Si la enfermedad provoca temor incluso conociendo su origen, sus causas, y disponiendo de un arsenal cada vez mayor para combatirla, la enfermedad colectiva en un medio en el que no se conoce nada de los orígenes de la afección ni de la forma de controlarla, es fuente de un verdadero terror masivo, y en general solía mover a las víctimas a buscar un culpable a modo.
En la epidemia de peste bubónica de la Europa medieval, los judíos fueron frecuentemente señalados como "culpables", ya fuera como castigo divino a las sociedades que los toleraban o, directamente, señalando que ellos envenenaban el agua de algunas poblaciones ocasionando la enfermedad.
Por supuesto, el hecho de que los judíos enfermaran y murieran en la misma proporción que el resto de la población no se consideraba un hecho relevante. Culpables fueron considerados, en diversos momentos, los extranjeros, las brujas o los dioses enfurecidos, desde la primera epidemia registrada históricamente con cierta fidelidad, la que sufrieron los atenienses entre el 430 y el 426 antes de nuestra era, durante la Guerra del Peloponeso, responsable de la muerte de Pericles, el creador de la era de oro griega, y que fue cronicada puntualmente por Tucídides, que la sufrió y sobrevivió a ella.
Desde el punto de vista médico, una epidemia es la alta incidencia de una enfermedad, conocida o desconocida, en un área geográfica importante, como un continente. Cuando la enfermedad ocupa más de un área así, se considera una "pandemia", o epidemia generalizada, que es lo que hoy ocurre con el sida, presente en todo el mundo aunque sus mayor incidencia se ha concentrado en África por una desafortunada superposición de elementos, desde la falta de información y medios preventivos hasta el accionar de grupos que desalientan la prevención por motivos religiosos.
Entre las epidemias memorables, la de peste bubónica o "muerte negra" en Europa durante el siglo XIV (1347-51) provocada por la bacteria Yersinia pestis es quizá la más conocida, y sus efectos al causar la muerte de un tercio de la población europea se cuentan entre los más dramáticos. Menos difundido está el hecho de que la primera erupción de esta enfermedad se dio entre el 541 y el 542 de nuestra era. Conocida como la "Plaga Justiniana" y que padeció el propio emperador Justiniano en Constantinopla, recorrió Europa mortalmente. Igualmente poco conocido es el hecho de que esa misma epidemia causó estragos en el Oriente Medio y en Asia Central.
Las epidemias más relevantes en este siglo han sido la de influenza de 1918, que, según los expertos, causó más hospitalizaciones que las de todos los heridos en la Primera Guerra Mundial, la de la poliomielitis de los años 50 y la de sida. Menos conocidas, pero no menos letales, son epidemias como la de poliomielitis que hoy mismo está asolando África Central y Occidental.
Toda epidemia, desde las de la antigüedad hasta las actuales, tiene una serie de requisitos para poderse extender, entre ellos la falta de medidas preventivas, la existencia de grandes centros urbanos que le permitan a la enfermedad perdurar en el tiempo ya que la población susceptible de ser infectada no está expuesta simultáneamente a ella; el intercambio comercial intenso, que permite su difusión geográfica, y la incapacidad científica, médica o gubernamental para responder con la rapidez suficiente. "Medidas preventivas" y "responder a una epidemia" son acciones que el hombre no pudo emprender durante la mayor parte de su historia. Aunque ya Hipócrates recomendaba, en el 350 a.N.E., hervir el agua para "filtrarla de impurezas", no fue posible pensar en prevenciones y curaciones sino hasta fines del siglo XIX, cuando Louis Pasteur formula la teoría de la enfermedad provocada por seres vivos microscópicos, de los cuales identificó a varios como el estafilococo (causante de la osteomielitis y muchas infecciones de la piel), el estreptococo (causante de enfermedades olvidadas en el mundo desarrollado como la fiebre puerperal, la fiebre escarlata y la erisipela, y de muchas infecciones de garganta) y el neumococo (responsable de ciertos tipos de neumonía).
Tener identificada la causa y comprender el proceso de las enfermedades permitieron la producción de medicamentos capaces de curar a las víctimas de algunas epidemias, y la creación de formas de prevención del contagio que van desde la vacuna hasta medios físicos como el condón.
Pero la capacidad de respuesta ante afecciones no conocidas previamente, como el sida, cuyas víctimas hace apenas 20 años estaban irremediablemente condenadas a una muerte pronta y certera, y hoy tienen mucho mejores oportunidades de supervivencia, no ha impedido que se busquen "culpables" (como la homosexualidad) o que se hable de "castigo divino", como sigue haciéndose entre algunos grupos religiosos al tratar el tema del VIH.
Sin embargo, la lucha contra la mayoría las epidemias ya no es hoy esencialmente un problema médico o farmacológico, sino que se ha convertido en un tema esencialmente político y económico. Acelerar la investigación para erradicar el sida o aplicar las vacunas necesarias para detener la epidemia de poliomielitis en África son acciones que dependen de la voluntad política y de los cálculos del costo monetario que tendría emprender las acciones necesarias. Y, por desgracia, sigue sin haber un antídoto eficaz contra la epidemia de insensibilidad ante el dolor ajeno tan frecuente en las altas esferas del poder.
¿Un imperio por una epidemia?Al salir las escasas tropas de Hernán Cortés de la capital del imperio azteca, México-Tenochtitlán durante la que se conoce como "Noche triste", los europeos dejaron atrás un aliado inesperado: la viruela. Esta enfermedad, inexistente en el nuevo mundo y ante la cual no tenían ninguna defensa los indígenas, diezmó a la población durante la epidemia que se desató en noviembre de ese año. Los efectos de la epidemia ayudaron en gran medida a que las fuerzas de Cortés, españoles e indígenas que buscaban liberarse del yugo de los aztecas, consiguieran la toma de la ciudad en agosto de 1521, iniciando los trescientos años del gran imperio colonial español en América. Y esa misma epidemia de viruela viajaría entonces por Centroamérica y llegaría al imperio inca hacia 1525, a tiempo para ser, también, aliada de Pizarro en su conquista del Perú. |