Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Antes del robot, el autómata

Anuncio de los autómatas o "sueños mecánicos"
de Vaucanson
(D.P. vía Wikimedia Commons)
El persistente sueño de crear seres que imiten la vida sin estar vivos.

Máquinas que pudieran ser esclavos o guerreros sin miedo, sirvientes o amigos, que cantaran previsiblemente en los árboles como las aves o que se desplazaran silenciosas y líquidas como felinos. Los autómatas han tenido mejor suerte en la ficción que en la realidad, desde Talos, el gigante de bronce forjado por Hefestos para proteger Creta (y vencido por Medea) hasta los robots de la literatura inventados por el checo Karel Capek y perfeccionados por Isaac Asimov o los del cine, como los memorables y aterradores robots de la serie “Terminator” o David, el entrañable niño de “Inteligencia Artificial”.

Los logros del mundo de los autómatas se ha visto amplificada con frecuencia por el mito, y por el entusiasmo de quienes querían ver más de lo que probablemente había en las exhibiciones del pasado. Así tenemos el legendario trono con animales mecánicos del rey Salomón en la tradición hebrea, mientra que entre los antiguos chinos, las crónicas hablan de orquestas mecánicas y animales asombrosos, incluso aves de madera capaces de volar desde el siglo III antes de la Era Común hasta el siglo VI d.E.C., cuando se publicó el “Libro de las excelencias hidráulicas”.

La historia constatable de los autómatas comienza con Arquitas de Tarento, filósofo griego del grupo de los pitagóricos, que en el año 400 a.N.E. construyó un ave de madera movida por vapor, mientras que Herón de Alejandría, creador del primer motor de vapor, la eolípila, describió otras aves autómatas 250 años después.

El vapor como fuente de energía para los autómatas cayó en el olvido hasta el siglo XVIII, de modo que los inventores tuvieron que accionar sus aparatos con la energía del viento o la hidráulica. Ésta última fue la fuente de energía, junto con el desarrollo de la leva y el árbol de levas, que utilizó Al-Jazarí para construir pavorreales que se movían y autómatas humanoides que servían bebidas o ayudaban a lavarse las manos. Su mayor logro fue una orquesta hidráulica de cuatro integrantes en una pequeña embarcación que amenizaban las fiestas desde el lago. Los logros mecánicos de Al-Jazarí, que iban mucho más allá de sus entretenidos autómatas, están descritos en el “Libro del conocimiento de dispositivos mecánicos ingeniosos” de 1206, que posiblemente fue una de las influencias sobre la visión mecánica de Leonardo Da Vinci.

En el siglo XV surgió en Europa el mecanismo de cuerda, un muelle espiral que almacena energía al apretarse con una perilla y que que después libera controladamente la energía. El sistema, creado primero para el diseño de cerrojos fue pronto utilizado en relojes y en autómatas. Fue el alemán Karel Grod el primer creador de autómatas de cuerda asombrosos en su momento que en el siglo XX eran simples juguetes relativamente baratos. Leonardo Da Vinci, en su menos conocida labor como escenógrafo y responsable de lo que hoy llamaríamos “efectos especiales” hizo en 1509 un león de cuerda para recibir a Luis XII en su visita a Italia.

Los autómatas de cuerda se volvieron parte esencial del entretenimiento de los poderosos y llegaron a un detalle exquisito utilizando únicamente engranes, levas y máquinas simples. Su época de oro fue sin duda el siglo XVIII.

Jacques de Vaucanson creó dos famosos autómatas: un flautista tamaño natural capaz de tocar doce canciones con flauta y tamboril que presentó en 1738 y, un año después, un pato capaz de digerir alimentos… al menos en apariencia. El pato mecánico parecía comer granos, digerirlos y después deshacerse de las heces por detrás. En realidad, el grano se almacenaba dentro del pato y los supuestos desechos prefabricados salían de otro depósito. Pero Vaucanson soñaba que algún día habría un autómata capaz de digerir. Uno de los más impresionados por el ave fue ni más ni menos que Voltaire.

Lo que sí hizo Vaucanson en sus últimos años como encargado de mejorar los procesos de la seda fue intentar automatizar los procesos de hilado y tejido, algo que conseguiría su continuador Joseph Marie Jacquard, creador del telar mecánico.

El ejemplo más acabado de autómatas de cuerda lo dieron Jean-Pierre Droz y su hijo Henri-Louis, que hacían autómatas para anunciar su “verdadera empresa” como relojeros a fines del siglo XVIII. Henri-Louis creó probablemente el más complejo, “El dibujante”, autómata capaz de dibujar retratos complejos y que aún puede verse en el “Museo de arte e historia” de Neuchatel, en Suiza, acompañado de “El escritor” creado por su padre y de “La organista” de Jean-Frédéric Leschot.

A fines del siglo XVIII fue famoso “El Turco”, un autómata jugador de ajedrez creado por Wolfgang Von Kempelen para impresionar a la emperatriz austríaca María Teresa. El autómata recorrió Europa y Estados Unidos jugando contra humanos y venciéndolos las más de las veces. Sin embargo, era un elaborado fraude, pues debajo de la mesa de ajedrez se acomodaba un jugador humano que movía la mano del autómata, como se demostró en varias ocasiones.

El primer verdadero autómata capaz de jugar al ajedrez fue “El ajedrecista”, creado por el prolífico y genial inventor cántabro Leonardo Torres y Quevedo, que presentó en París en 1914. Este artilugio es actualmente considerado el primer juego informatizado de la historia y el ancestro directo de Deep Blue, el ordenador que venció por primera vez a un campeón mundial humano, Garry Kasparov en 1997.

Aunque Deep Blue no era un autómata. A falta de miembros propios, usaba a seres humanos para hacer físicamente las jugadas en el tablero.

Para el siglo XIX, los autómatas habían pasado de maravillas del asombro a una industria que estaba a la mitad entre la juguetería y el lujo: cabezas parlantes, autómatas que fingían predecir el futuro y animales varios, muchos de los cuales aún podemos ver en lugares como el museo de art nouveau y art decó Casa Lis, en Salamanca o en “La casa de la magia”, del legendario mago Robert Houdin, en Blois, departamento de Loire, en Francia.

Y aunque en el siglo XX y XXI siguen haciéndose autómatas, la aparición de la electricidad abrió otro espacio amplísimo, el de los robots, que pese a sus limitaciones hacen que los autómatas del pasado parezcan tan torpes que podemos olvidar que fueron, cada uno en su momento, un avance asombroso.

Autómatas y prótesis

Muchos avances de la robótica no se expresan aún como lo prometían los dibujos animados y la ciencia ficción. Sin embargo, tienen cada vez más aplicaciones en la prostética, con miembros capaces de responder a los impulsos nerviosos de sus dueños. La mano robótica más avanzada a la fecha fue creada por el equipo Mercedes de Fórmula 1 y la empresa Touch Bionics para un joven aficionado a las carreras de 14 años y puede mover cada dedo independientemente.