Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Karl Landsteiner, los tipos sanguíneos y el virus de la polio

Nuestro sistema inmune nos defiende de amenazas externas, pero puede volverse contra nosotros. El conocimiento de nuestra sangre, inmunidad y enfermedades fue la pasión de un médico austríaco.

Karl Landsteiner en la década de 1920.
(Foto de la National Sciences Academy
via Wikimedia Commons)
En 1628, William Harvey describió por primera vez la circulación sanguínea completa, basado en antecedentes como el de Miguel Servet, que había descubierto la circulación pulmonar en 80 años antes. Poco después se intentó por primera vez transfundir la sangre de una persona a otra. La idea era reponer la sangre perdida con la de otra persona. Los intentos fueron terribles fracasos que provocaban la muerte del paciente.

Fue en 1655 cuando Richard Lower realizó la primera transfusión exitosa entre perros: desangró a uno casi hasta la muerte y lo revivió con sangre de otro. En 1667, el francés Jean-Baptiste Denis logró transfundir sangre de una oveja a dos personas, logrando que los tres sobrevivieran.

Qué era la sangre y por qué las transfusiones podían ser mortales resultaba un misterio en ese momento. Apenas se habían descubierto, poco después de Harvey, los glóbulos rojos o eritrocitos por parte de Jan Swammerdam, un pionero holandés de la microscopía. Ante los fracasos, la idea se olvidó hasta el siglo XIX, donde hubo experimentos, incluso escalofriantes como el intento de hacer una transfusión de leche de cabra al aparato circulatorio de un ser humano. Sólo hubo un caso exitoso registrado, cuando el ginecólogo inglés James Blundell, en 1818, salvó la vida a una paciente después de parir con una transfusión.

¿Qué determinaba que una transfusión fuera exitosa o resultara mortal para el receptor? La respuesta llegó hasta 1901 de la mano de un médico austríaco que trabajaba en el Instituto de Patología de Viena, Karl Landsteiner.

Landsteiner abordó el problema mediante un experimento. Tomó muestras de sangre de quienes trabajaban con él y procedió a mezclarlas. En algunos casos, la sangre de una persona provocaba que la de otra se aglutinara, y en otros no. Sistematizando las mezclas de sangre y los resultados que arrojaban, concluyó que la sangre se podía clasificar en tres grupos A, B y O (que originalmente llamó C). Según su tipología, una sangre de tipo A, por ejemplo, provocaría una aglutinación mortal en las de alguien que tuviera el tipo B o el tipo O, pero no en alguien que también fuera del tipo A. El descubrimiento le valió el Premio Nobel de Medicina o Fisiología de 1930.

Sus colaboradores pronto describieron un cuarto tipo sanguíneo, AB, que tenía las características de A y B y podía recibir transfusiones de sangre tipo A, B, O o AB. La tipología sanguínea y transfusiones dependían de que los eritrocitos tuvieran o no, en su superficie, los antígenos A o B, o ambos (AB), o ninguno (O).

Este descubrimiento fue interpretado en 1907 por el estadounidense Reuben Ottenberg como indicador de las posibilidades de éxito de una transfusión. Si se sabía el tipo sanguíneo de donante y receptor, se podría evitar que una transfusión provocara reacciones indeseables y la muerte.

A partir de ese momento, la pérdida de sangre por heridas, úlceras, partos difíciles y otras causas dejaba de ser necesariamente una sentencia de muerte.

Al virus de la polio y de vuelta a la sangre

Karl Landsteiner había nacido en Viena en 1868. Su padre, un famoso periodista, murió cuando Karl tenía sólo 6 años y fue criado sólo por su madre y parientes. A los 17 años consiguió entrar a estudiar medicina en la Universidad de Viena, donde encontró su verdadero tema de interés: la química orgánica. Por desgracia, no había suficientes puestos para investigadores y muchas veces Landsteiner tuvo que realizar su trabajo de investigación pasando de uno a otro instituto desde 1891, trabajando con algunos de los más influyentes científicos de su época, como el Emil Fischer, que llegaría a ganar el Premio Nobel. Su matrimonio, celebrado en 1916 duró hasta su muerte.

A partir de entonces, Landsteiner destacó publicando trabajos de bacteriología, anatomía patológica e inmunidad serológica, desarrollando algunos procesos que en aún hoy se siguen utilizando para trabajos de inmunología, y realizó importantes aportaciones al estudio de la sífilis, mortal enfermedad venérea que fue devastadora y muy temida hasta la aparición de los primeros medicamentos eficaces en 1910.

En 1908 se interesó por la poliomielitis, cuando logró inocularle la enfermedad a un mono, permitiendo así tener un modelo animal. En los años siguientes, trabajando en el Instituto Pasteur de Francia con Constantin Levaditi, logró demostrar que la polio era causada por un virus, describió su transmisión y su ciclo de vida y en 1912 demostró que era posible, aunque difícil, desarrollar una vacuna contra esta aterradora enfermedad. Tendrían que pasar más de cuatro décadas para que Jonas Salk desarrollara la primera vacuna contra la polio en 1955.

Sin quedar satisfecho con sus grandes aportaciones, hacia el final de su vida Karl Landsteiner volvió al tejido que le dio un Nobel: la sangre. Pese a haberse retirado oficialmente en 1939, siguió investigando y en 1940, trabajando en Estados Unidos junto con Alexander Wiener, publicó su descubrimiento de otro factor sanguíneo, el Rh, nombre que se le dio por haber sido estudiado en monos rhesus. El factor Rh se tiene (+) o no se tiene (-) dando como resultado la tipología que conocemos actualmente, que son los tipos descubiertos en 1901 y un signo positivo o negativo: A+, A-, B+, B-, etc.

Los dos científicos descubrieron que este factor era el responsable de una aterradora enfermedad infantil producida cuando la madre y el feto tienen tipos sanguíneos no compatibles, y el bebé se ve atacado por el sistema inmune de su madre. El descubrimiento permitió detectar y tratar estos casos, precisamente con transfusiones sanguíneas al bebé, evitando así que nazca con daños que en el pasado eran relativamente comunes.

Pese a su relevancia como fundador de la inmunología y la hematología, Landsteiner nunca disfrutó de los reflectores y raras veces dio entrevistas o habló en público. Su pasión era su laboratorio y trabajando en él sufrió en 1943 un infarto cardíaco que terminó con su vida.

La prueba de paternidad

Antes de que se pudiera secuenciar el ADN, la prueba de paternidad por excelencia era la tipología sanguínea. No podía demostrar que un hombre fuera con certeza padre de un hijo, sólo que podía serlo o, contundentemente, en algunos casos, que NO podía serlo. Por ejemplo, dos padres de tipo A, sólo pueden tener hijos A u O (si los dos tienen un cromosoma dominante A y uno recesivo O). En tal caso, un hijo con tipo AB o B no podría ser hijo del padre, que tendría forzosamente que tener sangre de tipo B. Una herramienta imprecisa, pero la única que se tuvo durante años.