Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Científicos no profesionales

Aunque gran parte de la actividad científica hoy utiliza equipos y sistemas complejos y costosos, los aficionados siguen realizando valiosas aportaciones en algunas disciplinas.

Durante la mayor parte de la historia, la búsqueda del conocimiento se realizó de manera más bien lírica, y con avances en general lentos mientras no se tuvo el método que hoy llamamos "científico". La actividad científica adquirió identidad con este método en el siglo XVI, cuando se hizo evidente que la realidad no se ajustaba a la "autoridad" de los antiguos maestros que supuestamente tenían la respuesta a todo, especialmente Aristóteles, Tolomeo y Galeno.

La eficacia del método científico basado en observaciones sistemáticas, formulación de hipótesis y diseño de experimentos u otras formas de comprobación de tales hipótesis era y es asombrosa. Tanto que pronto se hizo necesario contar con aparatos y procedimientos para observar mejor y más detalladamente el mundo, lo cual también demandaba una formación especializada, cosas que no estaban al alcance de cualquier hijo de vecina.

Esto parecía excluir a la gente común de la posibilidad de colaborar en los avances del conocimiento. Pero conforme la ciencia se especializaba, muchas personas encontraron que quedaba un gran espacio abierto para que el aficionado a la ciencia o a la naturaleza, o simplemente al conocimiento, pudiera hacer valiosas aportaciones... y las hace.

Amateurs... pero con método

Cuando el cometa Shoemaker-Levy colisionó con Júpiter en 1994 ofreciendo una enorme oportunidad a los astrónomos de conocer mejor al mayor planeta de nuestro sistema solar, el diluvio informativo dejó poco espacio para señalar que el nombre "Levy" correspondía a David H. Levy, astrónomo aficionado que descubrió el cometa al mismo tiempo que los esposos Gene y Carolyn Shoemaker, astrónomos profesionales. Con el cometa Hale-Bopp ocurrió lo mismo, al ser descubierto por Thomas Bopp, astrónomo aficionado que trabajaba como gerente en una fábrica de materiales de construcción. Una gran cantidad de cometas actualmente son descubiertos por astrónomos aficionados, debido a que éstos tienen ventajas notables que complementan a los profesionales: son más en número, tienen más telescopios (los cada vez más caros telescopios "profesionales" son pocos y están altamente solicitados para observaciones) y pueden observar una mayor área de la bóveda celeste.

Por supuesto, se puede ser astrónomo aficionado sólo por el placer de ver el cielo, y se puede serlo usando sólo los ojos, prismáticos o telescopios de distintas capacidades y precios... sin contar con que muchos astrónomos aficionados disfrutan fabricando sus propios telescopios, puliendo espejos pacientemente en sus ratos libres. Pero si el aficionado lo desea, puede colaborar en la recopilación de datos para los astrónomos profesionales, ya sea monitorizando la intensidad de las estrellas variables por las noches o las manchas solares de día (una reciente fotografía del tránsito de la Estación Espacial Internacional y la lanzadera espacial sobre el disco solar fue conseguida por el astrónomo aficionado y astrofotógrafo Thierry Legault desde un campo ganadero en Normandía). Para los aficionados, además del disfrute de ver el cielo y la posibilidad de ver su nombre inmortalizado en un cometa, cráter o asteroide, existe un modesto premio anual de 500 dólares y una placa que otorga desde 1979 la Sociedad Astronómica del Pacífico, de los EE.UU.

Menos notoria que la astronomía, la entomología es otra disciplina que no podría florecer sin los aficionados a observar, coleccionar, estudiar y clasificar insectos. Y la razón es simplemente que hay identificados casi un millón de especies de insectos, pero se calcula que pueda haber más de 50 millones de especies, y un número imposible de estimar de variedades y subespecies que aún deben describirse, clasificarse y conocerse en cuanto a su función ecológica y posibles beneficios o perjuicios para el ser humano. Una labor que requiere de muchos millones de ojos interesados que sepan lo que están viendo, aunque no sean biólogos de carrera, porque cualquiera de nosotros puede matar un bicho molesto sin pensar que podría ser una especie todavía no conocida por la ciencia.

Los entomólogos aficionados se emparentan con el "naturalista", que era como se llamaban a sí mismos personas como Charles Darwin antes de que se pusieran en boga nombres como "biólogo", "etólogo" (especialista en conducta animal) o "zoólogo", para quienes la comunión con la naturaleza, los paseos y la curiosidad están estrechamente unidos. Y lo mismo ocurre con otros aficionados que han sido objeto de numerosas viñetas humorísticas: los observadores de aves, aficionados indispensables no sólo para el descubrimiento de nuevas especies o variedades, sino para la descripción del comportamiento de distintas aves (cortejo, apareamiento, cría o migración). Y lo mismo se puede decir de otros aficionados a distintas disciplinas, como la geología, la botánica, la ictiología (el estudio de los peces) y cualquier otra que se refiera a la observación del mundo natural, del que aún ignoramos mucho aunque en ocasiones nos deslumbre lo mucho que ya hemos logrado conocer.

Al fin y al cabo, un buen aficionado y un buen científico comparten la pasión por saber sobre un tema, una buena información sobre el tema que les apasiona y una enorme curiosidad por averiguar cosas nuevas. Porque lo que hace al científico no son los aparatos, las batas blancas ni los recursos abundantes, sino un método que sigue permitiéndonos responder en forma certera a las preguntas que nos hacemos sobre el mundo que nos rodea.

El inventor en su cochera


Una leyenda urbana asegura que Charles H. Duell, director de la Oficina de Patentes de los EE.UU. desde 1899, recomendó el cierre de dicha oficina porque "todo lo que podía inventarse ha sido inventado". Pero no dijo tal cosa, sino que sus intervenciones públicas iban precisamente en el sentido contrario, y sólo en su primer año al frente de tal institución se otorgaron más de 25.500 patentes, tres mil mas que en 1898.

La realidad es que en el terreno de los inventos el aficionado también tiene todavía un gran espacio de maniobra sin necesidad de contar con una avanzada tecnología o recursos. Los expertos en inventos dicen que lo único que se necesita es identificar un problema común y buscarle una solución sencilla y práctica, además de mantenerse alerta a lo que se observa, actividad esencial en la ciencia. Después de todo, el velcro fue inventado por el ingeniero suizo Georges de Mestral cuando se le ocurrió mirar de cerca los cardos que se le habían pegado a sus pantalones y al pelo de su perro. El mejor invento es aquél del que se puede decir: ¿cómo no se le ocurrió antes a nadie?

ADN: revolución en la evolución

Las siglas ADN son ya parte del discurso cotidiano, y sin embargo, o quizás por ello mismo, la materia con la que está hecha la vida en la Tierra se ha rodeado de mitos.

Entre la observación de que ciertas características se transmiten de padres a hijos, la herencia genética, y el conocimiento del mecanismo que permite este hecho ha mediado toda una batalla científica. La identificación que hizo Gregor Mendel en 1865 de las formas que asumía la herencia y el descubrimiento realizado por Charles Darwin de que las variaciones en dicha herencia daban origen a los procesos evolutivos en la vida, dejaban planteado el desafío de conocer el mecanismo bioquímico íntimo responsable de la herencia.

Aunque el ADN ya se había identificado en el siglo XIX, fue a principios del XX cuando se pensó que podía ser la clave de la herencia genética. En 1953, James Watson y Francis Crick consiguieron descubrir la estructura del ADN, describiéndolo como una “doble hélice” que formaba cada uno de nuestros cromosomas. El ADN forma una larga cadena molecular similar a una escalera de mano retorcida donde los peldaños están formados por conexiones de moléculas llamadas bases: adenina (A), guanina (G), timina (T) y citosina (C). Lo peculiar de esta disposición es que la adenina sólo se conecta con la timina, mientras que la guanina sólo lo hace con la citosina. Así, un “lado” de la escalera puede reproducir al otro, pues sus bases están emparejadas de modo preciso. En 1957, Crick describíó cómo el ADN podía producir las proteínas a partir de sustancias más simples, los aminoácidos, lo que se vio confirmado experimentalmente un año después. La tarea entonces fue descifrar el lenguaje del ADN escrito con las cuatro bases: AGTC.

La primera tarea fue reunir todo el “libro” del ADN humano, la secuenciación del ADN. Mientras tanto, se fueron identificando zonas de algunos cromosomas en las que se hallaba el origen de ciertas características e incluso de afecciones o tendencias a enfermedades. Por desgracia, los medios comenzaron a hablar de los “genes de” tal o cual enfermedad, cuando no de ideas tan extravagantes como “el gen de las tendencias delictivas” o “de la inteligencia”, que en realidad no existen.

El conjunto del ADN de nuestros cromosomas, el genoma, se subdivide funcionalmente en genes, las unidades responsables de crear proteínas y realizar otras funciones esenciales. Pero, como explica el biólogo evolutivo Richard Dawkins, este genoma no es “un plano” de nuestro cuerpo y nuestro comportamiento en el sentido de que cada elemento como la longitud de la nariz o la tendencia al mal humor estén determinados en un gen o un grupo de genes, sobre todo porque sólo hay unos 25.000 genes en nuestro genoma (una planta, en cambio, puede tener más de 50.000 genes) con unos 3 mil millones de pares de bases.

Hay aejemplos en los que una falla en un gen provoca una enfermedad, como la enfermedad de Huntington, donde una repetición de las bases CAG al final de un gen provoca la síntesis incorrecta de una proteína que, a su vez, produce la muerte de células cerebrales y por tanto problemas en el movimiento y en las capacidades mentales. Pero en general la realidad es más compleja: la gran mayoría de nuestras características dependen de muchos genes y, al mismo tiempo, de lo que ocurre a nuestro alrededor, física y emocionalmente. En ese sentido, explica Dawkins, la secuencia del ADN se puede equiparar más bien a una receta de cocina, donde las cantidades exactas y los ingredientes pueden variar notablemente sin por ello dar resultados especialmente negativos o positivos. Somos la relación compleja de nuestro entorno y de nuestra genética, no máquinas predeterminadas.

La secuenciación completa del ADN se consiguió en lo esencial en el año 2000, pero esto no significa que ya conozcamos todo nuestro genoma. Quedan grandes zonas por secuenciar, algunas de ellas altamente repetitivas y que demandan una tecnología aún por desarrollarse. Y tener la secuencia completa es sólo como haber reunido las piezas de un libro complejísimo, del que apenas sabemos leer algunas partes (como el gen responsable de la enfermedad de Huntington) pero cuyo idioma sigue siendo un enigma para nosotros. El camino que queda es largo.

Ello no impide que lo que ya sabemos haya resultado de enorme utilidad. La identificación de personas, vivas o muertas, especialmente en la criminalística, es probablemente su más conocida aplicación, tecnología impulsada, tristemente, por la necesidad de identificar a las víctimas de la guerra sucia en Argentina. Esta tecnología es también de gran utilidad hoy para la historia y la antropología, permitiéndonos conocer la composición de ciertas poblaciones, la velocidad de las mutaciones en nuestro genoma y, por ejemplo, decir sin duda, que el Neandertal no es un antecesor del ser humano actual, sino otra especie humana desaparecida antes de los albores de nuestra historia. Igualmente, el conocimiento de las tasas de mutación del ADN al paso del tiempo ha permitido resolver muchos de los misterios del proceso evolutivo.

El conocimiento del mapa genómico del ser humano, de la historia que nos cuenta nuestro ADN, ha servido también para archivar concepciones como las racistas, al determinarse que las diferencias entre lo que antiguamente se llamaba “razas” es tan superficial como parece. Genéticamente, la diferencia entre usted y su su vecino de toda la vida, por ejemplo, es mucho mayor que la diferencia que separa a la media de todos los europeos y de todos los africanos de tez oscura.

Malinterpretar el ADN



La mala comprensión de los mecanismos de la herencia puede llevar a otros tipos de discriminación. Si bien puede ser útil saber que uno tiene ciertas características genéticas que lo predisponen a ciertas enfermedades o se las causarán sin duda alguna, ello no debería implicar discriminación por motivos genéticos en la sociedad, en el lugar de trabajo o ante las compañías de seguros. El tener ciertas características genéticas es solamente uno de los muchos aspectos que conforman la vida y el desarrollo de una persona, y centrarse únicamente en uno de ellos, así sea contando con ciertas evidencias científicas, no deja de ser un acto de injusticia. Si Mozart tenía la constitución genética, por ejemplo, para desarrollar cierto cáncer colorrectal hereditario, ello por supuesto no significaba que fatalmente lo desarrollaría, y las otras muchas circunstancias de su vida hicieron que muriera mucho antes de que se supiera, dejándonos un legado asombroso.

Y si la genética no es destino, bien vale la pena tener presente que la ciencia biológica busca hoy, precismente, subsanar los desórdenes genéticos más graves como lo ha hecho con otras muchas afecciones que en el pasado se consideraban decisivas.

Democratizar el espacio

El sueño de escritores y científicos se convirtió en un arma propagandística de la guerra fría y en una zona militar. ¿Es ya el momento de que el espacio sea patrimonio civil?

Un grupo de estudiantes del Departamento de Ingeniería de la Universidad de Cambridge se ha impuesto una misión singular: llegar al espacio por menos de mil libras esterlinas (unos 1.500 euros). Para ello emplean globos de helio que llegan a unos treinta kilómetros de altura y, desde allí, pretenden lanzar un cohete que sería más pequeño y más barato que su equivalente lanzado desde tierra firme. Hace poco, este “Proyecto Nova” consiguió llevar un globo con cámaras a esa altura, tomar magníficas fotografías del perfil curvo de la Tierra antes de que el globo estallara y hacer descender la carga con seguridad mediante un paracaídas.

Evidentemente, este ambicioso proyecto de reducción de costos esto no implica llevar personas al espacio, pues la carga que pueden poner en órbita es pequeña, pero sí abriría el espacio a muchísimas organizaciones científicas, académicas e incluso comerciales y empresariales que desean enviar al espacio determinadas cargas, aparatos, sensores, experimentos, etc., pero que no pueden hacerlo en las condiciones actuales, cuando llevar cada kilogramo al espacio puede costar por encima de un millón de dólares.

Para llevar personas están otras opciones. No sólo el turismo espacial en las agencias gubernamentales, sino proyectos como el de Virgin Galactic, empresa del peculiar Richard Branson, que ha recorrido el camino al espacio desde sus tiendas de discos y su sello musical Virgin pasando por empresas de vuelos baratos y servicios de telefonía móvil. Desde 2004 tiene la empresa dedicada a comercializar el trabajo de Scaled Composites, empresa que consiguió el primer vuelo espacial privado el 21 de junio de ese año con su Spaceship One y que acaba de anunciar el Spaceship Two y la posibilidad de iniciar vuelos comerciales suborbitales en 2009. Esto pondría el espacio al alcance de muchas personas para las que antes estaba vedado, no sólo por el carácter gubernamental de los programas espaciales, sino porque su forma de llegar al espacio es tal que no se necesita el nivel atlético que hasta hoy deben satisfacer los astronautas e incluso los turistas espaciales.

Esta democratización espacial representa un cambio radical del juego del espacio tal como se ha desarrollado hasta hoy.

De la imaginación al cohete para todos

A través de la imaginación y la literatura, los seres humanos se empezaron a plantear hace mucho la posibilidad no sólo de ver los cielos, sino de ir allá, al espacio. El primer escrito al respecto que conocemos es la Vera Historia de Luciano de Samosata, donde el autor va a la Luna y es testigo de guerras entre los reyes de la Luna y el Sol sobre los derechos de colonización de Venus, con ayuda de seres de otros planetas.

Muchos otros escritores soñaron con viajes al espacio, fundando de paso la ciencia ficción, pero no se hicieron una posibilidad real sino hasta que el matemático ruso Konstantin Tsiolkovski escribió los primeros tratados académicos sobre exploración espacial a partir de 1903, calculando la velocidad de escape de la gravedad terrestre, proponiendo los cohetes a reacción con combustible de hidrógeno y oxígeno líquidos, las estaciones espaciales e incluso sistemas biológicos para suministrar oxígeno a los viajeros espaciales, convencido de que, “La Tierra es la cuna de la humanidad, ¡pero no podemos vivir en una cuna para siempre!”

Con las teorías de Tsiolkovski y el trabajo teórico-práctico del estadounidense Robert H. Goddard, que lanzó el primer cohete de combustible líquido en 1926, se hizo posible alcanzar realmente el espacio. Pero para algunos, como Hitler, los cohetes eran sobre todo una forma de llevar la muerte a todos quienes odiaba, y los promovió intensamente como bombas voladoras (las V-1 y V2). La experiencia que con ello reunieron los científicos alemanes hizo que, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, fueran “repartidos” entre la URSS y los EE.UU. y fueran usados en la “guerra fría” para que ambos contrincantes buscaran demostrar su superioridad conquistando el espacio. Cuando la Unión Soviética consiguió poner en órbita el satélite Sputnik I, el 4 de octubre de 1957, la carrera ya estaba en marcha, y ambos adversarios habían realizado intentos de vuelos orbitales. La guerra propagandística del espacio no bajó de intensidad sino hasta la llegada del hombre a la Luna el 20 de julio de 1969, para concentrarse en las primeras estaciones espaciales.

A la caída de la Unión Soviética, sin embargo, muchos fondos dedicados a la exploración espacial desaparecieron. La Guerra Fría había terminado, Estados Unidos no tenía un enemigo que ameritara un esfuerzo como el de los treinta años anteriores, los países que habían formado la Unión Soviética tenían problemas graves y urgentes, y muchos políticos desconocían (y desconocen) los beneficios que puede traer la exploración espacial.

Los fondos que no estaban allí ya dejaban, sin embargo, un hueco: el ser humano común seguía interesado en el espacio, aunque hubieran perdido impulso los políticos y los líderes militares. Y hoy, por primera vez, empieza a parecer posible la democratización, la ciudadanización del espacio para ponerlo al alcance de los ciudadanos corrientes, lo cual es una buena noticia, siempre y cuando no implique, claro, la privatización del espacio extraterrestre.

Leyes, guerra y ciencia ficción


Incluso mientras se lanzaban los primeros cohetes espaciales, los diplomáticos se ocuparon de ir creando un complejo entramado legal destinado a impedir que ningún país se pudiera apropiar del espacio o de los cuerpos extraterrestres. Por ello los Estados Unidos no pudieron tomar posesión de la Luna y la placa que llevaron dice: “Vinimos en paz por toda la humanidad”. La legislación extraterrestre prohíbe las armas atómicas en el espacio, establece la obligación de devolver las naves espaciales y tripulantes extranjeros que caigan en otro país y busca consagrar el uso pacífico del espacio y los cuerpos no terrestres.

Nada de esto impidió, sin embargo, la actividad militar en el espacio, desde los satélites espías hasta la imposible pero bien propagandizada “Iniciativa de defensa estratégica” o “guerra de las galaxias” de Ronald Reagan, diseñada, y esto pocas personas lo saben, con ayuda de un grupo de escritores de ciencia ficción situados políticamente a la derecha, como Robert Heinlein, Larry Niven y Jerry Pournelle. Sí, técnicamente el sistema presentado por Reagan era imposible, pero nadie lo sabía, y ayudó a dar fin a la guerra fría con los resultados por todos conocidos, y que difícilmente previeron aquellos escritores.

El Neandertal, el Piltdown y el Hobbit

En la búsqueda del origen del hombre hay errores y fraudes que nos enseñan cómo la ciencia se desembaraza de sus propios lastres y debilidades humanas para seguir avanzando.

En 1953 se anunció al mundo que el famoso fósil del "Hombre de Piltdown" descubierto en 1912 en Sussex, Inglaterra, y anunciado como el "eslabón perdido" entre el hombre y el mono era una falsificación. Y además se trataba de una falsificación ingeniosa pero basta, que unía la mandíbula de un orangután con un cráneo humano medieval y algunos dientes de chimpancé. Los dientes habían sido limados para darles apariencia humana, se le había dado imagen de antigüedad a los restos sumergiéndolos en una solución de hierro y ácido crómico y se había roto el extremo de la mandíbula correspondiente a la articulación, el cóndilo, para que no se viera que las piezas no coincidían.

En 1912, el descubridor, Charles Dawson, había dado, en apariencia, respuesta a la duda más repetida de los adversarios de la teoría de la evolución de Darwin: ¿dónde estaba el animal medio hombre y medio mono, el "eslabón perdido"? El prestigio de Dawson, sus muchos contactos y la idea que se tenía de una línea recta (que hoy sabemos imposible) entre un mono y el ser humano, sin rodeos, desviaciones ni ramificaciones complejas, además del sentimiento nacionalista británico se coludieron para hacer que el "descubrimiento" fuera aceptado generalmente como un genuino antepasado humano.

Sin embargo, el fraude se desmoronó al fin. Para 1953, los descubrimientos realizados en todo el mundo bosquejaban un panorama de la evolución en el que no encajaba el "hombre de Piltdown". Los expertos, mejor preparados, volvieron al cráneo y observaron que la inclinación de uno de los molares no correspondía a lo anatómicamente esperable. Lo vieron bajo el microscopio, detectaron las marcas del limado y volvieron a analizarlo a fondo hasta demostrar su falsedad.

Pero, al menos en parte, la aparición y aceptación del "hombre de Piltdown" nació de una cierta envida hacia los alemanes por el hallazgo del Homo neanderthalensis. En agosto de 1856, en el valle del Neander cerca de Düsseldorf, Alemania, se encontraron restos fósiles similares a otros que ya se habían encontrado en Bélgica y en Gibraltar. Pero en este caso, los restos fueron a manos del naturalista aficionado Johann Karl Fuhlrott, quien los entregó al anatomista Hermann Schaafhausen. En 1857, anunciaban que habían descubierto lo que parecía un ancestro humano, el "primer europeo" primitivo, más bajo, tosco y grueso, pero humano. Este descubrimiento marcó el inicio de la paleoantropología (la ciencia que estudia los orígenes del hombre), aunque los avances posteriores demostraron que el neandertal no es ancestro de nosotros, sino una especie distinta, surgida hace unos 300 mil años, que ocupó Europa y que se extinguió hace unos 24.000 años, con lo que convivió con nuestros genuinos ancestros durante al menos 15.000 años.

Sin embargo, una característica de los primeros neandertales encontrados se establecería en la cultura popular de un modo que desvirtúa nuestra evolución. Los ancestros del ser humano ya caminaban totalmente erguidos hace al menos tres millones de años. Primero anduvimos en dos pies y mucho después se desarrolló nuestro cerebro, son las dos características que nos diferencian de otros primates. Pero los neandertales tenían una gran tendencia a la artritis, y en un principio los huesos deformes fueron interpretados como signo de un andar similar al de los chimpancés, al grado de que prácticamente todas las representaciones de hombres primitivos en el cine y el teatro implican desde entonces un andar simiesco insostenible desde el punto de vista evolutivo. La paleoantropología abandonó rápidamente la idea de que todos los neandertales caminaban con dificultad e identificó su problema de salud, pero el cine aún no llega a tanto.

El último protagonista que ha entrado en escena es el "hombre de Flores", Homo floresiensis o, popularmente, el "hobbit", un ser de un metro de estatura y proporciones normales, capaz de hacer herramientas, anunciado a fines de 2004 por quienes lo descubrieron en la Isla de Flores en Indonesia. Los descubridores del esqueleto de 18 mil años de antigüedad (que, por cierto, es de una hembra) proponen que se acepte como una nueva especie humana descendiente, como nosotros, de Homo erectus y cuya talla sería producto del "enanismo de las islas", un fenómeno común en el que diversas especies adquieren tamaños progresivamente menores al verse confinadas en islas. Sin embargo, en esta ocasión han encontrado resistencia por parte de otros paleoantropólogos que no desean verse metidos en otro caso de Piltdown y pretenden ser más cautos.

Pero hay críticos que señalan que el esqueleto encontrado ahora tiene todas las características de un pigmeo moderno con microcefalia, lo que se ha sustanciado con estudios tanto de la forma del cráneo como de su capacidad, y el asunto tiene relevancia por la presencia de pigmeos modernos en la zona del hallazgo. Por otra parte, los críticos señalan que las herramientas que se encontraron junto con el esqueleto son idénticas a las hechas por los humanos modernos, mientras que hay diferencias sumamente evidentes en las herramientas hechas por cada una de las demás especies humanas (el ergáster, el neandertal, el habilis, etc.) .

En estos momentos, los descubridores originales del Homo floresiensis están en Indonesia, buscando otros fósiles similares. Si los encuentran, sería necesario aceptar a la nueva especie porque es muy improbable que hubiera una población entera de pigmeos microcefálicos. De no encontrarlos, será necesario estudiar más y, quizá, esperar prudentemente (que es algo que la ciencia ha aprendido a hacer) hasta que nuevos datos nos den la pista de lo que realmente es el "hobbit" de Indonesia.

Que es lo único que realmente nos interesa.

Piltdown: ¿quién y por qué?


La historia mantiene el enigma del autor de la falsificación del hombre de Piltdown. Se habla del propio Charles Dawson, sobre todo porque con el tiempo se demostró que muchos de sus maravillosos descubrimientos como arqueólogo aficionado resultaron falsificaciones. Pero también se ha implicado a varias personas de su entorno, entre ellos nombres tan conocidos como el del cura jesuita Pierre Teilhard de Chardin, uno de los responsables de que el Vaticano aceptara finalmente la evolución, o el de Arthur Conan Doyle, el genial creador de Sherlock Holmes que, sin embargo, creía en cuanta patraña paranormal y mística pasaba cerca de él. Igualmente sigue sin saberse el motivo del fraude, que igual pudo ser un intento de engaño simple y puro o una broma que se les salió de las manos a los autores.

El tejido del tiempo

No podemos definir el tiempo, apenas podemos medirlo y tratar de responder a algunas de las interrogantes que plantea: ¿tuvo comienzo?, ¿transcurre de modo uniforme?, ¿se puede viajar al pasado?

Muy temprano en su historia como especie, el hombre enfrentó el acertijo del tiempo. La sucesión del día y la noche y de las estaciones, los ciclos recurrentes, contrastaban con sucesos que no se repetían, sino que tenían una duración determinada, como la leña que se quemaba y, en particular, la vida humana. Para algunos paleoantropólogos, la aparición de los ritos funerarios es una de las señas claras de humanidad en nuestra especie y en las otras especies humanas que ha habido, como los neandertales.

La primera persona que sabemos que enunció la irreversibilidad del tiempo y su efecto en el universo, que es el cambio, fue el filósofo griego Heráclito de Éfeso, que señaló que "Todo fluye, nada está detenido" y observó que un hombre no puede entrar dos veces en el mismo río, porque entre la primera y la segunda vez, tanto el hombre como el río habrán cambiado. El tiempo, así, se convierte en la medida del cambio. Para Isaac Newton, el tiempo era, junto con el espacio, un contenedor o recipiente de los sucesos, tan real como los sucesos que contiene, y su flujo era siempre constante. Esta visión se contraponía con lo sugerido por el matemático Karl Leibniz, para quien el tiempo, como el espacio y los números, eran sólo aparatos conceptuales que usamos para describir las interrelaciones de los acontecimientos, pero sin existencia real.

El debate entre ambas posiciones se mantuvo hasta la llegada de Albert Einstein al panorama de la física con su Teoría General de la Relatividad. Esta teoría, que explica mejor el universo que la de Newton, ampliándola a los terrenos de lo muy grande y lo muy pequeño, derribó efectivamente la frontera entre el espacio y el tiempo para enseñarnos a hablar de un "continuo espaciotemporal", situando al tiempo como la cuarta dimensión del universo.

Hoy, el simple sentido común nos dice que la conclusión de Einstein es perfectamente lógica. Por ejemplo, supongamos que alguien nos cita para una reunión. Nos tiene que dar, por supuesto, direcciones en tres dimensiones espaciales, es decir, en qué punto del mapa está el lugar de la reunión, por ejemplo, la esquina de la calle A con la calle Z. Eso nos da, por supuesto, dos dimensiones. Pero necesitamos una tercera, para saber si habremos de verlo en los bajos del edificio o en el piso 18. Así, nuestros domicilios son un conjunto de coordenadas en tres dimensiones que indican dónde vivimos. Pero para esa reunión necesitamos la cuarta coordenada, la cuarta dimensión: la hora de la reunión. Así, el acontecimiento se define en cuatro dimensiones, las tres del espacio (calle A esquina con calle Z, piso N) y una del tiempo (a las 4:30 en punto).

Pero Einstein hizo algo más importante: eliminó el concepto del "tiempo absoluto" de Newton sin caer en el tiempo conceptual de Leibniz. En la teoría de la relatividad, se puede describir el movimiento sin acudir al tiempo. Las ecuaciones fundamentales de la teoría einsteiniana no hacen referencia alguna al tiempo, de modo que no se puede hablar del tiempo de modo general (como Newton) ni abstracto (como Leibniz), sino que debe establecerse en cada caso en particular estableciendo los procesos físicos que se usarán para medir el tiempo. Una vez que se indica el proceso, la teoría puede explicar todo el movimiento.

Esto significaba algo especialmente importante, que el tiempo no es un elemento absoluto ni fluye de modo constante, sino que es relativo a la velocidad de desplazamiento de un objeto o persona. La forma más clara de expresar esta conclusión, convalidada por numerosos experimentos, es la de los hermanos gemelos. Supongamos que uno de dos hermanos gemelos se queda en la Tierra durante sesenta años, mientras que su mellizo viaja a grandes velocidades (cercanas a la de la luz) durante ese mismo tiempo. Lo que ocurrirá será que, al volver, el hermano viajero será mucho más joven que el que se quedó en la Tierra, ya que al moverse a gran velocidad, el tiempo transcurrirá más lentamente para él. Si se mueve a la velocidad de la luz, el tiempo se detendría completamente para él, pero es imposible alcanzar la velocidad de la luz por asuntos que también se derivan de la teoría de Einstein.

Sin embargo, otros problemas del tiempo se mantienen. Hasta hoy, toda la evidencia que tenemos indica que lo que los físicos llaman "la flecha del tiempo" sólo se mueve en una dirección, es decir, que es imposible ese sueño de los escritores de ciencia ficción de viajar al pasado. El único viaje en el tiempo que podemos hacer es, como decía el escritor Damon Knight, hacia delante, a un segundo por segundo. Y, sin embargo, algunas interpretaciones de la física cuántica indican que esto podría no ser del todo cierto.

El otro problema que ha resuelto la física es el del inicio del tiempo. Para los cosmólogos, el tiempo surgió junto con el espacio y la materia en la gran explosión o Big Bang que dio origen al universo, hace aproximadamente 15 mil millones de años. Dado que sólo en ese momento existió el tiempo, no tiene siquiera sentido preguntar ¿qué había antes del Big Bang?, porque no existió un "antes" de ese acontecimiento. Es el principio de todo. Esto dejaría, claro, pendiente el problema del final del tiempo. La eternidad concebida como un tiempo sin fin (tenga o no un principio) puede no ser una visión precisa de la realidad: el tiempo que comenzó podría terminar, así sea dentro de miles de millones de años, posibilidad que algunos encuentran muy poco agradable.

La paradoja del abuelo


La idea de viajar al pasado, recurrente en la ciencia ficción, enfrenta un problema que se conoce como "la paradoja del abuelo": si usted viaja en el tiempo y asesina a su abuelo antes de que éste pudiera procrear a su padre, su padre no existirña en el futuro y, por tanto, usted tampoco existiría. Y si usted no existe, no podría volver al pasado para matar a su abuelo.

La paradoja parece irresoluble a menos que se considere la posibilidad no de un universo, sino, siguiendo algunos desarrollos de la física cuántica, la de los multiversos, un número infinito de universos posibles. Todos los universos posibles, según esta idea, coexisten al mismo tiempo. Así, al viajar usted al pasado y matar a su abuelo, estaría realmente viajando a otro pasado posible idéntico a éste en el que mataría a su abuelo. En ese universo, su padre y usted nunca existirían, pero eso no importaría porque usted sería un extraño en ese universo. Pero en ese supuesto, al volver a su universo vería que no habría matado a su abuelo, reconciliándose así los dos polos de la paradoja.

El mundo digital

Todo parece ser digital, y todo lo digital parece ser bueno y deseable, pero ¿qué es lo digital, cuáles son sus ventajas y desventajas?

La democratización o, quizás, mercantilización de la palabra "digital", y los años transcurridos desde que se puso en marcha, ha dejado olvidado el significado de la palabra "digital" y las importantes diferencias que tiene respecto de la forma anterior de representar el mundo y la información, la "analógica". Parece oportuno, entonces, hacer un repaso de lo que realmente significa esa omnipresente palabra.

Muchas cosas ocurren de manera continua en el tiempo. Por ejemplo, en la música tenemos sonido vibrando continuamente. Si deseamos registrar el sonido, podemos utilizar un sistema como el de Tomás Alva Edison: un sustrato en el cual las ondas sonoras mueven un estilete que va grabando físicamente un surco continuo. Al hacerse pasar otro estilete con un dispositivo de amplificación sobre el sustrato, se reproducirá el sonido de manera analógica, es decir, donde cada valor representado es análogo al original. Es el principio que se utilizó en los discos de música hasta principios de los años 80, cuando apareció el disco compacto digital. Recientemente, y en manos de pichadiscos, DJ o diyéis, el disco de vinilo ha reaparecido como recordatorio de los orígenes del registro analógico de la música.

El problema es que los ordenadores no pueden trabajar con señales continuas o analógicas. Los ordenadores sólo entienden un idioma formado a partir de números, y los números no son continuos, sino son lo que los matemáticos llaman "discretos". Los números son dígitos, y por tanto digitalizar algo es simplemente convertirlo en una serie de números que puedan manejar los ordenadores y todos los dispositivos, máquinas, aparatos y adminículos basados en los principios de la informática.

Los números y los símbolos tales como las letras son de por sí discretos o discontinuos. No hay una gradación continua de valores entre la letra "a" y la letra "b", por ejemplo, de modo que los símbolos que forman las palabras que usted lee mantienen intacto su valor desde que yo los escribo en un ordenador hasta que llegan a usted. Pero si tratamos de representar para un ordenador un sonido que suba continuamente de una nota grave a una aguda, como lo puede hacer un cantante o un violón, tenemos que digitalizarlo o convertirlo en números, y para ello debemos darle un valor a la nota más grave y otro a la más aguda. Por ejemplo, podemos asignarle 1 a la nota más grave y 50 a la nota más aguda. Lo que ocurrirá es que nos veremos obligados a incluir toda la gradación tonal en sólo 50 sonidos. En la vida real, la señal analógica es continua, pero en el mundo digital habrá un 1 y luego un 2, sin nada en medio. Al escuchar esta sucesión de 50 tonos, lo más probable es que el oído humano detecte 49 saltos desagradables de un tono a otro más alto, sin la continuidad del original.

Para mejorar nuestra percepción de ese sonido, podemos dividirlo no en 50 fragmentos, sino en 100, o en 1000, o en 100.000. Al ir usando más números para representar esa continuidad, llegará el momento en que nuestro oído perciba los fragmentos como si fueran continuos. Esto se debe solamente a las limitaciones de los sentidos, pero sigue siendo una sucesión de fragmentos discontinuos. Es decir, al aumentar la tasa de muestreo o la resolución digital de lo que estamos reproduciendo, podemos dar la ilusión de que es continuo, nada más. Y, lo que es más importante, hay una determinada cantidad de información que se habrá perdido en el proceso de digitalización o conversión en números.

La tasa de muestreo o la resolución del proceso de digitalización resulta así esencial para la calidad del producto final. Una fotografía de una cámara digital ya vieja, de 640 x 480 píxeles, por poner un caso, pierde muchísima información, porque todo lo que hemos fotografiado está representado únicamente por 307200 puntos, y cada uno de esos puntos sólo puede tener una cantidad limitada de información en cuanto a color y luminosidad. Esa cámara tiene así 1/3 de megapíxel de resolución. Muy poco si la comparamos con una moderna cámara profesional capaz de registrar la misma escena con 11 millones de puntos (11 megapíxeles), cada uno con varios miles de valores posibles en cuanto a color y luminosidad.

Sin embargo, por grande que sea la calidad, la información que se pierde al digitalizar un continuo es irrecuperable. Esto carece de importancia en algunos casos, como en documentos que podemos escanear o digitalizar a baja resolución porque sólo nos importa su contenido literal, y da igual que no se haya reproducido una mota de polvo o una arruga del papel. Pero la pérdida de información es una preocupación al digitalizar un documento histórico que puede contener información no sólo por lo que está escrito en él, sino por la disposición de las fibras del papel (que pueden dar pistas sobre su fecha y lugar de producción), minucias caligráficas, imperfecciones en el trazo que pueden hablar del tipo de pluma o tinta empleadas.

La pérdida de esa información se compensa con una de las características más asombrosas de los documentos digitales, una que hoy damos por hecho pero que fue un sueño inalcanzable durante gran parte de la historia humana: la posibilidad de tener copias perfectas de los archivos digitales. Ya teniendo un archivo digital, de sonido, de imagen, de cine, de lo que sea, lo podemos copiar sin que pierda ya nada más de información.


La telefonía digital


Anteriormente, nuestras palabras se convertían en variaciones de voltaje que viajaban por un cable de un teléfono al otro. Esa telefonía analógica se ha visto reemplazada por una telefonía digital asombrosa, en la que todos los sonidos que emitimos se convierten en números que se unen en "paquetes". Dada la velocidad a la que se comunican los ordenadores, un solo cable (y más si es de fibra óptica) o una onda de radio (en la telefonía móvil) puede transmitir decenas y hasta miles de conversaciones al mismo tiempo. Los "paquetes" de cada conversación tienen una "etiqueta" numérica que permite que un ordenador al otro extremo reconstruya la "grabación digital" de las palabras de cada una de las conversaciones, sin confundirlas, y las transmita a la persona con la que hablamos, todo a tal velocidad que nos resulta imperceptible. Y al no estar sometidos tales "paquetes digitales" a interferencias eléctricas, la calidad del sonido es muy superior a la de la telefonía analógica, pese a que cada cosa que decimos y escuchamos ha sido convertida en números, destazada, enviada y recompuesta de nuevo, a veces al otro lado del mundo.

Las reglas del cortejo

Encontrar pareja y reproducirse es uno de los imperativos de la vida. El proceso tiene expresiones que a veces rayan en el absurdo, y no sólo entre los otros animales.

"El cortejo", pintura de Edmund
Leighton
(D.P., vía Wikimedia Commons)
La danza de cortejo de las aves llega a su mayor complejidad entre las aves del paraíso, varias decenas de especies de aves de Oceanía cuyos machos tienen los plumajes más elaborados y coloridos del planeta, a más de ser en muchos casos danzarines capaces de complejísimas evoluciones, recolectores de objetos brillantes, tejedores de chozas y expertos en otros tipos de exhibición cuyo objetivo es conseguir pareja entre las hembras, de colores poco llamativos y sin plumajes excesivos.

Estas acciones y el aspecto de los machos en muchas especies lo explica la biología evolutiva como una forma de señalar a las hembras que tienen ante ellas a posibles parejas que sanas, capaces, hábiles y, por tanto, adecuados para donar sus genes a la siguiente generación y, en su caso, para cuidarla. Las conductas y aspecto han ido evolucionando como parte de la competencia de los machos, hasta llegar incluso a poner en riesgo otras capacidades. El ejemplo clásico es el pavorreal, cuyas plumas casi le impiden volar, pero como los machos que las tienen muy cortas no consiguen procrear, al paso de miles de generaciones, las plumas del pavorreal se mantienen en el precario equilibrio necesario para todavía volar pero al mismo tiempo impresionar debidamente a las hembras.

El cortejo puede ser mortal. Una leona madre y solitaria que se una a un nuevo macho verá cómo su pareja recién obtenida mata a los cachorros del anterior padre, asegurando así que la hembra entre en celo más rápidamente y los que vivan sean sus descendientes, los que llevan sus genes. El cortejo de los zánganos en el macabro "vuelo mortal" de la abeja reina termina con todos muertos, incluso el triunfador, el más fuerte que logra alcanzar a la hembra y aparearse con ella. Entre los insectos y arañas no es infrecuente que el que el macho termine como almuerzo de su pareja incluso durante la cópula o que se haya reducido en tamaño hasta ser casi un parásito de la hembra, un simple depósito de esperma.

Todas las herramientas de los sentidos pueden entrar en acción durante el cortejo, desde la vista y el sonido (el canto de las aves, además de marcar territorios es, en algunas especies, elemento clave para obtener cónyuge), hasta el olor, el sabor y el tacto. Por ejemplo, al parecer los seres humanos somos más sensibles a los olores sexuales (las llamadas feromonas) de lo que creíamos. El hecho de que nuestro olfato esté atrofiado para algunos menesteres no significa, en modo alguno, que lo esté del todo, y así lo demuestran experimentos donde grupos de mujeres y hombres han identificado los olores más y menos atractivos en camisetas usadas por miembros del sexo opuesto. El estudio ya famoso de Claus Wedekind en Berna, en 1996, demostró por ejemplo que hombres y mujeres hallaban más atractivo el olor de los miembros del sexo complementario cuyos sistemas inmunes eran radicalmente distintos a los propios. Desde entonces, las camisetas sudadas se han usado en numerosos estudios que nos van revelando nuestra sensibilidad a los aromas. (Habría que señalar que estos aromas humanos (que se degradan fácilmente debido al uso de la ropa, volviéndose desagradables en muy poco tiempo) nada tienen que ver con los perfumes que ahora ofrece el mercado con "feromonas", palabra que se usa como reclamo publicitario sin contenido significativo real.)

Luchas a topes entre los carneros o enfrentamientos enseñándose los dientes entre los lobos, exhibición del plumaje entre las aves, el potente croar entre las ranas, las complejas danzas en algunas especies de peces o los largos días de juegos, persecuciones y arrumacos de los osos antes de que la hembra decida si acepta o rechaza al candidato… todas las formas del cortejo que ha generado la evolución finalmente sólo tienen un objetivo: demostrarle a la hembra que el macho tiene los mejores genes. Y en ese contexto generalizado entre las especies, algunas personas se preguntan por qué el ser humano es distinto, por qué entre los seres humanos las hembras se decoran y perfuman para ser atractivas mientras que el macho de la especie es poco agraciado.

Según estudiosos de la etología, la ciencia natural del comportamiento animal, como Anatoly Protopopov, el producto cultural de la belleza femenina artificial no puede equipararse a los despliegues de los machos en otras especies, y recuerda que entre los demás animales, especialmente mamíferos superiores, no siempre el macho se distingue o consigue el triunfo en el cortejo por su atractivo físico, sino que demuestra la "calidad" de sus genes exhibiendo otras características reveladoras, como la fuerza, la habilidad para procurarse alimento, el valor y la inteligencia. Según estos estudios, la mujer se hace atractiva para informar que está dispuesta para el cortejo, que los hombres a su alrededor pueden competir con la esperanza de ganar, si les interesa ella, pero son ellos los que tienen que demostrar que son más fuertes, más simpáticos, más inteligentes, más hábiles, y entonces, la mujer elige, aunque lo haga con enorme sutileza. Salvo en las sociedades en las que los hombres pretenden derrotar este mecanismo forzando la sumisión total de las mujeres (y aún en tales sociedades ellas pueden ejercer fuertes represalias), este mecanismo es evidente en cuanto sabemos buscarlo. Difícilmente se puede decir que una cantante famosa tenga más parejas por el hecho de ser rica y famosa, pero parece bastante evidente que tal sí es el caso de los ricos, poderosos y famosos en general, aunque no sean muy agraciados.

Resulta así que, si bien en la ecuación del cortejo humano intervienen muchos elementos culturales y sociales, no está de más tener presente que estamos por nuestras bases biológicas, y que, en gran medida, seguimos las mismas reglas del cortejo que los demás animales del planeta.

La química del amor

La doctora Helen Fisher, de la Universidad de Rutgers, es una de las principales estudiosas del amor desde el punto de vista científico, una tarea que apenas ahora se empieza a abordar. Para el amor, identifica tres fases en las que intervienen distintas sustancias. La primera es el deseo sexual, movido por las hormonas sexuales, la testosterona y el estrógeno. La segunda es la atracción o enamoramiento arrebatado, donde entra en juego un grupo de neutotransmisores específicos: la dopamina, la adrenalina y la serotonina. La tercera etapa es la de la apego, que permite la formación de una pareja a largo plazo, donde actúan de modo especial dos hormonas del sistema nervioso: la oxitocina y la vasopresina.

La energía gratis y el universo de queso

Una empresa irlandesa ha anunciado que ha creado una máquina que produce más energía de la que consume. No es la primera en afirmarlo… ni será la última… ni es probable que sea verdad.

Ante los problemas del petróleo en el mundo, tanto por la situación de los principales países productores como por el hecho de que se agotará en un futuro más o menos previsible y más o menos cercano, no es raro que resurja el sueño de obtener energía gratis. Y no no se trata de emplear fuentes de energía de fácil acceso y difícil monopolio (el sol, el viento, las mareas), sino de algo mucho más esotérico: obtener energía, literalmente, de la nada.

Periódicamente aparece alguien afirmando haber logrado esta hazaña que cambiaría la historia. Imaginemos pozos y bombas de riego en África, donde las sequías provocan atroces tragedias. Contar con ordenadores, televisores, videocámaras, respiradores, bombillas de alumbrado, teléfonos móviles, ambulancias, cohetes para poner satélites en órbita y cuanto aparato hoy consume electricidad o cualquier otro tipo de combustible, pero accionados por una fuente de energía que los físicos llaman máquina de movimiento perpetuo. Y se lograría la paz en el Medio Oriente.

Ahora toca el turno a Sean McCarthy, dueño de la empresa irlandesa Steorn Research, quien ha conseguido más publicidad de la que podría pagar su empresa con un anuncio en la prestigiosa revista The Economist "invitando" a los científicos a poner a prueba un motor que, asegura, produce energía de la nada. La afirmación, sin embargo, perdió bastante emoción una semana después, cuando los reporteros del prestigioso diario The Times de Londres se presentaron a entrevistar a McCarthy acompañados de su experto en física John White, y el empresario decidió sin más explicaciones no enseñarles la máquina, sino apenas una puerta que decía "Prohibido el paso", asegurando que tras ella estaba la maravilla.

Antes de McCarthy, el camino de la máquina de movimiento perpetuo ha sido recorrido por muchos desde que, en el siglo XII, el autor indostano Bhaskara propuso un curioso ingenio formado por una rueda rodeada de recipientes llenos en parte con mercurio y que conseguiría teóricamente que siempre fuera más pesada de un lado que del otro, provocando que girara eternamente. No funcionó… y no funcionaron los miles y miles de máquinas similares propuestos desde entonces. En algunos casos, los pretensos inventores son bienintencionados que creen haber descubierto algo con una suposición ingeniosa que se rehúsa a operar en la realidad. En otros, son personas convencidas de que las leyes de la física son imposiciones opresoras inventadas por los científicos como parte de una conspiración para ocultar "la verdad" y así servir a los intereses de las grandes petroleras (o cosa similar), y buscan demostrar su creencia, exagerando sus aparentes avances y minimizando sus constantes fracasos. Están, al final, los timadores simples que utilizan máquinas fraudulentas para pescar "inversores" que aporten los fondos necesarios para “perfeccionar” el descubrimiento… el descubrimiento no existe ni se perfecciona, pero el ofertante de este sueño de humo consigue vivir como marajá.

Cada nueva máquina de movimiento perpetuo fallida, que parecía que podía funcionar pero que no lo conseguía en la realidad, sirvió al menos para que los físicos se preguntaran por qué no funcionaban. Esto llevó a algunas observaciones interesantes. Por ejemplo, se constató que en un sistema estable, el calor fluye siempre de los cuerpos más calientes a los más fríos, algo que se conoce como la Segunda Ley de la Termodinámica. Debido a ella, un aparato que provoque el frío mediante una bomba de calor (como la nevera de nuestra casa) sólo puede hacerlo utilizando más energía de la que extrae de la zona fría. Esto se ejemplifica con un experimento: si dejamos la nevera con la puerta abierta en una habitación herméticamente cerrada, ¿la temperatura de la habitación tenderá a subir o a bajar? La respuesta es que subirá sin cesar, porque el motor de la nevera genera más calor que frío, y la energía eléctrica que acciona la nevera acaba convertida en calor dentro de la habitación, superando con mucho al frío local del interior del aparato. Ese comportamiento del universo se describe mediante leyes que no tienen nada que ver con las leyes mutables, variables y dependientes del capricho humano que pueden salir de un congreso de legisladores o de los delirios de un dictador, sino que son sistematizaciones de lo observado.

El estudio del universo también nos ha enseñado que no existe ninguna máquina que sea 100% eficiente. En un automóvil, no toda la energía del combustible se convierte en movimiento del vehículo, sino que una parte se disipa como calor por las explosiones, por la fricción de las partes del motor y la transmisión, por la fricción de las ruedas contra el suelo y por la fricción del vehículo contra la atmósfera. Esa energía disipada no es recuperable. Una máquina 100% eficiente no generaría calor, ni estaría sujeta a la fricción que encontramos incluso en el espacio exterior, sino que convertiría en trabajo utilizable la totalidad de la energía que se le alimente, eléctrica, química o de cualquier forma, y por tanto una máquina que fuera más de 100% eficiente no sólo no disiparía energía, sino que estaría produciéndola de la nada. Y hasta donde sabemos, la energía en el universo es constante, no se puede crear ni destruir, sólo transformar.

Pero la duda no es trivial: ¿no es posible que los conocimientos que tenemos de la física sean incorrectos?, ¿es totalmente imposible una máquina de movimiento perpetuo? Lo más que se puede decir es que parece tan poco probable como levantarnos nosotros mismos tirando de los cordones de nuestros zapatos, pero podría ser… e igualmente podría ser que el universo esté hecho fundamentalmente de queso de cabra. Pero mientras no se vea y estudie una de esas máquinas funcionando, no sería recomendable empezar a construir las estatuas que en todo el mundo deberían erigirse a quien nos liberara de los límites que impone el universo… ni comprar una franquicia de queso de cabra universal.

Leonardo ya lo sabía


“Sacar algo de nada” es, precisamente, la forma en que Isaac Newton se refirió a quienes buscaban el “santo grial” llamado “máquina de movimiento perpetuo”, y eso pese a que el propio Newton se planteó seriamente la posibilidad de convertir unos metales en otros siguiendo las tradiciones alquímicas. Leonardo Da Vinci realizó varios dibujos de posibles máquinas de movimiento perpetuo, se dio cuenta de que no funcionarían y al final se burló de quienes deseaban crear el movimiento perpetuo poniéndolos a la par de “los más estúpidos nigromantes y magos”.

No hay un robot llamado Luisa

De la ficción a la realidad, la evolución de los robots ha recorrido caminos que han sorteado casi por completo todo lo que la literatura imaginó.

Dejando de lado a autómatas míticos como el Golem de Praga o la Galatea de Pigmalión, y a los seres metálicos de los relatos mitológicos como el Talos de bronce de los Argonautas o los sirvientes metálicos de Vulcano, los antecedentes del robot son los autómatas, seres que imitaban la vida, movidos por agua o vapor. En Grecia, en el siglo V a.C., Arquito de Tarento propuso una paloma mecánica accionada por vapor, y Herón de Alejandría construyó varios autómatas en el siglo I de nuestra era. Cierto que podían hacer pocas cosas, pero el aparente carácter voluntario de sus movimientos cautivó a los espectadores.

Fue Leonardo Da Vinci quien diseñó hacia 1495 el primer robot: un caballero cubierto por una armadura medieval germanoitaliana capaz, según el diseño, de sentarse, ponerse de pie, mover los brazos y accionar una quijada anatómicamente correcta. Lo más probable es que Leonardo nunca intentara construirlo, como pasó con las demás ideas que lo asaltaban, apasionado por atacar nuevos desafíos a su intelecto. Fue hasta 1738 cuando el ingeniero francés Jacques de Vaucanson presentó ante la Academia de Ciencias francesa el primer autómata moderno, un personaje que tocaba la flauta y el tambor, y que superaba con mucho a los juguetes mecánicos en boga por entonces. De Vaucanson construiría algunos autómatas más, incluido un pato con 400 partes móviles, capaz de comer grano y defecar, antes de dedicarse a la industria, como uno de los pioneros de la automatización.

El robot moderno nace en 1920 con la obra teatral R.U.R. Rossum's Universal Robots, del dramaturgo checo Karel Capek, estrenada en 1921. En ella, un científico crea a unos trabajadores artificiales que, en la mejor tradición frankeinsteiniana, se rebelan contra el creador, intentan apoderarse del mundo y descubren sus propios sentimientos humanos. La palabra "robot" fue sugerida a Karel por su hermano, el pintor Josef Capek, y proviene del checo "robota", que significa, precisamente, "trabajo aburrido o pesado".

Los robots de Capek no eran metálicos, sino orgánicos, lo que llamaríamos hoy "androides" o, siguiendo a Blade Runner, replicantes. Pero lo esencial es que no eran simples máquinas programadas, eran capaces de decidir con autonomía. Con Capek, el autómata deja de ser una simulación del movimiento para entrar de lleno en la simulación del pensamiento y las emociones. Sin embargo, la ciencia ficción en general optó más bien, en una visión industrial y simplona propia del momento, convirtiendo al robot en un ser electromecánico. A ello contribuyó de manera especial "Elektro", robot humanoide construido a fines de la década de 1930 por la empresa Westinghouse, con objeto de promocionarse.

El surgimiento de los ordenadores a resultas del trabajo de Alan Turing hizo posible la idea de realmente crear aparatos capaces de manipulaciones complejas con cierto nivel de autonomía, verdaderos robots. Nació así la robótica (bautizada por el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov). Pero mientras la ciencia y la tecnología avanzaban lentamente en busca de verdaderos robots, en los años 40-50 del siglo pasado el cine de ciencia ficción de serie "B" se llenó de robots, algunos memorables como el Robbie de Planeta prohibido o el Goort de El día que paralizaron la tierra, pero en general lamentables cuando no cómicos, simples actores malos, pero enlatados.

Los robots de la ciencia y la tecnología, sin embargo, no se parecían a los imaginados por el arte. No son humanoides, sino a veces brazos móviles controlados por ordenador capaces de complejos movimientos, que pronto se hicieron presentes en las líneas de montaje, o pequeños vehículos con vulgares ruedas, poco impresionantes incluso cuando van armados con fusiles de asalto para detener delincuentes sin poner en peligro a los policías humanos… carritos muy alejados de Robocop y de Terminator.

Y, sin embargo, los robots de hoy, además de sus devastadores efectos en el empleo en la industria, se han convertido en elementos esenciales en muchas actividades humanas. Desde los pilotos automáticos de los aviones modernos como los Airbus, que, en palabras de un ingeniero aeronáutico asombrado "vuelan solos", moviendo robóticamente todas las piezas de dirección y velocidad de la aeronave, pasando por los robots que recogen y aseguran paquetes sospechosos de contener explosivos, los robots que sueldan los microcircuitos de nuestros ordenadores y los proyectos de robots que eviten a los bomberos acciones de avanzadilla altamente peligrosas en incendios, los robots de aspecto poco o nada humano ya están salvando vidas, que no es mal principio.

De todos modos, hay quienes siguen empeñados en la creación del mítico robot humanoide. Proyectos como los de los robots Asimo y P3 de la empresa japonesa Honda, los robots de la Universidad de Waseda (como Wasubot, capaz incluso de interpretar un concierto) y el más reciente, Choromet, con su aspecto de Transformer, han impulsado además intensos trabajos en áreas sumamente diversas. Para que un robot camine, por ejemplo, es indispensable conocer a fondo los secretos de la locomoción humana, y en ello participan médicos, físicos, anatomistas y neurólogos. A ello se añaden los programadores que convierten esos conocimientos en instrucciones que puedan, efectivamente, permitir a un robot realizar algunas acciones aparentemente humanas.

Así, si pese a todo no se consiguiera nunca tener un robot llamado Luisa, que se parezca a una Luisa humana y actúe como ella, los avances sirven, por ejemplo, para crear prótesis robóticas que liberan a personas que han perdido miembros o movilidad. El sueño de tener robots humanos es, en todo caso, un potente motor para buscar y encontrar nuevos límites a la tecnología y a la ciencia. Lo cual ya es motivo para estar agradecidos con nuestros robots.

Las leyes de la robótica


Atribuidas a Isaac Asimov, quien las utilizó en numerosos cuentos y novelas, las tres leyes de la robótica de la ciencia ficción fueron desarrolladas por él junto con el mítico editor John W. Campbell. Las contradicciones entre esas tres leyes aparentemente sencillas que los robots deben seguir fueron, y siguen siendo, alimento de muchas obras de la ciencia ficción:

1. Un robot no puede dañar a un ser humano, ni permitir por su inacción que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, salvo cuando tales órdenes entren en conflicto con la primera ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando tal protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley.

Dormir, tal vez soñar

Pasamos la tercera parte de nuestra vida durmiendo, y sin embargo apenas estamos averiguando lo que ocurre en esas horas de silencio.

El sueño es un estado peculiar: no estamos inconscientes, pero se reduce notablemente nuestra sensibilidad a los estímulos externos; nuestros movimientos voluntarios se cancelan, aumenta el anabolismo (la creación de estructuras celulares) y disminuye el catabolismo (la destrucción de las mismas). Dormir no es, sin embargo, un acto peculiarmente humano. Todos los mamíferos, aves y peces duermen, de distintas maneras. y al menos los mamíferos superiores exhiben comportamientos y ofrecen mediciones que nos hacen suponer que experimentan alguna forma de ensoñación. Quien haya visto a su perro mover las patas como si corriera jadeando mientras duerme, no puede evitar pensar que está soñando en perseguir a una liebre o cosa similar.

Durante gran parte de la historia, el acto de dormir fue un profundo misterio. ¿Por qué en un momento dado nos vemos agobiados por la necesidad de quedar dormidos, indefensos, durante largas horas? ¿Qué es ese estado peculiar que se parece a la muerte? ¿Qué pasa con la personalidad durante ese tiempo? No deja de ser llamativo que el sueño sea una necesidad tan apremiante y tan poderosa que puede uno ver soldados durmiendo en el fragor de una batalla, cuando el cansancio los había vencido con más eficacia que el enemigo. Por otra parte, a los sueños en sí (que los científicos llaman "ensoñaciones" por cuestiones de claridad) se les consideró "revelaciones", "comunicaciones con los dioses o con el mundo de los muertos", "visiones proféticas", "tentaciones del diablo" y muchas cosas más.

Pero, además, la falta de sueño puede ser muy peligrosa. El no dormir lo suficiente de manera continuada, según algunas investigaciones publicadas sólo durante 2006, puede ser responsable de un aumento en el riesgo de ciertos tipos de obesidad, hacer menos confiable la memoria, reducir la confiablidad de los conductores, perjudicar nuestra capacidad de tomar decisiones correctas, reducir la disposición al aprendizaje, aumentar la tendencia a la hipertensión arterial y ocasionarnos muchísimos otros problemas.

El estudio científico y riguroso del sueño y de las ensoñaciones no comenzó sin embargo sino hasta el siglo XX, con herramientas como el electroencefalógrafo, que nos permite ver, así sea mínimamente y de modo más bien confuso, parte del funcionamiento del cerebro humano. Esta y otras formas de observación nos han permitido identificar cinco etapas del sueño. La quinta es la llamada "REM", por las siglas en inglés de "movimiento rápido de los ojos", y que ocurre sobre todo en el último tercio de la noche, ya que la caracteriza el rápido movimiento de los ojos detrás de los párpados, algo que no ocurre en las primeras cuatro, llamadas por ello "no-REM". Las etapas de sueño REM y no-REM se suceden continuamente durante la noche en ciclos de aproximadamente 90 minutos. La primera, la de somnolencia, ocurre cuando estamos quedándonos dormidos, y durante ella ocurren las alucinaciones hipnagógicas, sensaciones que parecen reales (por ejemplo, muchas historias de fantasmas y de secuestros por parte de supuestos extraterrestres son claramente alucinaciones de este tipo, que incluyen sensaciones de parálisis y desamparo). En la segunda etapa desaparece la conciencia del mundo externo y cae el tono muscular; está presente durante más de la mitad del período de sueño. La tercera es considerada una transición hacia la cuarta y no ocupa ni el 10% del tiempo de sueño. La cuarta es el "sueño profundo" porque es muy difícil despertar de él al sujeto, y es la etapa en la que ocurren episodios de terror nocturno, de mojar la cama y de sonambulismo, y ocupa alrededor del 10% del período de sueño.

Anteriormente, se pensaba que las ensoñaciones sólo se presentaban durante el sueño REM, pero ahora se sabe que también las hay durante las otras cuatro etapas, aunque es en la etapa REM donde suele haber más sueños visuales y profundamente estrafalarios, absurdos y al azar, los que más identificamos precisamente con la ensoñación.

El significado mismo de las ensoñaciones aún es materia de debate, en parte por su carácter esencialmente subjetivo. Hay desde hipótesis que indican que las sensaciones que percibimos son sólo un intento del cerebro por darle sentido a una serie de descargas aleatorias y sin significado intrínseco, como tratamos de encontrar caras en formaciones al azar. Esta hipótesis estaría al otro extremo de quienes aún creen que los sueños son una puerta hacia aspectos especiales o relevantes de nuestra personalidad o emociones. Entre ambos extremos, abundan las propuestas, pero aún estamos lejos de tener respuestas sólidas y confiables.

Las alteraciones del sueño "normal", definido como aproximadamente ocho horas diarias de reposo continuo, pueden interferir gravemente con la vida normal. El insomnio, la más frecuente de ellas, produce graves alteraciones físicas y, sobre todo, emocionales. Su extremo contrario es la narcolepsia, que hace que sus víctimas se queden dormidas inevitablemente en cualquier momento, incluso, por poner ejemplos especialmente peligrosos, mientras están cocinando o bajando escaleras. Las pesadillas recurrentes, las alucinaciones hipnagógicas (y su contraparte, las hipnopómpicas, similares a las anteriores, pero que ocurren en la transición que se da al despertarnos), el bruxismo (rechinar los dientes durante el sueño), las sacudidas de las piernas (que resultan en darle patadas al compañero de cama), los ronquidos excesivos, los terrores nocturnos y el temido jet lag o desincronosis, son áreas en las que se sigue investigando pero cuyos efectos desagradables son conocidos por prácticamente todos nosotros.

Si según Calderón la vida es sueño, de lo que cada vez hay menos dudas es de que el sueño, un sueño suficiente y de calidad, es vida. Y sin necesidad de buscarle siquiera significados más allá de lo razonable.

La ciencia de la siesta


En junio de este año, el Dr. Denis Burdakov, de la Facultad de Ciencias de la Vida de la Universidad de Manchester informó de la identificación del mecanismo que nos produce somnolencia después de comer, es decir, lo que invita a la siesta, costumbre extendida entre muchos animales además del ser humano. En líneas generales, el aumento de la glucosa en sangre que se da después de la comida bloquea o inhibe a las neuronas que producen ciertas proteínas, llamadas orexinas, cuya función es regular nuestro estado de conciencia. Es decir, nuestro organismo está diseñado para tener sueño después de comer. Y esto también explica por qué es difícil conciliar el sueño cuando se tiene hambre.

No dormir siesta podría ser, al fin y al cabo, antinatural.

¿Es una nueva especie?

El cada vez más amplio conocimiento que tenemos de la vida en el planeta está, sin embargo, lejos de estar completo, y a veces parece menos preciso que en el pasado.

Se calcula que pueden existir entre 10 millones y 30 millones de especies de insectos en nuestro planeta. Una cifra especialmente asombrosa si tenemos presente que únicamente se conoce y tiene clasificado menos de un millón de especies de insectos. De todas las demás formas animales, actualmente conocemos alrededor de 200 mil especies, y es difícil calcular cuántas pueden existir en realidad. En lo referente a las especies vegetales, nuestro conocimiento es igualmente escaso, pero a guisa de ejemplo conocemos alrededor de cien mil especies de hongos, y se calcula que debe de haber más de un millón y medio de ellas.

Solemos pensar que las "nuevas especies" (es decir, nuevas para la clasificación científica, para nuestro conocimiento, pero evidentemente no de surgimiento reciente) sólo pueden encontrarse en lugares inaccesibles y que están esencialmente aún por explorar: selvas aisladas, las fosas abisales del mar, las más altas cumbres, cañones, gargantas, cuevas, cavernas y demás sitios a los cuales sólo pueden llegar exploradores que sumen espíritu aventurero y habilidades singulares junto con una condición física admirable, algo así como Indiana Jones. Pero el hecho es que la aparición de nuevas especies es un fenómeno constante en todo el mundo. Actualmente se calcula que se clasifican cada año alrededor de 15 mil nuevas especies animales, de las que más del 60% son insectos, y de ellos, 20 son descritos en España.

Calcule usted, simplemente, cuánto tiempo se ha dedicado a observar las aguas poco profundas frente a la costa del Cantábrico, cuánto de ellas ha sido observado cuidadosamente y pregúntese si es razonable suponer que ya conocemos a toda la flora y fauna de la zona.

El problema, pues, no es encontrar "nuevas especies" en general, esto ocurre constantemente, aunque los medios se hacen eco únicamente de algunos descubrimientos, sobre todo de mamíferos de gran tamaño o de parientes del hombre, como sería el caso de los chimpancés gigantes o del hombre de Flores. El hallazgo de cada nuevo escarabajo, lagartija o rana, de cada una de las 15 mil especies mencionadas, no podrían materialmente ocupar espacios en la prensa.

Esto ha llevado a afirmaciones curiosas por parte de los detractores de la ciencia, que suelen hacerse presentes cuando se difunde alguna de estas noticias para sugerir que "los científicos" ya creían conocer a todas las especies y algunos, incluso, "decían" que ya no se iban a encontrar más, demostrando únicamente su propia ignorancia.

El verdadero problema está en el hecho de que la definición misma de "especie" es todavía imprecisa y a veces tremendamente nebulosa.

¿Qué es una especie?

Lo más probable es que usted conozca alguna variante de la definición de "especie" que propuso en 1942 el recientemente fallecido biólogo evolutivo Ernst Mayr: un grupo de seres que pueden reproducirse entre sí, pero están reproductivamente aislados de los demás. De acuerdo a esta definición, por ejemplo, pertenecen a una especie todos los caballos que se pueden reproducir entre sí dando como resultado hijos fértiles. Las hibridaciones como las mulas, producto de la cruza del caballo y el burro, no son fértiles, por lo cual el caballo y el burro son de especies distintas.

Esta definición es útil en muchos casos, pero pronto topó con el problema de que sólo se ocupaba de los seres vivos que se reproducían sexualmente. Es decir, dejaba fuera, por ejemplo, a los entre cinco y diez millones de especies de bacterias que se calcula que existen en nuestro planeta. Por otro lado, algunos híbridos como los "ligres" y "tigones" (resultado de la cruza de tigres y leones) son fértiles, en particular las hembras de ligre, que pueden cruzarse con tigres para procrear "tiligres". Todo lo cual no nos lleva a cerrar los ojos al hecho de que en su conducta, su morfología, su biología y su vida social "normales", tigres y leones no son lo mismo, sino que pertenecen a especies diferenciadas.

Por ello, los científicos añadieron otras definiciones de "especie" destinadas a permitirnos distinguir y clasificar mejor a los seres vivos a nuestro alrededor. En algunos casos, la especie es determinada por sus diferencias morfológicas (un buitre y un halcón tienen una anatomía distinta). En otros casos, la especie se define porque los miembros del grupo se reconocen entre sí como posibles parejas para la reproducción. Se usa también la definición evolutiva: una especie comparte a un ancestro y tiene un linaje que mantiene su integridad respecto de otros linajes a través del tiempo y el espacio (por ejemplo, los seres humanos y los chimpancés compartimos un mismo ancestro, pero nuestros linajes se han mantenido aislados durante millones de años). Finalmente, está la idea de las microespecies, las de los seres que se reproducen por bipartición de modo que cada generación es genéticamente idéntica a la anterior.

El problema, claro, es que los seres vivos no se dividen en "especies" naturalmente. El concepto lo hemos creado nosotros para clasificar y dar orden a lo que nos rodea. Pero, a diferencia de aspectos como los elementos químicos, donde la diferencia entre uno y otro es clara y se puede definir objetivamente, en el caso de los seres vivos en muchas ocasiones las fronteras son borrosas, hay estados intermedios y, por si ello fuera poco, los objetos de estudio, las poblaciones de seres vivos, cambian continuamente, sufren mutaciones o se ven sometidos a presiones selectivas por el medio ambiente o por la intervención del hombre.

Por todo ello, en ocasiones no es sencillo saber, cuando estamos ante un animal o una planta aparentemente nuevos, si realmente son o no "una nueva especie". Al final, el significado real de la idea de "una nueva especie" sólo se encuentra en la medida en la que sea importante para la biodiversidad del planeta, de la que depende el funcionamiento de toda la maquinaria de la vida, y que nos ayude a entender un poco mejor, sólo un poco, a los seres que comparten nuestro mundo.

Especies humanas


Sin importar cuál de las diversas definiciones de "especie" utilicemos, los acontecimientos de las últimas décadas nos han enseñado que los seres humanos no somos tan singulares como gustaría a quienes pretenden que la humanidad sea el centro del universo. De hecho, hoy conocemos al menos 11 especies humanas (pertenecientes al género Homo) además de la nuestra, varias de ellas capaces de usar herramientas, de crear piezas artísticas, de realizar rituales funerarios e incluso, según creen los paleoantropólogos, de utilizar el lenguaje. Nuestra especie es, simplemente, la más afortunada… hasta ahora.

Alrededor del sol

El dios al que no se podía ver de frente sin quedar ciegos es para nosotros hoy la estrella más cercana, responsable de la vida en nuestro planeta y, todavía, una fuente de asombro.

El Sol es quizás la presencia más abrumadora en la existencia en nuestro planeta. Su calor y luz de día, y los drásticos efectos de su ausencia de noche, fueron sin duda asunto clave para los primeros hombres que abandonaron el nomadismo por una vida sedentaria con bases agrícolas. La misma semilla, plantada a la sombra, no germinaba ni se desarrollaba como otra sembrada al Sol, lo que parecía decir que la luz del Sol-padre en el vientre de la tierra-madre se unían para darnos alimento con alguna certeza, cosa nada despreciable para grupos que durante milenios dependieron de encontrar a tiempo los animales y plantas que comían. Unos cuantos días sin cacería y sin recolección bastaban para condenar a muerte a todo un grupo humano o prehumano, mientras que la cosecha era mucho más predecible siempre que se reuniera un conocimiento astronómico suficiente como para conocer las estaciones y sus variaciones a lo largo del año.

No es extraño, por tanto, que desde los inicios del pensamiento el Sol haya ocupado un lugar igualmente central en las preocupaciones humanas. Un extremo de esta pasión solar lo dan sin duda los aztecas o mexicas, pueblo convencido de que su misión era garantizar que el Sol volviera a salir todos los días, y que para conseguirlo lo alimentaban con sacrificios humanos que le daban la fuerza necesaria para volver. Los aztecas estaban seguros de que su desaparición como pueblo significaría el fin del ciclo solar y la muerte de todo ser vivo en la tierra. En esa cosmología, el sacrificio de algunas vidas no parecía un elevado precio a pagar para garantizar la vida de todos los demás seres.

En occidente, fue Anaxágoras el primero que abandonó las explicaciones teísticas para proponer que, en lugar del carruaje de Helios, el Sol era una bola de metal incandescente de enormes dimensiones (o, al menos, más grande que el Peloponeso). Esta idea hizo que Anaxágoras fuera arrestado, enjuiciado y condenado a muerte, sentencia que no se cumplió gracias únicamente a la intervención de Pericles. Estos malos ratos no son infrecuentes en la historia de la observación y el estudio del Sol, como lo atestiguarían después Copérnico y Galileo al defender que los planetas giraban alrededor del Sol y no de nuestro planeta. Sin embargo, los herederos de estos astrónomos continuaron desvelando hechos acerca de nuestra estrella

Los acertijos de la posición y el tamaño del Sol, sin embargo, no eran nada comparados con el que presentaba la energía que emite en forma de luz, calor y, como se fue descubriendo, de radiaciones de otro tipo, como los rayos X y los gamma. La resolución de ese problema hubo de esperar a que la física atómica y nuclear habían emprendido su camino de desarrollo, cuando Hans Bethe, en artículos de 1938 y 1939, calculó las dos principales reacciones nucleares que generan la energía solar y confirmó la idea de que nuestra estrella, el antiguo dios Sol, era un horno de fusión nuclear de dimensiones asombrosas.

Algo más de tiempo hubo de esperar la pregunta de cómo nació nuestro astro. Hoy, los datos acumulados por los astrónomos sugieren que el Sol y todo el sistema solar se formaron hace unos 4.500 millones de años a partir de una masa de gas estelar que debido a la gravedad se fue acumulando en conjuntos o agregaciones: una central, el Sol, la mayor, donde los procesos físicos llevaron al inicio de una reacción de fusión nuclear, convirtiéndola en una estrella, y otras más pequeñas que formaron los planetas, incluido el nuestro. La fusión nuclear que es el origen de toda la energía del Sol es el proceso mediante el cual los átomos de un elemento se combinan para formar átomos de otro elemento más pesado, proceso que desprende una gran cantidad de energía. En el caso del Sol, los átomos de hidrógeno que lo conforman en su mayor parte se fusionan continuamente formando átomos de helio, el siguiente elemento más pesado. El proceso opuesto a la fusión nuclear es la fisión o división nuclear, que es lo que ocurre en las bombas atómicas (de manera brutal) y en los reactores nucleares (de manera controlada), y produce muchísima menos energía.

Sin esa continua fusión nuclear y el calor que nos llega de ella, no existiría vida en la Tierra. Salvo algo de calor del centro del planeta y algunos procesos químicos modestos, toda nuestra energía procede del Sol. Incluso los combustibles fósiles, producto de seres que vivieron hace millones de años, contienen la energía que esos animales y plantas derivaron del Sol, y que quedó almacenada químicamente hasta que el ser humano aprendió a explotarla en su beneficio. Y, precisamente por ello, la principal búsqueda en cuanto a fuentes de energía que eventualmente sustituyan al petróleo se centra en el Sol, y en formas de convertir la energía que recibe el planeta en una forma utilizable por nuestras máquinas, nuestras fábricas, nuestros medios de transporte.

Aún quedan incógnitas alrededor del Sol, algunas de difícil resolución ya que sigue siendo imposible siquiera acercarse a una distancia razonable para estudiar a nuestra estrella con el detenimiento y detalle que quisiéramos. Incluso nuestro observatorio solar más desarrollado, el SOHO, esfuerzo conjunto de la Agencia Espacial Europea y la NASA, se encuentra a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, es decir, a más de 148 millones de kilómetros del Sol.

Sin embargo, las respuestas que sobre el Sol nos puedan dar los astrónomos, astrofísicos y otros profesionales no sólo tienen un interés claramente científico, sino que podrían incidir de modo decisivo en el futuro de nuestro mundo en cuanto a la disponibilidad de energía, en la viabilidad de la supervivencia de la humanidad y en la relación que mantengamos con el resto del sistema de vida que, gracias al Sol, existe en nuestro planeta.

Los números del sol


En promedio, el diámetro del Sol es igual 109 veces el diámetro de la Tierra, y su volumen es de un millón 300 mil veces el de nuestro planeta. La gravedad en su superficie (suponiendo que pudiéramos posarnos en ella sin volatilizarnos) es de casi 30 veces la que hay en nuestro planeta, de modo que una famélica supermodelo de 50 kilos pesaría 1500 kilos allí. La temperatura de su corona es de 10 millones de grados y está compuesto fundamentalmente de hidrógeno (73.46 %) y el helio en el que se convierte el hidrógeno al fusionarse (24.85 %). Al ritmo de actividad nuclear actual, el Sol seguirá estable unos 4 mil millones de años más, después de lo cual ocurrirá, cumpliendo tardíamente las teorías apocalípticas, el fin del mundo.