Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento
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El hombre que erradicó la viruela

Donald A. Henderson, a la izquierda, con parte del equipo de erradicación de la viruela: el Dr. J. Donald Millar,
el Dr. John J. Witte y el Dr. Leo Morris, en 1966. (Foto DP del CDC/ Dr. John J. Witte)

La erradicación de la viruela, proclamada en 1980, es uno de los más grandes logros de la medicina, de las políticas y técnicas de vacunación y prevención, salvando cientos de millones de vidas, si consideramos que antes de que se emprendiera el esfuerzo por acabar con ella, infectaba a más de 50 millones de personas al año, más que toda la población de España. Sólo entre 1901 y 1980, la viruela ocasionó 300 millones de muertes... mientras que en todos los conflictos armados del siglo pasado murió una tercera parte de esa cifra: 100 millones de seres humanos.

La viruela había sido parte de la experiencia humana al menos desde hace tres mil años, y su combate había sido totalmente ineficaz hasta que, en el siglo XVIII, el británico Edward Jenner creó la primera vacunación contra el virus. Pero el hombre que hizo de la viruela sólo un recuerdo fue Donald Ainslie “D.A.” Henderson, un epidemiólogo nacido en Cleveland en 1928, de orígenes escoceses.

En 1947, un joven Henderson fue testigo de un brote de poliomielitis en Nueva York que obligó a la vacunación de millones de personas. La epidemiología se convirtió en un interés del joven estudiante que, después de graduarse primero en química y luego en medicina, entró a trabajar en los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC) del Departamento de Salud de los EE.UU.

Por esos años, la Organización Mundial de la Salud, creada en 1948, empezaba a plantearse erradicar la viruela, tarea que muchos consideraban imposible. Por contra, el epidemiólologo Viktor Zhdanov, viceministro de salud de la antigua Unión Soviética, afirmó una y otra vez que el objetivo era alcanzable mediante una campaña intensiva de vacunación durante 4 años en los países más afectados.

Finalmente, en 1966, la Asamblea Mundial de la Salud votó por emprender un programa de erradicación promovido por los Estados Unidos. Sin embargo, el propio director de la OMS estaba en contra de la idea, y por tanto exigió que el proyecto fuera encabezado por un estadounidense, de modo que su país pagara las consecuencias cuando fracasara. El designado fue Henderson, que por entonces ya trabajaba en África occidental y central en proyectos contra la viruela, a la que consideraba “la enfermedad más odiosa”. Su labor: acabar con ella en África, América del Sur y Asia.

Aunque la vacunación era parte fundamental del programa, contaba Henderson 20 años después, su proyecto planteaba que lo importante era reportar los casos y brotes de viruela para atacar el contagio selectivamente y evitar que la enfermedad se extendiera de modo epidémico. Con ese objetivo en mente, su primer trabajo fue desarrollar un manual sobre vigilancia y contención de los casos de viruela para todos los países del mundo.

Con sólo nueve empleados en su cuartel general de Ginebra, Suiza, y 150 operativos de campo a nivel mundial, Henderson abordó la parte administrativa, menos relumbrante y atractiva: convencer a los gobiernos de docenas de países para que apoyaran el programa, promover la creación o mejora de laboratorios de producción de vacunas, desarrollar programas y materiales de formación... y todo sin teléfonos, sin correo electrónico, dependiendo del servicio postal y el telégrafo y de los viajes continuos de Henderson para reunirse con gobiernos o para visitar a sus equipos de campo.

Hasta ese momento, los países no se interesaban en reportar los casos que ocurrían, una información que permitiría determinar la forma en que se transmitía la viruela y valorar los esfuerzos de vacunación. La vacuna de la viruela tiene la capacidad de proteger a una persona si se aplica hasta cuatro días después de que dicha persona haya estado expuesta al virus, de la misma manera en que la vacuna contra la rabia es efectiva aún después de que se ha dado la infección. Así, al determinar la presencia de un caso en una comunidad determinada, los médicos podían aislar al paciente y vacunar a quienes podrían haber sido contagiada, creando un verdadero dique de contención a la diseminación de la enfermedad.

Henderson recordaba que el doctor William Foage llegó a Nigeria oriental en diciembre de 1966 y empezó a trabajar en los brotes reportados. Para junio de 1967, prácticamente habían dejado de presentarse casos. Para ello, Foage y su equipo sólo habían tenido que vacunar a 750.000 de las 12 millones de personas que vivían en la zona. Y en Tamil Nadu, en la India, con una población de 50 millones de personas, la estrategia de vigilancia y contención permitió detener la transmisión de la viruela en sólo cinco meses.

La enfermedad fue erradicada de Suramérica en 1971, en Asia en 1975 y, por último, en África en 1977. Los casos que se siguieron dando, como un brote en la antigua Yugoslavia en 1972 que afectó a 170 personas, fueron cada vez más aislados y, por tanto, también era más sencillo hacer un esfuerzo amplio por controlarlos. En el caso yugoslavo, el gobierno vacunó a 18 de los 20 millones de habitantes de la nación.

El último caso de contagio natural de viruela con el más agresivo de los virus que la provocan, variola major, se reportó el 16 de octubre de 1975, en una niña de dos años en Bangladesh. El último caso de variola minor, el más benigno, lo sufrió en 1977 el trabajador de la salud de 23 años Ali Maow Maalin, quien dedicaría el resto de su vida a la vacunación en su natal Somalia. Ambos sobrevivieron.

En 1977, D.A. Henderson dejó el programa, terminada su labor, aunque la vigilancia siguió hasta 1979, después de lo cual la Asamblea Mundial de la Salud declaró la viruela erradicada el 8 de mayo de 1980. El médico siguió su carrera en la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins, en diversos puestos como asesor médico y científico de varios presidentes de los Estados Unidos y fundando un centro para el estudio de estrategias de defensa contra el bioterrorismo, que sería su última preocupación. Murió el 19 de agosto de 2016.

Su trabajo, la primera erradicación total de una enfermedad aterradora, tiene eco hoy en el programa mundial de erradicación de la poliomielitis, que hoy se limita a unas pocas zonas disputadas al norte de la India, en Sudán del Sur y en el Sáhara occidental. Su desaparición total será un homenaje justo a un hombre que supo convertir la mejor ciencia médica, la estadística y la política en vidas salvadas.

Homenajes y premios

Pese a su casi anonimato público, D.A. Henderson recibió 14 importantes reconocimientos internacionales, entre ellos la Medalla del Bienestar Público de la Academia Nacional de Ciencias y la Medalla Presidencial de la Libertad de los EE.UU., el Premio Internacional de Medicina Albert Schweitzer, la Medalla Edward Jenner de la Real Sociedad de Medicina del R.U., además de haber recibido 17 doctorados honorarios de universidades de todo el mundo.

(Publicado el 5 de noviembre de 2016)

Las vacunas, su realidad y sus expectativas

Una de las acciones más sencillas para mejorar la salud individual y social tiene su origen en antiguas prácticas empíricas reelaboradas por la ciencia.

Vacunación contra la poliomielitis en
la India. Los bajos niveles de
vacunación son responsables de que
la polio siga siendo endémica
en ese país.
(Foto D.P. vía Wikimedia Commons)
En cuanto se supo de la aparición de una nueva cepa del virus de la gripe N1H1, las primeras preguntas que se plantearon en los medios de comunicación fueron sobre las vacunas: ¿la vacuna de gripe de este año protegía contra este virus?, ¿había vacuna? y, si no,¿la habría pronto y en cantidad suficiente?

Pocos avances de la medicina han tenido un efecto tan contundente en la sociedad y la historia como las vacunas, y por ello son fuente de esperanzas a veces excesivas por un lado y, por otro, objeto de ataques de quienes combaten a la medicina basada en evidencias y en cambio promueven distintas formas de curanderismo mágico.

El principio de la vacunación era ya conocido desde al menos el año 200 antes de la era común, en China e India, para evitar la viruela, aunque su mecanismo seguía siendo un misterio. La sistematización del conocimiento sobre las vacunas tuvo que esperar, sin embargo a que el médico rural inglés Edward Jenner abordara el problema a fines del siglo XVIII.

Entonces, la viruela era un grave problema de salud, era endémica en casi todo el mundo, y sólo en Europa se cobraba alrededor de 400.000 vidas al año. Para prevenirla, con un sistema venido de oriente, el holandés Jan Ingehaus inoculaba a personas sanas con sustancias de las pústulas de pacientes que sufrían casos poco intensos de viruela, lo cual los hacía inmunes a la viruela, pero muchos de los inoculados fallecían al ser infectados por la enfermedad con toda su fuerza.

Edward Jenner observó durante una epidemia en 1788 que pacientes suyos que habían sufrido una enfermedad mucho más ligera llamada vaccinia, que se contagiaba por el contacto con el ganado, no eran atacados por la viruela, y decidió hacer un experimento para comprobar si había una relación causa-efecto. En 1796, tomó líquido de las pústulas de una granjera aquejada de vaccinia y consiguió permiso de un granjero para inocular a su hijo contra la viruela. El joven recibió la inoculación de vaccinia y sufrió levemente la afección. Después, para probar la teoría de Jenner y en un experimento enormemente arriesgado, Jenner le inoculó viruela.

El joven no sufrió la enfermedad, demostrando que la vaccinia inmunizaba contra la viruela. En 1789, el año de la Revolución Francesa, Jenner hizo su propia revolución publicando su investigación sobre lo que llamó “vacuna”. No se sabía en ese momento que un microorganismo era el responsable de la enfermedad, pero ya se tenía una forma adecuada, eficaz y segura de evitarla.

La vacunación, en pocas palabras, implica administrar material capaz de generar una respuesta inmune (antígeno) para estimular el sistema inmune de un organismo. Pueden ser bacterias o virus patógenos debilitados, muertos o desactivados de alguna forma, o incluso sólo proteínas procedentes de ellos. El cuerpo vacunado produce anticuerpos para combatir tales antígenos y queda por tanto en condiciones de combatir exitosamente a los organismos patógenos si llega a verse atacado por ellos. Se puede decir que la vacuna “enseña” a nuestro cuerpo cómo es un microorganismo enemigo, sus características esenciales, antes de que lo ataque.

Las técnicas de vacunación se ampliaron enormemente con el trabajo de Louis Pasteur, que fue además el primero que comprendió cómo funcionaban, al enunciar la teoría de los gérmenes patógenos como responsables de muchas enfermedades antes atribuidas a entes inexistentes como los “humores” o la “fuerza vital”. Por primera vez, una teoría de la enfermedad era científicamente demostrable, replicable y permitía una serie de acciones terapéuticas eficaces basadas en conocimientos precisos.

La vacunación es la forma más barata, eficaz y sencilla de proteger a grandes poblaciones contra ciertas enfermedades, motivo por el cual prácticamente todos los gobiernos mantienen políticas de vacunación obligatoria para mejorar la sanidad pública y evitar las epidemias del pasado. La viruela fue la primera enfermedad erradicada por medio de la vacunación, a través de un amplísimo esfuerzo coordinado por la Organización Mundial de Salud en todo el planeta. El último caso de viruela en condiciones naturales ocurrió en Somalia en 1977. El segundo objetivo de la OMS fue la poliomielitis, que está próxima a ser totalmente erradicada, y se espera que el tercer objetivo sea el sarampión.

La obligatoriedad de las vacunas para ser eficaces ha provocado, sin embargo, reacciones políticas y sociales que, con frecuencia, acuden a la desinformación. La idea de que toda acción gubernamental es rechazable hace que pase a segundo plano el valor médico de ciertas acciones. Se ha afirmado que las vacunas “no sirven”, pese a la realidad de la erradicación de la viruela, y se ha llegado a sugerir, sin bases científicas, que pueden causar enfermedades en los niños. El que muchos de estos ataques provengan de grupos con claros intereses políticos no hace, sin embargo, que los medios sean más cuidadosos en su valoración del mensaje.

El Dr. Ben Goldacre, autor de la columna “Bad Science” del diario británico The Guardian recuerda cómo, con base en un solo estudio con graves fallos metodológicos y a contracorriente de docenas de estudios que concluían lo contrario, en Inglaterra se desarrolló una campaña de pánico contra la triple vacuna, dando como consecuencia la caída en el porcentaje de niños británicos vacunados y el resurgimiento de las afecciones. Hoy Gran Bretaña sufre un aumento alarmante de casos de sarampión entre niños no vacunados, y en 2005 el país sufrió su primera epidemia de paperas en muchos años. Quienes han disfrutado las ventajas de las vacunas quizá ya no recuerdan que tanto el sarampión como las paperas son, en un porcentaje de casos, afecciones muy graves e incluso mortales.

Evidentemente, lo ideal sería que las discusiones sobre acciones de salud se centraran en la evidencia médica a favor y en contra de ellas, evidencia que sólo puede surgir de los trabajos de investigación y nunca de la presión política o la promoción de la desconfianza y el temor entre la población.

Grandes expectativas


Buena parte del futuro de la salud humana depende de vacunas potenciales sobre las que se está trabajando, especialmente contra la malaria, afección que mata a casi 3 millones de personas al año, principalmente niños del Tercer mundo, y contra el VIH, causante del SIDA y una de las principales causas de muerte en África. Ambas vacunas presentan dificultades técnicas que no tuvieron otras vacunas. La del VIH, por ejemplo, enfrenta una gran variabilidad en las sustancias determinantes de la actividad antigénica de este virus, y de la gran variabilidad genética del propio virus.