Búho nevado aterrizando en Canadá. (Foto CC David Hemmings via Wikimedia Commons) |
Pero hay una opción de ahorro de recursos que con frecuencia se ha desarrollado en el mundo vivo: no hacer nada. Mimetizarnos con el entorno, desaparecer o fingir lo que no somos.
Especialmente si nuestros depredadores o presas son reptiles, el mecanismo de su visión suele depender de la detección del movimiento contra un fondo, de modo que si un animal queda inmóvil (incluso dejando de respirar), se vuelve invisible. La inmovilidad es la forma más sencilla del mimetismo que los biólogos llaman “cripsis”: adaptaciones de conducta y aspecto que hacen que los animales pasen inadvertidos, un vocablo que procede del griego “kryptos” que significa “secreto” y que encontramos en otras palabras como ”cripta” o “criptografía”, el arte del cifrado.
Otra opción frecuente es adoptar (evolutivamente, se entiende, no de modo voluntario) un aspecto que no nos obligue a hacer demasiado, sino que baste para confundir, ahuyentar, distraer o repeler a los posibles depredadores. La cripsis homocromática o de color igual implica que el ser vivo adopte un color similar al fondo contra el que habitualmente lo vemos, como ocurre con los animales que mudan su pelaje de verano por uno blanco durante el invierno para ser menos detectables al estar en la nieve. Lo mismo pasa con el color verde de algunas ranas, el color tostado de muchos animales del desierto o de la sabana, como el león, o el color cenizo de algunas polillas y lagartijas que las disimula contra los troncos de los árboles.
Pero también puede ser un mimetismo mucho más completo, que resulte un completo disfraz, asumiendo el aspecto de partes de su entorno. Los insectos palo y los insectos hoja, así como las orugas que simulan ser ramitas verdes se benefician de esta característica. Muchos insectos hoja subrayan la ilusión con su comportamiento, agitándose cuando hay viento para no llamar la atención por su inmovilidad, precisamente.
Otros animales se caracterizan por utilizar patrones más o menos repetitivos que sirven de elementos disruptivos para no resaltar contra el fondo en el que habitualmente se mueven o para hacer menos identificable visualmente al individuo, como es el caso de las cebras, los tigres o los leopardos. En el mar, el maestro del camuflaje o cripsis entre los depredadores es el llamado pez piedra (Synanceia verrucosa), común en los océanos Índico y Pacífico, que se confunde con el fondo marino gracias a su aspecto pedregoso y accidentado, acechando hasta que pasa una presa cerca para saltar y devorarla. Como añadido tiene la característica de tener espinas venenosas en la aleta dorsal que lo convierten en el pez más tóxico del mundo para los humanos.
Existe además una forma de mimetismo distinta de la cripsis en la cual un ser vivo, en vez de camuflarse para disimular su presencia, cambia ésta adoptando la forma de otro animal o algún rasgo de éste para ofrecer un aspecto temible, tóxico o simplemente de mal sabor.
Un ejemplo de esta transformación es la imitación de la serpiente coralillo, que vive a lo largo del continente americano y es mortalmente venenosa. Se distingue por una sucesión de bandas rojas y negras separadas por anillos amarillos, coloración brillante que advierte que se trata de un animal tóxico. La falsa coralillo, absolutamente inocua, ha adoptado una coloración de bandas rojas separadas por tres anillos sucesivos: negro, amarillo y negro. Aunque la imitación no es precisa, basta para engañar a los depredadores y al hombre, que ha creado incluso rimas para identificar el peligro. En español se dice: “si el rojo toca amarillo, es coralillo”. Otros ejemplos son las mariposas y orugas que tienen ocelos o falsos ojos que hacen que parezcan la cabeza de grandes animales o serpientes igualmente peligrosas.
Una de las formas más curiosas de la cripsis o camuflaje es directamente la invisibilidad parcial. Es una opción útil si uno no vive en el fondo del mar, donde las distintas texturas y colores permiten que evolucione un camuflaje efectivo. Viviendo lejos del fondo, no existe esa opción. Algunos seres vivos en el mar, como las larvas de la anguila o los calamares del género Chiroteuthis, pulpos, moluscos y caracoles, han desarrollado tejidos transparentes que los hacen invisibles a menos que uno los esté buscando con detenimiento.
De hecho, cuentan los expertos, el océano está habitado por enormes cantidades de organismos que han desarrollado la transparencia como mecanismo de supervivencia, y solemos nadar entre ellos sin siquiera darnos cuenta de que están allí. Pero esto también provoca su propia carrera armamentística, presionando para que los depredadores vayan desarrollando la capacidad de ver la porción ultravioleta del espectro electromagnético para detectar a sus presas.
El campeón del mimetismo, sin embargo, son los cefalópodos: calamares, pulpos y sepias, que han desarrollado órganos de pigmentación llamados “cromatóforos” que les permiten cambiar de aspecto casi instantáneamente. Su capacidad de cambiar de aspecto está tan desarrollada que se utiliza también como método de comunicación entre sepias y como parte del cortejo.
Hablando de cortejo, el mimetismo es utilizado de forma muy eficaz para la reproducción por muchísimas plantas, entre las que las más evidentes son las orquídeas, que simulan los órganos reproductivos de hembras de distintos insectos para conseguir que el macho intente copular con ellas y como resultado se convierta en el diseminador de su polen.
La mentira verbal puede ser privativa del ser humano, pero la capacidad de engañar es, claramente, una necesidad vital para la supervivencia.
Interferencia de señalesEl engaño o camuflaje no es necesariamente siempre visual. Los depredadores pueden utilizar otros sentidos para detectar a sus presas, y por ello hay también mimetismos olfativos o, incluso, auditivos. La polilla tigre, por ejemplo, es capaz de emitir ultrasonidos que, creen los investigadores, sirven para interferir con las señales que usa para detectar a sus presas por sonar su principal depredador: el murciélago. |