Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Lo que sabían los antiguos

Cierto culturocentrismo en ocasiones nos hace creer en el mito de los "salvajes primitivos" y suponer que toda cultura antigua era ignorante.

El mecanismo de Antiquitera, uno de los
objetos a los que la ignorancia sobre el
conocimiento de los antiguos le atribuye
orígenes misteriosos.
(Imagen GFDL vía Wikimedia Commons)
Un argumento frecuente utilizado para defender ideas más o menos extravagantes es, simplemente, que los pueblos antiguos "no podían" haber hecho tales o cuales cosas: cortar y trasladar grandes bloques de piedra (para hacer las pirámides de Egipto, por ejemplo), orientar con exactitud astronómica una edificación (como Stonehenge o Abu Simbel), cruzar mares sin modernos métodos de navegación (digamos, para poblar Australia) y un largo etcétera.

Es un hecho que en la enseñanza de la historia, con frecuencia la enumeración de gobernantes, guerras y batallas suele sacrificar en nuestras escuelas el conocimiento de las civilizaciones antiguas. Si se toca algún punto, como la filosofía griega o el conocimiento matemático de los mayas, es de paso, sin profundizar en lo que conformaba el universo del conocimiento en la vida cotidiana de nuestros ancestros.

La astronomía es una de las grandes incomprendidas por muchas personas que hoy en día persisten en hallar "increíble" que muy antiguas culturas conocieran perfectamente su situación geográfica y astronómica sin contar con un modelo viable del universo. Y sin embargo, todas las culturas que dieron el paso del nomadismo al sedentarismo lo hicieron con base en la astronomía. Dicho de otro modo, si no hubieran sabido astronomía, no habrían podido dedicarse a la agricultura. El conocimiento de las estaciones, y por tanto de la orientación norte-sur, así como el recuento del año, son requisitos esenciales para establecer una sociedad agrícola. Y dado que todo el ciclo de las cosechas parece depender de las posiciones de los astros respecto del sol, ¿es acaso extraño que estas culturas pretendieran ajustar sus construcciones rituales a lo que veían ya como un cierto orden universal, por mucho que estuviera teñido de variadísimas creencias teístas?

Para los antiguos egipcios, por ejemplo, el norte era un espacio vacío circundado por dos estrellas, las que hoy llamamos Kochab y Mizar, y cuya alineación marcaba el "norte verdadero"… o al menos lo hizo durante algún tiempo alrededor del 2480 a.C., fecha calculada para la construcción de la pirámide de Keops. Hoy, el norte está marcado por la estrella Polaris, nuestra "estrella del norte", pero esto también cambiará, dado que el eje terrestre se "tambalea" en su viaje por el espacio, y por tanto las estrellas que ayudan a ubicar el norte cambian en un ciclo de unos 26 mil años.

La astronomía se basa en matemáticas y geometría, sin ellos no hay más que cálculos "a ojo" y poca precisión para saber cuándo empezar a plantar, por no hablar de los problemas de agrimensura que no sólo se refieren a la propiedad de la tierra, sino a temas tan delicados como la cantidad de semilla necesaria para garantizar una buena cosecha en una parcela determinada. Un pequeño error de cálculo podía ser la diferencia entre el bienestar general o la muerte por hambruna. Esto evidentemente da a los números una gran importancia y un aspecto místico que llevó a que, en algunas culturas como la maya, los matemáticos y los sacerdotes fueran unos y los mismos.

Uno de los motivos de la incomprensión respecto de las civilizaciones antiguas es la presunción de que sus intereses y visiones debían ser similares a los nuestros. Por ejemplo, en principio suena inviable que los antiguos griegos conocieran la energía del vapor, pero no por considerarlos ignorantes o incapaces, sino porque no la utilizaron para lo que nuestra civilización la utilizó: sustituir a trabajadores costosos y rebeldes para mejorar las utilidades y masificar la producción. El problema es que la economía de las ciudades-estado de la antigua Grecia estaba basada en el trabajo esclavo (cosa que nuestra admiración por sus logros intelectuales con frecuencia deja a un lado), de modo que los trabajadores no eran ni caros ni, mucho menos, rebeldes. Por otra parte, el tipo de mercancías que permitían obtener grandes ingresos no eran susceptibles de producción en masa, y la idea de sustituir al hábil artesano (frecuentemente esclavo) por una línea de montaje no tenía mucho sentido. Por tanto, cuando el genial Herón de Alejandría (inventor también del odómetro, estudioso de la neumática y la óptica, y matemático destacado) inventó la eolípila o turbina de vapor primitiva en el siglo I de nuestra era, resultó una diversión interesante, pero no se le dio aplicación industrial y fue olvidada. Algo similar ocurre con dos productos chinos tradicionales. Durante siglos, en China se usaron linternas de papel para crear pequeños globos de aire caliente. Igualmente, los chinos contaban desde más o menos el 400 antes de nuestra era con un juguete infantil llamado "libélula de bambú": un palito con una hélice en el extremo, que salía volando como un helicóptero cuando el niño hacía girar rápidamente el palito entre las manos abiertas.

Algunas civilizaciones tienen logros verdaderamente asombrosos que se ven opacados por la idea popular de su retraso. Por ejemplo, hay culturas fabulosas capaces de hacer trabajos de orfebrería primorosos o imponentes (incas, mesoamericanos, egipcios), fundiendo el oro a 1064 grados centígrados... cuando no utilizaban el bronce, que se obtiene haciendo una aleación de estaño con cobre, y que sólo requiere 20 grados centígrados más que el oro para fundirse.

Y es que, como podemos ver a nuestro alrededor si sabemos hacerlo, en la actualidad no usamos máquinas distintas de las ya conocidas por los babilónicos: palancas, poleas y planos inclinados. Nuestras palancas y poleas pueden expresarse en altísimas grúas de construcción accionadas por electricidad, pero sus principios son los mismos que los empleados para construir Ur, Abu Simbel o el acueducto de Segovia. Hoy sabemos muchas cosas más que nuestros antepasados, pero ello no cancela lo que ellos ya sabían, y nuestra tecnología no es sino la extensión de la que elaboraron a partir de cero otras civilizaciones que merecen nuestro asombro porque hoy, prácticamente nadie podría cazar un bisonte, ya no digamos hacer la punta de piedra de la lanza necesaria para la cacería, lo que pone a sus creadores en posesión de conocimientos muy superiores a los nuestros sobre algo tan sencillo como una piedra.

Tecnología de peluquería


Teñirse el cabello tampoco es asunto de reciente creación. A lo largo de toda la historia, ha habido formas de cambiarse el color del cabello que usaron las más distintas culturas. Quizá la receta para hacer "rubias de farmacia" más antigua que se conoce procede de la Grecia clásica, cuyas mujeres empleaban una pomada de pétalos de flores amarillas, una solución de potasio y polvos de color para obtener una coloración rubia en sus cabellos.