Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

El canto de las ballenas

Experiencia estremecedora, para algunos espiritual, el canto de las ballenas es una puerta para entender a nuestros gigantescos primos marinos.

Sello postal de las Islas Faroe
dedicado a la ballena azul
Los profundos gemidos de la ballena jorobada, que se repiten en patrones regulares, resultan, cuando menos, profundamente cautivadores para el ser humano. Tanto así que les llamamos “canto” en lugar de mugidos, bramidos o cualquier otro sustantivo más basto, y se han editado varios discos con estos sonidos, con un éxito singular, tratándose de seres no humanos.

El primer disco, publicado en 1970 con el nombre Songs of the humpback whale (Canciones de la ballena jorobada), se hizo a partir de las grabaciones realizadas por el biólogo Roger Payne, el descubridor del canto de las ballenas.

Parece extraño que en los miles de años de relación del hombre con las ballenas, nuestra especie no se hubiera percatado de que los gigantescos mamíferos producían sonidos. Después de todo, la ballena está presente en nuestras culturas al menos desde tiempos bíblicos, y en todo el mundo. Sin embargo, debido a su gigantesco tamaño, estos animales fueron objeto de lo que podríamos llamar campañas de prensa negativas a lo largo de la historia, sobre todo en occidente.

Aunque culturas como las de Ghana, Vietnam o los maoríes de Nueva Zelanda tenían una visión más equilibrada de las ballenas, situándolas con frecuencia en el plano de divinidades, lo común en Europa y América ha sido situarlas como villanos. Desde la historia de Jonás tragado por la ballena, que está presente en la Biblia y en el Corán, hata el Moby Dick de Herman Melville o la feroz ballena del Pinocho de Carlo Collodi, la ballena se representó como un terrible peligro de los procelosos mares, una bestia que no parecía tener más ocupación que lanzarse sobre las embarcaciones destrozándolas, tragarse cuanto encontraba y aterrorizar a los pobres pescadores que, en todo caso, sólo querían matarlas para aprovecharlas industrialmente.

En 1967, Roger Payne y Scott McVay dieron a conocer su descubrimiento de que las ballenas jorobadas producían los profundos sonidos que hoy nos resultan familiares. Pero no se trataba solamente de sonidos agradables. Payne y McVay descubrieron que las ballenas desarrollaban canciones que duraban hasta 30 minutos, con “frases musicales” que se repetían regularmente y que podían ser producidos, o cantados, por grupos de varios machos de ballena jorobada. Las canciones se repiten de modo continuo durante horas, a veces durante más de 24 horas.

El canto de las ballenas jorobadas es, evidentemente, parte del cortejo en su especie, pero no para atraer a las hembras, sino probablemente como desafío territorial. Esto se deduce de que son los machos los que más frecuentemente cantan, especialmente en la temporada de apareamiento, y el canto atrae principalmente a otros machos.

A diferencia de los sonidos fijos, en gran medida genéticamente determinados, de otros animales, el canto de la ballena jorobada no se mantiene igual al paso del tiempo. Las canciones que cantan los grupos de machos cambian año con año, se añaden nuevas “frases musicales” y se abandonan otras, creando un complejo rompecabezas para los científicos que se dedican a su estudio. En algunos grupos y áreas geográficas, las canciones evolucionan rápidamente, mientras que en otros los cambios son más lentos. Sin embargo, una vez que se introduce un cambio, todo el grupo de machos lo adopta para seguir cantando en su peculiar “coro”.

No todas las ballenas cantan, sin embargo. Las 90 especies de cetáceos, el orden de los mamíferos adaptados a la vida marina que incluye a los delfines, las ballenas y las marsopas, se dividen en dos grandes subórdenes, los odontocetos o ballenas dentadas, y los misticetos o ballenas francas.

Los más conocidos ejemplos de odontocetos son el cachalote o ballena blanca de Moby Dick, las orcas y los delfines. Los cetáceos de este suborden se comunican con diversos sonidos y vocalizaciones, como los chillidos y chasquidos de los delfines que se hicieron populares por la serie de televisión Flipper en los años 60, además de los ultrasonidos que emplean para la ecolocalización. Las ballenas blancas, por su parte, utilizan bajas frecuencias para comunicarse.

Son las ballenas francas o misticetas las que producen los hipnóticos cantos que descubriera Payne. Estas ballenas no tienen los aparatos fónicos con los que cuentan los odontocetos para producir sus sonidos y chasquidos, y la forma en que producen los sonidos en la laringe, sin necesidad de exhalar aire, sigue siendo un misterio.

Además de ser parte del cortejo entre las ballenas jorobadas, el canto de la ballena azul parece ser una forma de comunicación a larga distancia. Los gemidos más profundos de la ballena azul, que canta en solitario, son inaudibles para el oído humano, ocurren en frecuencias subsónicas como las que también emplean los elefantes en tierra, y no sabemos si esto es sólo una coincidencia o tiene un sentido evolutivo. El hecho es que los sonidos producidos por la ballena azul se transmiten a muy grandes distancias en el agua, tanto que Roger Payne ha propuesto que se emplean para comunicarse con un océano de distancia.

Finalmente, otras ballenas misticetas como el rorcual, la ballena gris o la ballena de Groenlandia cantan todo el año, lo cual convierte sus interpretaciones en un misterio aún mayor. Por desgracia, dado que su canto no tiene en el ser humano los profundos efectos emocionales que ciertamente tienen los cantos de la ballena jorobada o la ballena azul, su estudio es menos intenso y es probable que la explicación se tome más tiempo para llegar.

Y es que en parte el estudio del canto de las ballenas se ha visto condicionado por apreciaciones subjetivas, convicciones ideológicas y otros elementos profundamente humanos. Los más apasionados de la conservación quieren hallar un elemento místico en la voz de las ballenas, mientras que quienes aún viven de la caza de ballenas prefieren creer que tales cantos no son distintos del mugido de una vaca.

Probablemente, la verdad está en algún otro punto, alejada de las pasiones y enfrentamientos de los observadores.

De los murciélagos a las ballenas


Roger Payne comenzó su carrera como investigador en biología dedicado a la ecolocalización de los murciélagos y la audiolocalización de los búhos, y las distintas formas en que las presas de estos animales evitaban ser cazadas. Eran los años del surgimiento de la conciencia ecológica, y Payne decidió dedicarse a un área en la que pudiera colaborar con la conservación de las especies y el medio ambiente, y se centró en las ballenas. Con cierta vena poética, describió los sonidos producidos por los cetáceos como “exuberantes ríos ininterrumpidos de sonido”. Actualmente trabaja como zoólogo y encabeza una organización no lucrativa para la conservación de los océanos.