Nikolai Vavílov |
Vavílov fue el originador del concepto del “centro de origen” de los cultivos. Su hipótesis, posteriormente comprobada, era que se podía identificar la zona donde había comenzado la domesticación de cada uno de los cultivos que utilizan los seres humanos, que no se trataba de un fenómeno que había ocurrido al azar o en distintos puntos. Saber dónde comenzó la domesticación de una planta nos dice dónde encontrar a sus parientes silvestres, fuentes de hibridación que permitan mejorar las características de los cultivos.
Los científicos agrícolas llaman a estos centros, precisamente, “Centros de Vavílov” en memoria del científico. Actualmente se considera que en el mundo hay 12 de ellos.
Genetista y revolucionario
Nikolai Ivánovich Vavílov nació el 25 de noviembre de 1887, el mayor de cuatro de una familia de comerciantes. Ni él ni su otro hermano varón seguirían el negocio del padre. Sergei, el menor, se convertiría en un importante físico, mientras que Nikolai se vio atraído por la botánica y la agricultura, y se inscribió en el Instituto Agrícola de Moscú, del que se graduó en 1910.
Vavílov se propuso su “misión por la humanidad”: usar la genética para mejorar los cultivos y alimentar a todo el mundo con “superplantas” resistentes a heladas, sequías y plagas. Su tesis fue sobre la protección de las plantas contra las plagas y luego definió su programa para hacer realidad su sueño alimentario, presentado en su artículo “Genética y agronomía” de 1912.
En los años siguientes, Vavílov recorrió laboratorios de Gran Bretaña, Francia y Alemania para después establecerse como profesor e investigador en el Instituto Agrícola Saratov. Cuando muchos de sus colegas huían de la guerra y la revolución comunista, Vavílov se quedó y los conminó a quedarse para cumplir su tarea científica en un país con graves carencias alimenticias.
En 1920 alcanzó uno de sus máximos logros científicos, al enunciar la Ley de las Series Homólogas de Variación, que en resumen dice que si ordenamos en una tabla las variaciones que sabemos que existen en una especie, tales variaciones también aparecerán en cualquier otra especie genéticamente próxima. El potencial de mutación en genes similares entre dos especies es, entonces, el mismo.
Además de pertencer a los principales institutos de investigación agronómica y dirigir un importante instituto en Leningrado, además de presidir la Academia de Ciencias Agrícolas Lenin, Vavílov llegó a ser miembro extranjero de la Royal Society de Londres.
Durante toda su carrera dedicó tiempo a recorrer el mundo reuniendo muestras de los diversos cultivos: Persia, Asia Central, Estados Unidos, Oriente Medio, Afganistán, Norte de África, Etiopía, China, Centro y Suramérica y Europa, incluida España, que recorrió durante meses en 1927. Formó así el que sería en su momento el mayor banco de semillas o germoplasma (recurso genético viviente), ubicado en Leningrado (San Petersburgo) y alcanzó reconocimiento como uno de los genetistas más importantes de su tiempo.
Sin imaginar que de alguna forma estaba sellando su suerte, Vavílov apoyó a un joven agrónomo llamado Trofim Lysenko, que buscaba también mejorar los cultivos soviéticos, pero con otros métodos y, desgraciadamente, con otras bases teóricas. Lysenko defendía una evolución lamarckiana y llegó a teorizar que las ideas de Mendel y Darwin eran “burguesas” y contrarrevolucionarias, y por tanto no eran “ciencia verdadera”. A cambio, elaboró una hipótesis fantasiosa según la cual podía alimentar a toda la URSS fácilmente e incluso lograr milagros como convertir semillas de trigo en semillas de cebada. Entre sus afirmaciones estaba que no era necesario mejorar los cultivos soviéticos con semillas traídas de otros países como hacía Vavílov, ya que la semilla soviética era naturalmente superior. Demagogia agradable a oídos de los poderosos.
Lysenko era de origen campesino, de modo que ideológicamente resultaba más atractivo para el poder que el burgués Vavílov. A la amistad original seguiría la confrontación ideológica, donde Lysenko alcanzó el favor incondicional de Stalin, el férreo gobernante de la URSS. Poco a poco, con acusaciones delirantes y sin bases, pero con la anuencia de los tribunales, Lysenko fue echando de sus puestos académicos a todos los genetistas darwinianos, y consiguiendo que algunos fueran encarcelados o fusilados.
En 1940, tocó el turno a Nikolai Vavílov, detenido durante una de sus expediciones a Ucrania y sometido a juicio como instigador de una presunta contrarrevolución, saboteador de los trabajadores e incluso espía para Inglaterra. En julio de 1941, apenas un mes después de que la Alemania Nazi atacara a la URSS comenzando un enfrentamiento que duraría cuatro largos y penosos años, el científico fue condenado a muerte y a la confiscación de todos sus bienes. Un año después, la pena se conmutó por 20 años de trabajos forzados y Vavílov fue enviado al campo de trabajo de Saratov, donde, tratando de seguir su trabajo, daba conferencias de ciencia a otros presos y redactó una Historia de la agricultura mundial que permanece inédita. No resistió. La escasez provocada por la guerra y la brutalidad de su castigo lo llevaron rápidamente a morir de hambre, paradoja especialmente dolorosa para quien había soñado en alimentar a todos los hambrientos. Era el 26 de enero de 1943.
La figura de Vavílov, junto a la de otros genetistas, no fue rehabilitada sino hasta 1960, como parte del proceso de “desestalinización” que buscaba reparar el daño de la dictadura del brutal georgiano.
Hoy, reconocido como uno de los grandes de la ciencia agronómica, su banco de semillas, enriquecido hasta las 375.000 especies, se encuentra y estudia en el Instituto Vavílov de San Petersburgo. El cráter Vavílov en el lado oculto de la Luna lleva ese nombre por él y por su hermano Sergey. Su trabajo y sacrificio son reconocidos por todos los genetistas del mundo.
Los héroes del banco de semillasLos científicos del Instituto Vavílov protegieron con sus vidas, literalmente, la colección del genetista en Leningrado. Se encerraron con las miles y miles de muestras de semillas, frutas, raíces y plantas que había reunidas allí y las guardaron, negándose a alimentarse de ellas durante los 28 meses que la ciudad estuvo sitiada por los nazis. Al terminar el sitio, nueve de ellos habían muerto de hambre sin tocar el tesoro genético. Su historia está contada en la novela Hambre, de la escritora Elise Blackwell. |