Nuestra anatomía no es una característica inamovible. Nuestro cuerpo, incluidos nuestros huesos, está en constante transformación, según nuestra herencia genética, el paso del tiempo, la alimentación, las enfermedades, nuestro entorno e incluso las estructuras asociadas a ellos, como los músculos. Los esqueletos pueden mostrar peculiaridades inapreciables a ojos de un lego, pero que para un osteólogo son clarísimas.
La osteología es el estudio científico de los huesos, una subdisciplina de la antropología y la arqueología que ha atraído especialmente el interés público en los últimos años por su aplicación en la antropología forense para el esclarecimiento de delitos, principalmente asesinatos.
Como consecuencia, los antropólogos forenses que antes eran científicos anónimos que manejaban cosas tan desagradables como cuerpos humanos descompuestos, consultaban libros enormes y hablaban en un lenguaje altamente técnico se han convertido en algunos de los nuevos héroes de los medios. De ello dan fe series como Bones, basada en la vida de Kathy Reichs como antropóloga forense.
Y sin embargo, la gran mayoría de los conocimientos de la osteología son producto de estudios relativamente recientes, donde confluyen la genética, la embriología, la paleoantropología, la anatomía comparativa. En primer lugar, un esqueleto puede informarnos de la edad, sexo, estatura y probables influencias étnicas de la persona.
La edad se refleja en los extremos de los huesos largos, que en la niñez y juventud tienen placas de crecimiento, en la estructura interna de los huesos, en las articulaciones y, de modo muy especial, en las suturas que unen a los huesos que forman la bóveda craneal, muy abiertas en la niñez (incluso con los puntos sin cerrar que llamamos “fontanelas” o “mollera” en los recién nacidos) y que se alisan hasta casi desaparecer con la edad. Los dientes son otro indicador relevante.
Es sabido que la pelvis femenina es distinta de la masculina debido a que ha evolucionado junto con el tamaño del bebé humano y la forma de parir de nuestra especie, siendo por tanto más ancha y redondeada. Ésas y otras diferencias pélvicas, así como una serie de diferencias en las proporciones y tamaño de partes del cráneo permiten una determinación del sexo con casi un 100% de certeza, con la excepción de ciertos casos límite de la variabilidad humana.
Un experto puede determinar también la edad y el sexo a partir de un fémur. El fémur del hombre adulto es más recto que el de la mujer adulta que se arquea como reacción precisamente al ensanchamiento de la cadera que ocurre en la pubertad. Como un Sherlock Holmes del nuevo milenio, un antropólogo forense puede aventurar con mucha certeza que un fémur desarrollado y curvado pertenece “a una mujer adulta”, aunque los datos de la edad se afinen después con otras mediciones.
En realidad, para que los huesos relaten las historias que nos interesan (antropológicas o criminales) no basta mirarlos con actitud interesante como los actores de las series de televisión. Muchas mediciones y estudios poco espectaculares permiten obtener importantes datos. Por ejemplo, la densidad ósea de las personas predominantemente negroides es mayor que la de las personas predominantemente caucásicas o mongólicas; hay indicaciones de antecedentes étnicos también en los dientes, la estructura maxilar y otros puntos, e incluso los puntos de inserción de los músculos pueden decirnos si la persona era o no afecta a hacer ejercicio.
Hoy es sencillo determinar la estatura que un esqueleto tuvo en vida, pues tenemos ecuaciones matemáticas para calcular la estatura con bastante precisión a partir del fémur, la tibia y otros huesos largos de un esqueleto.
Pero lo más fascinante es la capacidad de los antropólogos forenses de determinar el origen de ciertas lesiones en los huesos y las posibles causas de muerte de víctimas de delitos, accidentes o, incluso, enfrentamientos armados. Dado que los huesos perduran mucho más que cualquier otra estructura corporal, son muchas veces el último testimonio de una vida y de su final, y lo siguen siendo cuando el resto del organismo se ha descompuesto.
Un antropólogo forense puede diferenciar los efectos de un golpe con un objeto contundente, un cuchillo, una flecha o una bala, y pueden evaluar si la lesión se produjo alrededor del momento de la muerte o aconteció antes y hay señales de cicatrización ósea. Numerosas enfermedades y afecciones, además, dejan su huella en nuestro esqueleto, como el raquitismo, la tuberculosis, igual que ciertas deficiencias alimenticias. Con todos estos datos, haciendo estudios químicos y físicos de los huesos, mediciones y observaciones, un antropólogo forense puede trazar un retrato muy detallado de la vida y, quizá, la muerte de una persona, sin importar la antigüedad de los huesos, como se ha demostrado en estudios de restos antiguos como la momia congelada de los Alpes Ötzi y las momias de faraones como Ramsés II y Tutankamón.
Pero quizá lo más impresionante para el público en general ha sido el descubrimiento de que, en gran medida, la forma única de nuestro rostro, que vemos como el equivalente de nuestra identidad, está escrita fundamentalmente en nuestro cráneo. Gracias a mediciones de gran cantidad de rostros de personas de distintas edades, sexos, orígenes étnicos, etc., se tiene hoy un conocimiento preciso de la densidad media de los tejidos en los distintos puntos de nuestro rostro. Utilizando estas densidades medias, es posible reconstruir, con un asombroso, a veces escalofriante grado de exactitud, el rostro que una persona tuvo en vida, como lo muestran algunas series de televisión de modo tal que parece ficción.
La antropología forense nos permite saber cómo era el rostro de Tutankamón y cómo murieron las víctimas de algunos asesinatos, pero también nos permite identificar y conocer a los muertos del pasado, desde Pizarro hasta los miembros del pueblo que construyó Stonehenge, lo cual sin duda trasciende la ficción.
El falso PizarroEn los años 70 se hallaron en Perú unos restos presuntamente de Francisco Pizarro, pero durante mucho tiempo se habían considerado genuinos otros. El famoso antropólogo William Maples analizó los huesos del esqueleto recién hallado y catalogó las terribles heridas que mostraba, curadas o no y los comparó con la biografía de Pizarro, incluido su asesinato por un grupo de conspiradores. Los restos hasta entonces considerados genuinos resultaron ser de alguien que nunca había visto batalla y menos muerto en una, confirmando así la verdadera identidad del conquistador del Perú. |