“En lo referente a la comprensión del comportamiento y de la percepción, hay casos concretos en los que el conocimiento intuitivo del mago es superior al del neurocientífico”, Macknik y Martínez-Conde.
El mundialmente respetado mago Juan Tamariz fue uno de los colaboradores en los estudios de magia y neurociencia. (Foto promocional, fair use) |
Los magos nos engañan y entusiasman desde hace al menos 6 mil años, si, como parece, alguno de los relatos del papiro Westcar, que data de tiempos del faraón Keops o Khufu, quien ordenó la construcción de la Gran Pirámide de Giza, se refiere a ilusiones y no a magos o brujos verdaderos.
Hay magos que admiten abiertamente que hacen trucos, y ante los cuales reaccionamos como si nos desafiaran a descubrir el truco. Un buen mago nos asombra haciendo lo que ellos llaman “efectos” y que nosotros sabemos que no puede ser en la realidad, que es un truco, pero somos incapaces de desentrañar “dónde está el truco”. Otros utilizan los trucos o efectos de la magia de escenario para hacer creer a los demás que tienen poderes sobrenaturales o para engatusarlos con fraudes como los triles, que se remontan, también, al antiguo Egipto.
Pero en todo caso, lo que hacen los magos es jugar con nuestro cerebro, manipular nuestra atención, nuestros sentidos, nuestra forma de pensar habitualmente y así hacer aparecer o desaparecer objetos donde no era posible que aparecieran o desaparecieran. Como dice Teller, el miembro silencioso de la pareja de magos Penn & Teller, “Cada vez que se hace un truco de magia, está uno dedicándose a la psicología experimental. Si el público se pregunta ‘¿Cómo rayos lo hizo?’, el experimento fue exitoso. He explotado las eficiencias de su mente”.
No revelamos ningún truco (el pacto de la discreción sobre cómo se hacen los efectos es parte fundamental de la comunidad del ilusionismo) al reccordar el asombro que nos provocaba de niños que alguien sencillamente ocultara una moneda en la mano y fingiera sacarla de nuestra oreja. Uno sabe que las monedas no salen de las orejas y no atina a explicarse lo ocurrido.
Sin embargo, el estudio de las ilusiones mágicas tuvo que esperar la llegada de una pareja de neurocientíficos del Instituto Neurológico Barrow de Phoenix, Arizona: Stephen Macknik, director del laboratorio de Neurofisiología del Comportamiento y Susana Martínez-Conde, coruñesa que dirige a su vez el laboratorio de Neurociencia Visual, dedicado a las ilusiones visuales. Su trabajo de varios años con los mejores magos del mundo ha dado como resultado una serie de artículos tanto científicos como divulgativos en las más prestigiosas revistas, desde Nature Neuroscience hasta Scientific American.
Los estudios que han realizado Macknik y Martínez-Conde han ido revelando cómo los magos emplean, de modo empírico, desarrollado al paso de los siglos, aspectos de nuestro sistema cognitivo de los que la ciencia ni siquiera estaba al tanto hasta hace un par de siglos. La capacidad limitada de nuestra vista para distinguir contrastes, la retención o persistencia de la visión (esa postimagen que percibimos más claramente cuando nos deslumbra el súbito flash de una cámara), los ángulos que hacen que percibamos mejor o peor la profundidad de un objeto o el fascinante fenómeno del relleno.
Nuestra experiencia visual es extremadamente rica, pese a que nuestros ojos tienen una “resolución” muy inferior a la de las cámaras digitales comunes con las que nos fotografiamos por diversión (aproximadamente un megapíxel según los investigadores). Nuestro cerebro, sin embargo, tiene un sistema de circuitos tal que nos permite “predecir” cómo son las cosas a partir de lo que ve, y “rellenar” los huecos de modo que tengamos una visión mucho más clara de la que nos ofrecen nuestros ojos.
Una de las más fascinantes confirmaciones del trabajo de estos investigadores con los magos es que nuestro cerebro no es capaz de hacer dos cosas a la vez. Por mucho que nos guste pensar que sí podemos hacerlo.
En palabras de Luigi Anzivino, que conjunta las dos profesiones de ilusionista y neurocientífico (y cocinero, insiste), cuando vemos un truco de magia estamos tratando de seguir el efecto y al mismo tiempo de desentrañar el método mediante el cual se consigue ese efecto, el “¿cómo lo hace?” esencial para la buena magia. Dice Anzivino: “Por cuanto se refiere a nuestro cerebro, no existe el multitasking”. Macknik y Martínez-Conde lo confirman con el fenómeno conocido como “ceguera por desatención”: cuando nos concentramos en una cosa, pueden pasar otras muchas, bastante singulares, sin que nos demos cuenta. Si estamos contando cuántos pases se dan unos jugadores de baloncesto en un vídeo, literalmente puede pasar entre ellos un hombre con un disfraz de gorila y no nos daremos cuenta.
No es broma, es un clásico experimento realizado en Harvard por Daniel J. Simons y Christopher F. Chabris. Cuando los magos hacen algo que quieren que veamos, atrapan nuestra atención y nos vuelven, literalmente, ciegos a otras cosas que están haciendo y que no quieren que veamos. Lo que se llama en el argot mágico “misdirection”: llevar la atención a una dirección opuesta a lo que está haciendo el mago.
Y no, la mano no es más rápida que la vista. Aunque la palabra “prestidigitación” signifique “velocidad al mover los dedos”, lo que realmente hacen los magos es jugar con nuestros sentidos y atención, con los mecanismos que hemos desarrollado para poder manejar la realidad a nuestra conveniencia. Porque el cerebro con el que nos explicamos el universo evolucionó para encontrar alimento, cazar y evitar ser cazados... y poco más.
El estudio neurocientífico de las ilusiones mágicas nos confirma que la representación del mundo que nos ofrecen nuestros sentidos y los mecanismos de nuestro cerebro para interpretarlos no sea exacta. El mundo no es lo que parece, y magos y timadoresse aprovechan de ello.
Pero queda el consuelo de que somos la única especie, hasta donde podemos decirlo, que sabe, con toda certeza, que su percepción no es del todo fiable. Y que es capaz de estudiar cómo y por qué. Con ayuda de un poco de magia.
Un secreto de TamarizJuan Tamariz fue uno de los muchos magos estudiados por Macknik y Martínez-Conde. En el libro que escribieron, “Los engaños de la mente”, revelan muchos trucos mágicos para explicar su relación con nuestro conocimiento sobre nuestros mecanismos neurológicos, pero uno en particular de Tamariz resulta más misterio que revelación: los movimientos, la ropa, la voz, los gritos, las risas y todo lo que parece hacer a Juan Tamariz excéntrico no son sólo efectos escénicos. Todos esos detalles, en apariencia superficiales, son esenciales para el éxito de las ilusiones del mago. Aunque no nos diga cómo lo hace. |