Los efectos físicos
del exceso de tensión que llamamos estrés pueden ser graves en tal medida que
pongan en peligro nuestra vida, y según los estudiosos del estrés, enfrentarlo
es más fácil de lo que creemos.
El estrés es una de las posibles causas de muchos síntomas
físicos que podemos padecer y cuyo origen no se descubre fácilmente: dolores de
cabeza, de espalda y del pecho, afecciones cardiacas, arritmia, alta tensión
arterial, disminución en la respuesta inmune del cuerpo (lo que algunos llaman
“bajas defensas”), problemas digestivos y problemas del sueño.
A esto se deben añadir problemas de conducta que también
pueden estar relacionados con el estrés, como comer en exceso o demasiado poco,
los estallidos de ira, el abuso del alcohol o las drogas, fumar más, aislarse
socialmente, llorar sin motivo aparente y, por supuesto, los conflictos en
nuestras relaciones interpersonales, con familia, amigos y pareja.
Existen incluso métodos para tratar de medir objetivamente
los acontecimientos estresantes de nuestra vida, entre ellos la escala del
estrés de Holmes y Rahe, que a partir de estudios con pacientes probaron que
los acontecimientos vitales que los pacientes consideraban estresantes
coincidían de modo significativo con algunas enfermedades. Esta escala va desde
acontecimientos poco estresantes como una multa de tráfico hasta los más
estresantes, como la muerte de la pareja. Sumando la puntuación de los
acontecimientos que causan estrés, podemos saber qué riesgo de enfermedad
corremos.
Hoy en día, los estudios científicos han demostrado
efectos del estrés que ya había entrevisto la cultura popular: el grano que
aparece antes de una importante actividad social, la caída del cabello o
incluso la velocidad a la cual nuestro cabello encanece, tienen explicación en
el estrés. Los altos niveles de cortisol cuando sufrimos estrés aumentan la
producción de grasa en la piel, facilitando la aparición del acné, mientras que
en condiciones de tensión nuestro cuerpo puede prescindir del cabello con
objeto de concentrar sus fuerzas en la lucha contra la causa del estrés.
No entender correctamente el estrés puede llevar a
diagnósticos incorrectos y tratamientos ineficientes, especialmente entre llamadas
“medicinas” alternativas que funcionan principalmente en un mundo subjetivo. Así,
por ejemplo, la palabra estrés suele asociarse a los aspectos negativos de la
vida moderna como una consecuencia inevitable de un mundo que nos ofrece, del
lado positivo, avances tecnológicos, una vida más larga y de mejor calidad,
comodidades y entretenimiento más allá de lo que nunca hubieran podido imaginar
nuestros ancestros de hace apenas 200 años.
Condenar a la vida moderna no es una solución incluso si
estuviéramos dispuestos a abandonarla, retirarnos a vivir comiendo hierbas en
el Amazonas, dejar el trabajo y arriesgarnos a morir por sufrir infecciones,
lesiones y enfermedades sin cuidado médico. Y es que el estrés, nos dicen los
médicos, no es una conclusión inevitable de la vida moderna, ni exclusivo de
este tiempo. El estrés es producto de una relación conflictiva entre el mundo
exterior y nosotros.
De hecho, el estrés, según algunos autores no es sino la
reacción ante el Síndrome General de Adaptación (SGA), que incluye la alerta al
estímulo amenazante que dispara la decisión de “lucha o huida”. ¿Debe el
organismo luchar para salvar la vida? ¿Es mejor huir para conseguirlo? Incluye
también la etapa de resistencia, cuando el fenómeno estresante persiste,
creando un conflicto continuo, y finalmente el agotamiento, cuando los recursos
del cuerpo para enfrentar al fenómeno estresante se agotan y el sistema inmune
se descompensa.
Esto implica una serie de procesos cerebrales que están
bien identificados, desde la respuesta inicial que implica una descarga de
adrenalina que nos pone en estado de alerta, hasta las reacciones del
hipotálamo y la glándula pituitaria y una variedad de nuestros circuitos
neurológicos entran en acción para resolver el conflicto que se nos presenta.
Es una reacción natural y saludable ante el estrés.
Para los seres humanos, la “lucha” puede ser empeñar más
tiempo y esfuerzo en el trabajo o en alguna otra actividad, como las
deportivas, o preocuparse más por tener una buena imagen profesional, o
estudiar una carrera u oficio, mientras que la “huida” puede ser desde la
dimisión del empleo hasta el divorcio de la pareja. En todo caso, el reflejo
“lucha o huida” no es forzosamente malo, nos plantea desafíos e incluso
participa en diversiones o actividades que provocan la descarga de adrenalina
en nuestro torrente sanguíneo, como las atracciones de feria y la participación
en deportes de competición. Es decir, el estrés puede ser positivo y sólo es
negativo cuando avanza hasta la tercera fase.
Con este concepto, cualquiera puede sufrir estrés, incluso
un mítico pastor que supervisa a su rebaño mientras sopla una flauta de carrizo
en un paisaje utópico. La aparición de una manada de lobos en la zona, la caída
de los precios del mercado de corderos, las tensiones con la pareja, el hijo
rebelde o una plaga que afecte los pastos pueden generarle un nivel de estrés
similar al del igualmente mítico oficinista atrapado en las redes de la
administración y el miedo al paro.
Pero así como su origen se puede explicar fácilmente,
manejarlo es algo totalmente distinto. Distintas técnicas de relajación, que
incluyen el yoga, el tai-chi o la meditación (sin necesidad de los aspectos
místicos o religiosos de estas prácticas), el ejercicio, los pasatiempos, la
resolución de los conflictos, la administración del tiempo y otras opciones se
enumeran frecuentemente como formas de manejar o gestionar adecuadamente el
estrés, sobre todo cuando no depende de nosotros eliminar sus causas. La
pertenencia a redes sociales, como clubes, asociaciones o grupos de actividades
es también un elemento que ayuda a manejar el estrés.
Pero quizá la práctica esencial está en nosotros mismos,
en no tratar de ser perfectos ni desvivirnos por responder a las expectativas
que otros tienen sobre nosotros, ser realistas y, cuando la tensión sube, hacer
un poco más de ejercicio relajado y frecuente.
El origen de la palabra
El término “stress”, que significa tensión o fatiga de los
materiales, fue utilizado por primera vez en 1930 por el endocrinólogo canadiense
Hans Selye para denotar a las respuestas fisiológicas en los animales de
laboratorio. Más adelante, amplió y popularizó el concepto incluyendo en él las
percepciones y respuestas de los seres humanos al tratar de adaptarse a los
desafíos de la vida diaria. El término se extendió a partir de la década de
1950 y, retomado por la psicología en la década de 1960, llegó al español donde
se ha castellanizado en su forma “estrés”.
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