Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Hombre y perro: extrañas complicidades

Dos especies protagonizan la asociación más peculiar de la naturaleza en la Tierra. El hombre y el perro se han moldeado mutuamente de formas que apenas estamos descubriendo.

"Muchacho con un perro" cuadro de Bartolomé
Murillo. Museo del Hermitage. (Imagen vía
Wikimedia Commons)
El pacto entre el hombre y el perro, según nos dicen estudios de ADN de perros y lobos realizados entre 1997 y 2002, puede haber comenzado hace cien mil años, aunque ya se encuentran poblaciones de lobos asociadas con restos de homínidos hace 400 mil años. En todo caso, hace algo menos de 20 mil años la domesticación ya estaba consolidada. La variación genética del perro, además, parece señalar que la domesticación ocurrió muchas veces, en distintos lugares, con distintas subespecies de lobos que coexistían con grupos humanos con los que, suponemos, competían antes de descubrir los beneficios que comportaba el asociarse y hacer algo tan desusado como compartir. Así el hombre ya tenía perros con los que compartía la vida en África, en Europa y en Asia, y llegó con ellos al continente americano, hace al menos 15 mil años. El aprecio por el perro lo demuestran los entierros ceremoniales de estos animales que ya se encuentran en Dinamarca durante el mesolítico.

El proceso de domesticación del perro tiene, según se desprende de los estudios zoológicos, una extraordinaria similitud con el proceso de "humanización" (por decirlo de algún modo) de nuestros ancestros primates. Fue el etólogo (estudioso del comportamiento natural) Desmond Morris quien difundió, en su libro esencial El mono desnudo el descubrimiento de que nuestra especie había sufrido un proceso llamado neotenia en el cual ciertas características infantiles se prolongan en el tiempo, manteniéndose presentes durante gran parte de la vida del individuo… o incluso para siempre. Ciertamente somos la especie con la infancia más larga, y en muchas formas es desusado que nuestras crías sean tan tremendamente indefensas durante tanto tiempo, tiempo que se necesita, según los zoólogos, para poder aprender lo suficiente.

Un rasgo infantil de prácticamente todos los animales superiores es el juego, la capacidad de divertirse que el ser humano de nuestros días conserva a lo largo de toda su vida. Más allá de casos de amargura notables, incluso los más ancianos se divierten, ríen, disfrutan los deportes o juegan, ya sea a las cartas o con sus nietos, exhibiendo una conducta que no tienen la mayoría de los demás animales. El perro, en su proceso de domesticación, también fue sometido, suponemos que por los propios seres humanos con los que se asoció, a un proceso de neotenia. El perro adulto comparte numerosas características infantiles de las crías de lobo, entre ellas precisamente la capacidad de disfrutar del juego hasta las etapas más avanzadas de su vida.

La asociación del hombre y el perro es sumamente lógica si se analiza únicamente desde el punto de vista de la supervivencia. Para el ser humano, el perro era igual el guardían en la noche que el aliado con velocidad singular en la cacería o el socio capaz de detectar olores que eran imposibles de apreciar para el primate (animal esencialmente visual), mientras que para el perro (o para el lobo que eventualmente se convertiría en perro), el hombre era una certeza de alimentación mayor que la que tenía la manada sola, una mayor protección contra las inclemencias del clima alrededor de la fogata de la tribu o clan y la posibilidad de contar con un socio de vista mucho más aguda que la propia.

Sin embargo, la asociación de una manada de lobos con una tribu o clan humano (o prehumano) sufrió en algún momento una transformación absolutamente radical, dando como resultado una relación individual, de un perro a un ser humano. En este proceso, quizá lo que más llama la atención es la forma en que los miembros de cada una de las especies trata al otro. Para el perro, su "amo" (palabra desafortunada si las hay) es parte de su manada. Más aún, el humano preferido es tratado, en la gran mayoría de las ocasiones, exactamente de la misma manera en que la manada trata al macho o hembra alfa (los jefes de la manada de lobos). Por su parte. El ser humano considera a "su" perro en muchísimas ocasiones como un miembro más de la familia, no sólo en el trato cotidiano sino, sobre todo, en los sentimientos que alberga por el animal que lo acompaña. La expresión de los sentimientos, según algunos zoólogos, ha sido también seleccionada por el ser humano como parte del proceso de domesticación. Así tenemos la llamada "sonrisa del perro", con el hocico entreabierto, los labios relajados (no mostrando los dientes para amenazar), jadeando ligeramente y con la lengua descansando sobre los dientes inferiores. En los perros con orejas rectas, el mantenerlas enhiestas, sin echarlas para adelante buscando una amenaza ni hacia atrás preparando la lucha (se aplanan con objeto de protegerlas de los mordiscos), se considera también la "sonrisa del lobo".

Si bien los clubes caninos hablan de 800 "razas", desde el punto de vista genético no es posible distinguir tales razas de perros (como no se distinguen las supuestas razas humanas). El perro es una simple subespecie del lobo, y es que, más allá de las dificultades mecánicas que puedan presentarse entre tipos de perros muy pequeños y muy grandes, todos los 800 tipos o razas de perros que existen en el mundo pueden cruzarse entre sí, y todos pueden cruzarse con los lobos.

Sí, dentro de ese pequeño caniche, maltés, Yorkshire terrier o chihuahueño hay un lobo, un lobo tan orgulloso, tan libre y tan admirable como el de las novelas de Jack London, aunque tenga el disfraz de un juguetón animalillo. Y basta hacerlo enfadar para ver que en sus ojos brilla el lobo que es en realidad.

¿Ataque o defensa?

Los ataques de perros, con frecuencia atribuidos a "razas peligrosas", pueden ser resultado de un simple problema de comunicación. Algunos comportamientos inocentes que pueden ser mal entendidos por un perro incluyen mirar a un perro fijamente a los ojos puede disparar un ataque ya que se trata de una mirada dominante, propia del macho alfa, y se considera un reto si la usa un miembro inferior de la manada. La mirada fija es más peligrosa si se hace a la altura de los ojos del perro, como pueden hacerlo los niños pequeños. Es especialmente peligrosa una acción en apariencia muy inocente: acercarse a un perro desconocido con la mano extendida palma abajo sobre su cabeza para acariciarlo. Por ello, los expertos recomiendan que al acercarse a un perro desconocido se incline, no lo mire fijamente a los ojos y le ofrezca la mano con la palma hacia arriba, por debajo de la altura del hocico del animal. Así, no percibirá amenaza alguna y, además, su curiosidad natural lo empujará a investigar qué lleva en esa mano tan poco amenazante.