El cirujano reconstructivo colombiano Pedro Antonio Sánchez Mesa operando (Foto GDFL o CC de Pasm, vía Wikimedia Commons) |
Una persona “desfigurada” es quien tiene profundamente destruidos o alterados sus rasgos faciales. Su problema no es únicamente enfrentar el hecho de que su rostro ha sido dañado, sino que la gente suele reaccionar ante un intenso desfiguramiento de un modo especialmente intenso, tanto que la mutilación (como la amputación de orejas y narices) se ha empleado –y se sigue empleando – como castigo.
Es por ello que reconstruir las facciones deformadas ha sido una búsqueda incesante. En la India, hace unos 2.500 años, el autor Sushruta describe intervenciones para reconstruir lóbulos de las orejas y narices empleando piel de otras partes del rostro, como las mejillas y la frente. En el siglo I de la Era Común, el enciclopedista romano Aulus Cornelius Celsus escribe el tratado “De Medicina”, donde explicaba cómo reconstruir labios, narices y orejas. Y en el siglo IV, el autor griego Oribasius, médico del emperador bizantino Julián El Apóstata, recopiló los textos médicos de su época en su “Synagogue Medicae”, describiendo procedimientos en las cejas, frente, mejillas, nariz y orejas, dando recomendaciones sobre la eliminación de tejidos dañados o muertos (desbridamiento) y el uso de colgajos de piel para los transplantes.
Como tantas otras cosas, los conocimientos antiguos sobre cirugía pasaron a los sabios islámicos mientras que en Europa, aunque las guerras daban a los médicos muchas oportunidades para ejercer y experimentar, la Edad Media suspendió el avance de la cirugía, a tal grado que, en el siglo XII, el Cuarto Concilio Laterano incluyó entre sus disposiciones la prohibición de que los sacerdotes, diáconos y subdiáconos practicaran la cirugía.
La aparición de la anestesia a mediados del siglo XIX, sin la cual todos los procedimientos conocidos hasta entonces eran experiencias escalofriantes de dolor y sufrimiento, disparó los avances de la cirugía, incluida, claro, la reconstructiva, y a fines de ese mismo siglo aparece la cirugía estética, de la mano del médico estadounidense John Roe, quien emprende la remodelación de narices tan popular hasta la actualidad.
Hay casos en los que reconstruir es imposible y es necesario sustituir tejidos. El caso más extremo es el transplante de cara, que ha sido motivo de tratamientos debidamente exagerados en la literatura y el cine, como en la película francesa de 1960 “Les yeux sans visage”, los ojos sin cara, donde un clásico médico enloquecido trasplanta sin éxito sucesivos rostros a su hija. El principal temor expresado por la literatura de horror es que el cambio en aspecto implique un cambio psicológico para mal, especialmente si se ve “la cara de otro” (título, por cierto, de una película japonesa sobre el tema) en el espejo.
El primer transplante parcial de cara puso finalmente a la realidad frente a frente con las especulaciones. El 27 de noviembre de 2005, un equipo de cirujanos franceses trasplantó un triángulo con la piel de la parte inferior del rostro (nariz, boca, barbilla y parte de las mejillas) a Isabelle Dinoire, que por entonces tenía 38 años, a quien su perro le había destrozado la parte inferior del rostro en mayo de ese año.
Entre las pruebas que se le hicieron previo a la decisión de operarla hubo algunas tan esenciales como las resonancias magnéticas que ayudaron a determinar que su corteza cerebral seguí teniendo capacidad de ordenar el movimiento de sus músculos pese a la ausencia de ellos, hasta estudios psicológicos que intentaron determinar si la paciente tenía la entereza emocional necesaria para “vivir con el rostro de otra persona”.
Un año después de la operación, cuando Isabelle Dinoire informó que había conseguido volver a sonreír, algo que pensó que nunca iba a poder volver a hacer. Y, al mismo tiempo, ninguno de los más inquietantes temores sobre la vida “con el rostro de otra persona” se hicieron realidad. De hecho, aunque con labios más gruesos y una nariz más ancha, la Isabelle Dinoire de hoy es razonablemente semejante a la anterior al ataque del animal.
Ante el éxito de esta intervención y de 10 transplantes parciales más que la siguieron, el 20 de marzo de 2010 un equipo de 30 médicos del hospital Vall D’Hebron, en Barcelona, realizó el primer transplante total de cara en una operación de 22 horas de duración. En este caso, no sólo se utilizaron la piel, músculos y ligamentos del donante, sino también parte de los huesos de la zona inferior de la cara, incluidos los pómulos, el paladar, el maxilar superior y la mandíbula.
Pero, ¿por qué el rostro de un receptor de trasplante no es “el de otra persona”, sino que tiende a parecerse al receptor? La reconstrucción facial forense nos ofrece la clave. Los tejidos del rostro tienen una profundidad media determinada, como suelen mostrarlo (a veces fantasiosamente) las series de televisión sobre ciencias forenses.
Las mediciones de profundidad de los tejidos faciales, comenzadas en 1894 por el anatomista alemán Wilhelm His, quien tenía por objeto la reconstrucción del rostro de Johann Sebastian Bach, han continuado hasta la actualidad, dando cuenta de variaciones étnicas y de otro tipo para mejorar la precisión de las reconstrucciones. Esta labor nos han permitido conocer el rostro de personajes como Iván el Terrible, Tutankamón, el hombre del hielo Ötzi y, claro, numerosas víctimas que, al ser identificadas por sus familiares, permiten muchas veces también atrapar a los responsables de su muerte.
Estas mediciones también nos han enseñado que, más allá de la máscara de piel y músculos que nos cubre, nuestro rostro está marcado, sobre todo, en nuestro cráneo, lo que elimina fantasías sobre el transplante de cara que es la esperanza de muchas personas de poder volver a tener un rostro con un aspecto y funcionalidad adecuados. Que no es poco.
Rechazo e inmunosupresiónLa cirugía reconstructiva puede utilizar injertos de piel o músculo tomados del propio individuo afectado o de otra persona. En este segundo caso, suele presentarse una reacción llamada “rechazo”, pues el sistema inmune del receptor detecta el tejido extraño y lo ataca como lo haría con cualquier infección. Para disminuir el riesgo de rechazo, se buscan donantes que tengan similitud con el receptor en genes que disparan la creación de anticuerpos por parte del organismo receptor. Aún así, en muchos casos los receptores deben tomar durante toda su vida medicamentos que suprimen al sistema inmune, para evitar el rechazo. |