y en lunas como Io, Europa o Titán. De hecho, es obvio que ante la inmensidad del universo no es irracional pensar que es bastante probable que las condiciones para la vida se hayan dado más de una vez. Otra cosa muy distinta es el que la vida haya evolucionado hasta lo que llamamos inteligencia, y el tema es asunto de profundos debates entre los especialistas en exobiología y en evolución. Para algunos, la inteligencia es un accidente que no tenía por qué haber ocurrido, pensando en que los dinosaurios sobrevivieron y dominaron el planeta durante 160 millones de años con lo que parece haber sido una inteligencia bastante limitada, aunque ya tenían todos los demás elementos, órganos y comportamientos que caracterizan a los mamíferos. Para otros, sin embargo, lo que llamamos inteligencia (mezcla de autoconciencia, capacidad de abstracción y capacidad de planear para el futuro, como principales características) es tan inevitable como que aparezcan sensores de luz o de aromas, o medios de locomoción adecuados al medio ambiente de los seres en cuestión.

Mientras se resuelven estas dudas, un grupo de científicos ha emprendido la búsqueda de inteligencia extraterrestre (Search for Extra-Terrestrial Intelligence) basados en la idea de que, mucho antes de que las naves de los alienígenas llegaran a nosotros, nos llegarían sus ondas de radio, considerando que la radio es un requisito tecnológico para los viajes extraplanetarios. Así, por ejemplo, aunque los seres humanos apenas hemos llegado a la Luna físicamente y nuestras naves exploradoras apenas han salido de los confines del sistema solar en el último año, nuestras ondas de radio están viajando por el espacio desde más o menos 1895. Así, esperando detectar mensajes en las distintas frecuencias de radio, desde 1960 se han realizado distintos intentos de captarlos. Para procesar las señales captadas en busca de una emisión que pudiera ser un mensaje inteligente y no el concierto de las estrellas, el proyecto SETI cuenta con el apoyo de millones de voluntarios que ofrecen el tiempo no usado de sus ordenadores. El megaordenador formado por todos los voluntarios de SETI es hoy equivalente al segundo superordenador más potente del planeta. Y en alguno de esos ordenadores, quizá, se encontrará la prueba de que no estamos solos en el universo, la mayor noticia imaginable.

Los contactados


En 1952, el hostelero y granjero George Adamski aseguró estar en “contacto” con los “hermanos extraterrestres” e incluso haber visitado planetas como Venus y Saturno, e incluso decir que las fotografías del Luna 3 tomadas en 1959 eran falsificaciones pues en la Luna había casas y árboles en lugar de cráteres. A Adamski han seguido literalmente miles de personas que aseguran hablar con los extraterrestres, viajar con ellos por el cosmos o ser secuestrados inmisericordemente. Por desgracia, ninguna de esas personas ha aportado un solo objeto o conocimiento que pudieran siquiera sugerir que efectivamente tienen procedencia extraterrestre. No importa, a los verdaderos creyentes no les hacen falta pruebas.

Internet: red de ordenadores, red de personas

Esta red no existía hace 18 años. Hoy, sin embargo, esta red es la esencia de la comunicación de personas, empresas y naciones.

Para muchos jóvenes es difícil imaginar no que haya habido una época sin Internet, claro, sino que esa época esté tan cercana en el tiempo. La World Wide Web, el servicio de Internet más conocido, se hizo realidad apenas a fines de 1990, y no fue sino hasta agosto de 1991 que se empezó a utilizar fuera de su entorno de origen. La World Wide Web, así, está apenas cumpliendo su mayoría de edad y ya es patrimonio de aproximadamente de 1 de cada 5 seres humanos.

Internet no es la World Wide Web, aunque la cultura popular identifique ambos elementos. Internet es un ente físico, una colección de ordenadores interconectados por medio de cables, fibra óptica o señales inalámbricas y que pueden intercambiar información por utilizar “protocolos” comunes, es decir los mismos conjuntos de reglas sobre la sintaxis, la semántica y la sincronización de la comunicación, de modo que interpreten los datos de la misma forma y hagan con ellos lo que deben. Internet alberga distintos servicios, cada uno son sus protocolos, entre ellos tenemos el correo electrónico (que utiliza el SMTP, protocolo simple de transferencia de correos), el servicio de transferencia de archivos FTP (siglas precisamente de “protocolo de transferencia de archivos”), distintos tipos de juegos en línea y, el más conocido e identificativo, la World Wide Web, que utiliza el “protocolo de transferencia de hipertexto” o HTTP. Así, Internet es una red de ordenadores conectados, y la World Wide Web es una colección de documentos y otros recursos (como imágenes) interconectados entre sí mediante hipervínculos y direcciones URL (siglas de “localizador uniforme de recursos”) dentro de Internet.

Internet como red física comenzó con la creación de la red ARPA, siglas en inglés de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada, un proyecto gubernamental estadounidense lanzado en 1958 y destinado a darle a Estados Unidos la vanguardia científica y tecnológica. Aunque en su origen estaba la carrera espacial puesto en marcha por la URSS, la principal preocupación del gobierno estadounidense era la ciencia y la tecnología en general para labores de defensa, es decir, militares.

ARPA reunía (y reúne hoy con el nombre de DARPA) a una importante cantidad de científicos en diversas universidades y laboratorios de todo el país, lo que planteó pronto la necesidad de que estos profesionales pudieran compartir datos, información, ideas y opiniones de manera eficiente, ágil, segura y resistente a sabotajes y catástrofes. En medio de la paranoia de la Guerra Fría que dominaba a Estados Unidos, la idea esencial era crear un sistema que pudiera sobrevivir a un ataque nuclear soviético. Es decir, se excluía de entrada la posibilidad de tener una central informativa y de comunicaciones, como sería una central telefónica, y se propuso una red interconectada en la que ningún elemento fuera esencial. Para 1969, el Departamento de Defensa de Estados Unidos puso en marcha la red con cuatro ordenadores en las Universidades de California en Los Ángeles y Berkley, el Instituto Stanford de Investigaciones, y la Universidad de Utah.

La red de ARPA se convirtió, junto con otras redes como la de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, la IPSS del servicio postal británico y Western Union, la base de lo que hoy es Internet cuando esas redes se interconectaron en 1983 y la parte estrictamente militar de Arpanet se separó como Milnet. El nombre “Internet” en sí fue acuñado y utilizado por primera vez por Vinton Cerf en 1973. Cerf es conocido como “el padre de Internet”, pero no por acuñar el nombre, sino por su trabajo en la creación del juego de protocolos que hizo posible la interconexión de las redes de la Internet primigenia, el TCP/IP (protocolo de control de la transmisión y protocolo de Internet).

Lo que había ocurrido era que los científicos habían encontrado tan útil la red que no la utilizaban únicamente para sus proyectos militares, sino para todo tipo de comunicaciones y compartición de datos e información, primero en Estados Unidos y luego en Europa, al abrir la participación de compañías privadas que ofrecieran servicio de Internet a fines de la década de 1980 y conectarse en 1989 con las redes del CERN, el Centro Europeo de Investigación Nuclear.

Sería en el CERN, para sorpresa de muchos, donde ocurriría el salto que convertiría a Internet en un elemento al alcance de cualquiera. Hasta 1990, buscar algo en Internet demandaba que el usuario conociera al menos ciertos elementos de lenguajes informáticos como UNIX. Ante eso, el informático inglés Tim Berners-Lee, trabajando como contratista independiente del CERN, desarrolló una implementación del concepto del “hipertexto”, es decir, de una vinculación de una palabra o frase con otros documentos o recursos. Era la idea de “hacer clic” en una palabra para “ir” a consultar un documento, obtener una definición, hacer aparecer una imagen o enlazarse a información relevante. Para ello, creó el protocolo HTTP y, el 25 de diciembre de 1990, realizó la primera comunicación exitosa entre un cliente (el ordenador que solicita un dato o documento) y un servidor (el ordenador que lo suministra).

Siendo un contratista independiente, Berners-Lee podía haber amasado una fortuna asombrosa con su invento. A contracorriente de un mundo materialista y orientado al lucro, puso su invención a disposición del mundo gratuitamente, sin patente y sin cobrar regalías, lo cual sigue siendo la esencia de los estándares que maneja el World Wide Web Consortium, fundado por Berners-Lee para la creación e implementación de mejoras y estándares de la red.

Vinton Cerf, padre de Internet, trabaja hoy en Google promoviendo la red. Tim Berners-Lee es profesor de ciencias informáticas en la Universidad de Southampton en el Reino Unido, donde se ocupa de su proyecto de la “Red Semántica”.

La velocidad de implementación


La televisión se hizo técnicamente viable en la década de 1940, y tardó casi 60 años en estar presente en todo el planeta, llegando a España en 1956. La telefonía, patentada en 1876 por Alexander Graham Bell, llegó a España en 1880, pero en 1900 sólo tenía 12.851 abonados. Internet y la WWW se han difundido a una velocidad muy superior. Según las estadísticas de uso de Internet, en marzo de este año había más de 1.407 millones de usuarios de Internet, el 21% de la población mundial, con la mayoría de usuarios (530 millones) en Asia. España, por cierto, es el sexto país de uso de Internet en Europa, con 22,8 millones de usuarios a fines de 2007, el 56,5% de la población, lo que además representa el lugar 34 mundial en penetración de la red.

La muerte, esa extraña presencia permanente

El miedo a la muerte es el gran motor de muchas acciones y pensamientos humanos, una preocupación constante en un mundo en el que ni siquiera sabemos qué es la vida.

Uno de los elementos que utilizan los paleoantropólogos para considerar a una sociedad humana son los rituales funerarios. En un punto de la evolución, nuestros antepasados se hicieron conscientes de la existencia de la muerte, de que era un estado similar al del sueño pero que era definitivo, que nunca se volvía al estado de vigilia y que, además, era algo que iba a ocurrirle a todos y cada uno de los vivos.

Gran parte de la historia del pensamiento humano se ve determinada por la preocupación por la muerte. Las religiones, dicen los no religiosos, han sido respuestas humanas para darle trascendencia a la vida y manejar el enorme miedo a dejar de ser que implica la muerte sin un esquema religioso. Lo mismo pasa con la filosofía y las dudas sobre el significado de la existencia humana, el deseo de jugar un papel importante en un universo grande, complejo y amenazante en el que existe algo tan tremendo como la muerte.

Esto ha determinado que, a lo largo de la historia, sea una preocupación especial saber cuándo ocurre realmente la muerte, en qué momento un ser, especialmente un ser humano, deja de estar vivo. La definición de la vida no es tan clara como quisiéramos, sino que, por el contrario, conforme más sabemos más problemas presenta. Incluso, en el transcurso de la búsqueda del conocimiento los seres humanos nos hemos visto enfrentados al hecho de que hay organismos o entidades como los virus que no es fácil saber si están vivos o no, y que desafían las definiciones más simplistas.

La muerte y los procesos que le siguen llevaron a la existencia de numerosas leyendas y supersticiones. Así, por ejemplo, el hecho de que un cadáver no se corrompiera según se creía que debía hacerlo, especialmente si parecía incorrupto, fue uno de los elementos que llevó a la creencia en el vampirismo. Lo mismo pasaba con cuerpos que, al ser exhumados semanas después de la muerte, mostraran sangre en la nariz y la boca, producto de que los gases de la descomposición impulsan la sangre por estos orificios, pero que se interpretaba como sangre de la que se habían alimentado los vampiros. Los movimientos y ruidos producidos por la acumulación de gases en los cuerpos en descomposición influían igualmente en esta creencia. Hoy sabemos valorar nuestra ignorancia general acerca de los procesos posteriores a la muerte y apenas estamos empezando a estudiar a fondo los procesos de la descomposición.

En una época, y durante mucho tiempo, se consideró que la muerte ocurría al detenerse el latido cardiaco y la respiración. Sin embargo, esto comportaba dos problemas importantes. En primer lugar, que no es fácil saber con precisión si el corazón ha dejado de latir o la respiración se ha detenido. Como se ha podido documentar, puede haber pulso y respiración difíciles de percibir, de allí que se utilizaran algunos sistemas como el de colocar un espejo ante las fosas nasales de la persona, para determinar si hay vapor de agua producto de una respiración imperceptible. En segundo lugar, y sin duda alguna más importante, el avance del conocimiento y las técnicas médicas han permitido invertir algunos procesos que antes se consideraban definitivos. La resucitación cardiopulmonar, los desfibriladores eléctricos, la respiración artificial, el uso de sustancias como la epinefrina y otros procedimientos pueden hacer volver a latir el corazón o funcionar los centros respiratorios. Del mismo modo, la experiencia médica ha reunido ejemplos notables sobre personas que pueden recuperar todas sus funciones después de sufrir potentes descargas eléctricas o de ahogarse en aguas heladas, especialmente en el caso de niños.

Por ello, hoy en día se considera a la parada cardiorrespiratoria sólo como “muerte clínica”, que es reversible al menos en algunos casos y en sus primeras etapas.

Así, desde mediados del siglo XX, fue necesario utilizar otra definición para la muerte, ésta referente a la llamada “muerte cerebral” o “muerte biológica”, que se considera que ocurre cuando su cerebro deja de tener actividad eléctrica, lo que llamamos el “electroencefalograma plano”. Esto supone que esta actividad eléctrica es lo que define o denota la conciencia y por tanto la calidad de “humano” o “persona” que tenemos, pues una vez detenida la actividad del cerebro (o al menos la del neocórtex cerebral, la parte que consideramos la sede de las funciones cognitivas superiores) de modo irreversible, lo que consideramos la “personalidad” no puede volver nunca a reactivarse. La mayoría de los países occidentales incluyen a la muerte cerebral como la definición legal de muerte, aunque para ciertas religiones el asunto siga siendo dudoso y pongan por tanto obstáculos a actividades como los transplantes de órganos, cuya realización depende puntualmente del momento en que se pueda determinar, médica y legalmente, que el donante ha muerto.

Ciertamente, sólo algunas expresiones sumamente claras e irreversibles pueden ser consideradas como una señal certera de la muerte. Entre tales expresiones se consideran algunas lesiones tremendamente graves como la decapitación o la incineración del cuerpo, o bien la presencia de signos como el rigor mortis, la rigidez que se presenta unas tres horas después de la muerte y que dura unas 72 horas, ocasionada por cambios químicos en los músculos como producto de la muerte. Otro signo claro es el livor mortis, la lividez producto de la acumulación de la sangre en las partes de menor elevación del cuerpo. Y, por supuesto, la descomposición.

Nada de lo que hemos aprendido sobre la muerte y cómo vencerla al menos parcialmente aumentando la duración y calidad de la vida humana ha servido, sin embargo, para poder enfrentar de mejor manera el miedo a la muerte, ese miedo que por un lado paraliza y aterra y, por otro lado, ha impulsado el pensamiento y el arte, como uno de los elementos clave de todas las culturas humanas sin excepción.

¿La criogenia permite superar la muerte?


A principios de la década de 1960, basada en libros de Evan Cooper y Robert Ettinger, se ha difundido ampliamente, sobre todo en Estados Unidos, la idea de que si se congela a una persona inmediatamente después de su muerte, se conservarían su personalidad, ideas y memoria, y podría esperar, en un estado que los cómics solían llamar “animación suspendida”, a que los científicos de un futuro lejano la resucitaran, curaran sus afecciones y le dieran una nueva vida. Desde 1967, se ha congelado (o “criogenizado”) a unos pocos cientos de personas, pese a que las objeciones científicas a la criogenia han aumentado al paso del tiempo, poniendo en duda que los cerebros congelados conserven la información que los hace humanos, y la posibilidad misma de la descongelación futura, que nadie, ciertamente, garantiza.

Cuando todo es un mal sueño

Seguimos sin saber por qué necesitamos dormir y por qué soñamos, pero cada vez sabemos más sobre los efectos de los desarreglos del sueño y cómo han sido malinterpretados a través de la historia, a veces con consecuencias atroces.

"Pesadilla", cuadro del pintor danés Nicolai Abraham
Abildgaard (D.P. vía Wikimedia Commons)
Imagine que despierta y descubre que está absolutamente inmóvil, paralizado. Intenta mover cada uno de sus miembros, manos, piernas, brazos, pero los siente como si estuvieran profundamente anestesiados, o como si tuviera un enorme peso que los inmovilizara. De pronto se da cuenta de que hay voces y percibe unas “presencias” a su alrededor. Quizá hablan, pero usted no les entiende con claridad. Escucha zumbidos y ve luces brillantes. La sensación prevaleciente es que la presencia es malévola o malintencionada, que desea hacerle daño a usted o a los suyos. En algunos casos, la “presencia” puede atacarle sexualmente, estrangularle, sentarse en su pecho y pincharle en distintas partes del cuerpo. Usted trata de gritar, pero tampoco puede hacerlo, aumentando su sensación de impotencia, desesperación y angustia. Es posible que sienta que abandona su cuerpo, o que flota, elevándose o levitando. Cuando la “presencia” desaparece, usted recupera lentamente la capacidad de moverse, a veces con grandes dolores en las articulaciones.

Esta experiencia se podría interpretar de muchas maneras, generalmente en función de la cultura en la que se desarrollen. Evidentemente se trata de una situación en extremo angustiosa y, siendo profundamente vívida, puede dejar una profunda marca en sus víctimas. Lo que hoy sabemos es que usted ha experimentado una de las distintas formas de parálisis de sueño que se conocen. Dicha parálisis suele estar acompañada, como en este caso, de vívidas alucinaciones visuales, auditivas, incluso olfativas. Cuando esto le ocurre en el lapso entre el sueño y la vigilia, es decir, cuando se está despertando, las alucinaciones se llaman “hipnopómpicas”, pero también pueden ocurrir cuando usted está quedándose dormido, en cuyo caso se llaman “hipnagógicas” o, colectivamente, experiencias hipnagógicas e hipnopómpicas, EHH.

No es algo poco frecuente. Los estudios realizados indican que entre el 25% y el 30% de las personas han tenido al menos un episodio de parálisis del sueño con EHH en su vida, y un 25% de estas personas (aproximadamente el 6% de la población) experimentan el fenómeno con cierta frecuencia. En la mayoría de los casos los episodios se presentan por primera vez en la adolescencia, sobre todo alrededor de los 17 años. El fenómeno en sí parece tener relación con el hecho de despertar durante la fase de sueño que los neurocientíficos conocen como REM, por la frase en inglés rapid eye movement o movimiento rápido de los ojos.

Esta fase del sueño está relacionada con las ensoñaciones o sueños que experimentamos, y durante ella nuestros músculos voluntarios se desconectan, presumiblemente con objeto de evitar que nuestro cuerpo lleve a cabo las acciones que estamos soñando, paralizándonos efectivamente. Si recuperamos parcialmente la conciencia durante esta etapa del sueño, la incapacidad de movernos (los músculos están desconectados por los procesos de sueño) y la ensoñación misma del sueño REM se confunden con la realidad generando una experiencia que puede ser aterradora.

Hoy, los investigadores consideran altamente probable que los episodios de parálisis de sueño con EHH sean responsables de algunas de las más persistentes leyendas de muy distintas culturas. Después de todo, durante una gran parte de la historia humana los sueños simples llegaron a considerarse “visiones” religiosas o “revelaciones” divinas cuando no “comunicación con el mundo de los espíritus” si se desarrollaban de formas distintas a las habituales o incluían en su guión a personas fallecidas recientemente, a dioses o a fenómenos que pudieran interpretarse como premoniciones.

Más aún, hoy sabemos que lo que recordamos de nuestros sueños cambia muy rápidamente con las experiencias vividas después de despertar, de modo que con frecuencia las personas reportan haber soñado ciertas cosas al despertarse, y tiempo después ofrecen informes radicalmente distintos, en los que han “reescrito” el sueño para incorporar elementos que no estaban en las memorias originales.

En particular, los estudiosos han identificado a la parálisis de sueño con EHH como una muy probable explicación de la experiencia que llamamos, precisamente “pesadilla”, la pesadez que el diccionario define como “Opresión del corazón y dificultad de respirar durante el sueño”. Se le ha relacionado con demonios como la Ardat Lili de la antigua Sumeria, la vieja demoniaca que podía volar para atacar a los hombres durante el sueño, igual que los efialtes griegos saltaban sobre los durmientes, los íncubos y súcubos romanos, los “mare” alemanes, el kikimora ruso, el cauchmar francés, el ag-rog de Terranova y muchos otros demonios que oprimían el pecho de quien dormía.

De hecho, la prevalencia del mito, la enorme similitud entre las experiencias de las que informan personas de distintas culturas y tiempos y el fenómeno estudiado por los neurocientíficos y psicólogos permite una razonable certeza de que son la misma cosa. Por desgracia, los informes de estas experiencias fueron, con gran frecuencia, tomados como narraciones de hechos reales que se utilizaron como pruebas contra herejes, brujas o brujos que distintas sociedades persiguieron y asesinaron.

Del mismo modo, los científicos han notado la similitud entre la experiencia de la parálisis del sueño con EHH y los informes de “abducciones de extraterrestres” que han dado personas que no son sospechosas de buscar la notoriedad o el dinero que mueven a muchos testimonios en los medios de comunicación. La parálisis, las luces, los zumbidos, la sensación de ser atacado por una presencia, la frecuente componente sexual de las supuestas abducciones y otros elementos que tiene la nueva mitología sobre seres de otros mundos son demasiado parecidos a los relatos de ataques por parte de íncubos, ogros, hags y otros seres como para desecharse como coincidencias sin un estudio profundo.

¿Se puede hacer algo?


La enorme mayoría de los casos de parálisis de sueño con EHH ocurren en gente que duerme principalmente boca arriba, mucho menos en otras posiciones, y estos episodios se intensifican claramente cuando sus víctimas experimentan un aumento del estrés y las preocupaciones. Muchas veces, el sólo saber que lo que se padece es un problema que comparten otras personas y no un misterio individual sirve para hacerlo menos aterrador. Algo de ejercicio, un horario fijo para ir a dormir, tratar de dormir en una posición que no sea boca arriba y evitar la privación del sueño son otras recomendaciones que disminuyen la incidencia de esta experiencia.

Ramanujan, pasión por los números


Sólo el trabajo matemático realizado por Srinivasa Ramanujan en su último año de vida bastaría para colocarlo en los libros de historia. Pero el genial matemático hizo mucho, mucho más.

Cuando el 6 de abril de 1920 moría en Madrás, India, el joven de 32 años Srinivasa Ramanujan, se apagaba una de las mentes más lúcidas y asombrosas de la historia de las matemáticas, admirado por sus contemporáneos y considerado uno de los mayores genios naturales de la historia. Y sin embargo, por haber viajado a Inglaterra y haber cruzado un mar, los líderes religiosos de su entorno dictaminaron que había perdido su casta de brahmin (convirtiéndose en un intocable), y se negaron a darle servicios funerarios.

Ramanujan nació el 22 de diciembre de 1887, hijo de un dependiente de una tienda de saris (la indumentaria femenina tradicional indostana) y un ama de casa que cantaba en el templo local. Al entrar a la escuela secundaria en 1898, encontró las matemáticas y se entregó a ellas con una absoluta pasión. Dos estudiantes universitarios que se alojaban en su casa le permitieron avanzar rápidamente en sus conocimientos, y para cuando cumplió 13 años no sólo dominaba la trigonometría, sino que había descubierto complejos teoremas, con lo que a los 14 años empezó a reunir reconocimientos al mérito, y a los 17 años ya había desarrollado independientemente los llamados “números de Bernoulli”, una secuencia específica de números racionales, y había conseguido otros logros matemáticos que empezó a reunir en 1903 en unas libretas de notas que serían, sin que lo imaginara entonces, su testimonio y legado.

Su asombrosa capacidad para las matemáticas, que le ganaba premios e incluso una beca para la mejor universidad de la India, le impedía sin embargo interesarse siquiera en otros temas, que suspendía invariablemente, lo que al final le costó la beca y la estancia en la escuela. Cuando terminó su educación universitaria en 1906, no consiguió aprobar la mayoría de las asignaturas, de modo que se quedó sin título, en la más extrema pobreza e interesado únicamente en la investigación matemática, con una furia interna que apenas se puede comparar a la que impulsaba a Van Gogh o a Picasso a pintar, o a Mozart a componer. Como ellos, padeció hambre e incomprensión, y buscó ganarse la vida en cualquier empleo, incluso como profesor particular de matemáticas. En esta búsqueda, quiso trabajar en el departamento de cobranzas de impuestos, y llegó así a Ramaswami Iyer, cobrador de impuestos y fundador de la Sociedad Matemática Indostana, mostrándole su trabajo matemático para probar que era competente. Iyer comprendió de inmediato que estaba ante un talento que no merecía un escritorio burocrático donde se ahogaría su genio. Lo presentó a los matemáticos de Madrás, que al principio dudaron que el trabajo fuera realmente de Ramanujan, pero poco a poco se convencieron de su capacidad.

En 1913, en una carta pletórica de humildad, Ramanujan se presentó ante el matemático del Trinity College de Cambridge, Godfrey Harold Hardy, como “un oficinista del departamento de cuentas del Port Trust Office de Madrás con un salario de 20 libras anuales solamente” y le pidió que repasara unos trabajos matemáticos para ver si tenían valor y sus teoremos podían publicarse. Como otros antes que él, Hardy se asombró ante el brillante genio que tenía ante sí, aún careciendo de las herramientas académicas producto de una formación estructurada. Hardy diría después sobre las fórmulas de Rmanujan: “Nunca había visto antes nada, ni siquiera parecido a ellas. Una hojeada es suficiente para comprender que solamente podían ser escritas por un matemático de la más alta categoría. Tenían que ser ciertas, porque, si no lo fueran, nadie habría tenido suficiente imaginación para inventarlas”. Hardy se ocupó de que Ramanujan fuera a Inglaterra con una beca muy superior a sus tristes 20 libras anuales de oficinista.

Trabajando estrechamente con Hardy, que se ocupó del difícil equilibrio de enseñarle matemáticas estructuradas a Ramanujan sin ahogar su genio natural, Ramanujan desarrolló su más avanzado trabajo matemático. Tres años después de su llegada a Inglaterra, en marzo de 1916, por uno de sus trabajos sobre números altamente compuestos, el humilde indostano recibía el grado de doctor en Cambridge, en 1917 era admitido a la Sociedad Matemática de Londres y en 1918 fue el primer indostano electo como fellow del Colegio Trinity de Cambridge.

En Inglaterra, Ramanujan fue fiel a sus tradiciones religiosas y de casta aunque, en privado, reconocía que todas las religiones le parecían más o menos igualmente verdaderas, y mantuvo una dieta estrictamente vegetariana que al parecer colaboró a la mala salud que caracterizó al matemático toda su vida. Era ferozmente pacifista y apasionado de la política, y pudo expresarlo en su estancia inglesa que coincidió con la primera guerra mundial. Diagnosticado con tuberculosis y una grave avitaminosis, además del estrés y la angustia por la lejanía de su país y su familia, fue hospitalizado y volvió finalmente a Kumbakonam en 1919, donde murió un año después, a una edad de apenas 32. Las libretas de notas que dejó como su legado contienen alrededor de 4000 teoremas que han dado material de trabajo, reflexión e investigación a los matemáticos de todo el mundo. Adicionalmente, en 1976 se encontró un cuaderno con las 600 fórmulas escritas durante su último año de vida.

Hardy, quien merece reconocimiento independiente por su trabajo, pero cuya figura ha quedado unida a la de su amigo de la India, hizo alguna vez una valoración de los matemáticos en base puramente a su talento en una escala de 0 a 100. Hardy consideraba que en tal escala él mismo tenía una puntuación de 25, mientras que Ramanujan alcanzaba los 100 puntos. El asombro que provocó y sigue provocando Srinivasa Ramanujan queda igualmente patente por el nombre que dio su biógrafo, Robert Kanigel: “El hombre que conoció el infinito”. Si alguien realmente ha podido entender el abrumador concepto de infinito fue sin duda este que es al mismo tiempo uno de los máximos genios de la humanidad y uno de los nombres menos conocidos por el público en general.

El misterio del 1729


Visitando a Ramanujan en un hospital de Londres, Hardy le comentó que lo había llevado allí el taxi número 1729, y que ese número le parecía bastante aburrido. Ramanujan, sin pensarlo siquiera, dijo: “Claro que no, Hardy, es un número muy interesante. Es el número más pequeño que se puede expresar de dos maneras distintas como la suma de dos cubos positivos”. Es decir, Ramanujan vio de inmediato que 1729 es la suma de 1 al cubo más 12 al cubo (13 + 123), y también es la suma de 9 al cubo más 10 al cubo (93 + 103).

El 1729 es hoy conocido como “número de Hardy-Ramanujan”.

Los diversos caminos del ojo

El ojo es una maravilla de la ingeniería evolutiva. Y más maravilloso y aleccionador es ver que dicha maravilla ha surgido en el planeta varias veces de modo independiente.

Uno argumento comúnmente usado para intentar negar la evolución es el de la “complejidad irreductible”. Los proponentes del creacionismo creen que algunos sistemas biológicos son “demasiado complejos” (en su opinión, aunque esto no suelen aclararlo) para haber evolucionado a partir de elementos menos completos. El motivo de que uno de sus ejemplos sea el ojo es que el propio Darwin hallaba difícil comprender cómo se había podido desarrollar este órgano.

Pero en los últimos 150 años el desarrollo de los planteamientos de Darwin nos ha permitido conocer en detalle el desarrollo del ojo, o, más específicamente, los desarrollos de los distintos ojos que han aparecido a lo largo de la historia. Y así, la misma diversidad de orígenes de los ojos de los cefalópodos, los artrópodos y los vertebrados es una prueba de que su origen es la evolución por medio de la selección natural.

En el mundo actual podemos ver ejemplos de las diversas etapas de evolución de los ojos. Se originaron como pequeños grupos de células sensibles a la luz, que le permitían a los animales distinguir la luz de la oscuridad, una información valiosa. Los mejillones actuales tienen grupos así. El siguiente paso es que estas células queden dentro de pequeñas depresiones, cosa que la presión evolutiva favorecería ya que la diferencia en la percepción de las distintas células permite al animal saber de dónde viene la luz, ya no sólo si existe o no. Esto lo podemos ver hoy en día en los caracoles, que tienen “ojos” (o protoojos, si preferimos) de esta forma. Si esta depresión se profundiza y sus bordes se unen, tenemos el principio de la cámara oscura, es decir, un pequeñísimo orificio por el que entra la luz y se obtiene una imagen invertida de las imágenes del mundo, que es la mejor forma de describir el ojo del molusco llamado nautilus. El siguiente paso es la evolución de una lente, que tiene valor evolutivo aún cuando sea muy primitiva, pues permite enfocar las imágenes, y evidentemente habrá presión para que sea cada vez más precisa. Una lente primitiva podemos observarla hoy en día en los caracoles marinos. Al afinarse al paso de millones de años, podemnos obtener ojos enormemente eficaces.

El pulpo y los humanos, por ejemplo, tuvimos un ancestro común hace 550 millones de años, y dicho ancestro tenía apenas el primer grupo de células fotosensibles (detectoras de luz) mencionado en el párrafo anterior. A partir de ese modesto principio, y sin intercambiar información genética o evolutiva, los vertebrados (como nosotros) y los cefalópodos (pulpos, calamares, etc.) construimos ojos bastante similares, con una retina, una córnea, una lente y un iris, pero al mismo tiempo hay diferencias notables, una de ellas es que en lugar de estirar y acortar el lente o cristalino para enfocar, los cefalópodos acercan o alejan el cristalino completo de la retina. Además, el ojo del cefalópodo conserva una orientación constante respecto de la gravedad. Finalmente, el ojo del pulpo percibe la luz polarizada, mientras que nuestros ojos no lo consiguen. Estas características responden al medio en el que se mueve el pulpo, indicando que el órgano ha evolucionado de acuerdo a las presiones del medio. Así, por ejemplo, detectar la polarización de la luz permite al pulpo ver presas transparentes, como algunas medusas o crustáceos, algo que no tiene valor para los vertebrados.

Una tercera aproximación al desafío evolutivo de detectar la luz visible son los ojos de los artrópodos (insectos y crustáceos), los ojos compuestos cuyo ejemplo clásico es el ojo de la mosca. Cada ojo compuesto está formado por unos cuantos o varios miles de ommatidios, unidades visuales que constan de una lente, un cono cristalino transparente, un grupo de células visuales sensibles a la luz organizadas en un patrón radial, como los gajos de una naranja y células pigmentadas que separan al ommatidio de sus vecinos. A diferencia de la imagen continua de los ojos de cefalópodos y vertebrados, la imagen que producen estos ojos es un mosaico compuesto de las señales de todos los ommatidios, como los puntos de medio tono de los periódicos o revistas. Obviamente, mientras más ommatidios haya, mejor será la imagen que perciba el artrópodo, lo cual nos permite suponer que ojos con más de 3.500 ommatidios como los de algunas libélulas son los de mayor agudeza. Este diseño de ojos es excelente para detectar el movimiento, además de que pueden ver la luz ultravioleta, que utilizan muchas flores, plantas e insectos para transmitir información que nosotros no podemos ver. Las famosas mariposas monarca, en su asombrosa migración de Canadá al centro de México, utilizan la luz ultravioleta del cielo para apoyarse en su navegación.

De nuevo, los ojos, tanto los que han evolucionado de modo convergente como los de un mismo origen, están determinados por el medio, el uso y las necesidades de los distintos animales. Así, el ser humano no tiene, en modo alguno, los ojos más perfectos de la naturaleza. Ya hemos visto que otros seres ven partes del espectro (como la ultravioleta) o características de la luz (como la polarización), que para nuestra vista no existen. Pero además hay animales vertebrados como los depredadores nocturnos (felinos, aves y otros) que pueden ver en la noche de un modo tal que los seres humanos apenas los podemos imitar en los últimos años gracias a los aparatos de visión nocturna y visión infrarroja. La agudeza visual del águila es 3,6 veces superior a la nuestra, un halcón puede ver un objeto de 10 cm. de diámetro a una distancia 1,5 kilómetros con sólo 2,6 veces más agudeza visual que la nuestra; los ojos del camaleón se pueden mover independientemente uno de otro; el pinguino tiene una córnea plana para poder ver bajo el agua... la presión de selección distinta crea ojos distintos, desde los mismos puntos de partida.

La convergencia en la evolución


Además del ojo, diversos elementos en el mundo viviente han evolucionado de modo convergente, demostrando que ante el mismo medio ambiente, la evolución genera muchas veces respuestas similares. Los canguros, por ejemplo, que ocupan el nicho ecológico que fuera de Aaustralia ocupan animales como los ciervos, carneros o bovinos, tienen una dentadura similar a la de los herbívoros placentarios, mientras que los depredadores como el lobo de Tasmania desarrollaron un aspecto físico similar al de otros depredadores como los lobos, coyotes o chacales. Esto nos sirve además para entender lo que nos dicen los restos de animales del pasado evolutivo, los fósiles de los que debemos desprender nuestra historia.

Un planeta en movimiento

Alfred Wegener nos legó una de las más revolucionarias teorías del siglo XX... y también una de las menos conocidas a nivel popular.

Las placas tectónicas de la corteza terrestre.
(Imagen D.P. vía Wikimedia Commons)
La Tierra, el planeta y su superficie, las rocas y suelo, parecen tremendamente sólidos, tanto que los seres humanos hasta hace muy poco consideraron que toda su morfología era esencialmente la misma desde su formación en la nube de polvo de la que surgió el sol y todo nuestro sistema solar. Cierto, algunas tensiones y fricciones acá y allá provocaron la aparición de cordilleras, y ocasionalmente hay terremotos y erupciones de volcanes o de agua caliente y gases, recordándonos que bajo nuestros pies sigue habiendo un núcleo candente.

Pero nada más.

Había algunas cuestiones cuando menos curiosas, pero que bien podían ser simples coincidencias, como la observada ya en el siglo XVI, que las siluetas del continente suramericano y del africano se correspondían como dos piezas de un puzle, pero ello no bastaba, lógicamente, para cambiar la idea que teníamos del mundo, y que la ciencia consideraba razonablemente aceptable en el momento, la llamada teoría geosinclinal, establecida desde mediados del siglo XIX, según la cual la corteza terrestre era un todo constante, y sólo algunos movimientos verticales de la misma provocaban la aparición de características geológicas como las cordilleras o fallas. La teoría era coherente con la edad que se calculaba entonces que tenía la Tierra, entre 18 y 400 millones de años.

Alfred Wegener, científico y meteorólogo alemán, observó en 1911 que aparecían fósiles idénticos en ciertos estratos geológicos que ahora están separados por océanos enteros y no le convenció la idea de que habían surgido y desaparecido “puentes de tierra” que permitieron la migración de animales y plantas. Por el contrario, le pareció posible que fueran los continentes mismos los que se hubieran movido con el paso del tiempo, lenta pero inexorablemente. Planteó así, en 1912, la teoría de la “deriva continental”, proponiendo que los continentes podían haber estado unidos originalmente y con el tiempo habrían “derivado” a sus actuales posiciones. Llamó a ese supercontinente originario “Pangea”, que significa “toda la tierra”.

La idea era tan singular que no sería aceptada fácilmente por la ciencia, que demandaba, lo que por otra parte es lógico, evidencia muy sólida de que los hechos apoyaban a la teoría. Wegener reunió una buena cantidad de evidencia circunstancial, pero no suficiente, y a su muerte sus ideas quedaron en suspenso.

Los cálculos del siglo XIX no tenían modo de suponer que existía la radioactividad, y que la Tierra tenía elementos radiactivos que generaban calor, de modo que el planeta no se había venido enfriando de modo constante desde su origen, y era dable que fuera mucho más antiguo y aún así mantuviera un núcleo lo bastante caliente como para ser líquido. Esta idea, y las evidencias de que la dirección del campo magnético variaba en rocas de distintas edades que se recopilaron en las décadas de 1950 y 1960, llevaron a la reconsideración de a hipótesis de la deriva continental de Wegener y a lo que hoy conocemos como tectónica de placas, considerada uno de los grandes avances del siglo XX junto con la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica y las neurociencias.

Según la tectónica de placas, la Tierra consta de diversas capas. La más interior, que se hundió por su propio peso, es principalmente de hierro fundido y forma el núcleo interno del planeta. Sobre él está el núcleo exterior, de una mezcla menos densa de níquel y hierro e igualmente líquido, y el manto sobre el cual se extiende la corteza terrestre. Pero no es una corteza uniforme e inmóvil. Se trata de una delgada capa rocosa quebrada en numerosos trozos o placas (de ahí el nombre) que “flotan” sobre el núcleo y se mueven debido a las corrientes de convección que crea el propio calor del núcleo terrestre.

Las placas tectónicas son trozos de corteza con un espesor de unos 100 kilómetros. Para comparar, la mina más profunda excavada por el ser humano, la Tau Tona, mina de oro en Sudáfrica, es de 3,6 kilómetros, profundidad a la cual la temperatura es de 55 grados centígrados. Se mueven de modo sumamente lento, entre 10 y 160 milímetros por año, pero esos pocos milímetros se suman a lo largo de millones de años. Conocemos la existencia de nueve grandes placas y algunas más pequeñas: la del Pacífico (la mayor), Norteamericana, Suramericana, Eurasiática, Africana, Australiana y Antártica. Entre las pequeñas tenemos la India, la Caribeña, la de Nazca, la de Cocos y la Filipina

El lento, pero inexorable movimiento de estas placas explica algunas de las principales características geológicas de nuestro planeta. Por ejemplo, el choque de la placa Indoaustraliana con la Euroasiática, al norte de la India, es el responsable del surgimiento de la impresionante cordillera de Los Himalayas, con las montañas más altas del mundo. Por supuesto, algunas placas se están separando de otras, mientras que algunas están chocando con otras, en colosales pulsos en los que la menos sólida acaba debajo de la más firme, en un proceso llamado “subducción”. Los movimientos de estas subducciones son los causantes de buena parte de los terremotos, siempre según la tectónica de placas.

Un caso singular es cuando las placas no chocan ni se alejan entre sí, sino que se deslizan horizontalmente una respecto de la otra. Es lo que ocurre en el punto donde se encuentran la placa Pacífica (en movimiento hacia el norte) y la Norteamericana (en movimiento hacia el sur), la llamada Falla de San Andrés. Por otro lado, el movimiento de la placa Pacífica explica la existencia del “cinturón de fuego” en sus bordes.

Así, hoy sabemos que nuestro planeta está en continuo movimiento. Los continentes se mueven, y al menos en dos ocasiones en nuestro pasado distante estuvieron reunidos en un solo supercontinente. Y como en tantos otros aspectos del conocimiento, el cambio es lo único cierto incluso en la aparentemente confiable “tierra firme” que pisamos.

La tectónica de placas extraterrestre


Las condiciones de la corteza de nuestro planeta son tan singulares que los científicos apenas se atreven a especular sobre la posibilidad de que este mecanismo exista en otros planetas. Venus, por ejemplo, no muestra ninguna actividad tectónica, pero hay datos que indican que pudo haberla tenido en un pasado distante. Por su lado, Marte, con volcanes dispuestos en arcos como los que podemos ver en nuestro planeta, y la existencia de variaciones en la dirección del campo magnético en su suelo hacen pensar que tiene o tuvo actividad tectónica. Hay especulaciones también sobre los más grandes satélites de Júpiter y Titán, la mayor luna de Saturno.

Phoenix: la aventura marciana

Un capítulo más de la búsqueda real, científica y cuidadosa de vida originada fuera de nuestro planeta.

Phoenix, la más reciente sonda robótica de la NASA para explorar Marte, se posó en el ártico marciano el domingo 25 de mayo habiendo sido lanzada el 4 de agosto de 2007. Su viaje constó fundamentalmente de una intensa aceleración seguida de un recorrido silencioso y plácido que hacia el final del recorrido se precipitó a lo que los creadores de la sonda llamaron, sin más, “siete minutos de terror” antes de que la nave llegara a posarse en suelo del planeta rojo.

Estos momentos de angustia se debían al procedimiento que la nave debía seguir para aterrizar. Primero, usó su escudo de calor para frenar aprovechando la fricción de la atmósfera marciana. Después, debía abrir un enorme paracaídas para seguir frenando durante cuatro minutos y, finalmente, iniciaría el disparo secuencial de 12 retrocohetes cuya misión sería frenar la nave hasta una velocidad de unos ocho kilómetros por minuto, lo cual le permitiría aterrizar sin destrozarse. El riesgo y la incertidumbre se debían a que muchas cosas podían fallar, y podían presentarse imprevistos que no se pudieron imaginar en la Tierra, pero los controladores de nuestro planeta poco podrían hacer, ya que el tiempo que tardan en llegarnos las señales de nuestras naves en Marte es de 20 minutos en promedio, de modo que para cuando el control de tierra supiera que había un problema, sería demasiado tarde para reaccionar, sin contar con que la orden de reacción que se pudiera enviar tardaría otro tanto en llegar a Marte.

Las últimas sondas que habían utilizado con éxito un sistema de retrocohetes para posarse en suelo marciano fueron las Viking 1 y 2, enviadas en 1975 y que aterrizaron en Marte en 1976. El fracaso de misiones como la del Mars Polar Lander hizo que se privilegiara el uso de bolsas de aire como amortiguadores de las caídas en lugar de retrocohetes en misiones como las de la sonda Pathfinder y los vehículos de exploración Spirit y Opportunity. Pero el uso de bolsas de aire presenta una limitación en cuanto al peso que puede tener razonablemente la sonda que protegen. Cuando es muy grande, el peso que deben tener las bolsas de aire limita la cantidad de equipo científico que pueden llevar, y dado que la sonda Phoenix tiene por objeto la búsqueda de entornos adecuados para la presencia de vida microscópica o microbiana, el uso de bolsas de aire no era razonable. De allí los siete minutos de terror que, ahora lo sabemos, superó con éxito el robot.

No es un logro nada despreciable, es la sexta nave que se posa exitosamente en Marte de un total de 12 que se han enviado con ese objetivo, y la primera que lo hace empleando retrocohetes (un sistema llamado “estático”) desde la Viking 2.

Dado este historial, no es extraño que algunas personas se pregunten qué hace que estos esfuerzos merezcan la pena. Cierto, para otras personas, las imágenes enviadas por las sondas robóticas son más que suficiente para justificar todo el gasto y el empeño: ver a un aparato construido por frágiles seres humanos estudiando en nuestro nombre y representación un planeta completamente distinto es una buena lección sobre lo que puede hacer el ser humano cuando se concentra en esfuerzos positivos y creadores.

Pero hay más. Marte podría albergar, y cada vez es más probable, importantes claves para entender el origen de la vida.

Marte ha fascinado a la humanidad desde que sabemos, por su singular color rojo que lo distingue en el cielo nocturno. Las primeras observaciones telescópicas del planeta mostraron cambios de color que se atribuyeron a vegetación estacional, y una ilusión óptica debida a la baja resolución de los telescopios hizo parecer que tenía líneas en su superficie que se interpretaron como canales de agua o caminos, lo que animó la creencia de que había vida en Marte, tema que retomó prontamente la ciencia ficción, primero en forma de literatura y después en el cine.

Pero si no había plantas estacionales ni canales, el estudio de Marte desde 1962, cuando fue visitado por el Marte 1, estación interplanetaria automática de la extinta Unión Soviética, nos ha ido revelando hechos que permiten suponer que nuestro planeta vecino es un excelente candidato para albergar vida, aunque ésta sea probablemente microscópica y no conforme la poética civilización a la que diera vida Ray Bradbury en su libro de cuentos Crónicas marcianas.

Marte tiene aproximadamente la mitad del radio de la Tierra y una décima parte de su masa. Su superficie está cubierta de fino polvo de óxido de hierro que le da su característico color rojo. Aunque debido a la baja presión atmosférica de Marte (en promedio de menos de 1% de la media terrestre) en su superficie no puede existir agua en estado líquido salvo durante breves períodos en las zonas más bajas del planeta, está presente en grandes cantidades en los glaciares que existen en ambos polos, además de que hay datos según los cuales bajo la superficie marciana hay grandes cantidades de agua congelada que se funde cuando hay actividad volcánica. Existen diversos escenarios hipotéticos que afirman, o rechazan, la presencia de gran cantidad de agua en Marte, e investigaciones como las que realizará la Phoenix tienen por objeto aclarar el panorama y, quizá, incluso descubrir la primera evidencia incontrovertible de vida extraterrestre.

La sonda Phoenix tiene dos objetivos, el primero es precisamente estudiar la historia geológica del agua en el planeta y la segunda es buscar una zona habitable que puede existir en el punto donde se encuentran el suelo y el hielo. La nave tiene previsto realizar su misión principal en los 92 días (90 días marcianos) posteriores a su aterrizaje. Después, comenzará el invierno marciano y aunque los encargados de la misión desean que la misión dure más de lo previsto, como ha ocurrido con otras misiones a Marte, saben que es difícil que ello ocurra por las bajas temperaturas que enfrentará su aparato. Así que en tres meses podríamos saber si hay agua – y vida – en Marte.

La misión tripulada a Marte


Para los entusiastas de la exploración espacial, es el siguiente paso lógico, pero el elevado coste que tendría (simplemente pensemos en la cantidad de alimentos y aire que debería llevar la nave para mantener vivos a los astronautas durante 18 meses de viaje más el tiempo que pasen en Marte) es un serio obstáculo a lo que podría ser una nueva carrera de gran interés científico y tecnológico. El programa Visions de los Estados Unidos piensa en el envío de una misión a Marte para el año 2037, mientras que el programa Aurora de la Agencia Espacial Europea tiene la idea de poner en marcha su misión tripulada a Marte en 2030, y algunos conceptos rusos hablan de misiones entre 2016 y 2020.

Pávlov y la psicología científica

La última frontera de la ciencia sigue siendo la comprensión de nuestro propio comportamiento. A partir de Iván Pávlov, la psicología comienza su divorcio de la filosofía.

Comparar lo que sabemos de física o química con lo que sabemos acerca de nuestro sistema nervioso y nuestro comportamiento es una forma rápida y sencilla de constatar que estamos muy lejos de conocer los más elementales principios de la conducta, sus cómos y sus por qués. Y es que desde los inicios de la historia, el estudio de las emociones, ideas y comportamientos se ha visto limitado por la convicción de que entre esos elementos se encuentra un “alma” o “espíritu” singular que no puede ser “reducido” a lo material, que incluye aspectos sobrenaturales, divinos o incluso relacionados con las deidades. Así, la psicología o estudio de la “psiqué” (que significa al mismo tiempo “alma”, “uno mismo” y “mente”) fue considerada parte de la filosofía más tiempo que otras ciencias que fueron adquiriendo personalidad propia.

De hecho, la psicología como campo de estudio sujeto a experimentación se independiza apenas en 1879, cuando Wilhelm Wundt funda el primer laboratorio de investigación psicológica en la Universidad de Leipzig, Alemania, y tras él otros estudiosos emprenderían investigaciones independientes. Entre ellos, el primero que mostró resultados relevantes y que indicaron que los aspectos más recónditos de la conducta podrían estar sujetos a procesos y leyes naturales fue el fisiólogo y naturalista ruso Iván Petrovich Pávlov, nacido en 1849 e hijo del sacerdote del pueblo. Como era lógico, se le destinó a la carrera eclesiástica en el seminario de su natal ciudad de Ryazan, pero pronto abandonó ese camino y en 1870 pasó a estudiar a la facultad de física y matemáticas de la universidad de San Petersburgo para estudiar ciencias naturales, donde descubrió su amor por la fisiología, obteniendo su doctorado precisamente en 1879, con medalla de oro por su brillantez.

En 1890, Pávlov fue llamado a dirigir el Departamento de Fisiología del Instituto de Medicina Experimental, donde pudo ocuparse de sus investigaciones sobre la fisiología de la digestión, para lo cual trabajaba con perros. Para estudiar la reacción de la saliva ante el alimento bajo distintas condiciones, realizó cirugías creando fístulas o aperturas en el cuerpo de sus sujetos para poder observar continuadamente distintos órganos en funcionamiento relativamente normal, una absoluta novedad en el mundo de la experimentación médica. Como parte de sus experimentos, demostró que el sistema nervioso juega el papel dominante en la regulación del proceso digestivo, que sigue siendo la base de la fisiología de la digestión.

Fue durante experimentos con fístulas en las glándulas salivales de sus perros, que le permitían recoger la saliva, medir su producción y analizar su composición, que Pávlov encontró un hecho inesperado. En algunos experimentos utilizaba alimentos cubiertos con polvo de guindilla o chile y fue entonces cuando observó que los perros secretaban saliva antes de que dicho alimento picante se les introdujera efectivamente en el hocico. En lugar de anotar este hecho como una observación curiosa colateral a sus análisis de la composición química de la saliva canina, nació en Pávlov una poderosa curiosidad por esto que llamó "secreción psíquica", y en una acción altamente audaz desde el punto de vista académico reorientó la totalidad de su investigación hacia este fenómeno, modificando los estímulos a los que estaba expuesto el sujeto para determinar a cuáles respondía, y cómo.

Con sus conocimientos de los reflejos nerviosos, Pávlov pronto pudo determinar que la reacción de salivación de los perros ante estímulos asociados en el tiempo a la administración de alimentos no dependía de elementos subjetivos, sino que tenía las mismas características que los reflejos nerviosos, aunque en este caso se trataba de reflejos condicionados y temporales. En el ejemplo clásico, se hace sonar una campana poco antes de administrar alimentos a los perros. Pasado un tiempo, el sonido de la campana basta para evocar la secreción salival sin la presencia física del alimento. Sin embargo, los experimentos de Pávlov se realizaron con muchos otros estímulos adicionales, tanto auditivos como visuales, asociados al alimento para generar el reflejo condicionado. Este comportamiento provocado es también conocido como "reflejo pavloviano", y se ha consolidado en el imaginario de la cultura popular en la expresión "como perro de Pávlov", que se refiere a la reacción condicionada y acrítica de una persona ante un hecho o estímulo.

El descubrimiento de Pávlov tenía importantes connotacione filosóficas, más allá de las evidentes desde el punto de vista de la fisiología. Lo que había demostrado, desde el punto de vista de la epistemología o filosofía del conocimiento, era que la actividad psíquica, psicológica o mental podía estudiarse con herramientas objetivas, y no mediante la subjetividad y la interpretación a veces fantasiosa y sin demostraciones científicas de otras aproximaciones a la psicología, muy destacadamente el psicoanálisis de Freud y sus seguidores.

Fue en 1903, en el 14º Congreso Médico Internacional de Madrid, donde Pávlov leyó su artículo o paper “La psicología y psicopatología experimentales de los animales”, donde definió los distintos reflejos, incluido el condicionado, e inició efectivamente la era de una psicología científica que sigue en desarrollo. En 1904, recibió el Premio Nobel de Medicina y Fisiología, y en los años siguientes, Pávlov conseguiría desarrollar una teoría de los reflejos condicionados debidamente probada mediante experimentos y llegaría incluso a descubrir que los reflejos condicionados se originan en la corteza cerebral, como principal distribuidor y organizador de la actividad del organismo. Pávlov sería, además, un gran promotor de la ciencia, de la investigación y del conocimiento, dejando un importante legado en la forma de instituciones y discípulos de gran calidad antes de morir en 1936.

El camino a la ciencia


La psicología no es aún una ciencia en forma. Aunque las neurociencias y algunos caminos de la psicología como el análisis de la conducta operante (el “conductismo”) y la etología o estudio del comportamiento natural y sus bases genéticas cumplen los requisitos esenciales de la ciencia (incluida la demostración de sus teorías utilizando esquemas experimentales objetivos y repetibles), lo que más nos importaría, el conocimiento de cómo funcionamos y por qué, sigue estando fuera de nuestro alcance. Filósofos como Kuhn y Mario Bunge sitúan a la psicología como una protociencia, pero precisamente por eso es uno de los más prometedores campos para la investigación original.

La vida en el universo

MarsSunset
Atardecer en Marte, el mejor candidato a planeta con vida fuera
de la Tierra,  tomado por la sonda Mars Exploration Rover.
(Foto D.P. NASA, vía Wikimedia Commons
Más allá de las afirmaciones dudosas, engaños y buenos deseos, la ciencia sigue buscando resolver la cuestión de la vida fuera de nuestro planeta.

Cuando se enviaron a Inglaterra los primeros ornitorrincos disecados, los naturalistas no aceptaron ciegamente que hubiera un mamífero con pico y patas de pato, que pusiera huevos y tuviera espolones venenosos en las patas traseras. En vez de ello imaginaron un fraude con un cuerpo de castor con trozos de pato cosidas o pegadas. Es decir, propusieron hipótesis razonables según los datos.

Hasta que tuvieron en sus manos un ejemplar vivo lo consideraron evidencia suficiente de la existencia de este animal, importante en la historia de cómo los mamíferos nos separamos de la línea de los reptiles. Esto no fue, cerrazón o torpeza de los científicos, sino por el contrario un buen ejemplo de la “evidencia suficiente” que requiere el método científico para aceptar un hecho o una explicación. En el mundo de la ciencia, no basta que alguien diga “yo lo vi” para aceptar algo, ni una prueba que pudiera ser falsificada, se debe contar con una evidencia contundente y reproducible,.

Lo mismo ocurre en el caso de la posibilidad de que fuera de nuestro planeta haya vida como la entendemos nosotros o, aún más, vida desarrollada hasta tener una inteligencia o conocimientos superiores a los de la especie humana. La idea de que existe tal vida inteligente, y los argumentos a favor y en contra, han estado presentes en las culturas humanas desde que existen registros, y el debate ha sido tanto filosófico como religioso. En el mundo occidental, para una cristiandad que consideraba a la Tierra el centro del universo, la vida fuera del planeta era impensable, salvo la del reino sobrenatural. Pero la revolución copernicana, que degradó a la Tierra a sólo un cuerpo celestial más, abrió el debate de la posibilidad de vida extraterrestre, y en el siglo XVI, el filósofo, sacerdote y cosmólogo Giordano Bruno argumentó en favor de un universo infinito y eterno donde cada estrella estaba rodeada de planetas, en su propio sistema solar, idea que colaboró para que fuera quemado en la hoguera por la Inquisición en 1600, error que finalmente fue lamentado por el Vaticano en el año 2000.

Galileo y Copérnico habían sentado las bases del estudio científico del universo, lo que hoy llamamos cosmología, y siglos de debates filosóficos desembocaron en el siglo XIX y XX en dos fenómenos relacionados entre sí. De una parte, la velocidad del cambio científico y tecnológico empezó a incidir en la sociedad como nunca antes, abriendo las puertas a una nueva forma de creación que se ocupaba de la ciencia y de sus posibilidades, incluida la del viaje a otros mundos habitados y las visitas extraterrestres, la ciencia ficción. De otra parte, grupos de científicos se han ocupado de enviar al espacio señales físicas o de radio sobre nuestra existencia y tratar de recibir señales emitidas por otros seres inteligentes, considerando que las emisiones de radio y televisión de los extraterrestres nos llegarán, muy probablemente, mucho antes de que ellos puedan trasladarse físicamente hasta la Tierra. Tal ha sido el principio de los diversos programas SETI (siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), que buscan señales regulares “inteligentes” en las emisiones que reciben los radiotelescopios.

Conforme conocemos mejor los demás planetas de nuestro sistema solar, es casi evidente que encontraremos algún tipo de vida primigenia, por ejemplo bacterias, en cuerpos celestes como Marte o las lunas Europa y Ganimedes, de Júpiter, y Titán, de Saturno. Pero por emocionante que fuera científicamente hallar seres unicelulares extraterrestres, serán una decepción para quienes tienen esperanzas más del tipo E.T., Flash Gordon o Supermán. Por ello, la pregunta de “¿cuántas civilizaciones podría haber en el universo?” ha sido también abordada. El astrofísico Frank Drake tomó en cuenta los datos que se tenían en 1961 en cuanto a estrellas adecuadas para la vida que contengan planetas similares a la Tierra, y desarrolló una ecuación según la cual podía haber vida inteligente capaz de comunicarse con nosotros en unos 10.000 planetas de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Aunque la “ecuación de Drake” se cita con frecuencia por los entusiastas, desarrollándola con los datos que tenemos en la actualidad, el número de planetas de nuestra galaxia con vida inteligente que se pueden comunicar con nosotros es de sólo 2,3. En todo caso, no deja de ser una conjetura.

Como un elemento colateral, y precisamente por el deseo de entrar en comunicación con elementos trascendentes o superiores, que en el pasado pudieron ser brujas, ángeles o espíritus, consciente o inconscientemente algunas personas retomaron diversos elementos de la ciencia ficción y empezaron a asegurar que cualquier luz en el cielo, cualquier objeto volador que no pudieran identificar de inmediato, cualquier punto en un radar, eran “naves extraterrestres”, y otros empezaron a asegurar que estaban en “contacto” con extraterrestres de lo más variados, o que eran “secuestrados” por extraterrestres con mayor o menor asiduidad. Y es aquí donde debe venir a nuestra memoria el caso del ornitorrinco. Distintas personas suponen que la ciencia debería aceptar que seres inteligentes de otros planetas nos visitan asiduamente, pero para ello nunca han podido ofrecer ninguna prueba, ninguna evidencia tan sólida como un ornitorrinco vivo. Anécdotas, afirmaciones, relatos, efectos físicos que se podrían obtener de otro modo (como trozos de metal que son indistinguibles de otros trozos terrestres, o huellas en la tierra que podrían ser formada por cualquier medio no alienígena) no pueden ser considerados como evidencia suficiente, por mucho que esto ilusionara a los más entusiastas de lo extraterreno.

Quizás algún día entraremos en comunicación con otros seres vivos de otras partes del universo, que muy probablemente existan. Pero hasta ahora no parece haber ocurrido, y sin duda son los científicos los más interesados en hacer ése que sería, sin duda, uno de los mayores descubrimientos de la historia humana.

Los cálculos más recientes

El profesor Andrew Watson de la Universidad de East Anglia, astrobiólogo, ha publicado recientemente un modelo matemático que se basa en el hecho de que nuestro planeta tuvo vida durante cuatro mil cuatrocientos millones de años antes de que apareciera en él lo que llamamos inteligencia, lo cual indica, según Watson, que la probabilidad de la aparición de inteligencia es bastante más baja de lo considerado antes. Este profesor de la Escuela de Ciencias Medioambientales ha llegado a la poco entusiasta cifra de que sólo hay una probabilidad de 0,01% de que aparezca la vida en cuatro mil millones de años.

La depresión: una enfermedad fantasma

Estar deprimido, bajo de energía, triste o de mal humor no tiene que ver con la depresión clínica, un desorden psiquiátrico que puede ser incapacitante y altamente riesgoso.

Entre las afecciones emocionales, la depresión es probablemente una de las menos comprendidas para quienes no la padecen. La palabra “depresión” se utiliza igualmente para describir una sensación normal o natural de tristeza, nostalgia o frustración, a la que todos estamos expuestos y que dura uno o dos días, y para indicar un importante desorden psiquiátrico que puede llegar a interferir gravemente con su vida cotidiana, y son cosas no relacionadas entre sí. Por ello, es frecuente que la gente pregunte al depresivo “por qué” está de mal humor y ofrezca recomendaciones de positividad, de buen rollo y de fuerza de voluntad por parte del depresivo, como lo haría con cualquiera que tuviera un motivo para estar triste o de mal humor.

Pero el depresivo puede no tener un motivo externo para su condición emocional, y ésta es mucho más profunda que una bajada de ánimo pasajera. El depresivo no necesita sólo buenos consejos, sino que requiere apoyo de medicamentos, al menos en la primera etapa de su tratamiento, y una psicoterapia adecuada para aprender a manejar la enfermedad. La depresión, desde el punto de vista médico, es un síndrome o conjunto de síntomas que incluyen tristeza patológica, decaimiento, irritabilidad, reducción en el rendimiento del trabajo e incluso dolores diversos, es una condición emocional perdurable (al menos dos semanas) y en alguna medida incapacitante. Hay varias formas distintas de la depresión identificadas por la psiquiatría.

Trastorno depresivo mayor - Es una combinación de síntomas que interfieren con la capacidad de una personas para trabajar, dormir, estuciar, comer y disfrutar de actividades que en otro momento le resultaban placenteras. La depresión mayor impide que la gente funcione normalmente y puede ocurrir una sola vez en la vida (episodio único) o, más frecuentementemente, ser recurrente a lo largo de la vida de la persona (recidivante).

Trastorno distímico – Llamado también “distimia”, lo caracterizan síntomas menos graves, que no son incapacitantes pero que duran mucho tiempo, dos años o más, y que puede estar marcada por algunos episodios de trastorno depresivo mayor.

Trastorno adaptativo o depresión reactiva – Depresión que ocurre en respuesta a un acontecimiento vital estresante y no sólo por causas internas.

La investigación sobre la depresión sigue adelante, y aún hay mucho por descubrir, de modo que las siguientes formas de la depresión no cuentan con un acuerdo pleno de los científicos en cuanto a su caracterización y definición.

Depresión psicótica – Ocurre cuando una afección depresiva grave se combina con alguna forma de psicosis, como la disociación de la realidad, alucinaciones e ilusiones.

Depresión postparto – Se diagnostica cuando una madre primeriza desarrolla un episodio depresivo mayor en el mes siguiente al parto. Se calcula que entre 10 y 15% de las mujeres sufren depresión postparto, y su tratamiento es fundamental debido a que en casos extremos puede llevar a graves alteraciones del comportamiento.

La depresión y la muerte

Uno de los más graves peligros de la depresión es que con frecuencia implica pensamientos recurrentes de suicidio, y facilita el que sus víctimas realicen efectivamente intentos de acabar con sus vidas, de modo que el tratamiento oportuno y adecuado puede ser, en sentido literal, una forma de salvarle la vida a quienes padecen depresión.

La depresión, en general, tiende a ocurrir en las mujeres con una frecuencia de casi el doble que en los hombres. Durante un tiempo, esto se atribuyó principalmente a factores de carácter cultural, pero estudios recientes del Instituto Nacional de la Salud Mental de Estados Unidos sugieren que los cambios en los niveles de estrógeno juegan un papel en la depresión. Sin embargo, es más frecuente que la depresión no se diagnostique correcta y oportunamente entre los hombres, en parte por cuestiones culturales que esperan mayor “resistencia” y “capacidad de sobreponerse” en los hombres que en las mujeres. Por tanto, la tasa de suicidios consumados en situación de depresión es cuatro veces mayor entre los hombres que entre las mujeres, pese a que los intentos de suicidio son mayores entre las mujeres, lo que sugiere que ellas acuden a él con más frecuencia como modo de llamar la atención a sus problemas, y ellos como genuinos intentos de terminar con su vida. Pero la depresión no sólo afecta psicológicamente, sino que aumenta el riesgo de sufrir enfermedad coronaria, y en el varón, los estudios indican que aumenta la tasa de mortalidad producida por la enfermedad coronaria sumada a un trastorno depresivo. Igualmente, la incidencia de la depresión aumenta en la tercera edad, y con ella los suicidios consumados. La depresión, resaltan los expertos no es una parte normal de la vejez, y debe ser tratada con la misma atención que si ocurre en otro momento de la vida.

No se sabe exactamente qué elementos causan la depresión, aunque se presume que es resultado de una combinación de factores genéticos, bioquímicos, medioambientales y psicológicos. En todo caso, las investigaciones realizadas hasta hoy señalan que las enfermedades o trastornos depresivos son desórdenes del cerebro. Sistemas como la resonancia magnética han permitido observar que el cerebro de los depresivos muestra un aspecto muy distinto del cerebro no depresivo”, mostrando un funcionamiento anormal en las áreas responsables de regular el humor, el pensamiento, el sueño, el apetito y el comportamiento. Además, sabemos que la depresión provoca un desequilibrio en los tres neurotransmisores primarios: serotonina, norepinefrina y dopamina. Esto sirve para entender por qué la “fuerza de voluntad”, la invitación a “pensamientos positivos” y los consejos amistosos pueden ser totalmente ineficaces para mejorar la situación emocional de un depresivo.

La depresión y la ansiedad


Con gran frecuencia, la depresión y la ansiedad ocurren juntos. El sentimiento de soledad, desesperanza y tristeza de la depresión pueden ocasionar temores y ansiedad en el paciente, ansiedad que a su vez fortalece la depresión, creando un círculo vicioso. El paciente con depresión y ansiedad puede sufrir ataques de pánico, que son episodios de miedo irracional extremo, pulso acelerado y falta de aire, o ver fortalecidas fobias como el miedo a los lugares cerrados o a algún animal. Es por ello que diversos tratamientos incluyen medicamentos que son antidepresivos y ansiolíticos, es decir, que combaten la ansiedad, ya sea en una sola formulación o mezclando dos o más medicinas que ataquen todos los síntomas del paciente.