Anuncio de un astrólogo en EE.UU. siglo XIX. (Imagen D.P. via Wikimedia Commons) |
El zodíaco es un anillo de constelaciones situado en la ruta que el sol parece recorrer durante el año en la esfera celeste, una banda de unos 16 grados de ancho llamada eclíptica. La astrología supone que estas constelaciones se corresponden con doce signos en los que se divide la eclíptica, y que su posición en relación con los planetas tiene un significado que puede interpretarse. Para la astrología, curiosamente tanto el sol como la luna son planetas, además de Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, que son los planetas conocidos desde la antigüedad.
La idea de que estas constelaciones y cuerpos celestes o “planetas” tenían alguna influencia sobre la vida humana y sus acontecimientos es parte de todo el esquema de las adivinaciones, es decir, del intento de ver el futuro mediante la inspiración divina, interpretando (con ayuda de los dioses) algunas “señales” presentes a nuestro alrededor o utilizando algún otro medio. Si se creía que el futuro estaba predeterminado, lo que tenía que hacer el adivinador para conocerlo era descifrar algún código colocado por la divinidad: el vuelo de las aves, la disposición de las entrañas de un animal sacrificado, las líneas de la mano, el agua, el fuego, la disposición de las hojas del té o los posos del café, los reflejos en una bola de cristal y, literalmente, cientos de formas adivinatorias más.
Si tantas cosas podían ser señales del destino esperando a ser descifradas, también podría serlo la posición de los planetas (cuerpos celestes que se movían en relación con la bóveda celeste, por algo su nombre significa, precisamente, “vagabundo” en griego) y las constelaciones, peculiares agrupamientos de estrellas que parecían estáticas unas respecto de las otras, formando dibujos que sugerían distintos animales y seres preternaturales.
La astrología tiene su origen en la Babilonia del siglo IV antes de la Era Común, pero no fue sino hasta el siglo II de nuestra era cuando Claudio Ptolomeo, científico y astrólogo romano de Alejandría, sistematizó la astrología que conocemos hoy en día, y que se popularizó entre los romanos y, por su intermedio, llegó a la Europa conquistada. En el medievo, fue practicada en el mundo musulmán (y criticada con bases científicas) y en Europa, donde convivió con la astronomía, pero con poca relevancia. En el Renacimiento resurgió brevemente como parte del interés de la época por el universo, pero pronto volvió a los márgenes de la sociedad donde se mantuvo durante la Ilustración y la Revolución Industrial.
Fue sólo a comienzos del siglo XX cuando la astrología experimentó un renacimiento en los Estados Unidos y de allí volvió a popularizarse en todo el mundo en la forma en que actualmente la conocemos y que, ciertamente, no es milenaria ni tradicional.
A lo largo de los siglos se han señalado algunos de los sinsentidos que caracterizan a la astrología. Si los objetos celestes nos afectan, ¿por qué habrían de afectarnos sólo las constelaciones del zodíaco y no los cientos de miles de millones de estrellas más que hay en el universo, muchas de ellas más cercanas? Después de todo, las constelaciones son ilusiones debidas a nuestro punto de vista, pero los astros que las componen pueden estar a enormes distancias entre ellos. Tan solo en la constelación de Perseo, como ejemplo, tenemos el sistema de tres estrellas Algol a 93 años luz de nosotros, y también un grupo de estrellas llamado NGC 869 que está a la friolera de 7600 años luz. ¿No es raro que los cuerpos estelares sean tan selectivos con nosotros?
Un problema más grave es que las constelaciones del Zodiaco no son doce, sino 13. En efecto, el sol pasa por la constelación de Ofiuco durante más de la mitad de diciembre. Y otro aún más interesante es que el eje de rotación de nuestro planeta no es estático, sino que va cambiando lenta pero inexorablemente en un proceso llamado “precesión” debido a la gravedad de la luna y el sol. La consecuencia de esta precesión es que las constelaciones del zodiaco ya no están donde estaban cuando Claudio Ptolomeo hizo sus cálculos. Así, si usted nació el 1º de enero, los astrólogos le dirán que sus características son las del signo de Capricornio, cuando en la actualidad el sol está en el signo de Sagitario.
Pero nada de esto importaría, claro, si la astrología funcionara… es decir, si pudiera predecir el futuro o al menos describir correctamente a las personas divididas en 12 categorías claramente diferenciadas. Sin embargo, todos los estudios que se han hecho tratando de demostrar que las descripciones astrológicas se corresponden con la realidad han sido incapaces de demostrar una relación estadísticamente significativa entre las predicciones astrológicas y lo que realmente ocurre.
Pero, ¿por qué hoy en día hay personas que creen que la astrología tiene algo relevante que decirnos pese a que evidentemente no sirve para predecir cosas importante, como cuándo hay que evacuar un edificio porque va a haber un incendio? En buena medida, dicen los psicólogos, porque queremos creer, y también porque los astrólogos suelen expresar sus “lecturas” en términos tan vagos y generales que son aplicables a cualquier persona, un efecto conocido como “efecto Forer”. Finalmente, como toda forma de adivinación, se apoya en que tendemos a recordar los aciertos y no los fallos. Si se hacen numerosas predicciones, alguna de ellas acabará cumpliéndose, y nuestra buena fe, mejor entusiasmo y mala memoria ayudan a que olvidemos todas las que nunca se cumplieron.
La astronomía no viene de la astrologíaContrario a lo que se suele creer, la observación sistemática de los cielos y su significado (por ejemplo, el ciclo de los solsticios y equinoccios para definir el momento de siembra y cosecha) y los cálculos matemáticos astronómicos datan de hace más de 3500 años. La astronomía y la astrología nacieron juntas, pero independientes, y así han estado durante toda la historia. Para los babilonios, egipcios y griegos, la astronomía ya era un asunto distinto de la astrología, mientras que en el Renacimiento muchos de los astrónomos que revolucionaron nuestro conocimiento del universo, como Tycho Brahe y Galileo, eran también astrólogos, sin mezclar ambas actividades y sin que sus creencias influyeran en los hechos que estudiaban, cosa que identifica al buen científico. |