Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Mercurio, el planeta infernal

El más rápido, el más pequeño, el de las temperaturas más extremas, el menos conocido, Mercurio está de nuevo bajo la vigilancia de una sonda robot que busca comprender a este planeta.

Mercurio fotografiado por la sonda Messenger
(Foto D.P. de NASA/Johns Hopkins University
Applied Physics Laboratory/Carnegie Institution
of Washington, vía Wikimedia Commons)
En 2006, cuando la Unión Astronómica Internacional determinó que Plutón no reunía todos los requisitos para ser considerado un planeta y pasó a ser clasificado como “planeta enano”, Mercurio se convirtió en el planeta más pequeño de todo el sistema solar. Es más pequeño que Ganímedes, la luna de Júpiter descubierta por Galileo en 1610 y que Titán, la luna de Saturno descubierta 34 años después por el astrónomo holandés Christiaan Huygens, además de ser el planeta más cercano al sol de todo el sistema solar, y el que tiene la órbita más excéntrica, es decir, la que forma la elipse más alargada.

Debido a la cercanía de su órbita respecto del sol, Mercurio queda oculto por el brillo de nuestra estrella y no resulta fácil de ver, especialmente sin aparatos ópticos. Como sólo se le puede ver a la media luz del amanecer y del atardecer, los primeros astrónomos griegos pensaron que se trataba de dos planetas distintos. No fue sino hasta el siglo IV antes de nuestra era que se determinó que se trataba de un mismo objeto, un planeta al que llamaron Hermes. Incluso Galileo Galilei, pionero de la astronomía, halló difícil la observación de Mercurio con su telescopio.

Pero esa misma cercanía, dada la enorme influencia que sobre el planeta tiene el campo gravitacional del Sol, permitió hacer una de las observaciones que confirmaron la teoría de la relatividad de Einstein. El punto más cercano al Sol de la órbita de Mercurio se trasladaba ligeramente alrededor del sol sin que hubiera explicación hasta que los cálcuos de la relatividad general de Einstein pudieron describir estos movimientos en función de la gravedad del Sol.

Durante mucho tiempo se creyó que Mercurio, que da una vuelta al sol cada 88 días, lo que lo convierte en el planeta con la más rápida rotación del sistema, tenía un acoplamiento de mareas con el Sol, es decir, que siempre daba la misma cara al sol, manteniendo un hemisferio siempre en la oscuridad. O, visto desde otro punto de vista, que su día y su año tenían la misma duración.

No fue sino hasta la década de 1960, 350 años después de las observaciones de Galileo, que se consiguieron datos precisos sobre Mercurio gracias a la radioastronomía, capaz de obtener información que no era accesible utilizando telescopios ópticos. Fue entonces que se descubrió que Mercurio tarda en girar una vez sobre su propio eje, era de poco menos de 59 días terrestres.

La rápida órbita del planeta y su lenta rotación (sólo Venus tiene una rotación más lenta, de 243 días terrestres) hacen que su día (es decir, el intervalo entre un amanecer y el siguiente), sea de 176 días terrestres. Y se trata de días con temperaturas extremas, las más extremas de nuestro sistema solar. En los momentos más cálidos, pueden subir hasta los 465 ºC, calor con el cual se pueden fundir algunas aleaciones de aluminio, y se pueden desplomar hasta los -184 ºC, un grado por debajo de la temperatura a la que el oxígeno se convierte en líquido.

Además, el pequeño tamaño de Mercurio oculta una enorme masa. Pese a ser apenas algo más grande que la Luna, su fuerza de gravedad es de casi el 40% que la nuestra, comparada con menos del 17% de la de la Luna. Así, algo que pesara 100 kilos en la Tierra pesaría 16,6 kilos en la Luna y unos 38 en Mercurio, que es así el segundo planeta más denso del sistema solar, después del nuestro.

Otra singularidad de Mercurio es que, debido a su cercanía al Sol, su extremadamente tenue atmósfera es constantemente barrida por el viento solar, el flujo de partículas cargadas responsable entre otras cosas de las auroras en la Tierra, de modo que dicha atmósfera se está renovando continuamente.

El estudio de Mercurio dio un enorme salto en 1974, cuando llegó hasta sus inmediaciones la sonda Mariner 10 de la NASA, lanzada en noviembre de 1973. Pasando a tan sólo 327 kilómetros de altitud sobre la superficie de Mercurio, la sonda logró fotografiar aproximadamente el 45% de la superficie del planeta. Su aspecto, muy distinto del que habían soñado algunos autores de ciencia ficción que incluso habían imaginado la posibilidad de que albergara vida, era el de un mundo con una atmósfera tan tenue que no podía proteger la superficie del choque de pequeños objetos, dando como resultado una superficie muy similar a la de nuestra luna, con numerosos cráteres de impacto. El Mariner también descubrió alguna evidencia de actividad volcánica.

En agosto de 2004, la NASA lanzó una nueva sonda con destino a Mercurio, la “Messenger” o “mensajero”. La Messenger pasó por primera vez en las inmediaciones de Mercurio en 2008, para después hacer otras dos aproximaciones, visitando a Venus en el proceso, para finalmente instalarse en órbita alrededor de Mercurio en marzo de 2011. Desde entonces, la Messenger ha podido confirmar varias especulaciones sobre Mercurio. Ha podido constatar la existencia de una intensa actividad volcánica en el pasado y ha encontrado más datos que indican la presencia de hielo de agua en los polos del planeta.

La Messenger además ha podido determinar gracias a los datos reunidos por sus instrumentos que, contrariamente a lo que creían los astrónomos, el núcleo de hierro de Mercurio no se ha enfriado, sino que se mantiene fundido y en rotación. Este núcleo, ocupa alrededor del 85% del volumen de Mercurio, gigantesco comparado con el de nuestro planeta, que es del 30% de su volumen, y es el responsable de genera un débil campo magnético, de una centésima parte del de la Tierra. Ni Venus ni Marte, los otros dos planetas rocosos, cuentan con campo magnético, por lo que el estudio de Mercurio puede ayudar a entender el porqué de estas diferencias.

Conocido como uno de los planetas “clásicos” de la antigüedad, Mercurio sigue siendo, sin embargo, el planeta menos explorado y menos conocido de nuestro sistema solar, incluso pese a su relativa cercanía, algo curioso si lo comparamos con lo mucho que hemos aprendido de planetas más lejanos como Júpiter... y mucho muy distintos de nuestro mundo, este mundo de roca y metales que aún tiene mucho que aprender de Mercurio, su infernal hermano pequeño.

Bahía Mercurio

En la península de Coromandel, en Nueva Zelanda, está la Bahía de Mercurio, en cuyas playas, el 9 de noviembre de 1769, el famoso explorador británico James Cook y su astrónomo Charles Green hicieron la observación del tránsito de Mercurio por el sol. Junto con el tránsito de Venus que había coincidido ese año, en junio, este tránsito observado por varias expediciones británicas por encargo de la Real Sociedad Astronómica, permitió obtener los datos más precisos hasta entonces sobre las distancias en nuestro sistema solar.