Cráneo de Homo sapiens moderno a la izquierda comparado con el de un Homo neardenthalensis. (Imagen CC, foto de hairymuseummatt alterada por DrMikeBaxter, vía Wikimedia Commons) |
Lo que sí sabemos es que el ser humano apareció como tal hace unos 200.000 años en África. Cualquier Homo sapiens de esa época podría andar tranquilamente por las calles sin que nadie notara nada extraño.
Hace unos 125.000 años, nuestra especie salió de África hacia otros continentes, donde se encontró con otras especies humanas como los recientemente descubiertos Denisovianos y los más conocidos hombres de Neandertal, una especie que fabricaba herramientas, tenía un lenguaje, vivía en grupos sociales complejos, enterraba a sus muertos, cocinaba con fuego e incluso utilizaba adornos, y que vivió durante 300.000 años en Europa, Asia Central y el Oriente Medio.
¿Qué implicó la coexistencia de los humanos actuales con los neandertales en Europa y Asia durante unos 20 mil años?¿Los sapiens y los neandertales convivieron pacíficamente, se enfrentaron con violencia, compitieron o se ignoraron? ¿La desaparición de los neandertales hace 24.000 años estuvo relacionada con el sapiens o, incluso, fue provocada por esta especie? Y, por supuesto, el tema más apasionante para el ser humano, el sexo: ¿hubo relaciones sexuales, intercambio genético, mestizaje entre los sapiens y los neandertales?
Las primeras preguntas quizá puedan ser respondidas cuando obtengamos más evidencia física, excavaciones que puedan ayudarnos a reconstruir, poco a poco, cómo convivieron las dos especies, tan parecidas. La tercera se ha intenta resolver mediante nuestros conocimientos y nuestra tecnología relacionados con la genética.
El genoma neandertal
En 2006 se emprendió un esfuerzo concertado por secuenciar el genoma de los neandertales, un trabajo al frente del cual se puso al biólogo sueco especializado en genética evolutiva Svante Pääbo, director del Departamento de Genética del Instituto Max Planck de biología evolutiva situado en Leipzig, Alemania. Pääbo ya había demostrado, en 1997, con base en el ADN mitocondrial (que procede únicamente de la madre), que nuestra especie se había separado de los neandertales creando dos linajes distintos hace medio millón de años.
Apenas en 2003, se había presentado un boceto completo del genoma humano, que había sido uno de los proyectos más ambiciosos y amplios desarrollados en la biología. Pero para ése se había contado con la aportación de muchos donantes que habían dado muestras de ADN completas, mientras que para el proyecto de Pääbo se contaba con muestras de muy pocas muestras de restos neandertales de Croacia, Rusia, España y el neandertal original descubierto en el siglo XIX en Alemania.
Las muestras presentaban varios problemas. Primero, al paso del tiempo el ADN neandertal se había desintegrado en pequeños fragmentos. Después, en los antiguos huesos se hallaba también el ADN de los muchos microorganismos que habían vivido en en ellos desde la muerte de sus dueños originales. Según Pääbo, más del 95% de algunas muestras era de estos microorganismos. Además, al ser excavados, los huesos se veían expuestos a muchas otras fuentes de ADN, incluidos los investigadores, paleoantropólogos y técnicos que los habían estudiado. El desafío obligó a los científicos a desarrollar nuevas tecnologías para eliminar el ADN extraño e identificar el que era genuinamente del neandertal.
En 2010, el Proyecto del Genoma Neandertal publicó sus primeros resultados en la prestigiosa revista Science secuenciando alrededor de 4 mil millones de pares de bases del genoma neandertal (cada par de bases es un “escalón” de la doble espiral que forma la molécula de ADN.
Una de las más sugerentes interpretaciones del estudio de Pääbo y su equipo fue que entre el 1 y el 4% del ADN de las poblaciones humanas modernas de Europa y Asia era compartido con los neandertales, una cifra mucho mayor que la presente en gente del África subsahariana, lo que apuntaba a la posibilidad de que ambas especies hubieran tenido un intercambio genético.
Otro elemento importante fue la determinación de que el genoma del neandertal y el de los seres humanos actuales son iguales en un 99,7%, donde sólo el 0,03 del ADN explicaría las profundas diferencias anatómicas entre nosotros y nuestros primos. El neandertal carecía de barbilla, su frente se inclinaba hacia atrás a partir de unos pronunciados arcos o toros superciliares, protuberancias del cráneo por encima de los ojos. Igualmente mostraban clavículas más anchas, importantes diferencias respecto de nuestros dientes, buesos de las piernas combados, rótulas de gran tamaño y otros muchos aspectos que harían que un neandertal por las calles del siglo XXI probablemente sí llamaría la atención, por más que lo vistiéramos y peináramos a la última moda.
Pero esto, sin embargo, no era una prueba concluyente. Un estudio de la Universidad de Cambridge, dirigido por el Andrea Manico y publicado en 2012 señaló que el análisis original había sobreestimado la cantidad de ADN compartido con los neandertales, además de no haber tenido en cuenta la variabilidad genética que ya tenían las distintas poblaciones de los ancestros de los humanos modernos en África. Al tomar en cuenta estos aspectos, resulta probable que el ADN compartido proviniera más bien de un ancestro común de ambas especies que habría vivido hace medio millón de años. Pääbo, por su parte, ha realizado otros estudios que está aún por publicar y que, asegura, dan nuevo sustento a su tesis de que hubo un mestizaje sapiens-neandertal.
Mientras se resuelve la controversia, muchos esperan que nuevas excavaciones descubran otras especies humanas que podrían complicar aún más la historia de cómo nos convertirmos en el animal que trata de entender su propio devenir.
Qué nos hizo como somosSvante Pääbo declaró en 2011 a Elizabeth Kolbert, de la revista New Yorker: “Quiero saber qué cambió en los humanos modernos en comparación con los neandertales, que marcó la diferencia. Qué hizo posible que nosotros construyéramos estas enormes sociedades, y dispersarnos por todo el planeta y desarrolar la tecnología que, me parece, nadie puede dudar que es singular de los humanos. Debe haber una base genética para ello”. |