Tablilla sumeria de entre el 2400 y 2200 de la Era Común con los nombres de los dioses en orden de importancia. (Imagen D.P. vía Wikimedia Commons) |
Fue Francis Bacon, uno de los fundadores del método científico en los siglos XVI-XVII quien puso en palabras un concepto que hoy nos parece obvio: “El conocimiento es poder”. Y por ello, la biblioteca, como depósito de conocimiento de fácil acceso, es parte esencial del concepto del poder ejercido por toda la población consustancial a lo que consideramos que debe ser la democracia.
Las bibliotecas tienen una imponente historia de al menos cinco mil años, desde la “Casa de las tablillas” del templo de Nippur (hoy Nuffar, en Irak), la más antigua encontrada hasta hoy. Allí se guardaban más de 2000 tablillas de cerámica de escritura cuneiforme sumeria, algunas datadas alrededor del año 3.000 antes de la Era Común.
Esta biblioteca no guardaba sólo textos sagrados o administrativos. En sus libros/tablilla encontramos poemas épicos de diversos héroes e historias míticas que encontramos rescatadas y reescritas en el Antiguo Testamento bíblico.
Dos mil trescientos años más tarde, en el siglo VII antes de la Era Común, el legendario monarca asirio Asurbanipal hizo reunir y organizar una colección de la cual se conservan más de 20.000 tablillas y fragmentos. Esta gigantesca colección, conservada en su palacio y en el de su abuelo, fue la primera biblioteca con una organización sistemática y es hoy en día una de las fuentes más ricas para el conocimiento de la historia, el arte, la ciencia y la religión de la antigua Mesopotamia.
Fue a partir del siglo V a.E.C. cuando aparecieron las bibliotecas personales en la Grecia clásica, merced a coleccionistas como Pisístrato, tirano de Atenas, el geómetra Euclides, el poeta Eurípides y el filósofo Aristóteles.
Aristóteles estaba destinado a jugar un papel singular en la historia de las colecciones de libros. En el 343 a.E.C., Filipo II de Macedonia lo llamó para que dejara su natal Estagira y trabajara como tutor de su joven heredero, Alejandro, para lo cual el filósofo fue nombrado director de la Real Academia de Macedonia. Allí, además de instruir al que sería poco después Alejandro Magno, tuvo como alumno a Ptolomeo Soter, que sería uno de los principales generales de Alejandro Magno.
A la muerte de Alejandro, Ptolomeo se hizo con la corona de Egipto, llevando consigo los restos del conquistador Macedonio desde Babilonia hasta Alejandría, en Egipto. Allí, Ptolomeo encargó a Demetrio de Falerón, también discípulo de Aristóteles, la organización de la legendaria Biblioteca de Alejandría y su adjunto Musaeum (donde trabajarían numerosos sabios, entre ellos Hipatia, que recientemente inspiró a un personaje cinematográfico). La riqueza de Egipto se puso al servicio de enviados de Ptolomeo que recorrieron el mundo conocido comprando o mandando hacer copias de todos los textos guardados en bibliotecas, templos y palacios.
Mientras tanto, en Roma, Julio César soñó una biblioteca pública que nunca pudo construir, pero sí lo hizo su sucesor, César Augusto. La más famosa biblioteca pública, la Bibliotheca Ulpia, fundada por Trajano en el 114 de nuestra era, que llegó a contener 40.000 pergaminos. Eran comunes, además las bibliotecas privadas que certificaban la importancia que daban los romanos a saber leer y escribir aunque, en algún caso y según acusación de Séneca que bien podría hacerse hoy, a veces eran simple ostentación de romanos ricos que no solían dedicar tiempo a la lectura.
En los siglos VIII y IX de nuestra era toca a la cultura islámica conservar y ampliar la idea de la biblioteca en todos los dominios musulmanes. Para el siglo X, la mayor biblioteca del mundo islámico, con entre 400.000 y 600.000 volúmenes, se encontraba en Córdoba, la capital de Al-Andalus. El mundo islámico ilustrado también tuvo bibliotecas públicas como la “Sala de la sabiduría” de Bagdad, que ponía a disposición de los lectores miles de manuscritos griegos y romanos.
Esta conservación de los libros clásicos por parte del Islam ilustrado fue esencial para el renacimiento de la cultura europea después del oscurantismo. Las bibliotecas europeas, primero patrimonio de los monasterios y la realeza, poco a poco se trasladan a las universidades, y la invención de la imprenta de tipos movibles de Gutemberg en 1450, se hace posible llevar los libros a más gente que nunca antes.
Entre los años 1600 y 1700, el interés por las bibliotecas alcanza cotas nunca antes registradas. El fácil acceso a los libros hace además posible instituir de modo definitivo la biblioteca pública, esa escuela gratuita, esa oferta asombrosa para todo el público y no sólo para los miembros de una institución, que nace en Inglaterra al crearse la biblioteca Francis Trigge en Lincolnshire, mientras que en España se crea la Biblioteca Real, antecesora de la Biblioteca Nacional de España.
Pero es hasta 1850 cuando el Parlamento británico, en una acción sin precedentes, ordena que todas las ciudades de 10.000 personas o más paguen un impuesto para apoyar las bibliotecas públicas. Mientras tanto, en Estados Unidos, el impresor y polígrafo Benjamin Franklin instituía la primera biblioteca que prestaba libros al público.
Hoy, cuando Internet se ha convertido en la mayor biblioteca pública de acceso gratuito que pudiera haber imaginado cualquier bibliotecario del pasado, quizá la vanguardia la lleva la “Bibliotheca Alexandrina”, la nueva biblioteca de Alejandría creada por el gobierno egipcio, la Universidad de Alejandría y la UNESCO, como un centro de investigación que reúne, al mismo tiempo, capacidad para varios millones de volúmenes físicos, un archivo de Internet, librerías y museos especializados, un planetario y otros atractivos para la divulgación de la ciencia además de ocho centros académicos y de investigación, galerías y otras instituciones y centros de reunión. Un lugar para el pasado y el futuro de la biblioteca, institución esencial para las culturas humanas.
El libroComenzando como tablillas de cerámica y siguiendo en forma de rollos de papiro o pergamino durante un par de milenios, el libro sólo empezó a tener un aspecto familiar para nosotros en el siglo I d.N.E., cuando en Roma aparece el “códex”: hojas de papiro o pergamino encuadernados mediante costura y protegidos por dos cubiertas. La llegada del papel a Europa en el siglo XIII y de la imprenta en el XV, lanzaron al libro a dominar la transmisión de conocimientos y el entretenimiento, sobreviviendo hasta la fecha con cambios mínimos. Hoy, sin embargo, con el libro electrónico, que guarda el contenido en formato digital y lo muestra en una pantalla de “tinta digital” de bajo consumo eléctrico, el libro “analógico” podría estar al final de sus cinco mil años de historia. |